25.4.15

Insistencia, por Fernando Ezequiel Bonfiglio

¿Acaso es tan importante?
Bueno, debe de serlo. Debe serlo de alguna manera.
Sí, seguramente, de otro modo yo no trabajaría tanto en ello cuando bien podría descansar, abandonar.
(Henri Michaux) 

UNO

Lo performativo sobreentendido. Tras el bullicio, la cautela; la alusión creativa frente a lo explícito. Como quien no dice esto. Acá. Sino que con sapiente deixis se escabulle, evitando apresar lo que menciona. Porque sopesa tal vez, como apostata, el poder pasarle la lengua a lo que fuere, y antepone el ápice, tan solo, para preservar su misterio. Fijación gozante. Mi mami no lo hará. Cito frases escritas por Walas. Creo que me dispensa de la formalidad el evento de usarlas en la vida. La genealogía de sus letras, quizás, se remonta al prejuicio culto de la composición alegórica. Hubo una canción de Caetano Veloso que se llamó Alegría, alegría y que representó todo ese cúmulo de modernidad que se suponía, todavía, realizable. Sin embargo, bajo los presupuestos de otra trama comunicativa, digamos, como quien dice: en nuestro tiempo: en este mediodía o en esta noche, en donde se ha abandonado la pretensión del ejemplo, expreso, yo expreso, que no debemos de ser ingenuos ni perezosos, amewos: nadie, pero nadie, posee un lenguaje arcano. Si la comunicación se plantea como indirecta, si es errática, la cosa, el sonidito siempre resulta en lo siguiente: una pura pretensión belicista. Vos nunca lo sabrás.

Todo esto trata de una escena nocturna, en verdad: onda rockers. Oscuridad sobre oscuridad, se admitirá, sin embargo, que siempre se deambula por un terreno incierto. O que ni apenitas anda estando, para poder volver. Sobre sus pasos. Narro. Y acá me pongo por aquí entre paréntesis, mega cómodo, sentado en una mesita de bar, para dar una ilusión de presencia. No querría dejar de darme nunca el gusto de ser un espejo de mis pasiones. Reconstruyo la escena. Es simplísima: se sitúa un martes del año pasado. Les recuerdo que connoté la carencia de luz y hablé de las alusiones: se me agrandan los ojos. En la Trastienda no había casi nadie, lo que no dejaba de constituir un confuso contrasentido a las expectativas mercantiles, porque se había anunciado que tocaba Massacre. Punto. Punto. Punto. Si la crónica requiere, yo prescindo. No sea cuestión de que se me encuentre en la entrada, todavía, mirando sin participar. O participando sin mirar. Nunca se sabe. Si les dijera que siempre en la entrada… ¿Y si les dijera que siempre hay una entrada y que todo se paga con biografía? Que nadie me cite. Ahora soy maestra y hago música electrónica, pero antes fui secretaria. Y antes, antes, antes, pretendí la conversión personal de niño a futbolista por insuficiencia de condiciones informativas. No es elocuencia si les digo que después entendí que había instituciones. Ruido de sirenas.   

En este relato, como ocurre habitualmente, también había una entrada de hermosa marquesina. Luminiscente. Y seguridad. Sorteando eso, un rato más tarde, si uno se manifestaba dispuesto a creer en lo que oía, una impresión se sobreponía a las letras: que el rock no debía ser la cultura, que debía negarla. Que no se trataba de estrategia ni de ser resistente. Tampoco de constituir una subcultura ya devenida en antigua, sino de explorar, levemente, un conjunto de módicas posibilidades: apenas una luz. Cito. Las canciones pregonaban ocupar desarticuladamente espacios en el marco de una ciudad que engendra enfermedad: pánico alucinatorio y frustración. Incidencia. Movimiento. Prácticas chiquititas como besarse, amar, curtir, patinar, alucinar –si se pudiese-, revelarse y desesperar hasta que algo pasase. Manifestaban aquello que no puede dejar de hacerse por puro deseo. Describir una letra de rock, más una letra de rock en castellano, más una letra de rock en inglés, más otra letra de rock en castellano no explica nada. Ni lo pretendo. Obstinado teatrino de la repetición. Insistencia sobre insistencia. Massacre tocó como si no importase tal vacuidad pública. Hizo lo que hace siempre, del mismo modo, con idéntica intensidad. Ejecutó con idéntico dispendio de energía, como en sus anteriores y posteriores presentaciones, el mismo repertorio. Mirando a Cueros, no pude dejar de recordar un cuadro truchísimo que la pibita Sensación tiene en su cuarto. El arte, evidentemente, no reconoce contextos, me dijo, Zatti.  


DOS

Veleidosamente, en mi atención, la retórica de Massacre, a nivel del sentir-pensar, se detuvo en el vínculo. La sujeción. En lo que ocurría entre el sujeto, casi un universal-rock, y su práctica. ¿Qué es el rock?, ¿cómo se hace? ¿Con qué instrumentos? ¿Bajo los protocolos de qué intensidad? ¿A qué decibeles? ¿Con qué presupuestos de complejidad, sofisticación y desidia? Punto. Punto. Punto. La guitarra construyendo una pared de sonido en acordes jazz rock. Es la octava maravilla. Definición ontológica que plantea una presunción: que las artes del rock sean contraculturales. Dale muerte al faraón, / para la liberación mental. Quisiera mencionar que todos contribuimos a la espectacularización de la cultura, porque hay algo que con siniestra habilidad se despliega de manera subrepticia en nuestros hábitos. Movimiento que incluso traiciona nuestra causa, antiquísimo juego de poder, cuando nos creemos libertarios. Fatalidad de haber llegado tarde o no sé qué. O desconozco. Como quien dice en este mediodía o en esta noche, analizo cuando pretendo excederme. No dejo de notarlo, debido a que todo esto, desde ahora en adelante, se tratará de un texto académico; además, he escuchado un sonidito de cosa beligerante. Estuve ahí, esa noche. Si en las letras de Massacre el rock es definido como portento, en principio, lo que pretendo hacer notar es que lo que continúa la trama de su canción se plantea entre lo que se concede y lo que se matiza, en una doble temporalidad signada por un acontecimiento pasado -donde se supondría que el rock habría fusionado una forma de lenguaje a una forma de vida- y su persistencia diacrónica. Esa es la delimitación de la zona en donde la experiencia presente se articularía. De allí, su posibilidad discursiva: Aunque ya no es himno de boicot a Vietnam. Su persistencia. Una temporalidad en la que los próceres contestatarios de ese ritual eléctrico, ungidos y entronizados, ya no sufren la persecución. Incorporación a un mercado de intercambio que pareciera haber neutralizado su fuerza impugnadora, bajo un aspecto de masividad que los exhibe, a la vez que los mitologiza.   

El presente es yo estuve ahí plácidamente esa noche, y otras noches, escuchando. Escribo esto un 25 de abril de 2015. Supongo que se está o no en el mainstream, pero que esa eventualidad no recubre un aspecto electivo; no del todo, si el goce está situado en eso que se llama hacer rock. ¿Qué implican la vacuidad y la saturación? Omnipresencia del mercado y del poder. Empero, donde el grano de la voz, en su superposición significante a la letra, pretende una dicción corrosiva tras el megáfono, el discurso distorsiona y no. Querido lector: que no se te encuentre mirando sin participar. O participando sin mirar. Esta operación supone un espacio de disidencia en la implicación de los códigos, situación concreta que ocurre entre el discurso y los cuerpos exhibidos. Propuesta anticomprensiva, quizás, por su margen de dificultad. Velocidad de skate para circular en el terreno de la inter-referencia. (No me privo de nada.) No para todos: para el que pueda comprenderlo. Sólo, porque el otro, en este caso, es el idiota, el careta, la policía, la madre o el padre. (Vivimos en Bélgica). Tanto amor, tres minutos; canción con solo de guitarra. Carece de estribillo a nivel poético, pero lo posee a nivel musical. Se da en un entre lugar. En un cruce entre lo hegemónico-esperable y lo sorpresivo, frente a la incapacidad auditiva: Dibujaban el cielo con crayón, / y, sin embargo, se rayaban a veces. / No duraba mucho ese bajón, / no les entraba tanto amor. La producción de Massacre, como banda, se entreteje en esa situación. Persecución de una canción pop-rock-punk entrevista detrás de una pátina de espectáculo, pero construida sobre el agüita de la disidencia y de la singularización lingüística. Posee algo idiolectal: -¡Ey!, cuando seas grande, ¿qué Querés ser? / le preguntaron en cada test. / -Marido, quiero ser. Todas las letras de Massacre participan, aunque en diversa modalidad, con distinta producción residual, de procedimiento y desecho, en ese evento comunicativo que se establece de modo desviado e indirecto. Remiten a un sistema móvil de referencias en donde lo errático se manifiesta como signo constituyente: Te leo al revés. Se prestan imantadas a una intensidad frenética de reiteración, cuyo punto álgido acontece durante el estribillo. Actividad de entrar y salir del mismo agujero referencial, de carácter supuestamente materno, ya que se trata de presupuestos lingüísticos (1). Acá, se dará por sentado que participo –aplaudo- y miro. Un poco canto.

Insistencia, entonces. Porque se desea lo que recubre una evidente conclusión. Producción y producto de un cuerpo enunciativo continuo, conexo y orgánico. Sujeto a una posición que resulta secundaria al orden del deseo: Ningún invierno empieza / hasta que no seas vos / quien dé por apagado el sol. Un sujeto paciente y agente de su práctica a un tiempo. Massacre no pareciera pretender evitar la masividad, sino tender una red hacia ella. Un asunto situado al nivel de la táctica. Singularidad en lo colectivo. Comunidad imposible o marco de posibilidad. Potencia desarrollada, precisamente, en su accionar como banda. El rock pensado en tanto asunto compositivo. Okey. Si no, ¿cuál sería el sentido profesional de todo lo que se hace, sino ocupar ese lapso temporal que se da entre la articulación de nuestros primeros fonemas y la postrera expiración mortuoria? ¿Cuál su valor?

Por entrada, ahora menciono la salida.

Cuando digo luz de la calle, digo que había un murmullo de sirenas. Pretendo manifestar algo que en algún otro momento fue terrible y que todavía sigue siéndolo.


(1) Se elide aquí la publicación de un esquema porque el autor se ha percatado de su ineficacia. Arrepentido, elude, asimismo, su trasposición ecfrástica. Sugiere, sin embargo, imaginárselo como algo semejante a la flechación de un ánade, aunque vista desde lejos.