25.10.16

Pedarquía, por Emilio Jurado Naón



Los cerámicos rebotaban a cada flanco: color crema sucia. Abajo, las baldosas del piso eran marrón musgo; rebotaban también con cada paso a la carrera, pero de adelante para atrás. No entraba el cielo raso en el paraguas visual cuyo eje constituía la puerta del aula cada vez más pronta, más nítida, más amenazadoramente neta.
Mara se frenó en el umbral, respiró, al celular le sacó el sonido, miró los cerámicos crema sucia por enésima vez sin dedicarles ningún pensamiento específico y produjo, hacia la puerta, un rictus apático, severo. Ángulos y diagonales hervían atrás del vidrio esmerilado. Se filtraban risotadas, murmullos y cuchicheos, movimientos rápidos, espásticas preparaciones de un grupo estudiantil pospúber que ya intuía la presencia de la profesora en las inmediaciones. Mara entró –le brillaron los dientes redondos filosos. Los pupitres contenían con prolijidad cada cuerpo de cada alumno y ellos, a su vez, contenían el aliento, subrayadamente alegres. Sobre la mesa de la profesora, dulce de leche y brillantina goteaban encima de una chocotorta.
¡¡¡Ffffffff
                eeeeeeeeh
                               liiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
                                               eeeeeeliiiii
                               cuuuumm
                                               ffffffeeeeeee
                                                               pleeeeaaaaaah
                aahhh                   ñoooooooo
                                                                              cuuuumpleeaaaahh
                                                               feeeeH!                               oooossss
                                                                               oooooossssssss                 !!!
Natalicio de Mara.
No estaba sorprendida por la sorpresa, sí por la organización.
¡¡¡Queeeeeeeeeeeee
                                               loooooooooooossscuuuuuumh..!
No hace falta, no hace falta, ¡gracias!, cortó en seco con el brazo alto y la palma visible: plano recto contra sus facciones adolescentes.
Ellos respetaron; truncaron el canto. Fue hasta la chocotorta pensando que tenía que fingir una alegría para con. Los illuminati seguían sus movimientos en silencio expectorante. Qué raro esto de la torta, del dulce cobrizo manchador de superficies y pegote, ¡hasta unas servilletas descartables al lado, prepararon! Poco predecible por parte de una turma que apenas recordaba las tareas de un día al otro, que se amuchaba con el timbre de recreo todos atobillados en el marco de la puerta (¡tan estrecha!), y rezongaban y tropezaban y hacían castañetear metálicos sobredientes. Se sentó, Mara, dejó el bolso en el suelo. Los estudiantes inflaban ojos aerostáticos; y nadie notaba nada raro en el escuálido tilo que, a través de la ventana, empezaba a bambolearse contra un cielo limpio, crudo. Adentro, era calor en los sobacos –algo que todos coincidían en experimentar– y un hegemónico olor a hormonas condensándose en el aire. Cortarlo con cuchillo. Battaglia, de la primera fila, de esclerótica columna, le alcanzó un cubierto chato: lo arrastró con el índice sobre la fórmica.
¡No voy a ser yo!, Mara hizo un quejido, ¡la misma cumplañera! No, seño, tiene razón, se atajaron los estudiosos, que corte Battaglia ¡Si yo ya le di el cuchillo..!, Battaglia argumentó. Es verdad, ella le había alcanzado el plástico; irreprochable. La vaga de Battaglia. ¡Orden! El de la esquina: Alfonso, haga los honores. Juajuajuahaaha. ¿A qué se debe? Se llama Fonzio, Adolfo: no Alfonso. A eso denominamos “contracción”, de paso aprenden. Fonzzio, los honores.
Fonzio, Adolfo, restregó las suelas sobre el piso vinílico (con aroma a goma eva; más para Gimnasia que para Prácticas del Lenguaje), se avino a la chocotorta e irguió el utensilio en mano. Con los dedos se sostenía a la fórmica para no caer, que su estructura ósea era esquiva y frágil –consecuencia de escaso aire fresco y un onanismo vernáculo. Apuntó, dio en el centro, delineó un círculo como con compás. La brillantina maravillaba.
En esos brillos casi me pierdo, se despabiló Mara, concentración, no pierdas lo atenta. Al fondo, atrás de Fonzzi, unas curvas se mueven. Líneas blandas, líneas duras. Mara se puso de pie para rebasar al estudiante –¡justo uno alto!– y pescar a esos movedizos del fondo. ¡Allá! ¡Atención! La tropa reaccionó unmediata poniéndose de pie también: no dejaron ver. Los movimientos del fondo se fragmentaron. ¡¡Heil, Mara!! Trentaiún cuadros formados en rectángulo: brazo derecho levemente sobre los noventa grados respecto del cuerpo, mueca austera anuncio de sonrisa, medio chiste medio en serio, uniformidad como síntesis probable de un grupo éticamente heterogéneo. ¡¡Heil!! Descansen, replicó Mara (automática). ¿Cuándo les había enseñado esto? ¿No fue al quinto año del año anterior?
Alto, anunció. Fonzio, al banco, gracias.
No era algo bueno. Con el quinto había salido horrible; se había desplazado fuera del control relativo del aula, y la experimentación –posestructuralista en principio– había contraído una disforma fascistoide no deseada, no calculada, irregular, extrema, independentista o arcaica. No lograba decidir el término: el justo término.
¡Alfonsooooww!, se oyó en falsete entre las filas. Burlesque pronto reprimido con amonestación gestual (rubias cejas juntas y, en la vista, brillo glasé). Alto, reincidió Mara, torta entre paréntesis, ¿de dónde sacaron el “Heil”? Risas, más risas, nunca nos alejaremos lo suficiente de las risas, ni reclusa en escafandra lograría amortiguar la estridencia en eco de estas sus risas de cristal chirrioso.
¡Profeeeh!, sonreía Yen, Graciela, la más recta de los brazos en salvecésar. Nos muestra a todos el control de sí, la autoconciencia física. Ha de ser genial en el salto en largo. Gorjeo cristalino. Los dedos juntos y su almohadillada palma, ni restos de tinta. Falta hacerlos escribir. ¡Saquen hoja! ¡No, profeeh! Descansen. Todos se sentaron menos Graciela, que se explayó: Vos nos enseñaste, Mara, la formación. Hoy para tu cumplaños la practicamos. ¡Heil!, hipó y de vuelta al pupitre. ¿No vamos a comer la torta?
Mara decidió doblegar el temple: dispensar una hora libre. La turma celebró brevemente y se acercaron los bancos centímetros, arrastrando, en torno al escritorio, patas de fierro que rebotaban en el suelo de goma, clac, clac, ploc, un metálico ahogo de ronquidos. Paz. Organización. Se anunció Evaristo y luego se puso a repartir servilletas sobre cada banco. Allí irían a parar las porciones que aún se demoraban, anche listas para la deglución en su bandeja matriz.
Un brumbrum del estómago le escandió los pensamientos. Meditaba en amplia silla barniz oscura, meditaba y los miraba hacer. Calibraba la serenidad de sus gestos hasta hace días histéricos y desmedidos. Un cambio; había devenido un cambio. Pero las causas no eran claras; más bien un fondo denso turbio, nubarrones, neblina, detrás de la que esquivas figuras ensayaban el baile amorfo de una explicación. Brumbrumm, hambre matutino: se acercaban las once. Poco había comido. ¿Una manzana? ¿Leche? Tostadas, sí, no; habían quedado en la cocina enfriándose, endureciéndose, perdiendo vapor a hilos porque el reloj ya marcaba. Las iba a encontrar, seguro, a la vuelta, incomibles. ¿Apagué la hornalla? Heil, ¿cuándo les había dicho lo del Heil? No era este grupo, no. Está en este grupo Evaristo, de familia judía; nunca hubiera.
¡Evalisto!, clausuraron los graciosos de la esquina norte, siemprevivos siemprelistos para la práctica de juegos con nombres y eso. Con éste estrenaban chiste: Evalisto. Evaristo había terminado de repartir servilletas y porciones, y ya acercaba la que le correspondía a Mara, con un M&M verde en medio. Un tic en los labios de Evalisto al arrimar el prisma chocolatoso, queriendo ser sonrisa. Flequillo mustio y azabache portaba, como siempre, cubriendo un ojo: el otro de lívido celeste, escondrijo. En la comisura, más cerca, la profesora captó un dejo de ironía. La ironía, pensó, pibes y pibas adictas a la ironía pero cuya presencia en el discurso siempre fracasan en identificar. No se puede ser irónico con ellos porque la comunicación se quiebra, aparece una grieta aparentemente generacional pero efectivamente institucional, de roles. Y cuando son ellos los que enuncian, la ironía sale para todos lados: como una excreción, detritos, un sudor irónico. ¡Baño de sarcasmos les debería dar! ¡¡Qué se limpien!!
Recibió el bloque, pesado, en un hueco hecho con las manos. Lo elevó para mirarlo al ras. Capas tectónicas de chocolinas humedecidas con Nesquick, dulce de leche como lava, fluye densa y en evoluciones fractales. Si fracasa la ironía, ¿a qué nos atenemos? No podría ser siempre explícita, presumió Mara para adentro, me secaría y lo que se seca después se agrieta: como las patas de pevecé de la silla que puse, un verano, en el balcón, intemperia. Se quebraron, se quiebra, requiebros. ¿Qué le pasa?
Al centro, tercera hilera, uno de los illuminati se doblaba por la altura del vientre. Boqueaba con la cabeza abajo del pupitre y se escurría las rodilleras del pantalón gris uniforme. Solo se le veía la giba de la espalda, el suéter mostaza del colegio corcoveando. Pelusas amarillentas danzaban en el aire. Algodón de azufre. ¿Y a ese qué le pasa? Mara sentía entre los dedos el áspero papel tissue. A ese, ¿qué le pasa? El resto de la turma, inmutable. Lo miran, al compa tembloroso, resquebrajarse. Resto de chocotortas, intocadas, sobre pupitres, prístinas bajo los tubos de luz que eliden toda sombra. Las porciones permanecen sin mella menos una: la del tembleque. En ella se evidenciaban las incisiones del glotón, el que no esperó, el del sapo en el vientre. ¿Será eso? Eso lo que lo tiene temblequeante, un sapo; que no son requiebros amorosos, de sapo príncipe. Descreo. ¿Croa?
La cabeza del pupilo dio coletazo inesperado para atrás y quedó su pecho en contracciones, la pera lábil en punta y hacia arriba. No es nada, seño, saltaron en coro las chicas zona sudoeste –grupo de tres solícito. Con cada semana que pasa más se parecen a sus madres, más base en el cutis y menos, más reducido lo espontáneo y verduril de sus semblantes. Debe ser alergia. ¡Sí!, afirmaron otros del medio, Lucio es siempre alérgico al todo, todo el tiempo. La totalidad, Mara largó el aire contenido por uno, dos, tres segundos largos: el suspiro se deslizó en su dentadura. Así que ese es Lucio el que croa sobre la cruz, sobre la cruz de torta. Echagüe, Lucio. Dos bien, un excelente y un nueve. Más, más, menos en la planilla diaria. Tareas adeudadas: nulo. No habla mucho, no juega al fútbol. Cada tanto un comentario sobre Historia vinculada, mal o bien, a los rudimentos pertinentes. ¿Alergias? ¿Alergia a qué? ¡Al pasto! Al polvo, a los ácaros en el polvo –las respuestas se acumulaban en barahúnda; ese hábito insidioso de dialogar como masa, desde la masa e intramasa. A la tinta. Al chocolate, ¡claro! Alérgico a la vida, latigueó uno de los humorísticos. A la larga, ¡alergia a la alegría! Casi: batata macabra.
Lo rodearon. Cenital, el eléctrico candor irradiado por los tubos lo ruborizó, le dio mejillas. Respira. Rastros de chocolate le marcaban el rostro. Burbujas de dulce de leche blo-blo-bloqueaban la boca. Un frío le recorrió a Mara la columna, las vértebras una/ a/ una/, Ijijijiiih, expulsó un quejido equino. Los illuminati la miraron. Eso, ahí, por un instante: guedejas de ironía. Tengo que recomponerme, no flaquear, ellos miran, pensó en breve Mara y decidió sonar convincente: A la vicedirectora, rápido, Graciela, llamá a la vice. Pero, proooh, ¡si ésa..! ¡Nada!, cortó en seco el capricho, ¡La buscan! No, no, atajaron dos de los de la zona norte, la humorística, ácida, el incansablemente jodón distrito del chiste, No-no, ya lo llevamos. A la enfermería, pobre Lucho, Lucy, Lucichagüe. Siempre alérgico al todo, todo lo alergia, siempre. Lo conocemos. Va: hamaquita de oro y derecho a la salita. Nosepreocupeprofe, es común; común a él, a lo poco común de sí propio.
Entre ellos, Campos, con esas compradoras cejas de “parezco más grande de lo que soy”, “gasto más plata de la que tengo”, “lo de morocho se me pega por tennis y pileta”. El porte, los hombros, deliciosos hombros y un par de clavículas que se parten solas. Vaya, Campos, vaya. Llévelo a Echagüe a donde quieran, a donde quieran y como quieran. Llévense a ese Echagüe Lucho a la enfermería, por la cañería, con sus ausencias, silencios, alergias e incoherencias. Elévenlo y llévenselo, que quién lo va a extrañar, ¡que quién si ni en el pubis tiene pelos! Campos & Cía. dejaron cerrar la puerta con delicadeza y por el pasillo se oyó cómo sostenían a Echagüe en andas, ataúd de carne, a lo largo y lo ancho: hacia la enfermería.
Agua oxigenada. Cloroformo. Formas dobles, triples se superponen y hacen transparente lo traslúcido; deshacen lo lúcido y lo vuelven opaco. Jabón de azufre. Yodado de sodio, caladril, éter, no, eso no. Es otro el olor: colonia, esperma seco, colonia espermática. No. Una zapatilla de lona quedó a medio camino de la puerta. Rápido desapareció arrastrada por la punta de una bota con plataforma que pisó cordón y escondió el vestuario tras bambalinas, contra la pared, entre mochilas. Mara supo pero miró a otro lado y trinó, tres veces trinó con risa infantil. Loca sí, boluda no. Se dijo. Pasó una servilleta por el pupitre de Echagüe. Quedaron en el papel marcas marrones: fue a rebotar dentro del tacho. Devolvió los ojos, irisada, en ronda a lo largo y ancho de la turma, que espiaba desde sus asientos. Aprendices simétricos, atornillados, endémicos. Ni una gota bajo el puente. Madera que cruje en los marcos de la ventana. Un soplo brama frío pone a prueba al tilo. Pero no lo oímos, sólo podríamos adivinar el ruido por los movimientos que hace. Se lo ve sonar.


15.10.16

Seis poemas, por Nicolás García Sáez




ORIGEN

Dos monos se deslizan sobre sábanas de seda
Gentiles arrogantes
Se reproducen, cruzan charcos
Trotan, saltan por los continentes

Cambian las máscaras, la piel herida
Saben y anticipan:
-Que África cabe en la palma de sus manos
-Que la neblina trémula es el tiempo




UN DELFÍN

Del Tirreno, del Atlántico
manchado tropical
vagabundo en el Adriático
o acróbata, el de hocico retacón

Nariz de botella, indo pacífico 
cabeza de melón
calderón de aleta corta
o rosado de Hong Kong

Amigo de sus amigos
un gran comunicador
y mucho, pero mucho más inteligente
que toda esa basura de arponero nipón




PREGUNTA QUE SE PUDO HABER HECHO UNA POETISA CLAUSTROFÓBICA AL DESPERTAR DE UN SUEÑO

¿Acaso Syd Barrett
diamante calmo
pintor loco
con su encierro
(tan contemporáneo)
se transformó
queriéndolo o no
en el primer hikikomori occidental?




LA CAÍDA DE LOS ÍDOLOS

Cuando despertó junto al mundo
cosmos frágil y pequeño
tomó vaga conciencia de “dioses”
infinitos, arrogantes
en aquel entonces
niño tonto
no distinguía terrenal y celestial

Había popes, papas
tiranos o soberbios
divas prepotentes 
deidades en decadencia
oráculos ciegos y
sibilas sin runas
que no distinguían terrenal y celestial

Estrellas que estrellaron
sus luces sin gracia
destellos tenues
con sabor a nada
ángeles sin alas
cayendo del cielo
queriendo distinguir terrenal y celestial

Demasiados presidentes
o dueños de todo
campeones, famosos
directores sombríos
musas y semimusas
con el perfume de la luna
que no distinguían terrenal y celestial

Pasó un mes. Pasaron dos
Pasó un año. Y otro más
poco a poco
fueron cayendo 
como naipes viejos
y falsos
todos los ídolos (que le permitieron al tonto)
distinguir terrenal y celestial




EVOLUCIÓN

Aquello partió
bajo la sombra del ombú
con un sapo
y su bella rana
reposando para siempre en el jardín

hubo un gato
con diminutivo célebre
que llegó un día
y al otro se fue
rompiendo pedazos de mi corazón

hubo un axolotl
que en pocos meses
regeneró sus piernas, amputadas
y se deslizó bajo el barro
de una barca oscura mexicana

hubo un lémur negro
que mordió a un gusano
envenenado
equivocado
para alucinar con el cianuro en las alturas de un baobab

hubo un mono loco con coctel
de alcohol frutado
con la espuma en la boca
de un puercoespín
hubo un reno buscando un hongo bajo la nieve

hubo, si, un delfín amarillo
que se adhirió
también
a mi piel
para multiplicar sus voces

de puntos cardinales
y armar
en una sola pieza, a un animal fabuloso
aquel
El Único, esencial
cubierto por el recuerdo de todos los demás




USTED

Un coro ladra su aplauso
desfile alegre y sediento
varios capitanes boquiabiertos
levantan las ollas del fuego

Un cisne minúsculo hambriento
mastica terrones de azúcar azul
bosque sordo triste y asfixiado con
ocres torvas calvas relucientes

Duendes entre sueños
que destilan tangos
¿El amor es exacto por todo el peso de su desequilibrio?

Entre la nieve, las sombras
se detiene, la nube, se suspende
cielo despejado

mansa, quieta
mantra, sexy
más

Usted me invita
para que yo aprenda
a deshojarla
quitarle el velo
la vergüenza
hacerla carne

Usted sabe que si yo accedo
aprendo
le quito el velo
la vergüenza
y la hago carne
el desequilibrio será exacto
y mucho más grande



Tomados de: Neptuno y las Faunas, Buenosaires Poetry, 2014.

8.10.16

Horóscopo, por Nerina Gonzalo


Su afición por alimentarse únicamente con éclairs no es algo necesariamente grave pero es por eso que los demás lo perciben como a una persona singular. Cálmese un poco. Otros alimentos pueden ayudarlo a encajar y a conseguir un puesto de cajero en el Banco. Su deseo de llevar los libros contables de algún comercio está más cerca de lo que cree. Su carta astral es propicia. Una dieta de vegetales y una corbata nueva ayudarán a los astros, que no pueden solos. Usted colabore con esa parte y le garantizo que será contador público cuando menos lo espere. Ánimo.


El día ha llegado. Usted ama secretamente a una persona y ya no es posible callarlo. Quiere gritarlo a los cuatro vientos. Una advertencia de Saturno: absténgase de cualquier manifestación amorosa. Ese temor que anida en su interior no es producto de su imaginación. Si bien el pensamiento mágico es cuestionable a todas luces, por esta vez observe las señales. Cualquier cosa funcionará como recordatorio para un saludable silencio mortuorio: una caja con bombones derretidos, un champagne oneroso inexplicablemente picado, un contestador automático, Cumbres Borrascosas. Calle sus sentimientos hasta la semana entrante y los satélites del amor definitivamente gravitarán a su favor.


El mapa está borroneado y se pierde en un lugar que desconoce. Camina unos kilómetros por la Pampa y llega a una cascada de jugo de cerezas. Unas niñas disfrazadas de Barbies le ofrecen helados de crema, gelatina roja y limonada. Tendido a la orilla del dulce río advierte que la infancia nunca se va del todo, que perdura en nuestros corazones. Después cosecha manzanas, ríe, y regresa en el lomo de una cebra sosteniendo con fuerza un centenar de globos de colores que anhelan un viaje por el aire.


Le regalan una Pelopincho con un souvenir. Dentro de la adorada pileta, los fabricantes le han enviado cuatro delfines pequeños. Primero usted tiene el impulso de sacarlos de ahí y arrojarlos al mar. No lo hace. En cambio les pone nombres marinos y los alimenta con algas. Ellos le festejan todo y nadan para atrás haciendo piruetas festivas. Al día siguiente va a la pescadería y les da sardinas frescas. Ahora hablan: rrrrjjjiii. Usted enternecido se mete en la Pelopincho y ensayan coreografías juntos. Al año siguiente ya casi no entran en la pileta. Entonces en un camión acuático los devuelve al mar y tiene la pileta para usted pero no los olvida.


Antes de salir elige entre un paraguas alegre y otro triste. Hace cinco mil días que llueve pero parece una eternidad. Camina unas cuadras y en una esquina hay una convención de Mazinger, todos con hombreras. Se acerca al que tiene el traje más fidedigno y le dice al oído, le susurra, si hacés cosplay de mi corazón te tenés que romper.


Recibe una carta peronista. El cartero se la pasa por debajo de la puerta y usted la abre. Sale un colibrí. Primero hace pequeños vuelos cortos y puede verle el tornasol de las alas. Vuela un poco por la sala, se detiene, sigue. Después queda suspendido en el aire y con voz audible y electrónica dice Evita Compañera. Cuando sale por la ventana usted lo sigue con la mirada y apenas lo alcanza a ver libando unas flores de ceibo, y luego perdiéndose, hacia la parte más peligrosa de la ciudad donde unos malhechores aguardan a una anciana para robarle la cartera.


Acaba de darse cuenta: aún conserva su inocencia. Este rasgo es peligroso, ha tratado de ocultarlo durante años. La gente lo advierte y usted se endurece todo lo que puede para que nadie lo note y para ahuyentar los peligros. Pero de pronto el amor se presenta y le desbarata los planes. Es un brillo extraordinario. Aunque quiere ser cobarde, decide ser valiente. Pero hay un detalle: sin que pueda evitarlo ahora su inocencia emerge con el esplendor que siempre tuvo, como siempre ha sido, y ahora sí, todos la verán, y aunque estará realmente en peligro por fin no le importa porque de la simulación nos despedimos con un diamante.


La niña telekinética de Santiago del Estero pone discos con la mente. Los discos salen del armario y les apoya la púa. Empieza una canción. Los viernes escucha que fantástica, fantástica esta fiesta. Los sábados, en el puente de Avignon. Los domingos no me abandones nunca.


Su miedo a los payasos no es otra cosa que el producto de un simple trauma. Recuerda con terror aquel suceso de la infancia en ese interminable cumpleaños y recae una y otra vez en hábitos que no son buenos para su salud. Las drogas duras y el bungee jumping no son el camino. Relájese haciendo ejercicios de meditación y lea novelas largas, salvo It, de Stephen King. Es la historia de un payaso diabólico y puede descomponerse en la madrugada, justo cuando Plutón entra sigilosamente en la casa de su signo y proyecta una sombra atemorizante con un turbador matiz rojizo sobre la luna.


Este mes será francamente horrible. Los efluvios de Marte harán estragos en su vida cotidiana y estará desvelada. Por enésima vez la llamará por teléfono esa anciana que busca a su prima Mirtha. No trate de explicarle más que usted no es ella. Tome el toro por las astas y converse un rato animadamente. Dígale como al pasar que se muda de domicilio y díctele con voz pausada pero firme el teléfono de su enemigo. No olvide que el secreto de la vida consiste en capitalizar las contrariedades a su favor. Hay altas probabilidades de que el mes próximo un cometa de enorme peligrosidad se estrelle contra el satélite de la empresa telefónica y haga el resto. Tenga fe.


Su hija lo desautoriza permanentemente invocando la sabiduría de Internet. Ya no alcanzan esos trofeos que comprueban que usted fue el pescador más grandioso y avezado del Paraná. No se aflija. Sus frondosos recuerdos lo ayudarán a retomar un diálogo fluído. Traiga a su mente las mejores cosas, acuda a la evocación: una excursión por la selva de Sumatra para ver a la flor más grande del mundo. Un pedazo de pan blanco que se hunde en la yema de un huevo. La lectura del Quijote. Cuando fue sorprendido en aquella siesta por unos brazos que le rodearon la cintura, y se quedó dormido, y soñó con los jardines de Shangri-lá, donde un cervatillo con ojos humanos lo miró con ternura y usted supo que todo iba a estar bien. Empiece ahora.


Esta semana tendrá otra vez ese sueño recurrente. Se duerme temprano y, de nuevo, ahí está la Coca Sarli desnuda escurriéndose el pelo en las Cataratas del Iguazú. Pero en el sueño usted sabe que se trata del agua. Proviene de un manantial del Amazonas a miles de kilómetros, viaja por la selva con los dorados hacia el Estero y llega hasta el Río de la Plata. Usted, en el sueño, observa un acontecimiento celeste. Después se toma un vaso con agua límpida del manantial lejano y se va a dormir temprano para soñar con eso.

Tomado de: EL MENTALISTA # 2



2.10.16

Precipitaciones, por Celeste Diéguez


Si  la altura en que crece frondosa la tromba de piedra  y cemento que preña al río que envuelve la polimorfa alegoría de vida donde articulados cruzamos de par en par el hueco que deja abierto  nuestro intento de formar una pira una pirca un grupo de objetos apilados  en el mundo que nos haga volver  que nos sirva de seña en  la polvareda que somos  el polvito que nos agrande el pedazo de cielo  que nos toque  el pedazo de cuerpo que cargamos el pedazo de piel que transa con lo externo el órgano que llevamos  cruzado en el pecho como una honda  si atravesamos a nado ese río y su  hermético  fabricar de símbolos  constantes a cambio de guijarros semillas valores sellos o si uno vuelve presuroso  bajo tierra  en transportes públicos  demasiado cargados apretado contra  la boca del otro  con la palabra del otro adentro  que se respira como un secreto 
si se cree digo
en la posibilidad de un fugaz reposo en esta sucia estructura  que se derrumba precipicio que se escabulle o se aplana tridimensional o escarpado vertical o invisible dejándonos siempre  jadeando al borde probando vinculaciones  que de antemano sabemos fallidas.



El cuarto propio pero abarrotado de ajenidad una boca que habla en otra lengua que se habla a sí misma una boca que le habla a otra boca una lengua que consiguió otros bienes va atrayendo la desgracia la peste  la corrupción y si eso que se llama el otro fuera sólo un cuadro con lo que hay que aprender  una  sosa raya de karma que si no quedó claro ahí vamos que si vas por ahí de nuevo  ya sabés que después  viene eso?



Puede la carne enrollarse como un colchón sin uso
o  jugosa presa, levantarse
cada vez como una llama
el humo de una aparición solapada
cada escama de adn en su espiral abominable.
Pueda sentarme, carne al fin
la espalda contra el árbol
restregando mis muñecas marcadas
libre del deseo ajeno y del propio
libre de la ansiedad de la vibración y el jadeo;
cuando me siente al pié de ese árbol
yo también seré pié
metro
parte ínfima de un sonar complejo
apenas una rúcula en la pizza de jamón del diablo
un  averroes
royendo su hueso pelado;
guirnalda de gusanos orlará el cuadro
estaré  muerta  en paz de órganos y aparatos
ya no más planta deseante
ya no mas coyuyo sufriente
amancebada égloga rudimentaria,
bien pastoril.



El sosegado clamor de las gallaretas
levantándose en la aguada lejana
toda untada con la grasa murmurada al oído
puro rosa en el atardecer ;
así  el ávido picaflor se abre
ante el coyuyo montaraz
montera la paloma arroja
con la honda un cuarzo
espejeando
así de sudorosa brilla
la piel yegua
que se raya y rezuma
al manotazo ahogado de crines y saliva.
Un belfo que se hunde en la pupila cebada,
el fragor que domina la campaña y la yerra,
el cuerpo enorme que tiembla
al lazo y al fierro;
suave el polvo  envuelve los cascos
al vaivén de las pequeñas pisadas
principia el tornado y la fiebre, todo vuela
el viento es una hélice en el eucalipto
hoja vibrando en la boca que la sopla
el cielo se encauza en el zanjón,
las estrellas entreveradas  con los terrones.
Ya vendrá la cigarra y la lluvia a contar sus cosas;
las semillas prenden  aún en la tierra seca.



la pala hundo en el humus humano el metal brilla fluido amalgama es hermoso pensar en materiales interviniendo dialectos explotando por fin en insultos delictivos deleites la fuerza pala la intelectualidad pala ardiendo al rojo hervor de los cánticos que tejen rápido entrelazando la urdimbre los hilos de acero el dibujo acuarela de la praxis empala la idea por el sexo de la idea por el testuz el torso la idea muestra al fin su líquido vital el palo que sujeta su carne sobre el fuego cociéndola cada palabra mide el tiempo lineal de su utilidad un concepto se solidifica al caer como se enfría de rápido la cera hace moldes también se rearma con nuevo pabilo adentro quemar lo que solo ha sido causa de servicio



Un hueso agujereado en el medio de su centro por donde se escapa  la paz el amor la paciencia  por donde se va el tao  turbina  que  descentra y reconstituye  chupa y expulsa  en constante arremolinar de esquirla a polen ácaro en la brisa huella ósea remotísimo diente a punto de desaparecer una pala excava tan hondo que se lleva todo y no deja ni el marco

 el borde arranca y exclama -el hoyo sos vos

Un haz de fibra óptica que parpadea tratando de retener  algo  una hebra que no se vuele que pringue el cristal para estudiar su forma  y reproducir  en nuevo molde  un metal liviano que decante  raíz que me sujete no me haga volar agitada y chocando contra  todos esos  eventos que en la práctica se llaman vida, que en la teoría se llaman vida y que todos sabemos que no lo son.