23.6.16

Luis Thonis, por Javier Fernández Paupy




Yo ya estaba borracho cuando me habló por primera vez de la diferencia entre los lectores que no subrayan los libros y los que leen para encontrar un estilo que no tienen. Estaba borracho pero lo pude oír decir, como si fuera suya, la frase de alguien más. Ya no pasa el tiempo entre nosotros. Todo se lo tragó el pasado. Cuando le pedí que me dedicara su libro, anotó en letras de dudosa caligrafía: Sólo desde la risa del Paraíso se puede atravesar el Infierno. En un bar irlandés dijo que tenía una lectura de Caín y Abel y que todos deberían hacer la suya. Sus pensamientos eran misteriosos cuando para mí lo mejor fue siempre no entender. “Nadie hace un crimen y lo asume a la vez, esto viene desde Caín, que le pregunta a Dios: ¿Soy yo el guardián de mi hermano?, pensando que Dios es un dictador y que puede hacerse cómplice.” Así hablaba, con una mezcla de erudición y conciencia moral infinita. ¡Caín! ¿Pero cómo? ¿Caín tiene algo que ver con los editores? Por supuesto, me dijo, todo Mallarmé trata ese tema.

Yo pensaba que siempre había dos caminos a seguir y que lo mejor quizás fuera cambiar continuamente de camino o no seguir ninguno. Los jóvenes se hacían viejos queriendo entender. Si la juventud supiera qué puede y qué no. Él se enfurecía con la idiotez de un escritor y los efectos que producía su lectura. Hablaba con frenesí de la inflación, de ciertos índices económicos falseados, de los bienes del patrimonio público, de la moneda que emitía el Banco Central y del endeudamiento nacional. Los esperpentos en la política de turno oscurecían el hilo de su voz. Se lamentaba y enardecía porque pocos sabían quién fue Pol Pot. Yo no lo sabía. Su forma enloquecida de pensar me resultaba deslumbrante; sus gustos, extremos; su ideología, misteriosa. Pero encasillar a alguien inclasificable, no. Su presentación era su voz. Yo diría su risa. La situación en Grecia, el remoto hoy que fue Eslovaquia ayer y las mercancías del espectáculo desfilaban en una marea de cambios naturales por su conversación. Y él insistía en que era fanfarrón pero no soberbio.

¿Qué cosas le daban alegría? Yo tendría que haberle preguntado si hablaba solo, si veía a la escritura como la prolongación de la guerra por otros medios y también qué era para él la ilusión amorosa. Pero nunca hablamos de eso. En cambio, me dijo sin sobresaltarse que lo peor de la historia se rearticulaba siempre de manera universitaria. No olvides que Cezanne dejó sus cuadros inconclusos, me miraba y se reía. Me distraje, siempre me distraigo, pero volví a la concentración de la charla cuando aclaró algo sobre Perón, diciendo que no le interesaban los problemas morales, que su problema era el salario. Algo hubo o habrá entre moralistas y estadistas. Pero no entendí qué pasaba con esa generación. Ni con la mía ni con la suya. Cuando nos conocimos él estaba con unos ensayos sobre el nacional-populismo. Leía el presente desde el presente a la velocidad de un pensamiento o ubicación inexplorados. Le interesaba hacer un estudio sobre la performatividad postmoderna, sobre el montaje fetichista, político, espectacular de los idólatras actuales. A los veinte años pensaba en la muerte como algo romántico. Muchos sabían de la fuerza que tiene un texto publicado. Y pensaba que había gente que leía para controlar, eso me dijo una noche. Yo le vi la vertiente delirante enseguida cuando lo escuché decir que la palabra compartir lo ponía muy mal. El suyo era un lenguaje de la aventura y también era la aventura de un lenguaje. Cuando pedimos nuestro segundo té, esa tarde, una de las primeras veces que nos vimos solos, le habló a la moza del bar sobre Molière, le dijo que pedía té porque se sentía un poco resfriado, casi a punto de engriparse, y la chica se rió y él le resumió el argumento de El enfermo imaginario en diez segundos. Una semana después le hablaría de Chejov, la chica estaba interesada en el tema. Esa tarde se hizo de noche y cuando me despedí dejé dos billetes de veinte pesos, uno era falso.

El artículo 17 de la Constitución le parecía importante. Según él, desde el 2001 la Constitución estaba rota. Me dijo que Kafka lo había dicho hace años: “Todo está en los detalles”. Hablaba y hablaba como si nadie prestara atención y tuviera que explicar todo de nuevo, desde el principio: “La Constitución es una organización simbólica de los cuerpos y de los derechos individuales. Eso parece no entenderlo nadie. Una conspiración. Alguien te ataca a vos. El código es que te hagan caso. Hay hombres de código. Tenerlo todo es vulgar. Lo decía Eduardo Wilde. El código sería vivir en una casa. Una casa de agujeros. Y llena de ratas. El chueco es perfecto, como chueco es perfecto. Un manco por ahí es perfecto. Perfecto como manco. Si uno es lo que es. Puede ser perfecto siendo lo que es. Todos dicen lo mismo. Empezás a sospechar. En la Argentina hay una dramática constitucional. Alberdi. Hay unos tipos que quieren instaurar una ley. Y otros violarla. Es un país potencialmente anarco. Que va por diferentes caudillos. El Dogma Socialista es idealista. En el sentido santisimoniano.” Orquestaba partituras en el aire. Hacía música con la historia. Mordía su drama constitucional, defraudado por las garantías del Estado de derecho.

Leía con unos anteojos medio destartalados. Muchas veces se indignó conmigo porque cortaba el hilo de sus argumentaciones o cuando yo demostraba que no sabía discutir. Mis preguntas lo interrumpían y a veces se irritaba o se enojaba. Repetía una frase de Joseph de Maistre: “Los que no comprenden nada comprenden mejor que aquellos que comprenden mal.” ¿Lo decía por mí? Yo estaba ahí, de alguna manera, disimulado, en esas conversaciones en las que mi entusiasmo era innegable pero así de grande también mi ignorancia en esas latitudes. Guardo así la memoria de esos días. Y ahora sé que para fundir una nación se necesitan: 45.000 policías en la calle con sus uniformes azules, su barriga y su idiotez, 73.000 balas de goma, 3.400 granadas de gas lacrimógeno. Antes de ponderar a Tocqueville, esa vez, habló de la Ley de Reforma del Estado (N° 23.696) que autorizó al Ejecutivo a privatizar empresas de servicios públicos. Hablaba enérgico, como poseído.

En la página 251 de una edición de 1978 de Una belleza rusa de Nabokov subrayó con tinta negra la frase: la memoria acumula. Creo que alguna vez esperó de mí que boswelizara su vida. En todo caso me dejé fascinar por su elocuencia. Esa noche caminamos al costado de las vías del tren. Lo acompañaba a la parada del 168 cuando me dijo que había que hacer listas de libros. Los diez mejores libros que uno hubiera leído sobre economía, las diez mejores novelas, y así. Decía estar haciendo sus listas, pero no haber terminado ninguna. Cómico de la lengua, Los siete locos, Peregrinación de Luz del Día. Le interesaba el odio de clase entre argentinos. Estaba loco, sí o no, pero siempre tenía algo para decir y lo que decía era genial, estrictamente inteligente, apasionado, paranoico, verdadero. Por convicción o conveniencia la gente tiende a decir lo que piensa, aunque a veces algunos se acomodan diciendo lo que les conviene; otros nacieron con un lugar de enunciación asegurado o se confundieron sin dificultades en el murmullo del éxito discursivo actual. Pero su risa era otra cosa. Nunca pude sacarle una tristeza. Hablar con él para mí era entrar a un museo de estilos. Alguien demasiado inteligente de una sabiduría que nunca voy a saber de dónde salía. No del saber. Porque redoblaba cualquier frase o idea, por pasajera que fuera, y la ponía en un lugar en el que no podía sostenerse, en un mundo de esterilidad. Padecía los defectos de sus virtudes. Era un poeta: un pobre animal enfermo que siente, un triste agónico contento.

Cuando Buffon dijo: El estilo es el hombre, creo que sólo o también o además dijo: Ordenar el pensamiento al ritmo, velocidad y movimiento de una frase: ahí el estilo. La literatura es vacilación, no certeza. En estética siempre estuve con Epicuro: "Disimulá tu vida." Yo estaba desenchufado de todo pero suponía que todo estaba bien. Luis Thonis fue y siempre va a ser para mí un escritor peligroso, corrosivo, brillante, resuelto para mostrar lo que otros preferían tapar; artero, atrevido, de tonos pálidos. Mezclaba lo político con lo poético. Decía, por ejemplo: “La economía de la indiferencia va de la mano de la banalidad del bien.” Pero el comentario se desprendía de una respuesta sobre la diferencia entre la letra de una canción y la de un poema. Demostraba que la política no está separada de la poesía. Los laberintos de su mente aparecían espejados en un estilo ramificado. Leía Joumana-Jo Haddad, me repitió una frase suya: “Pensás que tu problema es específico pero, quizás, es universal.” Me aseguró que para escribir una gran obra hay que perder mujeres, lectores, amigos y editores. Grandes libros que se escriben perdiendo.

Pero era más fácil comprar la felicidad como una mercancía barata o adulterada. La felicidad siempre va a ser una palabra de mierda porque impide la dicha, ahorra el dolor y a la vez el placer, concentra la angustia, bloquea. Esos recuerdos suyos conservo. El fraseo de su voz. La manera desordenada en la que comía maní. Había una guerra ideológica en el mundo, guerras religiosas, guerras capitalistas. Yo envejecía, me volvía cada vez más gris en mi trabajo y después no hacía otra cosa que escribir. Escribía el libro de las cosas que le escuchaba decir a los demás decirme a mí mismo. Él no dejó de mandarme por correo electrónico un seguimiento de catástrofes y matanzas, quizás para mostrar que el mapa que registraba sobre el ascenso de los fundamentalismos no era una trasnochada elucubración suya. Su objetivo más inmediato parecía ser ridiculizar la imagen del mundo que presentaban los revisionistas que hablaban en nombre de lo moral. El silencio mediático sobre el régimen sirio lo inquietaba. ¿Te das cuenta?, me instigaba, no dicen nada porque el niño sirio asesinado no cotiza en el mercado de las víctimas. La imaginería de su ilación verbal o mi oreja paranoide. No era que yo lo entendiera o tuviera ojo para lo social pero podía ver una alquimia salvaje de lo cotidiano en su mirada. Y me volví responsable de lo que veía en los otros.



14.6.16

La Permanente, por Basilio Pescante


EN MI POSTA la antorcha olímpica la destrucción entró a la librería El Ateneo y fui prendiendo fuego los anaqueles de la planta baja, bajé al subsuelo y regué lava en las bateas, que se comieron el piso superior y los gallineros de más arriba con libros quietos hace años y todas las mesas de la entrada y los acetatos importados giraron como ruedas pirotécnicas, y de frente al furor del teatro en la entrada todo se derrumbaba hacia el centro y al fondo, sobre el cafecito que frecuentaban Galeano y Durán Barba, y las llamas alumbraban mi cuerpo desnudo y lo bronceaban, una onda de calor rozó mis fibras capilares entre el ano y los huevos y una barba de fuego levantó mi aro de oro disparándome a los cielos negros de Buenos Aires como un rayo mensajero. El grupo ILHSA mantenía ficticias ganancias con sus Mondadoris, Planetas y Pene Randoms, me quedaban otras sucursales, los de Carlos Ruiz Zafón, Tom Clancy, miles de libros pedorros carísimos, era el momento de afinar la oferta, el lector argentino no se cae por una crisis económica, sólo los Cogtázags los García Márquez y Galeanos pero Gerard de Nerval Obras completas seguía sin aparecer, la distribuidora Waldhuter trae a Panero y las memorias de Casanova, librerías de usados, en el mercado libre aguantamos y encaramos traducciones de dos trilogías pavorosas para todos los putitos: la Cities of the Red Night y la Alemana.

Laiseca estoquea libros y Garcés y otro nabo le roban escritos, serán decapitados y sus cabezas transplantadas en los farolitos de mi Buenos Aires querido, sus medeas muertas similarán rostros rastas pudriéndose como en Haití. Todos trapichean todo lumpen hacen más menos guita, todos se la agarran con la clase media facha, la progre, la clase media es lumpen pero guarda, que el pozo ascéptico no se le rebalse, ni las cañerías de la mierda, al contrario de Chile, todos los chilenos gustan vivir con un toque de perfume de hez en el ambiente.

Los Vernes del espacio están entre nosotros: El Pibe Burroughs estockea Lamborghinis, L & O, todos agazapados, en el molde, algunos comemocos ansiosos dejan el pucho, se habla de la vuelta del LECOP y sus mercados secundarios, sí, mejor largar bonos, empapelar la ciudad de bonos y hacer correr las mercaderías, las provincias emiten moneda, las mineras contra oro, la Michetti con tu hermana el bono gato para ponerla en los puteríos Moyano de la ruta 34, imaginen la Michetti, la concha necrosada que tendrá, canceroso aro de quarzo enganchado a la silla de ruedas girando su falo manubrio llega primera a ver arder la plaza cultural de Santa Fe y Riobamba, qué horror dice ¡qué horror!
Es la venganza de Prince contra la industria cultural, desde el Paisley Ship ilocalizable mira todo de cerca, apunta a la Argentina para empezar por pura estadística de desembolsos a la cultura por parte del estado y por la cantidad de psicólogos por metro cuadrado, esperando noticias del grupo que iba para Flores a sopesar las excusas de Aira por mantenerse vivo y sodomizarlo con un consolador Tesla. Para recordar: cuando vino Prince a tocar en 1991 había carteles que decían Yankees go Home, o Fuera Yanquis de América Latina, era la guerra del golfo, el tipo no tocó ni un minuto de más, a la noche fue a bailar a Lanús toda la noche con una que al final le cortó el rostro, no se quiso ir con él, y no volvió más.

Ninjas de aleación de látex negro no respiran más que la guasca que se meten por el orto, salimos de negro ultra, con el ano de Brahma entre los huevos llegamos al centro para quemar librerías y bibliotecas, ver arder las humanidades, la literatura, ya quemamos Adán Buenosayres por no renovar stock en años, librería vergonzosa, el flaco de barba blanca hijo de puta miserable, y los empleados y gerentes de El Ateneo hoy, si venden aspiradoras o libros, cafeteras, electrodomésticos, les da lo mismo, de rodillas sin dientes chuparán pija hasta que sus rostros sean borrados y la furia cló cló Laclau-tilde Sex Machine suba el Overdrive y levante la guitarra.

Y todo por unos odios y un argumento cló cló odio aspavientos, mejillas turbias como lagos paspados, por no mearse encima pero con el forro de la noche anterior olvidado puesto carga la bombucha y apoya nalgas en el subte lleno.
Subte lleno de comida, reses cuelgan, se despostan y venden a la vuelta del trabajo, los músicos callejeros que intentan ingresar a tocar también son carneados, pestes comunistas rosas abiertas pulmones negros y meo, todos se mean en el pañal, todos menos yo que el forro de cualquier marca se infla como piñata de dos litros, como un envase familiar de coca cola, meo iriente que crepita las tripas de los mozos músicos, voy a la Random Pene House con el forro lleno de meoglicerina a turbar a los gerentes, subo directo me esperan me piden un Powerpoint y les pelo, me abro la bragueta y le doy al gerente en el cuello, el ácido lo corroe en el acto, de un progre vegano solo queda el aro blanco del ano, una vez vi el ano sin la piel, en el museo de la facultad de medicina, perfecta la raba me la calzo en el falo mendaz, falo mentiroso que eyacula programas de radio de los noventa Hector Larrea, el ruso Verea. Salgo a la vereda y encaro una cueva de barrabravas, tengo mucho meo, ayer fue mi cumpleaños, empezó el viernes en realidad y me guardé todo el meo para salir a bailar la mañana, el gordo me dice querés cien dólares gordito y lo escupo, me atenazan el cogote dos patovicas y mi falo de elefante se yergue curvo hasta la cara que al oído me decía fuiste gordito y se traga su cabeza y lo sacude golpeándolo por las paredes hasta desmembrarlo, reviento la caja, 23 mil 200 dólares y algo, bajo por la escalera y me meto en El Ateneo de Florida 365, subiendo la escalera mecánica me desnudo y en cuclillas cago, pateo el sorete al morder el borde de la escalera en la cara del encargado del segundo piso y meto en el bolso todos los discos de Prince, el tipo no dice nada, nadie dice nada en las Yennys desde lo del Grand Splendid pero a las dos cuadras me espera la infantería de la federal con 250 tipos y me meto en el subte, le di permiso al comisario para matar a los del gremio de Pablo Moyano, saco la cabeza para aspirar el hedor aceitoso del bochorno subterráneo, siempre salgo con una tira de forros y otra de mielcitas que me meto en el orto para el meo mortal de mi falo fiction.

Siempre vid, siendo joven, 40 pirulos, moliente, picado grueso como ayer en las bateas regias de la cadena de librerías y discos, si vendieran si fueran electrónicos, una tienda madre del placer, tantas veces quise unirme pero vuelvo, vuelvo a por un libro de día del padre uhh-uhh(Bataclan 2002), siendo así que me quedan cero pesos igual todo acá, las carnizas, el alimento de las perras mis puchos mi rigor hirviente, la llaga canta falsetto pero no salgo, el médico me da horario en el centro y sólo salgo a la mañana para volver a mediodía, cinco y media pm es muy tarde para volver de noche por ese boludo, todo el día en el centro sin un peso, en el ruido, sin poder hacer popó, porqué no hay forro del ano solo pañal. Prince dice que se va a la cama ahora, ah estoy tan cansado y hay que seguir viviendo, quién pudiera tomarse el Fentanyl como aquella vez que me operaron los pólipos y me llevaron unos aliens en su nave.

Llenar y llenar 15 mil carillas con el candor de un grano de mostaza fuera de la atmósfera, una malla de semillas en la piel y crecen plumas, plumas crecen de semillas en los poros, los millonarios, las aves el codorniz, qué bello pájaro, encima pone huevos, la tortilla de sesenta huevos de codorniz y una botella de ron, o sesenta botellas de ron y un huevo de codorniz, como dijo el tío de Isidoro en una que encontré de colección en Mar del Plata enero del 85’.

Y hay que ver en los párrafos retardados el tino, el abismo en un segundo que tropieza de carcaza en la cara anillada de un seunte en pleno sueño, y Fito Páez volvía a la psicodelia y Prince ya estaba en el siglo 22 con el teclado, vean los temas de New Orleans, escucho Le Bataclan 2002, Whole Lotta Love, el Aftershow que se vendía en la página de la NPG en el 2004 lo encuentro ahora colgado en el blog de un piratero con audio excelente, y el sábado reventaron un boliche gay en Orlando, otro insecto de esos, descendiente de afganos, su padre dice que los homosexuales deben morir, después de lo que hizo el hijo, tendrían que meterle un gancho de res en el ojete y despostarlo para distraer a los tiburones que acechan las balsas que huyen de los Castro, la ex dice que le pegaba que se enojaba si no le planchaba bien la ropa y nadie llama las cosas por su nombre dice Trump, fundamentalismo islámico radical, me gustaría robarle el traje de Iron Maiden a Burroughs y volar todos esos países posnazis, ay ay todas las páginas que tendrán que sufrir para que plugue el misterio consolador, sin veras, sin llantos, la gragea de muerte, la picada, una nuez de muerte, maní de fiambre, Trump comiendo maní, guiñando el ojo, ya sabemos, el párrafo en el desierto, vuelan las letras en torbellinos de arena. El punto es esencial para recordar algunas lecturas y audios de la mañana, nos quedamos en casa, donde la pulpa de membrillo se filtra en el ron de la tarde, donde se habrán metido, prometieron una botella de ron, el Jagermeister parece Fernet o Cynar más fino, no puedo seguir fabulando con el alcohol ni dejar de atontarme con la medusa teléfónica, ahora que escribo para un solo sexo, y todos los críticos me aman en Kyoto.

Y él lo sabe

Consolatio Turbinium se llama la canción de los mares, en la mirada del Telekino me despido para siempre de las honduras telenómicas las hayas fantasmales y el trigo ardiente de los manzanos y las dulces nalgas de los enanos palorosa en las veredas del convento de Santa Teresa, entre calles René Houseman y Bordolino de plena capital, y le canto a la marea y mis ojos, mis ojos de la flaca miran las aguas cristalinas y para siempre el cuerpo rebate y adelgaza y toma un nuevo habitante de Atlantis, las algas nervadas caminan como zarzas y los ojos se esconden en los amansamientos salobres como plata que no brilla ora sí, y veo al fabuloso, a Snippet.

9.6.16

Un gato y otros poemas, por Gabriela Goldberg



Álbum

saco todo de la caja                              
y la sacudo
algo
aparece encima de otro recuerdo
faltan fotos                               

junto pruebas por veranos
hay una foto suelta    

sentada bien derecha con el balde en lo bajito
el agua hasta la panza curva como ahora                  
una sirena agitándose de fiesta
con volados siempre el mar

algo cae al sacudirme
una sonrisa

en otra, me abrazás
la espalda sigue encorvada tu cabeza               
me oscurece                           
y una mano adelantándose al cariño     
patalea en el aire
una tortuga

cuento fotos en hileras
las barajo
en una racha ganadora    
sale
           tarde en Florianópolis y yo
           las 2 bronceadas        

queda al fondo hasta perderse sin mirarla
nunca más              

encima un sol espléndido

aparece encima de otro mal recuerdo             
sólo playas de ese viaje faltan           
fotos nuestras

la cabeza algo movida

besosssssssssss

y el recuadro ajusta sombras

de un recuerdo que me olvido
hay media foto muda      

aprieta hasta los pelos aspirándose o desborda
inflamándose en estilo pone
caras de cine ya
perdidas 

saco todo de la caja
y la sacudo por
si hay
más

busco pruebas en el dorso
alguna fecha

con amor
y firma en pose
un
firulete        
de ojos grandes a quién miran
de soslayo
y la guardaba como yo
por siempre
            tuya


Latino

sube encimado al primer tema en la cabeza soledad
del cantautor con guitarrita saca música
de adentro
                       de sus bártulos la trenza enredada de los cables    
un disco con versiones
                      frases sueltas          
                                                                   
bien calzado y de camisa que lo entalla desbordándose en volumen
las ojeadas a su bulto lo acompañan por ahí
a buscar público en los vidrios
una foto desplegable
                        se disloca mirándose el pasito atrás
                                                          lo siguen abismados      
y vuelve a perder letra que no importa para nadie
es caramelo                    
                 pegado en el zapato
              debajo del asiento marca el ritmo


*
Sres:

         me empujó de la mesa el codo fue una pata chingada
la cabeza tropezando con el grito
no dormás!
                 ruedan las ganas de pegarle una
                  y otra vez
las uñassssss
búmeran                   
                        
el globo se infla hasta mañana un viento fuerte       
                                                            no me hablés


*
Marciana

me senté a comer sin freno
de tu mano
                       ni cabeza
fuimos 2 chorlitos porque sí                     
                                la luna roja


Un gato

pegado a la mesa donde estás horas poniendo algo de vos distinto           
                   las palabras en la boca de quién sólo imaginás
                                tocarse con tu pelo hacerse uno
y le pintás las uñas de los pies             
las manos


Meditación nocturna

por si se enfiestan los patitos de repente  
rompen filas y se
vuelan                  
cuac
hagamos un estanque
en la mesita un vaso lleno hasta mañana            
el celular cargado
    números
y listas de todas las especies que se embarcan
con tormenta