28.4.13

Más tristezas del orfebre, por Roberto Escaleno





¿Cuándo habría que morirse? A caballo regalado no se le miran los dientes. Odia la literatura como odia la vida. Y si alguien viene mañana y le dice que el 10 de marzo del 2027 llega Lady Death. ¿Qué hace? Las respuestas son muchas y todas estúpidas por hipotéticas. ¿Y por qué los periodistas que se creen Ezra Pound quieren que los demás hablen como Magdalena Ruíz Guiñazú? Ya lo decía yo: Quand on est gentilhomme on est gentilhomme. Todos saben que el infierno no es el lugar más caliente de la tierra. Al contrario, es un lugar congelado, las temperaturas pueden llegar al cero absoluto, pero sin la variedad de los colores primarios que puede ofrecer una aurora boreal en el norte. El infierno está bien adentro. El del católico Dante. Y el de los budistas también. Así es que si alguien nos vaticinara la muerte, podríamos asistir a esa anunciación como quien actualiza una pausa o alcanza un cierre. Pero no se puede vivir en la duda de la vida ni en la incertidumbre por la muerte. La espada y la pared. Un buen libro siempre devuelve el desorden de un cerebro encantador. Como un espejismo acuoso borroneado por la línea adyacente del tiempo. La que va en paralelo y se desvía y toma atajos que no sirven y no salen a ningún lado, y después vuelven al epicentro. La ideología dominante jode. Todo es intencional, se sabe. Hasta las bobadas del inconsciente. Todos saben que la oficina es una institución putrefacta. El orfebre se despertó con la certeza de que pronto estaría en manos de ese café entre sus amigos. Sus amigos se habían vuelto pesados. Serían tres o más, y todos tristes, pero la tristeza no se derrama, y las pasiones tristes aburren. Veremos qué pasa el 10 de marzo del 2027. Al fin y al cabo, seis pies bajo tierra no es mucho, la tierra se escarba, y a los muertos hay que matarlos. Es difícil no creerse “algo”, se decía. No aludía a la modestia que es a veces un modo de decir lo mismo por la negativa, el que dice no ser nadie es porque se cree lo más. Prefería a un fanfarrón divertido que a un modesto depre. Ser fanfa no es ser soberbio, pero la falsa modestia es soberbia incontinente. Que cada cual, digo, se crea lo que quiera pero que no joda con su misérrimo misionar una falsa mishiadura. Tuvo que ir a una reunión y se cruzó con un novelista argentino que se cree Balzac pero que es despacho de maleducación. Hablaba como si los otros no existieran, apuntaba sólo al plumífero que va a elogiarlo. El tema era la tragedia. Escaleno habló con naturalidad sobre la terascopia, la facultad de adivinar el futuro, esa visión del terror le parecía más trágica que la misma tragedia, una maldición que la excede, y el tipo le tiró en la cara el tema de la pobreza, como si él se interesara en los pobres. Al novelista sólo le interesaban los premios, estaba un tanto preocupado, ya no le quedaba ninguno por ganar. Para Escaleno era un escritor transmediático: había que leerlo para saber que fantasía se jugaba en los medios, lo que había que decir como correctas sanguijuelas para pertenecer a un pequeño imperio. Sus palabras sonaron heréticas y pasó a referirse a esa terateia de los griegos: la facultad de ver lo monstruoso como monstruoso, como si un cara a cara con el horror no fuera un don que sólo tienen algunos pocos. Chiquitaje, al fin, terascópico y teratéico. Demasiada soberbia para dos plomazos. Escaleno estuvo a punto de hacérselos notar (“Responde al necio según su necedad, porque no se estime sabio en su opinión.” Proverbios XXVI. 4-5) pero estaban hechos de la misma estofa, uno para el otro, demasiado alienados, fundidos “en un mismo combate” y se limitó a decirles que para él Balzac era un tipo educado, un sobreentendido que sólo él entendía: no del todo educado. Se preguntó si Balzac era un maleducado. Ni bien llegó a su casa, ya de noche, despertó a un profesor de literatura amigo, experto en Balzac: ¿Era maleducado? De a poco se fue despabilando y comenzó a contarle una trama amorosa como si esto tuviera que ver con la educación. No, no, le dijo, lo que quiero saber es el trato que tenía con la gente, con los sirvientes, por ejemplo, lo digo porque noté que los más fanáticos del poder –aún si este poder es imaginario– tratan como felpudos a los que están por debajo de su escala social que a veces es también imaginaria a diferencia de la sociedad de Balzac, más estratificada que anarquizada. El profesor de literatura dijo, en seco, que era un hombre educado y cortó. Un maleducado produce otro, para Escaleno ya fue más que una intuición. Se quedó con que Balzac fue a una fiesta de aquellas, y luego de comerse y chuparse todo, de darse hasta la médula con hachís, salió caminando lo más campante a la madrugada. Todos estaban muy maltrechos pero uno tuvo fuerza para preguntarle cómo era que estaba tan fresco. Lo que pasa –dijo el autor de La recherche de l´absolu– es que tengo poca imaginación. La escena en sí misma es balzaciana, también la que vivió Escaleno, la Comedia sigue escribiéndose sola, sin Honoré, y sin novelistas dudosamente honorables.