23.4.17

Palabras renacuajas, por Marisel Calvo




El griego

Una mujer con cabeza se cubre el rostro de los mosquitos con un pañuelo verde musgo. Ve la luna con los ojos cerrados. De tanto en tanto los abre para espiar estrellas. Nota que cada vez son menos, porque la luna cada vez es más. Se siente vieja. Vieja  y bella. A punto de sucederle cualquier cosa... si se animara... Apoya el peso de su mandíbula en la mano derecha. Tal vez piense. Tal vez duerma. No muy lejos suena la voz de un hombre griego, habla español. Eso la erotiza. O eso parece porque pinta sus labios con la lengua reiteradas veces, pero no abre los ojos. No lo espera. Descansa. Confía. O, eso parece porque su pecho está abierto, desde aquí puede verse la rajadura en el centro de su plexo que le sangra, pero no le duele. O, eso parece, porque no la toca. La deja chorrear. Chorrear y chorrear, chorrear y chorr.
Algo la hace girar y abrir los ojos. Y desaparece.



Pesada tarea

La piedra; un buen trono para el trabajo. Ante mí, las hojas en blanco y la lapicera encapuchada. Todo espera. Yo también... Yo también me siento como una piedra lista para recibir al que quiera venir a sentarse a realizar esta pesada tarea de escribir.
Que venga y lo haga sobre mi lomo, mis piernas, mi nuca. Mi nuca que percibe el  aire en movimiento y al sol ardiendo
Vení árbol, escribime tu historia, tallala en mi piel si queres. Apoyate con tus raíces sobre mis vértebras. Ponete cómodo. Entregame tu peso ancestro y dame un poco de sombra en algún mediodía de enero.
Vení árbol, contame tu pena, dejá llover tus hojas sobre mis ojos cerrados. Soltá tus frutos sobre mis rodillas. Vení a desparramar tu soledad puneña sobre mi ausencia porteña. Llename de tu pena árbol, para que las mías pierdan sentido. De tu tronco mis hojas. En mi tronco tu llanto.
Vení árbol, sentate en la piedra a podar las penas y que así, florezcan cuentos y cantos. 


Manifiesto batracio

No quiero usar palabras de otros. Quiero las mías.
Quiero que emerjan de mí como renacuajos entre las piedras;
Veloces ondulantes juguetones atrapables.
Negros asquerosos diminutos transparentes.
Quiero mis palabras renacuajas liberadas al agua como un enjambre de especies.
Que no nombren pero vibren.
Que no espanten pero muevan.
Renacuajas mis palabras, serpentean en lo hondo,
Las quiero. Broten.
Las quiero. Soy su retoño.


Abvuelo

Caen gotitas saladas de mis ojos color tierra seca; misterioso origen y profundo silencio.
Crines morenas de espeso tacto me llueven los hombros; un soporte de palabras de viento.
La ansiedad se me escapa por los dedos cardón y la flor se deposita en este pecho abierto de tanto cielo.
Mi columna de nudos, desnuda se bambolea entregada al viento; wayra jujeño.
Duerme el cerebro de pensamientos pasajeros, entre los colores del ensueño.
Descanso en silencio de aire. En sol.
Despierto. Abro los faroles ásperos de alumbrar adentro y afuera aparece;
un búfalo
un escorpión
y cientos de caras kollas en nubes pájaros que adentran los cerros.
Ellos viven en el cosmos.
Yo vivo en el centro.
Se desprende mi alma niña por estos brazos que son de hierro.
Vuela alma. Todo esto es tu casa. Ya no este cuerpo.
Y vuelo.