14.1.13

Un hombre, por Laura Estrin





Jorge Quiroga sonríe. Quiere hablar.
Pregunta y acentúa la e, la alarga. Espera.
Hizo lugar. Pinta.
No le importan los puños, los lleva abiertos.

Huésped bueno de cielos infelices.
–Vieja cita de una rusa desconocida–.

Jorge siempre está ahí, recordando 
mientras repite bajito.
Insiste.
Cuando escucha, queda un poco en el aire.
Vuelve a sonreír.
Jorge trata, ordena, sabe, salva.

Desamparo claro, elegido. Jorge mira bien.
Sin particular fuerza.
Y dice. Escribe o piensa.
Se demora mucho en las letras.
Camina a trancos.
y descubro que es bárbaro tirano
pero me regala sus pinturas y una vez dijo:
San Libertella como nadie.


El archivo que es el diario enloquece. Corre.
Da la confianza que los que nos rodean quitan.
Ahí, uno, en un rato, se acomoda.




 Libertella:
Wassily Kandinsky jamás pintó su autorretrato. La carne huyó de él. En 1910 cultivaba la pasión inútil por dibujar su aldea –capturar los atardeceres de Moscú que eran su obsesión.


(El retrato pertenece al libro Ánimas)