23.9.14

Mallarmé, El Fauno, por Hugo Savino




“El amor es una agitación despierta, viva y alegre”. Un cuerpo clandestino desliza sus pasiones en cartas secretas, en esa agitación de la cita de Montaigne, a Méry Laurent. ¿Nada de un fauno…? Modestia para ir rápido: el fauno solitario envuelve a la Loba con palabras, el fauno cómico, el fauno impresionista si la ocasión lo requería. De su mujer: “Es tan inteligente como puede serlo una mujer sin ser un monstruo. Yo la haría artista”, pero es otro capítulo. Mallarmé ya se había hecho esta pregunta ¿adónde huir en la rebelión inútil y perversa?: acá entra la palabra clandestinidad: los pocos lectores que quedan no necesitan más aclaraciones: la época abunda en charlatanes con diplomas y un buen lector sabe eludirlos y encontrar los buenos libros que llevan a otros libros, al laberinto del fauno, a la biblioteca, a la alusión, a la obscenidad y “a la sensualidad a un grado increíble”. “Todo lo que se le puede ofrecer al poeta es inferior a su concepción y a su trabajo secreto”. Algunos pormenores: Ella: hija de una lencera y de padre desconocido nace en Nancy en 1849, a los quince años se casa con un almacenero del que se libera al poco tiempo y se va a París. Allí se hace mantener por el Doctor Evans, un dentista norteamericano muy rico. Mallarmé: profesor de inglés, pocos alumnos supieron valorarlo. A veces se sacó algunos días de licencia: no es para tanto. Viélen-Griffin: “Lo adoramos, pero mientras tanto fumamos su tabaco, bebemos su ponche, y es muy pobre, y no hacemos nada por él, y eso que algunos de nosotros somos ricos… “Manet: no pintaba de la manera que se esperaba, parece que no hacía obras de arte, en sus telas faltaban las señales apropiadas, todo era muy poco definido, el retrato de Mallarmé tenía muchos empastes, el cuello de palomita del maestro está lleno de impresiones borrosas color ocre. Cuando había un dibujo mal hecho, el clásico mamarracho, los que decían saber se burlaban diciendo “parece un Manet” (Sorlin).

Si seguimos la línea de Marchal, el Dr. Evans le asignó una renta, Manet la puso en una tela, y Mallarmé en poemas y misivas.

Villiers fue una amistad: cuando escribió la conferencia Villiers De L’Isle Adam, la representó ante su mujer, su hija Geneviève y dos amigos, y ellos “la siguieron con el sentimiento de no perderse ni una palabra”. La iglesia mallarmeana se sacude: ¿qué hace este Swift contando así la agonía de su amigo a esta cocotte que Manet pintó en 1882? Mallarmé no pedía permiso, sabía con precisión la clase de lector que hay en un Literato que sólo da tantas líneas a la semana: ¿qué se puede esperar de un tipo que no sabe apreciar a Rodin?: falta de delicadeza, estupidez.

Méry, a veces, soñaba con la literatura, él respondía: “De qué me hablas, palomita; te molestan mis cartas y quieres literatura. No hago (…)”

“La mujer esa eterna ladrona”.

Ardor luminoso de la alegría, la gracia del mobiliario del siglo XVIII, o los acordes de Haydn: Mallarmé.



                                           Publicado inicialmente en Tokonoma 5, agosto de 1997.