15.7.13

¿Cómo se subraya?, por Fernando Bonfiglio






O la aristocracia rítmica, sobre Mi ciudad perdida, de Milita Molina




Yo amo y veo, creo, que otros no aman, pero no pienso preservar nada. Porque, no nos hagamos los boludos: es fa-lo-pa. Un lenitivo. La palabrita es vieja, pero uno la sabe de letrado, y de drogadicto. Se podría decir que es una verga; que uno ama el falo -o la vagina- y nada sería más erróneo. Pero nos meteríamos en el problema de las traslaciones: uno ama el orto, tocar la caquita y decir: ¡acá está! ¡Era esto! Y que un rayo mental de asociaciones y de categorías le salte a la mente.[1] Sólo jugamos (virtuosamente, porque am-a-mo-s) el mismo juego. Todos sabemos que de un lado están los entrenaditos y del otro, los angustiados o los enfiestados, enfiestadísimos, sacros tocadores de caca; y, que, a veces, se está de un lado y, a veces, no se sabe el motivo, el porqué, se está del otro. Y que hay que estar de un lado y del otro. Se podría traducir mal, de nuevo, recurrir a Deleuze, si quieren, si hiciese falta, para avivar a más de un durmiente. Pero sería vano: no se entiende porque no se puede o porque no se quiere. Además, ¿quién nos dijo que somos más despiertos que los otros? (Yo sé que un profesor nos lo dijo para estimularnos, pero callo). Yo sé que la angustia nos hace más despabilados, pero… Lo de la cajita de herramientas y lo de la gaya ciencia también, aunque no es eso lo que digo. Me disperso. La fascinación por la frasecita. El éxtasis en el significante. Ah… Es falopa. Y uno ama una práctica decimonónica para señoritas burguesas o para pervertidos desclasados como nosotros, que somos o parecemos la otredad. Mirá, Milita, a lo que recurro. De torpe, nada más, es obvio. Un jueguito para ociosos: vagos, que sabemos que está todo mal en este divertidísimo entramado, que es de lo que hablo. Podría recordarles –mentarles el chiste de nuestra cultura, pero es una broma macabra: “tin, tin”. Ya se sabe. Lo que me quiero preguntar (¡Porque lo importante son las preguntas! –paréntesis, (paréntesis): ¿nunca nadie sintió, sentiste, oh hipócrita escritor, poeta puto, blah, blah, blah, que suena muy boludo y binario enunciar de cierto modo orgulloso esta pavada, como si las preguntas y las respuestas no tuvieran otra dinámica y todo lo demás inclusive? Una gansada.) es… Vuelvo: ¿cómo se habla de lo que se ama sin sacralizarlo, sin estatuir un discurso consolatorio, sin volverse uno de esos que piensan que ya está que hay que repetir esto y repetir esto y repetir esto cuando se sabe que no, que el esto, ¡ahijuna!, es sólo una voz? No lo sé.[2]

No es la literatura y apenas, sí, siempre me interesó la levedad, sus devaneos, que no tienen nada que ver con esto, claro, pero debo aclarar que me gusta escuchar(me): es el ritmo, el conflicto con el lenguaje, la frase, la frase-cita: de lo que intento hablar. Ahora. No antes. Ahora. Lo que por pedido intento situar, ya que seguro es una guerra, contra l'ennui de la repetición dóxica, contra la fosilización de ciertas categorías interpretativas, contra los protectores del sentido, la construcción social del valor, la represión estética y sexual, contra la moral, el escándalo ético-literario, contra los géneros y los pactos de lectura, contra lo pactado, la excusa de la cultura, contra el tono medio del canon y los discursos idealizantes. Aquello que parece un programa, es cierto, pero que es la singularidad de una vida; un recorrido sin representación posible. Remarco: una apuesta en el pulido: un sacarle lustre a lo abyecto, a ese núcleo duro, a la piedra dura del recuerdo. O del no recordar, quizás, pero nunca se sabe. A lo que se anuda en la garganta: porque la “goya es todo mi querida. Es el goyete por lo que pasa todo lo que tiene que pasar y si la goya tuviera madre el goyete tal vez lo sería. (Esto es Lacan) Y es –creo– como el orto pero aparejado con la argoya aunque no lo sé seguro: todo es más bien un hermetismo espiritual”. Teatrino artificial de la vida, que se juega entre el azar, en el entrelazado y en ese no estar estando del que tanto se ha escrito. Lo más concreto de un trazo en la grafía, el ruidito del teclado y el otro ruidito, insoportable: de la cultura. Un puro surco: "estilete": “única pelotudita fe” en una praxis opuesta a la metáfora. Lo que es cortar en donde a uno le conviene. Y acá te traiciono de nuevo, porque me excuso en ser un amante indiferente. In-diferente, pero amante, al fin. Y mencioné una fe. Un goce que es distinto del placer, usted que se ríe del chiste –suyo– urdiendo la trama menos eficaz en el camino del duelo, de la prueba en la cita, del saber, Milita: la obra de arte como bodrio. Otra apuesta en la derrota, por amor a la literatura, en un mundo en el que la sintaxis pareciera un fenómeno en retroceso. Aunque todo esto se parece a la nostalgia, la nostalgia, ah… Esa pulsión desoladora. Pero es mentira, porque no puede haber lagrimita cuando se habla desde el espacio de un puro presente: “No te escribí ninguna obra maestra, no revolucioné nada, no logré que nadie se identificara conmigo y si supieras lo que he sufrido no pudiendo trasladarme, no representando a nadie, siendo una inútil social, la verdad”.

¿Qué es subrayar –me pregunto de nuevo– sino repetirse, remarcar, recorrer una y otra vez el mismo camino carente de origen, genia? Supongo que es producir un surco cuando se intenta tocar lo real –mirá a lo que apelo–, perforar el lenguaje –ya notarás la que se viene–, transitar los signos de la cultura –suspenso simplemente–, mixturarlos junto con esa materia informe, que es la heterodoxia de la vida, la materia que ama el recuerdo, el azar: hacerle el orto al lenguaje – ya era evidente, insostenible; no genera ni gracia. Subrayar presupone, en este punto, según leo, por capricho, hacer un tajo, poner un cuerpo sobre otro: la intensidad imposible de una vida sobre, tras, bajo, con, delante, contra, la letra: “Subrayar: meter el lápiz en el verso, hundir la mirada en el pozo del agua removida, separar la carne pegada a la carroña, salvar un brillo de vida (…), ver la miguita de la última forma”. Entre el recordar y el no recordar, entre el saber exhibido y el no saber subrayado, entre el femenino [-o] y el masculino [-a] se impone el orto cuando se subraya (¿?), su figura desgarrada o desgarradora: la del poeta puto. Es un boludo el que no es puto, porque no entiende, supongo. Porque abyecta, vive en la trampa de las represiones, y esto no lo digo yo (y/o): vive en el exceso representativo y en la teatralidad de nuestra cultura. Tramada entre la carroña –la cita es doble– y una fe cínica, “pelotudita”, vertida en la forma, la escritura se torna aristocrática, ya tú sabes. La frase y el apego a la frase, una chispa de vida. Pero todo esto y todo lo demás no tiene ningún justificativo, ningún valor. Y, sin embargo, yo amo y siento que esto es mejor que lo otro, que todo lo otro, que también es un lenitivo, una falopa, pero fabricada por todo el cuerpo –textual– de la policía humanista.

I love you, Milita.   




[1] ¡Sí, una iluminación!
[2] Que entienda el que pueda entender, más no se puede: la voz, la gauchesca, el culo y lo abyecto, la cultura, la negación. Habría que hablar del tajo, sin dudas, pero a quién le importa.