28.2.17

Envejece un hombre, por Xi Chuan



Envejece un hombre –entre vista y elocuencia,
entre pepinos y hojas de té–
como humo que sube, como el descenso del agua. Se acerca la
oscuridad.
Dentro de ella hay cabello que encanece, la pérdida de los dientes.
Como una anécdota de los viejos tiempos
y como un extra en una obra de teatro. Envejece un hombre.

¡¿La cortina del otoño cae con un ruido sordo?!
El rocío está fresco. Sin embargo, perdura la música.
Él ve un ganso que se quedó atrás, un fuego extinguido,
un talento ordinario, una máquina inmóvil, un retrato incompleto,
cuando los amantes jóvenes salen a caminar, un hombre envejece
y las aves cambian de mirada.

Ha tenido suficientes experiencias como para juzgar lo bueno y lo malo,
pero disminuyen las oportunidades, como arena
que se escapa por entre los dedos, mientras se cierra una puerta.
Un hombre joven vive dentro de él;
su habla es el alma en el cuerpo,
y el viajero que él arrebata es un espantapájaros.

Algunos construyen casas, otros bordan y otros más apuestan.
El spiritus mundi sopla en el viento de la vida,
y sólo un anciano puede ver la destrucción que siembra.

Más voces se apiñan en sus oídos
igual que su cuerpo se ha de apiñar en un cajón de madera;
es el final de una secuencia de juegos:
esconde los éxitos y esconde los fracasos.
En los travesaños, en el hueco de un árbol, ha ido escondiendo
tiras de papel, cubiertas de frases sobre el amor y el dolor.

Para él, ya no es posible cosechar.
Para él, ser libre ya no es posible.
Envejece un hombre, y vuelve al instante de su juventud
antes de morir como un animal. Sus huesos
están lo suficientemente duros como para soportar la historia
y ser tallados con las irrelevantes amonestaciones de generaciones
venideras.



Traducción: Françoise Roy
Tomado de: Poesía china contemporánea. Abriendo alas hasta el infinito. Antología bilingüe, Leviatán, Buenos Aires, 2016.

23.2.17

El pastichacho de la calle Cabezón, por Pablo Ingberg


(fantasía sobre Néstor Sánchez inspirada en hechos irreales)


Vacía el mate de yerba reusada tras secarse al sol sobre un papel de diario. Vacía sobre el mismo diario escrito y sobrescrito de escrituras de tinta y yerba y sol secante. El mate lleno se ha vaciado y revaciado y escribió sobre lo escrito y escribió una y otra vez esa masa verdosa de manchas que nada significan pero algo dirán, un mapa explayado de un mate por dentro, vaciado. Mira las letras y las manchas en busca de un sentido no escrito, imposible de escribir pero tentado. Se deja deambular por esas escrituras superpuestas en busca irrenunciable de un sentido en fuga, que siempre se escapó, por más entrenamiento y ansia y combates y viajes. Aquiles ha dejado de pelear. Ulises ha dejado de viajar. Y sin embargo se mueve. La mancha verdosa se extiende todavía por un papel ya escrito y rescrito pero ávido aún de aguas o tintas porque el sol lo seca una y otra y otra vez. Incluso involuntaria es escritura. Es la escritura involuntaria que acomete todavía a diario. Un diario que se escribe y sobrescribe rescribiendo una escritura imposible aunque anhelada de toda anhelación desnihilizante. El mate vaciado de infelices ilusiones que mañana y mañana y mañana habrá de rellenarse de yerbas reusadas y por reusar.

Amorosamente, ceremoniosamente hace un bollo o rollo el papel, un sudario a la yerba escritora. Lo deposita como de costumbre, aunque como de costumbre rechazando lo costúmbrico del caso, en el tacho inexorable de basura. Se queda unos inmóviles minutos mirando esa tapa negra de tumba presagiante de descomposición. En los reflejos de luz irregular sobre la tapa se recuerda lejano trazando unos pasos de tango sobre un suelo ya escrito y aún por escribirse, aunque ahora la música agoniza en un cuarto lejano del recuerdo. Se recuerda lejano caminando y caminando y caminando lejos hacia todas partes adonde no se llega y donde siempre se está. En la tapa hay una tapa, negra, plástica, siempre una y la misma para ojos que no miran, pero para el que mira contra la costumbre en los reflejos de la luz hay movimiento. Y en ese movimiento hay movimientos y sonidos evocados, algo ya escrito y sobrescrito y sin embargo tal vez por escribirse: la posibilidad siempre latente de heroicizar en rito toda fuga concebible de la rutina radical nadificante. Entonces vuelve al fin hasta la pava siempre a mano, leal, la llena de agua corriente y común, la pone a calentar y mientras tanto llena una vez más el mate. Ahora toca yerba nueva.

02/03/2015

10.2.17

Esa última serenidad, por Milton Rodríguez



C A L L E

La calle murmura.
El polvo es
como un levantarse de brisas.

Las hojas
acostumbradas a tanto
se juntan en el cordón
empujando y mezclando arenas
semillas
pedazos de piel.

El vino se hace acuoso
al baldear
mezclado con rayos
y el ruido
de una persona
que llora.
     
Cincuenta metros
setecientas baldosas.

¿Será el tiempo
otra vez
arruinando el fracaso? 



S A N    N I C O L Á S

Un gato manso
me mira
con ojos estrellados.
Me sigue por el salón grande
hacia las mesas.

Me siento
y se endereza
apoyándose
en mi pierna.
Lo acaricio
y cuando dejo de hacerlo
me pide más
con la mirada.

Al no usar el lenguaje
pide afecto
de otro modo
quizás sin darse cuenta.

¿Adónde irás cuando seas polvo de hueso escalonado en la tierra?



L O B O S

Hay un hombre
un pedazo de fuego
que devora la madera.

El frente del edificio
se desmorona;
la gente empujada por los bomberos
y la manguera que pide espacio.

Humo azufrado
calentando con el reflejo.
Corridas entre pedazos de telas.

El cielo baja a las cenizas. 



N A V A R R O

En el viento del pueblo
ya ni la gente cree
en lo que se dice
en las historias
que siempre cuentan.

Violencia de tierra destajada.
Árboles apechugados
que caen
un zumbar de golondrina
que se pierde.



Y O G A

No soy más que uno en sí.
El mí mismo que trata
de meditar en el fondo del salón.

Se trata de hacer una asana
de un olvido de la conciencia
del cesar.

En la contienda de los pueblos
todavía hay gente que cree en la paz.

Cuando mucho se destroza
aparece un color naranja
un mantra
para ver si después del exterminio
Buda sigue sentado.



L A   C A S A   Q U E   F U E


¿ Dónde están las luces
los recuerdos
el libro de Enrique
del estante quebrado?

¿A qué silencio
se llevaron el tedio
los pedidos?

¿Qué pudo haber pasado
así
que por ir buscando su voz
en la hondura
la maldita sombra
terminó llorando?



P  A  R  E  J  A

Era la mudez que
de pronto
los dejó paralizados.

Cada uno recordando su historia
viviendo del pasado.
Ahora no hay nada.

Ni emoción
ni suavidad;
siquiera el brazo extendido
hacia el anhelo.

No quiere vivir su agonía.



E S E   L U G A R

El vino pregunta en la sombra
de la bodega.
En el estirado espacio que
llega hasta el fondo.

Entre tanto
la gente camina
y se mezclan
las estaciones del tinto.

El mosto lo había ayudado a crecer.

Antes
como el fantasma que va hilando por las hileras
desconociendo el destino que le podía llegar a tocar
si en la mesa del domingo
o sobre el mostrador del boliche
acompañando la pena.

Peregrinó de un lugar a otro
igual que su padre.


Es una mezcla de tiempos.