3.3.16

Sobrevilla, por Francisco Garamona



Melones

La máscara amarilla está viva, ahora es el fruto de una luz gaseosa. Puede oírse el ruido del crecimiento de sus cabellos, el polen amarillo de los melones aparece arrasado, un metal va saliendo, ves la herida de la mujer y la máscara se agita vacía, el cuchillo, las letras de un diario. Tocás tu frente donde una dimensión se hiela.


Frutillas

En la felicidad de un niño hay inmensos lagos planos. Artificios de eternidad, torres de frutilla. Sobre una cornisa aletean recuerdos. Un remolino insensato hizo girar la mesa. Los vidrios cerrados devolvieron la imagen, (violentamente) el gusto más cruel, rouge. Parecíamos mirarnos dentro de un espejo, ¿quiénes? Unos ángeles.


Duraznos

Hay una playa donde esperar con un fuego envolvente. Es la tierra en intensidad que vuelve. No han tardado en crecer unas hojas en el árbol de duraznos. La fruta asumirá su rol, si tuviéramos que compararla, lo haríamos con el hilo que conduce a los cielos, verdes, rugosos, del verano. Y de esa profundidad clara que es prueba única de la luz sibilante, que se inclina, hacia los frutos enormes, aún sin madurar.


Uvas

El hombre aparece en lo alto. Con una naturaleza musical recupera los intervalos abruptos con su forma infantil. Ahora camina, diseña cronogramas entre las luces del día. Alrededor unas tachaduras lo desvían y parecen girar entre unas uvas que recién cuajarán el próximo mes.


Limones

Hicimos mapas de nuestro viaje, en el balanceo caliente de unos rieles. La ventanilla del auto resplandecía en el fondo del agua. Mientras las paredes empezaban a fundirse, la mañana regresaba al punto de partida de un inmenso pasillo. La casa quedó aislada por su vuelta a los contrastes. El lugar de la muerte se proyectaba sobre un plato hondo, deforme. Código secreto que es nuestro alimento y nuestro escombro.



Tomado de: Francisco Garamona, Sobrevilla, Vox, 2015.