4.12.14

El sumo experimento, por Pablo Ingberg


Resumen imaginado a priori por encargo

En El amhor, los orsinis y la muerte Néstor Sánchez llevó al extremo su experimentalismo poético-narrativo, donde experiencia y experimento son dos caras de una misma moneda.
Propongo una pequeña tentativa inicial de inventario de recursos y procedimientos privilegiados por él en esa empresa.


Agradezco
Tres charlas muy enriquecedoras de la semana pasada: con Claudio Sánchez, con Carlos Riccardo y por skype con Hugo Savino.


Cuatro citas primarias y una ausencia

Néstor en entrevista de Juan José Salinas (Cerdos y peces 12, mayo 1987):

El fenómeno que nutre a la literatura es la resonancia, no la comunicación, como pretenden casi todos los críticos.

Néstor en entrevista de Jean-Michel Fossey (publicada en un suplemento de Madrid, 1972, y después en libro Galaxia latinoamericana, Las Palmas, 1973):

Siberia blues, por ejemplo, es más que nada la historia del tratamiento jazzístico de un tema condenado de antemano a transformarse en testimonio naturalista (o, si se prefiere, realista); El amhor, los orsinis y la muerte representaría, en cambio, la voluntad de asumir un mundo previamente fracturado (ya jazzístico) para ir transformándolo poco a poco en una prolongadísima sonata, digamos de Scarlatti.

Néstor en El drama sin atenuantes, conversaciones con Carlos Riccardo, p. 21 (la conexión Gurdjieff):

... en Buenos Aires. ... me vinculo con un instructor ruso. ... Recibo una noción de rigor, un instrumento, como es el ejercicio de sentir el cuerpo, que me abre un mundo, un sabor de cosa muy antigua, de ramificaciones y ramificaciones. Es una disciplina muy simple que posibilita que la atención no sea interrumpida y que puedan ir percibiéndose las distintas partes del cuerpo de una manera progresiva. Finalmente, uno asiste al caos de sus funciones, que es el detonante de El amhor, los orsinis y la muerte. Es el trabajo, en la desesperación de Felipa, por conseguir un elemento que detenga la asociación mental.

Néstor en Los libros, enero-febrero 1970:

El amhor, los orsinis y la muerte... se parece mucho al libro que quería leer hasta antes de escribirlo.

Ricardo Zelarayán en Macedonio Fernández, documental de Andrés Di Tella y Ricardo Piglia, 1995:

El problema de Macedonio, y eso también pasa un poco con Juanele Ortiz [agrego: y hay riesgo de que también con Néstor Sánchez], es que se ha hecho un mito del personaje que impide su lectura, su lectura atenta, y además Macedonio es para leer atentamente.


Canto de amhor, de orsinura y de muerte

Improviso sobre temas anotados.


Necesidad:

De empezar por contar mi relación con Orsinis:

-Taller literario, 1986 (yo 26 años): oigo nombre Néstor Sánchez como recomendado o dado por tal vez Beatriz Sarlo en Filosofía y Letras.
-Encuentro Nosotros dos de Seix Barral en librería de Corrientes.
-Lo leo en vacaciones de camping libre a orillas del Futalaufquen, enero 87 (yo todavía 26). Mi impresión fue: un Cortázar mejorado (ya no sabría decir, hace muchísimo que no leo ni releo Cortázar).
-Febrero 88 (yo 27): Liliana Heer me invita a bar de Diagonal con Néstor y cía.
-Pronto ubicamos ejemplares, no sé si de Siberia (de la que yo me encontré un ejemplar de la edición príncipe de Sudamericana en una librería de avenida de Mayo), pero sí seguro de Orsinis y Cómico en ediciones de Seix Barral, en una librería de ¿Talcahuano?, y de Orsinis, edición príncipe de Sudamericana, en el sótano de la librería El Lorraine (todos los números de página que daré de Orsinis son de esa edición príncipe).
-Leo las tres novelas que me faltaba leer en orden cronológico. Se suma el entonces aparecido volumen de relatos La condición efímera (yo 27-28 años).
(Un detalle personal orsinesco: en Orsinis aparece tres veces nombrada la calle Sarandí –pp. 56 dos veces y 58–, donde yo vivía en esos tiempos y donde por consiguiente leí esa novela que nombraba tres veces mi calle.)

Mis impresiones de joven experimentalista:

Línea creciente Nosotros dos –> Siberia –> Orsinis = el sumo experimento.
Cómico = retroceso, si se quiere concesivo.
Condición = una yapa.
Pero la cumbre, donde llegó más lejos, la máxima ruptura, había sido Orsinis.

Aquella experiencia de lectura orsinesca:

Tanta intensidad que no soportaba leer más de dos o tres páginas por vez. Eso me sugirió entonces esta imagen: escritura en estado de electroshock.
Una sola vez me pasó algo parecido con una novela argentina: Diálogos en los patios rojos de Roberto Raschella, que leí por el 95. Más allá de las infinitas diferencias, como siempre que hay personalidad, encuentro operaciones afines en ambos casos. Sánchez apunta a Charlie Parker, Raschella a Gustav Mahler, pero los dos son música. Dicho sea de paso, Sánchez tuvo que morir para que hubiera unas jornadas como éstas; ¿por qué no hacer unas sobre Raschella mientras vive?

Volviendo a Néstor, la experiencia de releerlo ahora:

Ahora no sabría hacer escalas de mejor o menos mejor.
Pero sigo teniendo un corazoncito en Orsinis.
Y como es la más inasible, la que pide más del lector, quiero bombardear un poco la presunta dificultad, mostrar que básicamente depende de la entrega al leer y que allí espera una experiencia de lectura literalmente extraordinaria a quien se aventure.

Cuestión de actitud (a través de imágenes sonoras):

Hay que entrar en una frecuencia de onda, la de esta escritura.
No hay que pedirle lo que no es ni se propone ser.
Si uno está acostumbrado a escuchar Vivaldi y le aparece Schönberg, o se abre a la diferencia o mejor que siga escuchando Vivaldi.
Si uno está acostumbrado a escuchar tangos de los años 30 y 40 y le aparece un solo de free jazz, o se abre a esa experiencia o se queda sentado esperando la melodía.
Hay que entrar en ese free jazz y disfrutarlo por lo que es o cambiar de radio.


Dos imágenes de las tres primeras novelas en secuencia:

1) Imagen musical:
Nosotros dos es tango, no del todo tradicional, algo jazzeado, pero en clima tango.
Siberia blues es bebop (de hecho, tiene epígrafe de Charlie Parker): hay un desarmar en pedazos, pero el todo de esos pedazos es perceptible todo el tiempo.
Orsinis es free jazz, hasta los fragmentos se desarman y rearman y vuelven a desarmarse y rearmarse todo el tiempo, hace falta oído atento para percibir la unidad musical subyacente.
(Claudio, Carlos y Hugo me recordaron que Néstor se manifestó en desacuerdo con el free jazz porque iba demasiado lejos; ¿tal vez él haya ido demasiado lejos con Orsinis?)

2) Imagen arquitectural:
Nosotros dos es la casa, casa peculiar en su construcción pero casa al fin.
Siberia blues es las habitaciones de esa casa de construcción peculiar recorridas por partes de manera peculiar.
Orsinis es abrir la puerta de esa casa, tirar una granada y construir en el aire con los fragmentos que salen volando.

Entremos en la frecuencia de esa música.

Título

-Variación sobre El amor, las mujeres y la muerte de Schopenhauer, explicitada en el capítulo 2, dentro de una escena parisina filmada por Godard:

... donde acariciándose el pelo y militante hablaría y hablaría en falsete sobre el amhor las mujeres y la muerte occidentales al paso de una pinaza color aceituna con una sirena grave al salvar cada puente, con una sirena bochornosa.

(Nótese ahí, de paso, la confluencia multiartística: cine, música –“en falsete”–, escritura –Schopenhauer desde un punto de vista filo-Gurdjieff–.)

* Son tres elementos: amhor, orsinis, muerte; en una novela de 33 capítulos: edad de Cristo crucificado y también de Néstor mientras la escribía (final fechado febrero 1969, justo cuando Néstor cumplió 34).
El tres recurre de diversas maneras. Una es precisamente en el breve capítulo 3: está dedicado a los 3 mosqueteros más D’Artagnan. Fantaseo que ese cuarto que se agrega para fortalecer el conjunto puede tener que ver con el “cuarto camino” de Gurdjieff.

-Elemento 1: amhor.
La contratapa de la primera edición (Sudamericana) es una desgracia, despiste mercantil:

A través de la marihuana el autor [sic!] accede a la vida como milagro...

Un tipo tan avispado como Osvaldo Lamborghini, en su reseña hecha en ese momento (Periscopio, 1969), no se atreve a ir muy lejos por ahí pero espeta lacónica-lacanianamente:

Un análisis desde el punto de vista fonológico (...) podría estudiar el valor de esas dos haches silenciosas, la de la marihuana y la de amhor: el sostenido rigor de la novela impide pensar que esa relación es puramente casual.

Nicolás Rosa sí fue más lejos: escribió un ensayo donde transforma la sugerencia lamborghinesca-marihuanesca en el eje de todo.
Julio Ortega, en cambio, un tipo que escribió dos o tres cosas más que interesantes sobre Néstor y que estaba en contacto con él en Estados Unidos en momentos en que se publica Orsinis, dice al respecto en “Novela y poesía” (1970):

... la solapa [error por contratapa] de la novela da una pista falsa al mencionar la marihuana como única vía de acceso “a la vida como milagro”; no es la única ni la principal clave...

Todos los amigos de Néstor le hemos escuchado contar que probó marihuana una sola vez, y que le pegó tan mal que nunca quiso volver a repetir la experiencia. Ruy Rodríguez me la contó de primera agua: él había traído buena de Brasil, fumaron juntos en grupo, a Néstor le agarró por el lado de la paranoia celosa por su mujer de entonces (Vicky) y todo terminó de manera bastante desagradable.
Nótese, a propósito de esa proveniencia brasileña de la sustancia, que a lo largo de la novela aparece cuatro veces la palabra portuguesa maconha (que, contra mi argumentación acá, también tiene su hache, aunque en su caso no muda) y en este párrafo de p. 33 aparece dos veces la expresión “marihuana purísima”, la primera aludiendo a su portador desde el extranjero:

... Donald Gleason no estaba obligado a traer marihuana purísima desde su país natal [México] hasta el barrio de Flores, o en todo caso a confesarlo una semana después de instalado en la pieza que Batsheva se había visto obligada a cederle en cuanto Felipa dedujo —o mejor comprobó— que se trataba de un verdadero amigo y cómplice joven de Orsini (Heriberto); pudieron no haber fumado marihuana purísima en esa pieza, graves, en compañía de la lasciva Margarita Ferreira, o a lo sumo no insistir en fumar los tres —graves y presagiosos— esa noche antes a la luz inestable de las velas, en la amenaza de tormenta: Batsheva exagerando la intensidad de las pitadas y el número de éstas, con la cabeza apoyada en la pared, si se quiere alusiva.

En suma, como sugiere Ortega, no es que la marihuana no tenga nada que ver, sino que quedarse ahí es un facilismo empobrecedor. Tiene que ver porque a su manera es una búsqueda de una si se quiere suprarrealidad y es además algo que en la novela se hace en grupo, con cierta reminiscencia, se me ocurre, de Trabajo Gurdjieff.
El propio Ortega da antes en el mismo artículo otra pista que coincide con lo que yo le escuché decir a Néstor una vez, algo así como que “amor” es una palabra insostenible por demasiado grande y a la vez por su demasiado uso, y que por eso había que, por usar una palabra muy orsinesca, desdramatizarla. Dice en esa misma dirección Ortega: “Una hache intermedia como distanciamiento significativo”.
Siempre en la misma dirección, me parece mucho más relevante como asociación con esa hache fuera de lugar el “umor” sin hache de Jacques Vaché, amigo y corresponsal de Breton mencionado en p. 153 con esa ambivalencia nestoriana respecto a lo positivo y lo negativo del surrealismo (“el flagrante pendejismo Rimbaud-Ducasse-Vaché”) y sobre el que Néstor publicó en 1970 (al año siguiente de El amhor...) un ensayo que puede leerse en Ojo de rapiña y como prólogo a las Cartas de guerra de Vaché publicadas por Editores Argentinos Hnos., dos libros aparecidos el año pasado.
El humor es mucho más central y profundo que la marihuana en Orsinis: el humor amargo y desolemnizante, como que desolemniza la palabra amor; un humor al que ya volveré.

-Elemento 2: orsinis.
Qué curioso esto de cambiar las mujeres de Schopenhauer, todo un género o especie, por dos especímenes, uno humano masculino y otro lórico: Orsini (Heriberto) y el loro Orsini, traído por Heriberto del trópico dentro de una caja agujereada de camisas wash and wear. Tendría que leer Schopenhauer para poder pensar mejor en el asunto. Necesitaría una beca para poder explorar con tiempo todos los frentes que abre esta novela.
Heriberto es el gángster argentino que oficia de conexión con el gángster mejicano Donald Gleason. Una resonancia de gangsterismo literario que viene ya desde Nosotros dos vía Siberia y que tiene algo que ver con cierta ética lumpen cara a Néstor.
Orsini loro es también invención literaria de origen multiartístico: en p. 128 nos enteramos de que Heriberto, de paso por Nueva York tras asaltar un banco en Canadá, y seguramente antes de pasar por el trópico y hacerse del loro propio, ve en el Museo Metropolitano un cuadro que resulta ser, si uno investiga (como hizo Hugo Savino que me pasó el dato), La dama joven en 1866 de Manet, donde una joven conversa con su loro confesor, cuadro revulsivo en su momento entre otras cosas por trasponer lo mítico de un Courbet (Mujer con un loro, 1866) del paisaje bucólico al interior en casa.
El loro Orsini es a su vez una figuración de la repetición con variaciones propia de la escritura jazzística nestoriana. Su principal repetición loruna es, por lo demás, absolutamente literaria: repite make me a mask, “hacéme una máscara”, título y comienzo de un poema de Dylan Thomas que es a su vez (en versión completa del título, o make me a mask) epígrafe de “El perseguidor”, cuento de Cortázar inspirado en Charlie Parker (jazz por todas partes).
Claudio Sánchez asocia esta duplicidad orsínica, Heriberto más loro, con una frase según él de Gurdjieff: “El hombre es doble”. La máscara que pide el loro que le hagan bien podría apuntar en la misma dirección.

-Elemento 3: muerte.
Es el único de los 3 elementos del título de Schopenhauer que, acaso por respeto reverencial aunque humoroso, permanece intacto. Dejémoslo para otra vez, por las dudas.


Lo que puede contarse por teléfono

Coordenadas sesentistas: epopeya cubana + compromiso sartreano = bajar línea, escritor predicador de ideas desde un púlpito; + boom, contar historias con color local; hay una alianza acaso implícita entre la literatura supuestamente comprometida y el boom editorial.
Néstor lo dice por todas partes, en su ejercicio de escritura poético-narrativa pero también en sus ensayos (ver Ojo de rapiña) y en entrevistas: hay que romper con esas coordenadas achatadoras que ponen al escritor por encima del lector y al lector en el lugar de discapacitado al que hay que darle la comida masticada. No hay que contar historias acordes a ideas preconcebidas, con personajes bien delineados según ideas tales, sino ir en busca de lo que sucede en la escritura. Ir al lector activo que reclamaba Rayuela pero mucho más radicalmente.

¿Qué hay de historia o argumento en Orsinis?
Este poco (que sirve de base a la búsqueda o “improvisación musical”):
Un grupo de personas se rejunta en una casa de Flores. Hacia atrás en constantes retrospectivas recurren momentos significativos de esas personas. Hacia el final lo que queda del grupo asalta disfrazado (make me a mask) la Caja Nacional de Ahorro Postal, frente a Plaza Congreso. A continuación, a manera de cierre, la policía los rodea en la casa de Flores. Se terminó el cuentito, que acá ocupa tres renglones y en la escritura de Néstor unas 270 páginas.

Dicho sea de paso: en esa ex sede de la ex Caja (hoy dependencias del Congreso) trabajaban en ese momento (y desde mucho antes y hasta mucho después) los poetas Raúl Gustavo Aguirre, director de la revista Poesía Buenos Aires y discreto líder del grupo homónimo, y Edgar Bayley, amigo de Aguirre y de Néstor. Gente que renovaba desde los años 50 la poesía argentina. No creo que la elección de ese lugar para el asalto literario sea ajena a aquella amistad.


Algunos esbozos de algo así como personajes

Hay dos personas o personajes o entidades personales que parecen proyectarse ancestralmente sobre el rejunte: la tía Felipa y el tío Ismael. Los dos mueren, concretando el tercer elemento del título: ... y la muerte. Ismael, suicida después de haber llenado cuadernos de notas y acometido la novela El hombre de la bolsa; Felipa, enterrada en el cementerio de Flores mientras el rejunte se pasa flores ida y vuelta en tono jazzeado umorístico desdramatizante. (También muere Orsini lórico en escena de un tiro del pistolero mejicano Donald Gleason con su Colt cuarenta y cinco, p. 237.)
El tío Ismael, observan Ortega en el trabajo antes citado y Carlos Riccardo en uno suyo de los 80 que saldrá en estos días en una nueva edición de El drama sin atenuantes, es una especie de Morelli más radical. Yo diría incluso que Orsinis podría considerarse una Rayuela más radical.
Ismael, tío del yo narrador, es una caja de resonancias: nombre bíblico (su padre se llamaba Ezequiel, también nombre bíblico, p. 56); narrador de Moby Dick (“Llámenme Ismael”, empieza la novela de Melville); escritor a contracorriente que termina por aislarse en el Tigre y no da un peso por el mercado ni por la supuesta sensatez humana, mezcla de Morelli y Macedonio (Macedonio tuvo un proyecto juvenil de rejunte grupal en una isla del Paraná arriba). Aparece también conectado con otro desencajado social: “tiene en su poder la primera carta manuscrita de Felisberto Hernández: es un río Ismael, un río el mundo, créame” (p. 54).
Felipa es tía de Batsheva Giménez, a quien se trajo niña de Villa Mercedes y la instaló en una pieza ad hoc de su casa de Flores. De nombre hebreo y apellido español, Batsheva parece judía al menos por vía materna: mamá Greta le cantaba canciones en ídish (p. 193). Batsheva escribe y hacia el final quema sus manuscritos en el antepatio, poniéndolos en una palangana y revolviéndolos, mientras se desdramatizan entre las llamas, con un palo viejo que conserva restos de caca de gallina (p. 236). El narrador y Batsheva tienen tres (otro tres) breves escenas de sexo en Orsinis, que yo recuerde las únicas escenas de sexo en las cuatro novelas de Néstor, y apenas reconocibles como tales gracias a que aparece el verbo penetrar. Difícil ceder a la tentación de imaginar detrás de Batsheva a Vicky Slavutzky, mujer de Néstor en esos tiempos.
Felipa ha tenido “el apremio obsesivo de perfeccionar el armonión” (p. 57), para lo cual viajó a la India con el objetivo de traer pinus deodora, cedro del Himalaya, madera sagrada. Esa conexión con Oriente y ese afán de perfección a través de un instrumento se me ocurren relacionados con Gurdjieff. Pero hay a su vez una conexión explícita con Macedonio: Felipa va a Morón a visitarlo con la caja de pinus deodora y el armonión (pp. 138-9). Se me ocurre que ese raro instrumento trascendental podría tener alguna relación con la máquina macedoniana que imaginó Piglia en La ciudad ausente. Otro de los tantos cabos sueltos que requerirían una beca para investigar.
Felipa e Ismael han estado juntos: el capítulo 6 (dos veces tres) está dedicado a ellos. Se conocen en una casa de la calle Sarandí, como aquella donde yo leería el libro y me visitaría algunas veces Néstor.
Un último detalle sobre quizá personajes, ya que estamos en vena macedoniana de quizá novela. Los Yuyos, Yuyo grande y Yuyo chico, son hijos de una curandera de Ingeniero Maschwitz, que una vez los trae a Buenos Aires y los deja solos mientras entra en una casa de San Telmo para algo que resuena a reunión Gurdjieff. De la profesión materna le viene quizá el nombre: los yuyos de la curandera. Yuyo grande se compra un boliche y sirve un té raro: yuyos. Luego va o imagina ir a carpintero: maderas, así locales como la sagrada de la India.
Dejo al resto de los quizá personajes. Sólo trazo líneas para acompañar una lectura, para mostrar que una lectura atenta y entusiasta va a encontrar a montones líneas de fuerza que se entretejen, que no hay historia convencional ni personajes convencionales pero hay escritura riquísima de leer.


Conexión Macedonio

Museo de la novela de la Eterna, libro con el que Macedonio amenazó gran parte de su vida pero nunca daba por terminado, apareció post, editado por su hijo Adolfo de Obieta, en 1967, cuando Néstor iba a entrar en Orsinis. Como a su manera antes Papeles de Recienvenido, La Eterna es una descarga de artillería contra la estupidez y las convenciones: convención del cuentito, convención de los personajes, convención de la estructura novela.
En Néstor como en Macedonio hay humor desolemnizante, sorna, ironía. Sin embargo, en Macedonio hay risa, trágica en el fondo pero a carcajadas, mientras que en Néstor hay sonrisa amarga, como la del payaso en el camarín.
Macedonio desarma ideas por el absurdo, Néstor por la música.


Conexión Gurdjieff

Néstor conecta con Gurdjieff después de Siberia. Literariamente sabe que llegó lejos y no encuentra camino en la chatura local del compromiso. Personalmente necesita ir más a fondo, la muerte le toma la sopa desde que murió el padre cuando él tenía 18 años.
Va a Chile, de allí a Lima, donde conoce a gente Gurdjieff, vuelve a Buenos Aires con datos de un instructor (lo dice en una de las citas que leí al principio). De esa época es Orsinis.
Sé muy poco de Gurdjieff. Confieso que le tengo resistencia, como a todo lo de algún modo esotérico, y cierta tirria porque lo asociaba a destrucción en Néstor. Pero ciertas charlas con Matilde Michanié, que prepara un documental sobre Néstor, y alguna lectura que ella me sugirió, más unos emails intercambiados por Claudio y Matilde con Teresa, mujer de Néstor en tiempos gurdjiéfficos, me hicieron repensar la cuestión con ojos más abiertos. Se me ocurre al cabo que nada así destruye a nadie que no se hubiera destruido caso contrario de otra manera.
En Orsinis aparece varias veces un tal P.R. Por los contextos en que aparece, se me ocurrió relacionado con Gurdjieff. Hugo Savino me preguntó quién sería y le dije lo que se me había ocurrido. A Claudio Sánchez se le ocurre relacionarlo con Privitera, Rodolfo. Rodolfo Privitera era un viejo amigo de Néstor en quien se inspira el personaje del Obispo de Siberia blues. Hugo se encontró una vez con él y él le dio a entender que en Orsinis y Cómico Néstor había expuesto cosas secretas que no se revelan. Es decir, algo muy vinculable a lo Gurdjieff.
Una de las apariciones de P.R. en Orsinis, y ahí aparece nombrado tres (otra vez tres) veces en un párrafo (p. 44, capítulo 4, el siguiente al de los mosqueteros más D’Artagnan), se lo ubica en Lima, donde Néstor hizo contacto Gurdjieff. En la página anterior aparece el Mar Caspio, muy relacionable con Gurdjieff.
Para Cómico Néstor en parte se inspiró en Trabajo Gurdjieff en la selva peruana del que le contó Teresa, su mujer cuando él escribía esa novela (lo cuenta él mismo en la entrevista de Fossey). En Orsinis quizá eso sea más vago. Pero ya la idea del rejunte en una casa y ceremonias como la fumata marihuánica conjunta me hacen imaginar aquí un antecedente de Cómico en esa línea.
Encuentro una clara confluencia entre el camino artístico de Néstor y el camino Gurdjieff: ambos se proponen ir a contrapelo del hábito para hacer las cosas a conciencia, a profunda conciencia.
Carlos Riccardo, a partir de lo que le dice Néstor en ese pasaje de El drama sin atenuantes que cité al principio, asocia la fragmentariedad orsínica con el Trabajo Gurdjieff. Yo la asocio más con el jazz, pero ambas posibilidades no tienen por qué oponerse entre sí.


Escritura jazz

Voy a terminar con un breve esbozo de lo que en principio me había imaginado como cuerpo central de este trabajo: el repertorio de temas, motivos, resonancias, notas, acordes, sobre el que Néstor construye la música de Orsinis.
Me he referido ya un par de veces a la irrupción constante de lo multiartístico. El loro Orsini viene de un cuadro de Manet, repite palabras de un poema de Dylan Thomas y termina despanzurrado por un disparo de Colt 45 propio de un western. Otro cuadro de Manet, El flautista, aparece nombrado, sin explicitación tipográfica de que se trata de un título, en un párrafo donde luego aparecen una flauta traversera y un clarinete bajo que es casi un saxo, es decir, pintura y música fusionadas en literatura. El libro entero está lleno de esos cruces entre cine, fotografía, pintura, música, literatura.
La cantidad de escritores mencionados, citados, aludidos o parafraseados es inmensa. Me permito sumar apenas dos a los que ya traje a colación: Joyce y Eliot. Diría que en ese orden de importancia.
Joyce aparece nombrado una sola vez: “el flaco Joyce”, p. 163. Pero aparece plagiado y aludido de manera mucho más significativa en otro caso: en pp. 50-1 hay un pasaje que evoca aquel del Ulises, dentro del capítulo de las preguntas y respuestas que era el que más a menudo le he escuchado recordar a Néstor, en que se sigue el recorrido del agua desde la canilla hasta el río de donde viene; Néstor hace algo parecido aunque más breve, y, como un delincuente que deja pistas porque quiere ser descubierto, nombra por allí entre medio a “Maruja Bloom”. Néstor valoraba lo que valoramos todos los que disfrutamos del Ulises: su inagotable repertorio de recursos. Y eso es también a su manera Orsinis.
Eliot aparece nombrado una sola vez en Orsinis: como autor de uno de los epígrafes: And all is always now, “Y todo es siempre ahora”, de Cuatro cuartetos, frase inspirada en las Confesiones de San Agustín. Pero luego aparece y reaparece un tipo eliotiano con portafolios e impermeable que ronda la casa de Flores y termina siendo “el que la quiso toda la vida”. Y en medio de sus apariciones y reapariciones hay, en el capítulo 23 (pp. 169 y 171), tres (otra vez tres) citas o paráfrasis de “Prufrock”, la primera de ellas: “habrá tiempo para el humo amarillo que resbala a lo largo de la calle frotando su lomo (o su total ausencia de lomo) sobre las vidrieras”. En esa cita o paráfrasis puede a su vez observarse una cita o paráfrasis eliotiana del Eclesiastés: habrá tiempo. Pues bien, el Eclesiastés era uno de los libros de cabecera de Néstor, y la construcción superlativa hebrea recurrente allí “vanidad de vanidades” recurre en Orsinis por docena: “calle de calles” (p. 117), “amuleto de amuletos” (p. 121), “deterioro de deterioros” (p. 148), “dolor de dolores” (p. 150), etcétera etc.
Entre las tantas conexiones literarias que dejo de lado por síntesis se destacan sendas frases de Breton y Novalis que recurren significativamente.

Descendiendo de nivel de abarcamiento, ciertos arsenales de vocabulario recurrente: instrumentos musicales y terminología musical, lugares del mundo y de la ciudad de Buenos Aires, telas y prendas de vestir y accesorios, comidas y bebidas e infusiones, habitaciones y espacios de la casa, maderas y árboles, marcas registradas. Oración aparte para las frases hechas, coleccionadas por Néstor para usar de un modo peculiar que deshacía lo de hecha: “si se quiere”, “a la altura de las circunstancias”, “traído de los pelos”, “en resumidas cuentas”, “en honor a la verdad”.
Luego, algunas figuras privilegiadas: el zeugma de resonancias borgianas (“castaña y huidiza”, “desnudos y reiterativos”), la aliteración de sonidos iniciales a la inglesa (“paralelo al paredón”, “la fruición felática”, “el ruido a reloj”), la repetición lisa y llana (“se acentuaba y se acentuaba”), la repetición con variaciones (“el olor singular, el olor singular imborrable y expresionista”).
Luego, ciertas peculiaridades sintácticas: frases truncas (“no abandonar la hospitalidad de esa casa sin”), construcciones con adverbios traspuestos (“con atrás un clarinete bajo”), usos raros del paréntesis (como en la cita de “Prufrock” hecha más arriba), frecuentes ausencias de puntuación.
Luego, a nivel morfológico, el regodeo en ciertos prefijos y sufijos: prefijos aplicados a lugares de la casa como en antepatio, traspatio, semivestíbulo, ex living; prefijos aplicados a verbos como en entreoyendo, entrever, semiapoyarse; sufijos de participio activo como en leyente, descalabrantes, acatante; otro sufijo que también convierte verbos en adjetivos como en perfeccionable, diferenciables, irremisible; sufijo de diminutivo como en pañuelito, pasitos; un sufijo de origen griego que transforma sustantivos en adjetivos como en oréjica, orsínico, lórico, yúyico, bastíllico (marca registrada en Néstor, a veces sustantivados con artículo neutro lo: “lo cóstrico”); sufijos de superlativo como en extensísimo, remotísimos; adverbios modales con sufijo -mente (proscritos por García Márquez que se los pierde).

En fin, con esos y otros elementos en las alforjas, la escritura nestoriana orsínica arma y desarma y rearma un fraseo musical cargado de resonancias. Descreo, de todas maneras, en que eso fuera pura improvisación: era más bien acumular pacientemente materiales en cuadernos de notas y usar lo que sirviera a la ocasión, tachando y revisando y revisando y tachando. El resultado, en cualquier caso, es música de la más excelsa que haya plasmado la lengua rioplatense. ¿Qué hacen los virtuosos del jazz? Le sacan a su instrumento sonidos nuevos, desconocidos hasta ese momento, a veces resistidos aún décadas después. Así Néstor a su lengua materna. Uno puede simplemente abandonarse a gozar de ese fluir casi extático como si estuviera escuchando una sesión de jazz, o puede leer con máxima atención y releer y releer hasta que en la supuesta oscuridad va haciéndose la luz, que siempre estuvo ahí. Como sea, quienes esperen historias entretenidas e ideas que no quiten el sueño seguirán pasando seguramente de largo (yo anoche no me podía dormir después de escribir esto).


Una hipótesis indemostrable a manera de conclusión

Después de la cadena ascendente Nosotros dosSiberia bluesOrsinis, a Néstor sólo le quedaba retroceder o repetirse, hacer libros quizás excelentes para los cánones normales como Cómico o La condición efímera, pero que a él ya no le aportaban nada nuevo como experiencia de escritura. Pueden buscarse otras explicaciones personales o psicológicas o lo que sea. Yo prefiero quedarme con ésta: como el pendejo Rimbaud, Néstor se fue a su África y murió en su sífilis.


22.10.2014