22.5.14

The Real Queendom of Kelpertina, por Tomás Bartoletti




(publicación al por venir)




una corona al rev
és una bandera roja

al acercarnos la
bandera está más ro
ja la corona más da
da vuelt
a




en la ubé nor
delta record
arán cuando en la can
cha alentamos a Oggi
Yuyo president
siganme no
los voy a culear. Los
zurdeltos nos tiraban con chimi
churri. Nosotros
levantamos muros elec
trificados pusimos cám
aras de segurigas. Usted
es tienen la elec
ción de elegir un sur
delka enfrente pero
aseguren que no
los tape el agua
el río no sea el pixel
ado del averdad.




en la cueva de los a
dictos a la merc
antina, los niok
is dictan un mode
lo nuevo, los jamá
nis saltan a la histori
eta por la chime
nea de cromañ
ón én ín ún án
memorizan el dia
lecto asiático los ex
pertos ante leg
os construyen la
drillos silá
bicos del plane
tario futu
rá ré rí ró rú
repiten los demó
gamos ante el ritm
ual eclesi
áztico de la vota
zión




las manos en la masa el strudel navideño de grasa refinada pero horneado no cocinado al calor de veinticuatro cuotas de aire acondicionado en las barrancas de la realeza terminal el cáncer del conchariato mirtista se manifiesta la antimasiva vigilia de los kelpers debo tener sangre inglesa hola! leo revistas sobre princesas de europa cornuda la renta extraordinaria ejercita sus triceps con cacerolas importadas antes dame dos ahora pagamos el doble el triple si los postizos me los saco para relinchar cuando habla por cadena nacional era la pampa un yuyal es ahora un yuyerío que vuelva el turco menem no se murió el truco no se murió vive en el pueblo la puta maaadre que los parió a todas las derechas que supimos conseguir el monopolio el matrimonio la asignación de la corrupción del relato del hiato las antenas con contenidos soviéticos los drones se ejercitan en tigrópolis humo grasa y vacas gritan gol los tuertos sin abrazarse en fotos con modelos de caucho de moderna alcurnia los posgrados de administración pública pero privada la justicia nunca fue ciega por qué lo sería ahora me subo a la moto que pagará dios dentro de ochenta meses y me la pongo de frente contra el cartel aquí también crece la nación

15.5.14

Cáncer Round Up, por Gustavo Calandra






I

Un día Sofía tuvo que salir a pelear por la salud de los suyos. Había perdido un hijo y otros dos estaban enfermos. El glifosato de Monsanto los estaba matando. Gente, plantas, animales padecen el envenenamiento diario de unos pocos egoístas cuya ambición vale más que la vida. Ni gobiernos, ni científicos, ni comisiones científicas del gobierno se hacen cargo del desastre. Entonces ellas, “las locas” les dirán, las madres de esos chicos inocentes de toda corrupción, deberán salir a la calle, a protestar, a hacerse oír, a combatir contra los hacendados, contra los dueños de los campos, contra la policía.

No es ya novedad que le descubran un tumor a algún vecino. El herbicida produce infortunios humanos y arruina ecosistemas enteros. Y ellas levantan su pancarta: NO A LOS AGROTÓXICOS. No queda otra que la difusión.

Sin embargo, ese estigma los excluye a todos, les cierra puertas a posibles trabajos en lugares cercanos, que “el barrio envenenado”, “lxs cancerosxs”; bajan el precio de terrenos y casas. Se genera descontento en aquellos vecinos que no creen que el glifosato devaste la zona. Por eso, no sorprendió tanto a Sofía, cuando iba a trabajar en el colectivo, que una vecina copetuda, tras subir en la siguiente parada, se sentara detrás y la increpara:

–Hola Sofía, ¿sabés quién soy? Soy Pilar, tu vecina y vos me estás perjudicando con todas esas pavadas. Déjense de joder, ¿me entendiste? Te juro que te atropello a tus hijos, ¿me entendiste?

La escena que sigue parece muda: impotencia, vacilación, bronca. Tal vez esto pueda pararse. Voces y sombras se pierden en el horizonte.

En algún momento esa gente de los agroquímicos produjo gases y explosivos para matar vietnamitas.

Ahora ellas y ellos habían sido acorralados por agroquímicos. ¿Estaban ciegos que no podían darse cuenta?


II

Poco a poco, ese humo lacrimoso comienza a disiparse y permite ver inmensos campos verdes que rodean aquél pueblito rectangular cerca de la capital cordobesa. Inmenso tapete color dólar donde se juegan las cartas del hambre y la riqueza. El avión terminó su recorrido: la fumigación estaba realizada al igual que todos los martes y los sábados. Serían las once. Pero no, eran las diez y veinte. Pasa que el piloto andaba medio descompuesto y cortó antes. Ella no lo sabe. Por un instante se concentra en la tijera: instrumento de estética o arma homicida. Su pura maldad se enciende con la radio: FM Libre reproduce el testimonio de dos mujeres pertenecientes a la asamblea ambiental. Supura maldad de un grano que ella no se ha visto porque le salió en la espalda. Se recuesta un toque y se muerde la lengua.

Ni siquiera aún la peluquera había terminado de acomodar su peinado, cuando ella apretaba la cartera con ansiedad. Debía hacer trámites, ir al médico a llevarle un estudio y, por qué no, comprarse algo en la tienda de ropa por Obispo Salguero. Parpadeó. Sería un juego de luces, el espejo le devolvía una imagen de monstruosa malformación. No quiso ver, giró ya con el billete violeta entre los dedos.

Algunas partes del cuerpo de los seres vivos, como las uñas y el pelo, están compuestas de células muertas, el sistema las expulsa y pueden ser cortadas. El piso del local abundaba en mechones de todos los colores. Ahora si se mete mano en el resto de un organismo y se arman combinaciones nuevas con pedacitos de ADN, el resultado puede ser tenebroso y poblar esta pesadilla de mutantes transgénicos.

Ituzaingó despierta. El cielo, aún, permanecía nublado.  Otra vez arrecia ese viento polvoroso hijo del desmonte, que tanto jode y que no han conocido los ancianos.

Aunque era un día “hábil”, aunque venía de las afueras, el colectivo estaba medio vacío. Ya nadie trabajaba ni transitaba el desierto verde. Los campesinos migran hacia los márgenes de la ciudad. Este nuevo campo funciona solo; a lo sumo, la lluviecita de agrotóxicos. Ya nadie oirá el croar de un sapo o el zumbar de una abeja. Ya ningún niño soñará con atrapar un bichito de luz.

Cuando abre el semáforo, el chofer tiene que parar: una mano trémula casi vencida hace una cabriola de dedos anunciando sus deseos de subir. Es ella, Pilar, la vecina copetuda. Con la misma mano aferra el caño y se da el envión para ascender los escalones del bondi. En la otra lleva un sobre.


III

Finaliza la jornada laboral. No termina el trabajo. Siempre se trabaja. Es una lucha. La lucha se contagia de trabajo. Y también es necesario el descanso. Volver a casa. Regresa a casa Sofía. Ojerosa, malhumorada, después de ocho horas. Nunca un cobre. Siempre templada y firme como el acero. Su hija mayor la espera con el mate dulce. En el barrio se respira un silencio de dignidad. La radio no hace más que repetirlo: en unas semanas empieza el juicio oral contra tres terratenientes locales que utilizaron agroquímicos. En la ventana se enfría el pan casero que huele tan bien. Unos chicos juegan con un barrilete rojo desafiando al avión que milagrosamente hace días que no pasa. Pasa que el piloto está internado. Pasa que no puede comer sólidos. La comida no le pasa. Ni un higo, ni una pasa. Pero pasa y viene otro. Por la plata baila el mono. Que pase el que sigue. Ladran los perros. Uno de ellos, Titán la recibe a lamidas y coletazos.

¡Qué bronca!, Sofía había estado enchinchada todo el día. Desagradable sorpresa fue cruzarse a la vecina copetuda otra vez en el viaje al laburo. Suerte que en esta ocasión no había ni siquiera amagado a reprocharle todo el esfuerzo que hacen para erradicar la muerte de Ituzaingó. Silencio sepulcral. Su boca, una tumba. Monsanto es la muerte. Una forma de eliminar lo que al rico no le interesa. Y esta mina que se preocupaba más por sus riquezas materiales. ¿De qué pueden servirles luego? Si no hay amor mejor matate, dice el metal. Alma-fuerte.  Es preciso tener un Almafuerte… no te des por vencido

Tomá uno, mamá, está calentito.

Gracias, hijita, no sabés a quién me encontré, hoy, de nuevo, cuando había empezado mi día de lo más relajada: a la vecina, a Pilar. Lo raro es que no me dijo nada.

Bueno, mamá, supongo que iría muy preocupada. De regreso a su casa se suicidó tirándose del puente. El doctor le había diagnosticado cáncer terminal.

8.5.14

Clemencia en el Paintball, por Esteban Castromán






Habíamos arreglado para encontrarnos a las cinco de la tarde en la puerta, pero nunca aparecieron. Esperamos más de media hora y finalmente decidimos entrar de todos modos. Nos dijeron que perdimos nuestro turno y que deberíamos pagar de nuevo, aunque como era nuestra primera vez el empleado decidió cobrarnos tan solo el 50 % del abono. Tuvimos suerte porque uno de los equipos de las seis también había fallado y pudimos entrar a jugar con ellos. Sino no hubiese sido posible.

Habíamos arreglado para encontrarnos a las cinco de la tarde en la puerta con los del Departamento de Capacitación de la empresa donde trabajamos. Nosotros somos de Cuentas a Pagar. La idea surgió porque uno de los chicos de la oficina ya había ido y le pareció una experiencia alucinante. Durante meses estuvimos amagando para hacerlo, diseñando los posibles equipos e incluso deliramos proponer a Recursos Humanos la organización de un campeonato interno como actividad recreativa con los empleados de la compañía.

Ya en el vestuario, reemplazamos camisas, pantalones de vestir y zapatos por uniformes militares, coderas, rodilleras, chaleco con un sensor -o algo así- y una pantallita de cristal líquido con números rojos. Los cinco coincidíamos en que los de Capacitación eran unos pelotudos y unos cagones.

Martín dijo que los de Capacitación eran unos pelotudos y unos cagones.
Adrián agregó: sí, tal cual, pero bueno… a divertirse de todos modos.
El Colo gritó desbocado: ¡ahora hay que salir a mataaaar…!
Yo dije: bueno, bueno es tan solo un juego, pero sí, claro, salgamos a ganar.
Claudio no dijo nada, seguía concentrado en los cordones de sus botas.

Me pareció extraño que los otros cinco que serían nuestros adversarios en el campo de juego no estuvieran cambiándose con nosotros. Luego me enteré de que por cuestiones profilácticas en relación con la violencia cada equipo utiliza un vestuario distinto y geográficamente opuesto.

Salimos a un pasillo. Un hombre obeso que vestía una remera de Motörhead nos iba entregando a cada uno fusiles de plástico y máscaras de un material sólido, con una especie de visor a la altura de los ojos. Les recomiendo que se tapen el cuello, sugirió. Al parecer, mis compañeros estaban al tanto de este detalle ya que habían llevado bufandas, cuellos polar y otros elementos por el estilo. Pero yo no, con lo cual activé un sistema mental de alerta para evitar ser interceptado en esa zona sensible.

Los seis salimos afuera del pasillo. En la antesala al bosque (a esa hora bañado por el reflejo anaranjado del atardecer), el hombre obeso que vestía una remera de Motörhead deslizó algunas instrucciones y consejos que no llegué a escuchar. Yo estaba un poco apartado del grupo, aunque no tanto, pero sí desconcentrado y claustrofóbico, debido a la suma de máscara, uniforme y chaleco. Decidí seguir a los demás, imitando -cual mono de laboratorio- sus maniobras. Nos ubicamos detrás de un árbol grande. Mediante un handy, el hombre que vestía una remera de Motörhead intercambió algunas palabras con otro y nos informó que el juego acababa de comenzar.

Entonces Martín ordenó: ustedes dos vayan por la derecha. Ustedes, ábranse camino por el otro lado, avancen formando un semicírculo. Yo le doy derecho por acá, en línea recta.  Les pido a los cuatro que me cubran, ¿estamos de acuerdo?

Asentí al igual que los demás, sin saber muy bien la razón. La cuestión es que de repente El Colo empezó a trotar medio agazapado y lo seguí. Pasamos sobre unos yuyos y nos tiramos cuerpo a tierra detrás de una planta bastante alta y frondosa con flores. A pesar del silencio de voces humanas, podían escucharse el crujir de la gramilla quemada y amarillenta debajo de casi una decena de botas, tronquitos quebrarse, ramas alterar su posición original por el impacto con cuerpos que las mecían.

Luego de flotar unos minutos en esa frecuencia paranoica, algo fuera de lo ordinario parecía estar ocurriendo a pocos metros sobre nuestro lado izquierdo: corridas, susurros, puteadas por lo bajo, imágenes veloces atravesando el campo visual fragmentario, estampidas secas que seguramente fueran las bolitas de pintura impactando sobre uniformes o sensores de los primeros participantes descalificados. Al fin y al cabo de eso se trata, conjeturé.

Sin embargo, el revoloteo entre las ramas se amplificó y ahora había gritos y puteadas teledirigidas y pasos firmes y veloces y golpes y más gritos y el sonido de un disparo mucho más intenso que el de los rifles de plástico y el atardecer le estaba dando paso a la nochecita y un hombre enorme apareció detrás nuestro y nos dimos vuelta aterrados y vimos que su uniforme era negro con el efecto camuflado en azul de distintos tonos y recordé la vulnerabilidad de mi cuello y El Colo empezó a llorar debajo de la máscara y podía escucharlo y ver el interior empañado de su visor plástico salpicado por gotitas pequeñas y el hombre nos apuntó con su rifle que no parecía ser de plástico o quizá era una imitación perfecta y dejé mi arma a un costado y formé una equis con los brazos para protegerme y dije por favor no me haga nada sólo vine acá a jugar y el hombre me respondió con una pregunta ¿te parece que esto es un juego? y asentí y el hombre empezó a oscilar su cabeza de atrás hacia adelante como riendo a carcajadas dentro de un archivo punto zip hasta que se quitó la máscara y pude ver su cara desenfundada y se trataba del hombre obeso con la remera de Motörhead que nos había entregado las armas y los uniformes y El Colo seguía llorando desconsolado y yo expulsé un chorro de pis que quedó sepultado bajo la tela del uniforme y el hombre cargó su arma y le apuntó al cuello descubierto de El Colo que a esa altura ya se había despojado tanto de la máscara como de la bufanda y el hombre disparó y un algo que no era pintura se clavó en la zona de sus amígdalas y los ruidos a nuestra izquierda a la distancia se hicieron más intensos y escuché más gritos y corridas y golpes y entonces me apuntó a mí y dijo ¿sabés porque no te disparo a vos? porque sos una gallina muy putita ¿sabés? y dramatizó un gesto violento como para pegarme un culatazo en el pecho pero se detuvo a pocos centímetros de mi cuerpo y se rió a carcajadas y murmuró estos pelotudos caretones progre… y dio la vuelta sobre su propio eje y caminó riendo en dirección a la zona de los vestuarios hasta que su cuerpo se esfumó entre la vegetación y entonces yo -a diferencia de El Colo que yacía paralizado- pude articular un plan B respecto a la idea de muerte y derrocar la monarquía íntima del vértigo y recobrar cierto equilibrio frágil en mi sistema cardíaco.





Este relato forma parte de Cablerío, publicado en la tercera tanda de Exposición actual de la narrativa rioplatense.

1.5.14

Lancón, por Fernando Bonfiglio



I

Con una botella a la que llama su perro
Alan juega, nos explica
las habilidades
de ese artefacto precario
construido por su abuelo.

¡Lancón, sentado! Mirá
cómo gira,

mirá…

Lancón, corre.


II

No inconcreto, en su modo
nosotros reímos, incluso más,
por formar parte
de la intensidad de otro mundo. Un don
cuyo sentido, si posible,
es la apariencia agregada a un sigilo
en la reverberación inconexa de la kinesis.

    ¡Arriba, gira!

                ¡Lancón, gira!


III

Pero Lancón es un nombre hermoso,
otro
de sus inventos. Y yo río
como ríe Eugenio, su tío,
cuando lo escucha.

Apariencia de un perro en una botella
o botella
que ya nombrada
es apenas, más cerca,
una imagen

de perro.


IV

Como todo lo que interrumpe
quiebra, descentra
un ritmo en apariencia conexo
de sensación equívoca; la imagen
de un perrito transparente
         haciendo caca  

sobre un rincón del quincho.


V
Habría que sumergir en agua la botella
para medir el porcentaje de plata
que fundida en oro
nos constituye esta noche.

¿Cuánta densidad tiene un sobrino?

¿Durante cuántas horas
siempre?


VI

Porque si baila o hace bailar a esa botella
este es Lancón, miralo
el tiempo es poco, siempre poco
  pero bastante.

                      Alan densea el amor
en su orfebrería de engaño, artistea.

Afuera, suponemos, haría más frío.


VII

Lancón pelota de fútbol, avión
Lancón, decime que nos ves,
que corrés sobre el quincho
        y que pedís pizza
        mientras Alan sonríe.

¿Seguís saltando, Lancón?
¿Nos ves?

¿Tenés todavía ese hilo de plata
atado a tu cuello?


VIII

¡Lancón, corre!



Girá, Lancón.