16.2.16

Lágrimas de papel, por Javier Fernández Paupy


Primero esnifé una puntita bastante escueta con la púa de mi amigo el narcisista. Después bostecé. Bostecé como si no hubiera dormido en años. Pero qué mierda, pensé, si la suerte, viejo trava y marginal, hace y deshace a gusto y capricho, como si nuestra vida no fuera sino una flor microscópica que aparece un instante en el campo y cuando levanta un viento fuerte se extingue y después ya nadie más sabe de ella. Si no fuera tan cara, tomaría esta gilada todos los días. Un infierno elegante donde dormir sin sueños. La cosita tiene ese gusto a muerte que la hace tan real. ¿Qué parte del corazón se dilata en la aventura? Vida, belleza herida, cristal empañado por alientos pasajeros. ¿Dónde pica exactamente y qué parte es la que más duele de vivir? NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE NADA decía el comercial televisivo de un producto adulterado resumiendo el lema de esta época falluta. Ya Freud advirtió que los deseos están para ser formulados, no necesariamente para cumplirlos. Entonces apagué el televisior envalentonado y fui derecho a la cocina a quemar lo que me quedaba. La piqué con bicarbonato de sodio en una cuchara sobre el fuego de la hornalla y traté de distinguir su calidad por la forma en la que se cocinaba. Me pareció que la bolsita lloraba sobre el mármol de la mesada. Con su blanca, macilenta, palidez. Derramaba lágrimas de merca con novalgina picada. Y lloré también yo. Por no poder llorar.

Tomado de: El triángulo de la Merluza, año 2, nº 6/ noviembre 2015