25.8.12

Comedero y otros poemas, por Milton Rodríguez




C O M E D E R O


Son casi

las cuatro de la tarde.


Las ollas,

olor a fritanga.


Puerta angosta

que deja ver;

sonido viniendo.


Cuadros,

viejos cuadros.-


“Sí, cómo no, señor”.-


Una podría haber sido otra cosa.-



E  L     R  Í  O

Cerca;
                                                         
el muñón del río
                     
cancelando sueños.-



A  L  G  U  I  E  N

Un hombre espera.

Ganó la costumbre de ilusionarse,

de no mirar a través del ventanal.



E L   C  O  M  I  E  N  Z  O

Le escribo a la noche,
al momento justo en el cual
cruza el viejo vapor
y yo,
amante de los puertos,
imagino ciudades,
piezas en donde vivir sin temor.

Cerca de nuevos seres
y de idiomas imperceptibles.
Iría lento por las calles
con el afán de enraizarme
a una apocada nostalgia.
Inventándome otra profesión,
un puesto donde colocarme.
Creyendo que, sin querer,
he hecho lo necesario.



P  O  B  R  E  Z  A

Están los  mendigos pidiendo.

Los viejos,
las niñas de la “crencha engrasada” .


Aquellos:
“Señor,
que es para remedios”,
aletargando la queja.

Lástima.
Un rostro quebrado.

El brazo estirado.
Mi voz también decae
Ante la agresividad
extraña de pedir comida.

Barrunto un cruel asunto.
Falta por no atreverse a pensar
que atrás de la tristeza,
cae la moneda de mensajes secos,
duros.                                                                                                                                              
No queda más que pedir.



J  U  L  I  O

Mudez que sufre el destello del frío.                                               

Sorpresa de las horas,
gimoteo,
destierro prolongado.


Desazón.  Dueños.
Castigo donde se pierde el alma.

Esqueleto del mundo.



AGOSTO



El viento cruje con desesperación.
Lo verde sacude su milésima de agua
y se recuesta en otro adoquín.
Es sufrir,
lloriquear como ella.


No tengo más remedio que todo el mar.


Allá un casco,
una codorniz,
la lucha en un mástil por el que caminan preguntas.


Es cierto,
no hay tranvía,
ser, esponja o remo.
Nace la espuma, revolviéndose.
Cercos podridos, la historia:
Lazo sin arrimarse.


Otro día para enumerar,
no vaya a ser que nos quedemos sin palabras.



PLAZA  CONSTITUCIÓN

Recovecos.
Abajo,
ventiladores gigantes.


Sucios pisos,
material en desuso;
ruido amortiguado.

Reformas que nunca terminan.

Seres anónimos
cargados de miseria,
caminan por sus andenes.


Imágenes en las paredes
redondeadas al desgano.



MAGNOLIA

En los instantes en que destiñe el frío,
cuando más allá de las adornadas casas
se desvive el desconsuelo.


Urdiendo intrigas palaciegas,
manoteando esquirlas,
sufriendo la monotonía de bailes encaramados.


Aquella virtud de tener horarios.


Abiertamente,
nada se puede decir.
Por la nostalgia nadie ha muerto.


Lo de siempre:
los ojos raros, el rostro expectante.
mil virtudes no han podido con el orgullo.


Los deberes
o el renunciamiento.


Tener las manos ya exánimes.


Asciende el color.
Silueta blanca y castiza
que la muralla del río esconde.



LLANTO SIN COMPARTIR



Llora por el tiempo que pasó.
Las palabras empeñadas.
Los triunfos.


Siente un resquemor tenue;
los días debían avanzar presurosos.
A la vuelta
se dio cuenta
que envejecía,
aniñado y solo.


Incomprensible.
Inmaduro.
Contradictorio y tenaz
al recordar el pasado.
Los días oscuros
cargados de melódica depresión.


Aún nada.


Decidido a quedar envuelto
por aquello que,
siendo aire
es:
cápsula plástica,
vida embebida.
Tentado
a dejarse embaucar
por el juicio de sus contemporáneos.



Quizás. . .
por  no animarse
al paso indebido.


Los dementes son obsesivos.



JAMES  JOYCE



La noche,
la amistad.
es decir:
nada ha cambiado.
Por los dolores del mundo se trepa una estrella.
Silencio de cisne despertando al ángel de números ciegos.
Recordar:
Joyce dormía tras un bate de béisbol, acechando la angustia.
Ojos amordazados.
Aquella virtud que allana el escándalo.


Ríos de anguila,
repeticiones que impone la obra.
Ígneo sacrificio.
Hay como una dicha de tocar fondo junto a la botella de pálido sabor.


Hermano del alma,
la novia tan pura te sigue buscando.

 



ESTOY


El sol alto,
durmiendo
y,
al mismo tiempo,
desplegando.


Estelas de luces
limpiando
lo último
o,
si se quiere,
los restos
de esta madrugada
infrecuente,
de arrabal dormido.
Quejas.


Palabras quedando a medias.
Corazones apretados de preguntar.


La sorda gota
resbalando,
cruzando
el vidrio de la ventana.
A través de ella
los árboles,
los autos.



Ciudad gastada anticipadamente.
Agrietada,
abriéndose en los vendavales.


Desdén.
Visiones inciertas.

18.8.12

Conversación con Jorge Quiroga

(Laura Estrin y Javier Fernández Paupy)




JFP: ¿Jorge, tu poesía tiene que ver con el recuerdo y con el exilio?

JQ: En realidad, el primer libro que publiqué lo reescribí tanto... tanta reescritura, lo empecé en la época de Literal, lo sé porque hay un poema que está ahí que figura en la revista, pero lo trabajé muchísimo, en un momento había guardado los manuscritos después los tiré. Entonces, básicamente es una reformulación constante. Para tratar de ubicarse. Y ya desde la primera frase del primer texto: El que recuerda aparece y cambia un lugar por otro. Eso sería la historia, sería como una poética. Y recordar es aparecer, desaparecer. Porque si bien no hay una versión literal del tema de los desaparecidos hay esa historia de aparecer y no aparecer de recordar y no recordar, de estar siempre girando en torno de una cosa obsesiva del recuerdo. Entonces tiene que ver con la memoria. El que recuerda difícilmente aparece dice la primer línea. Y es difícil aparecer y desaparecer también. Vos podés invertir esta frase: El que recuerda en este caso no aparece o aparece mal o desaparece, cuando escribe. Hay una idea de que al escribir y recordar –que van juntos– es una ausencia, la persona desaparece. Siempre me preguntaba un viejo amigo que había escrito sobre estos poemas, sobre otro libro: ¿Quién habla? Yo la verdad que no sé. Alguien lo hace pero es una figura que recuerda. ¿Qué recuerda? Tampoco se sabe. Hay como una búsqueda del recuerdo y de algo vinculado con la idea de estar aparte, al costado, estar y no estar.

JFP: ¿Una voz que está en un lugar intermedio entre el recuerdo y la memoria?

JQ: Están en algún lugar intermedio. Siempre como contando, narrando, “le contaba una historia, pero únicamente el final”. Que no se podía reconstruir. Si vos lo querés hacer, por ejemplo, una biografía o pensar quién soy yo, o quién es el que escribe a partir de Cuaderno nocturno y de los otros libros, no lo podés reconstruir. Entonces, es difícil aparecer, recordar y desaparecer a su vez.

LE: ¿Como que siempre queda algo, ahí no habría posibilidad de desaparecer del todo?

JQ: No hay posibilidad de desaparecer del todo. Y el exilio es eso, porque vendría a ser una separación. Vos ahí quedás suspendido en el aire, en otro país. Yo tuve un destierro cercano porque estuve ocho años en Brasil. Pero vos llegás a otro lugar y tenés que rehacer la historia que no sabés cuál es, y estás ahí y estás sumergido en el tiempo. Entonces, esos años, por ejemplo, cuando la gente se refiere a algunas cosas, X, montones de circunstancias, como que en el 83 tal situación, en el 80 tal otra, en el 78 no sé qué. Eso lo tengo borrado, como que el exilio es borrar un historia y esa narración está como levitando, como un hiato, como una grieta. Sin hacer melancolía o hacer ditirambos del exilio. Pero de alguna manera ese destierro hace que vos digas lo primero que vos viviste, ahí, y después lo que te pasó después del exilio. Es como si te dividiera la vida en tres partes. En la mitad queda un vacío. Entonces es muy significativo porque, ¿qué pasa?, estar ahí es interesante porque vos no sabés si vas a volver. A tu origen, a tu historia, a tus recuerdos, si los tenés. No sabés; puede ser que no vuelvas. Hay mucha gente que quedó colgada, pasa de todo, quedarse colgado en ese tiempo suspendido, y después no querer volver. Entonces, ¿cómo reconstruye su existencia ese tipo, cómo hace? También es imaginaria. Si vos te exilaste, de alguna manera, vos, aunque vuelvas y pienses que hay una continuidad, no la hay. Eso ya quedó. En ese hueco, en ese pozo, ese agujero, esa grieta ya quedó, no la podés reconstruir más.

JFP: Y tu exilio brasilero, ¿radicalizó una veta porteña, o algo así?

JQ: Yo siempre fui medio porteñazo, diríamos, por familia, por tradición. Pero el exilio me borró. Si vos te quedás ocho años en un país, sin volver, de alguna manera, vos eso lo tenés que borrar. Yo no podía. Tenía que hablar en portugués y en portuñol. Todos los que estuvimos allá, salvo alguna excepción, siguieron siendo porteños de Buenos Aires, en San Pablo, en Río, donde estuvieran, en París, adonde fuera. Seguían siéndolo pero a su vez no lo eran. El destierro es un lugar imaginario, irreal. Por eso yo hablo del pasado irreal. ¿Es verdad todo eso que me pasó? Fue una especie de suspensión. Entonces dudás, si lo que te pasó antes y después del exilio es real. Es una cosa muy marcante. No en el sentido de lloradera, de hacer melancolía con la historia. Existencialmente es una quiebra. Hay gente que sufre más y hay gente que sufre menos. Yo me hice una cosa maníaca de decir: Si me tengo que quedar acá, me quedo. Pero por ejemplo, mi mujer era un dolor atroz porque ella sabía que iba a retornar. Yo decía: Ah, por ahí no vuelvo y se acabó, eh. Pero mi mujer Marta quería regresar entonces estaba mucho más herida que yo.

JFP: ¿Estabas más desapegado?

JQ: Tampoco me integraba allá. Porque el exilio hace que tampoco vos te asimilés. Vos sos un bicho de otro pozo. Te consideran un argentino que está allá. Pero no sos un brasilero. Hay algunos, por ejemplo Bavenco o Caribé, son argentinos que fueron a Brasil y se transformaron en brasileros. Yo eso no lo podía hacer. Ellos yo creo que tampoco podían, pero se transformaron. Entonces a Bavenco lo llaman brasilero de origen argentino. ¿Yo qué soy? Argentino con estrías brasileras. Una cosa así. (Risas.) Y hay identidades muy fuertes. Ser de acá lo es. No sé, hay gente que se lo saca de encima como si fuera una camisa. Pero es difícil sacarse el sayo de argentino de Buenos Aires. A mí me resulta bastante complejo y complicado esa desindentidad. Sin embargo, yo hago un culto de lo que no tiene identidad. Como decía Perlongher, ¿qué identidad? No existe.

JFP: Como que la identidad no pasa por la nacionalidad.

JQ: Sin embargo, como decía Cortázar en Rayuela, se plantea que tiene uno que largar la argentinidad. Yo hago como él, como Néstor, un culto de lo no territorial. Pero, a su vez, es una contradicción andante, porque vos sabés que de ese lugar no podés salir.

LE: Y pensando que la identidad está en la lengua o que la nacionalidad está en un lenguaje, ¿qué cosas sacaste de la lengua brasilera?

JQ: Yo me acuerdo que hice una lectura de poesía en el hogar de una amiga y leí un poema que habla de Valparaíso. Y ella me dice: ¿Valparaíso? Yo creía que vos todo lo referías a lo de Buenos Aires. Le digo, no. Si vos tomás estos textos, no tiene rasgos de estar en escritos en ningún lado. Podrían estar pensados en Italia o en Montovo. Son lugares utópicos, secretos y solamente míos y que no voy a decir exactamente cómo son. Constituyen una especie de refugios propios. De ninguna manera vos podés sacar de Cuaderno nocturno o de los otros poemas que están en porteño. Sin embargo, vos sabés que yo soy muy argentino. Sin embargo, en los libros me parece que no se nota. Podrían haber estado originados en cualquier lugar del mundo porque tienen como una especie de lenguaje neutro.

LE: ¿Seco?

JQ: Seco, como dice Thonis, seco, empecinado, y que no tiene densidad de un determinado lugar. Vos fijate que nosotros en Literal, en el medio del fervor, y qué sé yo, nosotros bromeábamos con la cosa del antipopulista. No populismo. En esa época todos estaban en una gesta heroica, argentina, porteña y de liberación nacional, y nosotros ironizábamos y nos burlábamos de eso como de algo demasiado referenciado. Con marcas gruesas, nosotros estábamos en contra… a pesar de que acompañábamos con pasión todo ese período histórico.

LE: ¿En contra del realismo?

JQ: En contra de las referencias. En contra de que vos puedas ubicar a tal cosa en tal sitio. No queríamos nada tan estricto.

JFP: ¿Qué cosas tomaste de la poesía brasilera?

JQ: De la poesía brasilera… yo estaba allá y entonces no podía leer poesía argentina. Entonces me dediqué a leer la literatura de allá, que es absolutamente distinta de la de aquí. Difiere en el sentido de la temática, del lenguaje. Ellos manejan un idioma muy moderno. Hay un poeta João Cabral de Melo Neto, que escribía una poesía muy precisa, muy arquitectónica, muy elaborada. Y eso me pareció interesante, porque la idea de Brasil es trópico, barroquismo, exuberancia. Y Cabral de Melo Neto, escribió una poesía nordestina, o Ingeniero, una poesía muy articulada, medida, muy clásica, tranquila, en la que las confesiones no entran, ¿no?, hay descripciones. Eso es muy propio del nordeste. Allá en Brasil me hice amigo de los hermanos de Campos. De Haroldo y de Augusto. Ellos son concretistas. Otra visión totalmente distinta. Entonces uno los podía leer porque era una mano absolutamente opuesta a la que escribíamos nosotros. Mucho la palabra, la elaboración, lo visual. Empezaron con esa actitud y terminaron en una especie de cosa muy abigarrada, Haroldo sobre todo. Los de Campos hacían una poesía que era interesante. Pensábamos, leamos esto, en algún momento vamos a volver y a empezar a leer y escribir. Yo prácticamente lo que hice en Brasil fue reescribir, como te decía, Cuaderno nocturno. Yo lo publiqué después que vine para acá. Realicé una poesía que no tenía que ver con la trayectoria de la poesía brasilera, sin embargo, ahí leía a Ferragular, a Haroldo de Campos, a Augusto de Campos, me encantaba Caetano Veloso, cuando acá no era una figura consular como es ahora.

JFP: ¿Siempre fue en prosa poética Cuaderno nocturno?

JQ: Eso de escribir una especie de prosa nos viene de la época de Literal. En la cual, decíamos que la prosa es poesía y la poesía es prosa. Ni siquiera se hablaba de eso, se escribía así. Después, yo me di cuenta que había escritores bien de la prosa, como Germán, de narraciones, de prosa, Lamborghini por ejemplo escribía narraciones, relatos pero también tiene un conjunto grande de poemas, sin embargo, todos los del grupo, escribimos esa mezcla entre una cosa y la otra. Y después yo en lo que fui escribiendo volví a esta escritura más prosa. ¿Sería prosa poética? No creo. Qué sé yo qué es, eh. Digamos, escritura…

JFP: ¿Una escritura poemática?

JQ: Una escritura poemática, puede ser, como decía Sánchez.

LE: Alguna vez dijiste, ¿no?, que el exilio, para vos, significó una inadecuación...

JQ: Claro, el exilio vendría a ser, como te decía, un momento errático, interminable. No se sabía si iba a segur mucho. Yo volví porque Horacio Pilar, que era un amigo, me volvía loco con que todos estaban con las Malvinas, que son nuestras, qué sé yo. Yo iba a las reuniones, estaba desesperado. Porque decía, los mismos que torturaron gente ahora mandan en la guerra. ¿Esto qué es, una payasada? Pero Horacio Pilar me explicó: “Mirá, si a los milicos les llega a salir mal lo de las Malvinas, volvemos. Si les sale bien, no volvemos.” Ah, bueno, dije yo. Y fue así. Exactamente esa fue la lectura. Se pudo regresar al país porque les fue mal a ellos. El exilio es una suspensión del tiempo, repito, una cosa sin lugar, estás y no estás. A mí me ocurrió eso. Lo que pasa es que fue un fenómeno masivo. Se exilaron miles de personas y eso no está bien contado. Yo lo que creo que ese momento de ir al exilio es un momento en el que el país te expulsaba. Ya después de eso no estás más seguro de nada. Puede ocurrir cualquier cosa. Puede ser que se te vaya la familia, que te separes de tu mujer. Porque el destierro es una cosa no pensada. Porque el exilio real es una separación. También es una elección. Vos te exilás porque vos querés. Yo me podía haber quedado acá, adecuándome a lo que estaba ocurriendo. Hicimos un encuentro con mi hermano mayor, yo militaba en la JTP. Con amigos de él, abogados que eran montos. Yo le digo: “Me tengo que ir de acá. Se viene la maroma, nos van a matar a todos”. Entonces hicimos la reunión esa para convencerlos, a mi hermano y a mi cuñado, que me tenía que ir. Cuando estábamos hablando con los abogados y le cuentan la historia de lo que yo hacía en CETERA y qué tipo de militancia tenía me dicen: Tenés dos posibilidades: O tomar las armas o irte del país. Entonces le digo, ¿tomar las armas? Y le digo a mi hermano y mi cuñado, “¿vieron que me tengo que ir?” Sí, sí, sí, andá. Ahí se convencieron mis familiares, me juntaron guita. El exilio es una expulsión y una encrucijada. Yo decidí de alguna manera. También es una cobardía. Entonces, tenés la figura del cobarde, del tipo que se raja porque no quiere enfrentar, teóricamente, la adversidad del momento. Yo siempre la puse entre paréntesis esa actitud valiente, al hacerlo, decía que no, pero igual, de cualquier manera está la traición, porque la figura del traidor está vinculada con el exilio. El exilado es un tipo que traicionó, que se acobardó. No lo dicen pero un poco está en el aire. En el inconsciente colectivo, que el tipo de alguna manera se escapó. Se fugó de una situación. Una decisión de un cobarde, que decide tomárselas. Otras son figuras heroicas, pero el exilado no lo es. Por más que lo quieran pintar en algunos casos como una figura así, no lo es. Entonces hay que asumir una historia de traición. Parece que la traición cruza la historia del país y nuestra literatura, ¿no?

JFP: ¿Sería algo así como una estética de la interrupción?

JQ: En la época que yo empecé a escribir se lo hacía de otra manera, distinta, realista, narrativa, referencial… y toda la literatura que nosotros escribimos trataba de contar aspectos o cuestiones que no estaban ligadas a las instancias realistas. Tampoco eran intimistas, podían ser existenciales en mi caso. En el caso de Germán, por ejemplo, era una especie de autobiografía de un joven. Podía ser. En el caso de Lamborghini, el caso de su desgarramiento existencial. En el caso de Gusmán, también eso, en un sentido parecido. Lo importante para mí es que la escritura disruptiva descubre e ilumina elementos que no están en la otra literatura. Es como si fuera otra imagen, otra idea, otra literatura, otra versión distinta. Zelarayan también es lo mismo, no te cuenta la historia de una siesta provinciana con detalles, te la cuenta con imágenes, con estructura, con fracturas, con distorsiones. Lo disruptivo es como si fuera una corriente eléctrica que se te interrumpe de golpe. Esa es la idea. Hacer una literatura que irrumpa de golpe. Después está el tema si se entiende o no se entiende.

LE: ¿Qué es entender la poesía?

JQ: Yo creo que no se tiene que entender nada (Risas). De Literal decían que era una revista inentendible. Ya desde el principio. Pero, ¿hay necesidad de entender? No hay urgencia ni siquiera en comunicar. Es cuestión de que se proceda, se presente, se establezca una disrupción, algo que surja. Porque escribir, como decía Correas, y decir que Roberto Arlt era un escritor pequeñoburgués es una estupidez. Roberto Arlt no es eso. Digamos, muestra una zona de significación, de lenguaje y de historia, narrativa, que otros no la muestran.

JFP: ¿Siempre relacionás la literatura argentina con la política?

JQ: La literatura argentina siempre es política. Desde el origen de nuestra literatura siempre fue una escritura que tiene que ver con la política. Porque en este país ella lo es todo. Se habla todos los días, continuamente, y es el sentido de este lugar, digamos, discutir y hablar de política. La literatura acá empieza con Hidalgo, que es la revolución de Mayo. En la literatura ya está establecida. Y en todos los textos importantes, El matadero, la obra de Roberto Arlt, la obra de Walsh, la de Girondo mismo, a pesar de que parezca de otra cosa, hablan de Argentina y de su crisis y de sus problemas y de su literatura y de los caminos que llevan a entender a esto. Y únicamente se puede comprender algo cruzado con la política, sino no se puede.

JFP: Y cuando dicen que la obra de Macedonio está cargada de política, ¿dónde se ve eso?

JQ: Yo creo que está cargada de política aunque hay una variante directamente política. Como Walsh, cuando habla de los fusilados. Ahí no hay vueltas. En el caso de Macedonio que habla de otras cosas, entrada, salida, personajes Quizás genio, esto o lo otro, es más difícil que haya una lectura política de eso. Lo que no quiere decir que no sea una lectura política porque muestra un tono, una sensibilidad, una cosmovisión, una manera de ser argentino y ser porteño, una manera de ver la realidad, de mimarla, de reproducirla, exóticamente, seguro que Macedonio lo que quería era contar las historias de su época. Le salió otra lectura, le salió también una escritura poemática a él. No quiere decir que filtrada, releída, en la época, se puede hacer una lectura política. Yo pienso que es un desafío pero que se podría hacer tranquilamente una lectura de ese orden de la mayoría de los textos de acá. ¿Entendés?

LE: Decir que todo es político es como decir que nada es político.

JQ: Eso es una cuestión táctica, porque por ejemplo, esto lo decían en el tiempo del realismo, ahora hay algunos que quieren volver al realismo, me parece.

LE: ¿Qué autores argentinos destacarías?

JQ: Y acá seguramente es clave Macedonio. Yo creo que Walsh también y Girondo. Son los tres que a mí me gustan. Yo leo mucha literatura italiana. Leo muchísima poesía italiana, a Sava, a Ungaretti, Montale. Argentina, los más fuertes son esos tres que te nombré. Borges también es una escritura muy fuerte, muy acabada. Por más que muchos piensen que es el único escritor argentino, yo pienso que no. Tuñón es importante.

JFP: ¿Enrique o Raúl?

JQ: Es importante Raúl y Enrique. Los dos lo son. Me gustan. Son totalmente distintos. Son otra historia. Y pensando, te puedo decir seguramente diez nombres de escritores argentinos. La literatura nuestra es muy importante. Los brasileros decían que la literatura argentina tiene autonomía propia, porque es muy grande y se autoabastece. Vos podés leer nada más que literatura argentina y ya leíste mucho. Y no terminás. No creo que lo autores que te nombro, que tienen importancia en nuestra literatura, tengan que ver con lo que yo escribo. Por eso le pongo el nombre a lo que escribo. Es importante Olivari, es importante Borges, los dos Tuñón, me gusta Walsh, me gusta Piglia, me gusta Gérman García. Cada uno con su discurso y su manera de entender el mundo y tratar de intentar pensar. Yo pienso que lo que yo escribo es un relato propio que no se puede relacionar. Algo personal de lo que yo soy.

LE: Nombrás autores que conocemos: Girondo, Borges, etc., pero tus libros, tu experiencia, parecen venir de otros lugares...

JQ: Sí, es cierto. Yo tengo toda una vertiente de lo que llamo otra literatura. Una vez hice unas Jornadas en la Biblioteca Nacional que se llamó Los desterrados, donde estaba Correas, Néstor Sánchez, Raschella y Noemí Ulla. Pienso que la literatura también se hace con esas escrituras que son otra corriente, otra voz, otra situación literaria distinta a la prestigiosa. Me dedico mucho a eso porque es la única manera de reconstruir un momento literario, histórico, que no se hace nada más que con los nombres que aparecen en los diarios. La canonización es inevitable. A estos tipos ahora los canonizan. Sánchez en revistas, artículos, hay gente que está escribiendo libros. Correas también, “el último escritor maldito”. La canonización viene siempre, o antes o después. Por ejemplo, Osvaldo Lamborghini, es otro canonizado, no entiendo bien por qué. La posteridad lee lo que se le ocurre, la posteridad lo leyó como un miembro del canon. No solamente Literal miembro del canon, reivindico esta literatura no por el canon. Por lo que significa, no es una lectura académica, es una lectura que trata de entender qué significaba eso. Hasta Roberto Arlt fue canonizado. Canonizar canonizan a todo el mundo. No creo que a mí me canonicen, creo que a mí más vale me van a exhumar. (Risas) Otro nombre: Germán García, yo en la época de Nanina estuve con él, mi hermano le pasó el texto, hablamos interminablemente. Nanina es parte nuestra, es importantísimo para la literatura argentina pero también para esa otra literatura que te digo. Me preguntás por los amigos. Yo era muy amigo de Hebe Solves, que falleció, me parece que habría que leerla, habría que pensarla, discutirla. ¿Por qué ningunear a una persona? ¿Por qué unos figuran en un canon y otros no? No lo entiendo. ¿Cómo lee la posteridad? Es un misterio, no lo entiendo. Por ejemplo, decir que Osvaldo es marxista es un disparate. Él se las daba al final de marxista pero toda su vida fue un peronista ortodoxo y de derecha, entonces, de qué estamos hablando, está todo mal contado. Otro amigo, Alberto Spumberg. Tiene todo una poética interesante que hay que leer, releer y es significativo para todo una época. Otro amigo, Roberto Rasquella, una persona que está siempre conmigo, siempre fue muy generoso, escribió el prólogo de un libro mío, quiere hacer el de mis poesías reunidas. Hay diferencias, pero desde el punto de vista literario y humano estamos en la misma. Después está Milton Rodríguez que tiene una escritura interesante. Rosa Cedrón, que escribe cosas ocultas. También Ricardo Zelarayan, su poesía es muy interesante y sintomática de una estética y de una corriente que hay que desarrollar e inventar. De alguna manera, uno lo que siempre hace es reescribir lo que hacen otros, o los otros reescriben lo que hace uno. Cuando escribo yo me parece que escribe Laura Estrin. No sé si soy yo o ella. (Risas).

JFP: ¿Qué de tus libros es “lo político”?

JQ: Yo escribí un sólo libro directamente político que se llama Madres. Como siempre en política acerté a veces y a veces no. Pero yo hablo de las madres como figuras genéricas. Las madres de Plaza de Mayo, de Hebe, de Nora Cortiñas, porque yo pienso que la madre en este país es una figura muy importante, la mujer es todo acá. En el tango y en la literatura argentina. Es el único libro que escribí políticamente. Y lo hice para un concurso que había en Madres de Plaza de Mayo; escribí un libro que se llamó Madres. Como te estaba diciendo, el tema de la memoria, de los que aparecen y desaparecen está en todo lo que yo escribo. Por lo tanto ese libro no descoordina con el resto de mi obra. Esa es literalmente política. Escritura política directamente. Proposital. Los otros no fueron escritos a propósito, pero al no descoordinar, al no chocar con toda la obra, yo pienso que todo lo que escribí es eso. Está totalmente vinculado. Por ahí lo reedito o no.

LE: Y en La casa abandonada y en Las otras historias, ¿cómo lo ves?

JQ: A La casa abandona yo primero le quería poner La casa desaparecida. Le tuve que cambiar el título… pero la idea de casa abandonada está asociada. Yo me acuerdo que con mi hijo mayor, Carlos Andrés, una vez que fuimos a Brasil, él tendría trece o catorce años, pasamos en el colectivo por la casa en que habíamos vivido en los últimos años, en Brasil, en San Pablo. Esa sería la casa abandonada. Por lo tanto, a mí me fue muy fácil cambiar el título porque la casa desaparecida para mí es una casa abandonada. Desapareció y se abandonó. Desapareció de la cabeza y se abandonó. Hay una cosa como medio de culpa. Porque el exilio es una cosa muy culpable. No es una cosa enaltecedora.

LE: Entonces, en tu poesía, un guiño autobiográfico dispara algo que vos después escribís de manera vedada.

JQ: A mí me parece que en general, casi todo es autobiográfico, velado, transformado, ocultado, desocultado, secreto, diríamos, cambiado de lugar. Pero si se tomaran el trabajo de leer bien los poemas se van a dar cuenta que hay un hilo autobiográfico. Si vos lo hacés muy palpable lo autobiográfico, queda medio obvio. En cambio, si vos lo velás, lo ocultás y lo desocultás continuamente, lo enmarañás en la historia de los libros, me parece que es más atrayente. Atrae más, fascina más.

LE: ¿Sería como un método tuyo de escritura? ¿Hay un hilo autobiográfico detrás pero no un mostrarse, ponerse?

JQ: Lo hice a propósito desde que me lo dijeron. Me dijeron: ¿Quién habla? El yo está diluido. Es un yo elidido, me plantearon cosas así. Entonces empecé a escribir con esa elisión. Pero me salía así, antes.

LE: Entonces, ¿hay efectos de las críticas que recibís en tu escritura?

JQ: Yo creo que no. Lo que constataron es una cosa que yo ya hacía y la seguí haciendo, ahora ya sabiendo que era advertida. Yo, por ejemplo, pongo Montovo, y sé qué estoy escondiendo. Hago lo mismo, no cambié, la única diferencia es que ahora alguno lo dice, que yo hago eso y antes no sé si lo sabía o no me importaba.

JFP: ¿Qué pasa con lo narrativo en El pasado irreal?

JQ: Hay historias. Con la poesía podés contar toda tu historia fragmentada. Podés contar. Lo que pasa es que esos poemas tienen significación íntima para mí, nada más. A lo mejor, algún lector se engancha y lo hace íntimo él. Como son cosas que cuento de los secretos míos, cuando un secreto uno lo comparte con el lector, cuando alguno veo que se engancha, que entra en el texto, ya entonces, redimensiona lo que yo escribí. Quiere decir que el poema evidentemente tiene significación para los otros. Me contaba un amigo que un Cuaderno nocturno estaba en una oficina tirado en un escritorio y que siempre desaparecía. Quiere decir que lo leían, alguno de los treinta tipos de la oficina. No me consta. Es interesante eso de saber que no tenés lectores. (Risas). Nadie te va a leer. Como en la radio, vos no sabés si te escuchan o no. No sabés. Por lo menos en la radio que estoy yo. Bueno, algo sabés más por la computadora, de la gente que te escucha o no. Los lectores que yo tengo son amigos, que me dicen me gusta o no me gusta. Pero el asunto es el lector lector. ¿Hay lectores lectores? Lectores que no te conocen nada y se interesan. Yo pienso que hay pero yo me parece que no los voy a conocer. Yo no voy a tener ningún lector, nunca. (Risas). ¿Entendés? O sea, que yo tengo lectores amigos, ellos leen seguramente, tipos que leyeron evidentemente porque me doy cuenta. Por ahí algunos tipos que les parece tan raro lo que yo escribo que me doy cuenta que no les gusta. Son no lectores al cubo. No lectores porque no les gusta. Y hay no lectores porque no los encuentro. Es como una cosa macedoniana, ¿dónde está el lector?, ¿dónde está el tipo que me lee? No lo digo por broma, por mandarme la parte. Pienso que es muy difícil para un hombre que escribe, salvo los tipos que venden libros.

LE: ¿Es como preguntarse por el destino de los libros que escribís?

JQ: Justamente eso no sé. Pero yo te digo el efecto, el resultado es que no tengo lectores. No me consta. Yo tengo pocos, no son muchos. Por ejemplo, Zelarayan está de moda entonces todo el mundo… yo la verdad que no sé si lo leen. Cuando se murió Zelarayan publicaron una cosa que yo ya había sacado en una revista que se llama La otra. Quiere decir que buscaron, que entendían ahí qué era eso y encontraron que yo decía algo y lo pusieron. Quiero decir que no todas las personas que dicen que les gusta algo que está de moda lo han leído o les interesa. No sé. Se venden los libros, ese es el único parámetro que uno puede tener. Si se vendió quiere decir que se leyó. Tampoco es prueba de nada.

JFP: ¿Y Literal?

JQ: Integré Literal como grupo. Empecé a ir al centro, a los cafés, a los veinte años y publiqué este libro Cuaderno nocturno después que vine del exilio, o sea en el 84. Y el único grupo en el que estuve antes de irme fue el grupo de Literal que se transformó en un grupo mítico, un grupo importante. Me parece que está bien que sea importante porque decía cosas que eran diferentes. Acá hay muchos grupos, pero que traigan elementos nuevos, distintas, no sé si hay tantos. En cambio, Literal planteó cuestiones, problemáticas, una escritura, una estética, discusiones, que no estaban ni siquiera en el horizonte de su época. Era una especie de contraépoca. Fue un grupo literario porque éramos pocos. Había gente que rodeaba al grupo y se puede decir que eran periféricos. Pero el grupo duro éramos cuatro o cinco. Entonces, el núcleo se constituye. Fue efímero, ¿no? Es una cosa de un año o dos. Pero los amigos no duran toda la vida. Y este grupo sigue durando en el imaginario. Es un grupo anacrónico.

LE: ¿Qué hay antes de Literal? ¿Todo empezó ahí y con el exilio? ¿Puede decirse entonces, y lo digo un poco humorísticamente, que sos el Primo Levi de la historia literaria Argentina, un químico que se hizo escritor porque pudo representar –como dice el “Réquiem” de Ajmátova– “eso”?

JQ: Todo se divide en edades. Entre los 20 y los 30 años es una etapa. Hay una famosa frase de Paul Nizan: “No estoy enojado en decir que los 20 años es la mejor época del mundo”. Yo no lo creo, pienso que los 20 años es una etapa muy crítica y muy difícil. Entonces, de alguna manera a los 30 yo ya empecé a conocer gente que escribía y publicaba: Santoro, Luchi, el mismo Spumberg, Santana y muchos otros. Pero yo siempre escribí, desde los 15 años. Esa es una primera época, de los 20 a los 30. En el cual hay una estética, la estética del 60 en el cual tengo puntos de contacto pero también tengo divergencias literarias más que ideológicas. Después, publiqué en esa época dos poemas. Uno que se llama Fuga que apareció en la revista El barrilete, de Santoro: “Esa muchacha en la estación de espera tenía dos palabras en los ojos. Por lo andenes grises…” Y otro poema que se publicó en la revista Vuelo de Avellaneda que empieza: “Esta ciudad está sobre nosotros”. Ese es el primer verso. O sea que yo tuve más amigos que consistencia literaria porque publiqué muy poco en ese momento. Entonces es por eso que en el exilio es donde hago el libro primero y empiezo a pensarme como alguien que tiene que escribir y publicar. Ah, publiqué también una plaqueta de poemas muy cortitos, antes de Cuaderno nocturno.

LE: Literal hoy forma parte de un mito crítico, “sobrecogedoramente universitario” –como dijo Sánchez– porque creo que tuvo elementos que el canon teórico privilegió, acompañó bien el estructuralismo, y hoy sigue funcionando porque el “canon siempre atrasa”, ¿qué pensás de éste y de otros fenómenos que no dejan de ser “políticas críticas” y no “políticas literarias”?

JQ: ¿Por qué Literal está canonizado? Evidentemente es una estrategia de la academia, de la academia joven. Hay académicos que cuando le dijeron de reeditar Literal dijeron: no, Literal no. Académicos grandes. Jitrik también se enojó con el asunto de Literal. Los jóvenes que son otra rama de la Historia pero siguen siendo académicos, de cualquier manera, también la Facultad y los dossiers, fueron ellos los que lo canonizaron. Mi estrategia fue diferente, yo lo que quería es que se publicara otra vez. Entonces inicié la republicación de Literal, le acerqué a Horacio González los tres números de la revista. Mi intención fue divulgar, pensarme como una especie de agitador cultural, que se sienta eso como si Literal todavía existiera. Simbólicamente, al ser publicado así, tiene un doble juego. Para unos tipos es canonizar, para otros tipos, que se lea. Yo quiero que se difunda porque me parece que es una posición literaria que es rescatable y que si no tenemos los textos se habla mucho en el aire. Se hablaba, se hablaba, se hablaba pero nadie había leído nada. No creo que sean políticas de la crítica sino de los académicos jóvenes. Me parece que mucho no pueden decir. Pueden rodear el fenómeno, pero ¿ellos pueden crear un fenómeno? No lo creo. Nosotros lo inventamos, esa es la diferencia.

JFP: ¿Sentiste un quiebre en tu camino?

JQ: La quiebra puede ser entendida de dos maneras. Una quiebra existencial o personal, que cuando pasa el tiempo hay muchas oportunidades para que esa quiebra se dé. Los amigos que van desapareciendo, la relación con la familia, etc. No hay a quien no le pase el tiempo y no tenga un tipo de quiebre existencial de ese tipo. Y después está la fractura en la escritura o no. A mí me parece que en lo que yo escribí ya hay un cambio de signo, por decirlo de alguna manera, desde que empecé a escribir, de grande, treinta y pico de años. En un contexto de crisis del país, de los amigos, de la diáspora, de muchas cosas. Y así como yo también escribo cosas sobre el tango… también fue una cosa que fue cambiando, desapareciendo, reiniciándose, volviéndose a crear, el tango mismo es una salpicadura ideológica, a una especie de discurrir en Argentina terminante. Es una especie de contradiscurso, el tango por más que sea bastante conservador, es nihilista y cuestionador de la mentira de la sociedad.

JFP: ¿Cómo ves el tango hoy?

JQ: Decían que con respecto a la letra, la teoría más común es que en el ‘50 se agotaría el sistema literario de la letra del tango. Sur es del ’48. Con Manzi, Castillo se acabaría la productividad de la letra de tango. Lo que pasa es que después hubo una revolución completa en general a partir de la letra. Por los músicos, las orquestas, los cantores. Salvo algunos que sobrevivieron como Trolio, Salgán, Pugliese. Todo lo que los rodeaban fueron cambiando, desapareciendo. Y después con el baile, a nivel mundial, el triunfo del tango argentino, empezó a pensarse en el tango como una vigencia que ya estaba. Y se siguen escribiendo letras. La gente joven. No tienen difusión. Pero añaden nuevas temáticas: la política, los desaparecidos, etc. Sigue la mitología del barrio que es bien presente del tango, el tema del hijo pródigo. El tango ya casi empieza como parodia y después de Julio Sosa y de Goyeneche el tango se vuelve totalmente paródico, en el estilo, en la dicción, en la manera de pensar. Siempre manteniendo un sustrato del tango tradicional. Lo que se está escribiendo es interesante, pero falla acá el tema de la difusión de los nuevos letristas. Yo creo que el tango está vigente.

JFP: ¿Pensás que hay alguna relación entre la cumbia y el tango?

JQ: La cumbia no me gusta mucho, pero sin embargo, hay una relación, como todos sabemos, el tango nació como música prohibida, marginal, de los sectores más pobres en su origen. Y en eso se parecen. Los gestores son los sectores sociales populares. Por más que hay mucha gente muy versada en el tema del tango que piensa que no es así. Pero la teoría que hay que sustentar es la de que los sectores más postergados y clandestinos son los gestores del tango. De la cumbia habría que pensar de acá a 30, 40 años, si se mantiene, si cambia, si se perfecciona, o no, o si queda así. Así como está no la podés comparar con el tango. Pero el tipo de origen sí es parecido.

LE: ¿Qué lugar ocupa el dibujo y la pintura en tu vida?

JQ: Yo nunca pinté ni dibujé sistemáticamente durante mucho tiempo. A pesar de que en la escuela secundaria ya lo hacía bien. Y fui a estudiar cuando era niño con una profesora del barrio. Siempre me interesó la práctica. Pero el tema fundamental mío es escribir, como ensayista o como lector y productor de poesía, literatura. Pero cuando volvía a la Argentina, y después que hice la carrera de Ciencias de la Educación y tenía que dedicarme a estudiar porque la facultad es exigente, es demasiado enciclopedista. Entonces empecé a ver que las cosas que yo hacía a la gente le gustaban, le interesaba. Entonces, hace más o menos cuatro o cinco años, dibujo, pinto y pienso en la plástica. Y siento que un día cualquiera, si no escribo nada o no dibujo, ni pinto algo, debo hacerlo, tengo que expresarme para no sentirme vacío, aunque sea una hora. De Las otras historias hice la tapa. Para Cuaderno nocturno me dio unos dibujos Alberto Cedrón que era amigo mío. A mí me parece que están bien. Pienso que algunos dibujos son equivalentes de los poemas. Cada vez pienso más que los textos literarios tienen un equivalente en otro registro, que es el del dibujo o de la pintura, de la plástica.

JFP: En tu poesía hay una obstinación por el registro del tiempo. Por la recuperación de distintas historias esquivas, desde distintas perspectivas. ¿Ves retazos, fragmentos de vida o narraciones oblicuas de vida en lo que escribís?

JQ: El tiempo es un tema fundamental en mi poesía. Narrar algo que no se termina de contar enteramente. Por eso lo de historias huidizas, eso lo inventó Horacio González. Son historias que se interrumpen, que se prosiguen, que vuelven, son una especie de relatos internos de un sujeto que está y que no está, y el tiempo es lo que vincula a los textos. Es un tiempo que tiene que ver con la existencia. Yo soy hiperconciente de las historias que hay adentro de los poemas. Lo que no sé ni sabré nunca es si el lector puede tocar o rozar esas cosas que yo tengo muy claras a qué me refiero, con esas historias que se van enhebrando en los poemas. Esa es mi pregunta. ¿Qué entiende el lector?

LE: Entonces decís que en tu poesía hay una relación con la biografía, con la vida real…

JQ: Yo pienso que escribir y que no tenga relación con la vida real de las personas, es no escribir. Siempre el que está escribiendo lo hace para expresar de alguna manera lo que le pasa. Porque si vos escribís como si fueras un contador de historias, como un robot, yo creo que el narrador va imbricado dentro de la historia real. Puedo agarrar un poema y demostrarte de dónde sale todo eso. Soy consciente. Siempre tiene que ver con la vida real. No queda bien, pero la literatura tiene que ver con los sentimientos. Eso está claro, eh. La literatura tiene que ver con los sentimientos o no es nada.
La literatura conmociona o no existe. Nos conmociona Roberto Arlt con todas esas historias que cuenta. Él era sabedor de que él conmocionaba al lector. Lo interesante es que se sigue leyendo, después de 60, 70 años que se murió, y sigue conmocionando y ahí hay algo muy pesado en lo que transmite la literatura de Roberto Arlt. Yo quiero llegar a eso en mi literatura.

JFP: ¿Pensás que el escritor es siempre un espía de lo que le toca ver?

JQ: El escritor observa, participando de la realidad. Una observación participante, la que a mí me interesa por lo menos. Creo que el papel de espía le toca al lector. El lector tiene que espiar y ponerse atento a ver si encuentra los hilos del entramado de los poemas. El observador participante es el que escribe el poema y el espía sería el lector.

JFP: ¿Y el ritmo?

JQ: Hay un ritmo. Como diría Zelarayan, un tono, una atmósfera, una escansión, una manera de transcurrir el tiempo del poema y las palabras. Si pensamos métrica como métrica alejandrinos, liras, yo creo que eso se terminó. (Risas) Yo la mayor parte de las cosas que leí eran traducidos. ¿Qué voy a leer a Quevedo nada más? (Risas.)

LE: ¿Qué pensás de lo experimental en literatura?

JQ: Yo pienso que la literatura tiene que ser experimental pero no con la idea común que se tiene de la escritura de vanguardia como laboratorio de experimentos. Es más sutil. El invento no se tiene que notar que es un invento. Hay que inventar pero sin que se den cuenta que se está inventando. Por ejemplo, la actitud de muchos vanguardistas es hacer ver que ellos están escribiendo literatura, poesía de la vanguardia. Yo pienso que no. La verdadera invención de la literatura experimental es la que es necesaria, cuando es ad hoc. A mí se me ocurre que Walsh inventando Operación masacre, estaba construyendo algo que lo excedía, que ni él se dio cuenta de lo que estaba intentando. Estaba haciendo una literatura política. Y sin embargo eso, porque muchas veces no, pero muchas veces sí la política se puede transformar en una experimentación. Como en la época de Cámpora que se tomaban los lugares, se estaba inventando algo. La política puede ser experimental así entendida.

LE: ¿Qué relación encontrás entre tus poemas y los ensayos?

JQ: Son dos maneras distintas. Yo hago ensayo de los autores que me gustan. Yo no voy a escribir nunca un ensayo de alguien que no me gusta. Si escribo sobre Girondo es porque Girondo me agrada. Si escribo sobre Macedonio es porque Macedonio también. Si escribo sobre Walsh es porque Walsh me gusta. Si escribo sobre Laura Estrin es porque me gusta. Yo no podría hacer una ensayística de alguien que no me gusta, o criticar, el ensayo no es crítica. Es tratar de entender en una escritura otra escritura, en otro texto. Una especie de voz sobre el otro. Yo lo que hago es escribir como una especie de recreación. Una literatura ensayística y de identificación. Si no estoy identificado no lo puedo escribir. En ese sentido, si me dicen ¿dónde estoy yo? Estoy en los libros que escribí de poesía. Pero bastante también en la ensayística. Es muy lindo, porque uno está con otro. En los poemas uno está con sus historias, pero en cambio cuando escribís sobre otro, estás con él, escribís sobre él, arriba de él, con él, junto con él. Nunca oponerse a él. Si hay que oponerse mejor no escribas. Uno ensaya para tratar de entender. Es una reescritura acerca de otro. El ensayo literario tiene que enseñar a entender, sino no sirve.

JFP: Alguna vez dijiste que “la literatura busca representar la historia ilusoriamente”. ¿Podés desarrollar un poco esta idea?

JQ: Creo que nadie se puede escapar de una referencia a la historia o a la política. Se filtra. Inclusive podés inventar y decir, por ejemplo, que En la masmédula de Girondo, que no tiene ninguna referencia histórica ni nada, pero podés decir que es la asfixia existencial de un escritor encerrado. Ilusoriamente. Pero aún el que se considera apolítico y que está escribiendo una literatura apolítica, el que piensa que no tiene nada que ver, yo pienso que no latamente sino de manera ilusoria se refiere, inevitable, a lo que vivió. Aunque te pongas una capucha y te niegues y pienses que de la política no querés saber nada, igual se va a filtrar. No quiere decir que lo que diga la literatura siempre retrate bien. Por ahí retrata mal o equivocado. Es ilusorio lo que puede aportar la literatura. Es una imaginación, una recreación, un discurrir, lo que sea, pero es inevitable.

JFP: ¿Ves alguna relación entre escribir sin firmar y escribir con pseudónimo?

JQ: En la época de Literal, Germán inventó que los artículos no se firmaran. Se le ocurrió a él. Lo había visto en una revista francesa, no sé bien cómo es la historia. A mí me parece interesante. Hay mucha vanidad en la firma. Es una cosa de propiedad privada. Estamos en un mundo así, uno no puede hacerse el vivo porque entonces, como Tolstoi, tenés que entregar todo. (Risas) Las propiedades que vos tenés las tenés que regalar a los mujiks. Eso nadie lo hace. Hay un escritor que donó 5 millones de euros, un inglés, lo donó todo. Hay un tema de propiedad privada en el tema de escribir. El nombre para algunas cosas es excesivo, para ganar dinero, pareciera que es como la escritura, pero también, si no le ponemos el nombre. Uno es el nombre también. Lacan lo dice. Después está la vanidad. Yo trato de no ser vanidoso pero seguro que lo soy. Uno firma por vanidad. Con pseudónimo nunca escribí. O no firmé o firmé con mi nombre.

LE: ¿Para dónde vas hoy, qué escribís?

JQ: Tengo un libro en proceso de escritura que se llama algo así como Lo que desaparece. De poemas. Tengo una novela corta que ya está casi terminada sobre el exilio y lo que pasó. Tengo una biografía imaginaria de Olivari. Tengo más proyectos que años de vida. (Risas.) Estoy escribiendo una historia del sindicalismo docente. Del 60 hasta ahora. Tengo un libro bastante adelantado sobre las letras de tango de 40 al 50. Y una especie de diario que se llama Diario de la vejez que voy escribiendo. Eso algún día se transformará en libro. Porque en realidad los diarios no son para publicar en vida, esa es una chantada de un literato. (Risas). Los Diarios son para que no los lea ni la madre, ni el padre, ni el hijo. En un diario uno se confiesa. Diario diario son los Diarios de Kafka. Eso es un Diario.

LE: ¿Qué de tu vida laboral de maestro y con maestros te cruzó la escritura?

JQ: Fui docente durante 44 años. De maestro trabajé durante 15 años, antes del exilio. Cuando volví del exilio me metí en política institucional y a partir de eso me conseguí un curro que es la capacitación docente y trabajé como veintipico de años como profesor de capacitación docente. Fui fundador de CETERA y participé en toda la unificación docente hasta llegar a CETERA. Mi vida siempre estuvo rodeada de mujeres. En la escuela primaria y en la escuela secundaria. Siempre mujeres, me protegían mis hermanas, siempre hubo mujeres. La profesión docente es femenina, sobre todo en primaria. Y después cuando fui docente y capacitador tenía bandas de mujeres. Iba al Tortoni y llegaba con cincuenta maestras. O sea que mi vida fue rodeada de maestras que con sus defectos me parecen adorables, amo a las maestras. Tengo algunos poemas que hablan de los niños. Sobre todo una visión evangélica de la niñez, enternecedora, angelical. Me parece de otro mundo un niño. Como dice Tedesco, estoy de acuerdo con él: somos peronistas y buenos. Si vos sos un tipo malo como Lamborghini o Fogwil, el niño proletario… pero a mí me da bronca porque el niño proletario… soy yo.

LE: Tu escritura no se parece directamente a la de nadie aunque tiene algunas cosas más o menos reconocibles: es una escritura sin grandilocuencia, sin ceremonial ni aparato, eso mismo creo que puede restarte de cierta tradición –de lectores, decís vos– ¿pero, creés que te asegura otra cosa más potente como “futuro”?

JQ: El futuro no es previsible. Si a mí me hubieran dicho que el negro Lamborghini iba a tener ese nivel de trascendencia, no lo hubiera creído. Como tampoco creo que otros autores, mucho más importantes, o igual de importantes que él, que tienen una trascendencia menor. El futuro no se puede saber. ¿Se puede, por ejemplo, pensar que Arlt hubiera sido lo que es, ahora? Porque la crítica no lo trataba muy bien a Roberto Arlt. O Macedonio. Escritores que tuvieron mucha dificultad de difusión, que escribieron maravillosamente bien y de manera constante pero no tuvieron un futuro inmediato. Pero el futuro les llegó en algún momento. La literatura tiene que ver con el olvido, la literatura es olvido. Lo más fácil es que se olviden. La ausencia o el olvido es parte de la literatura. Y con la muerte desaparece todo.
Yo leí mucho Paul Eluard, leí mucho poesía italiana, César Vallejo. Después en el exilio leí a los Dummond, literaturas muy importantes en Brasil, pero también leía a Beckett y a Kafka. Me parece que todas esas lecturas y muchas otras están en lo que escribo, no sé si de manera perceptible o imperceptible. Entonces, la cualidad de escribir es poder infiltrar en la literatura que yo escribo y transformarlo en otra cosa. Pero todos esos tipos están. De alguna manera, están.

LE: Leés a tus amigos, has incluso editado a algunos de ellos, has compartido una experiencia fílmica documental, “La juntidad espeluznante”, esa oreja puesta en cierto cariz de lo contemporáneo te marca en lo que pocos escritores hacen verdaderamente: “lugar”. ¿Qué pensás de eso?

JQ: Siempre estuve rodeado de jóvenes. Siempre. Dos atracciones tengo: la gente vieja cuando yo era joven (por eso lo frecuenté a Luchi, a Juan L. Ortíz). Cuando era joven tenía fascinación por los viejos. Y ahora el viejo soy yo. Me parece maravilloso serlo, se enaltece una persona cuando es vieja, se vuelve venerable, amo a la gente que es vieja como yo. Hice la película con Carmona cuando él tenía 30 años. Siempre estuve con gente joven. Porque se me da naturalmente, porque me relaciono de igual a igual, horizontalmente. A mí me gusta inventar amigos, los invento, si no los tengo, los busco, los creo, los cultivo. Me parece que la vida está para eso, porque sino te quedás con tu mujer (Risas.) ¿Quién te va a dar bola, si no? Haciendo cosas con los amigos inventás una relación. Ese es el sentido de “La juntidad…”, juntar a gente de dos generaciones, la gente del 70 y la del 90. Porque una vez alguien me echó la culpa de haber ayudado como generación a esos tumbados posmodernos. Bueno, serán de ese modo pero por lo menos durante algún tiempo fueron amigos míos y siguen siéndolo. Lo que pasa es que este país es medio imposible. Pienso que hay que hacer muchas actividades diferentes. Porque, por ejemplo, si yo me enfrascara nada más que en ser poeta, tengo una poética medio tremebunda, pero me puedo divertir haciendo "La juntidad...", o haciendo cuadros o haciendo actividades en las que intervenga el humor, que en mi poesía me cuesta mucho. Pero darle lugar a alguien es como dar vida. Pienso que hay que hacerlo. Y al hacer cosas con gente joven, me olvido la edad que tengo. Nunca voy a aceptar, por más que escriban como escriban, a las malas personas. Por más que la posteridad digan que son Gardel. Las malas personas son malas personas.

LE: ¿Qué de testigo de la historia tenés? ¿Qué viste de lo literario que quisieras que vuelva o continúe y qué presenciaste que te espanta?

JQ: Las modas pasan. Y después se olvidan. La vida es un poco arbitraria, tiene muchas ramificaciones, las cosas ocurren porque ocurren. Tengo un problema muy grande porque tengo una gran intensidad de no acordarme de las cosas, me olvido de todo, tengo una tendencia de olvidarme de los nombres y de las personas con mucha facilidad. Pienso que soy un tipo medio anacrónico, como digo de Correas, de “otro tiempo”, y no sé si voy a tener lugar, porque soy una especie de bicho raro.

LE: Hablás de autores y no de obras. ¿Van siempre juntos? ¿Qué libros te dejaron más loco, cuáles te dieron vuelta?

JQ: Van juntos, sí. Cuando yo hablo de escritores hablo de libros. Mirá, hay muchos libros que me marcaron para siempre. Nadia de Breton, que me la leía Zelarayan en un boliche, Politeama, no está más, quedaba en Corrientes y Paraná, nos juntaba a Germán, a Lamborghini, a Gusmán y a otros atorrantes de esos lugares, y ahí nos leía Nadia cuando venía trajeado de hacer publicidad, un Zelarayan medio extraño. Después, Poemas humanos de Vallejo que primero no los entendí y negué su poética, pero después comprendí, en relecturas, que transmitía mucho, que me parece que es lo que tiene que hacer la poesía. Bueno, la obra de Arlt, El juguete rabioso y Los siete locos. Los poseídos de Dostovieski. El Chaneton de Carlos Correas, es una cosa impresionante. Siberia blues de Sánchez. Las patas en la fuente. Operación Masacre de Walsh que prácticamente me convirtió a los 22 años en militante, lo leí en una cocina de un tirón, lo empecé y lo terminé en una misma noche esas madrugadas interminables que pintan por ahí, en la cocina de un bulín que teníamos de una amigo en la calle Gorriti, de un tirón leí Operación Masacre y me pareció una escritura fascinante porque está bien escrito y porque convoca a la militancia. Por lo menos a mí me convocó a ser militante. Por lo menos, en mí tuvo ese efecto. Después, Poemas de la mano mayor que es un libro de Spumberg, que este año el libro cumple 50 años de publicación. Poemas de una mística y mítica porteña extraordinaria. Los libros de Luis Luchi, poeta que éramos amigos, siempre me parecieron significativos. El libro del flaco, La obsesión del espacio. Después está Nanina, como decía. El fiord, también, lo mismo que Vallejo, cuando lo leí no lo entendí, después sí me pareció interesante. Por ahí es manía de uno de cuándo lo leyó o de amistad o de locura. El frasquito de Gusmán, lo mismo. Después, Cuaderno nocturno me parece que de los libros que publiqué yo el más grosso es Cuaderno nocturno. La antología de Heve Solves, le puso a un libro El lugar del piano, ya con eso, me parece extraordinario, hay libros que son nada más que el título, no hay que escribir más nada. Los Diarios y la narrativa de Kafka me parece una cosa extraordinaria. A mí me influenció mucho la literatura del tango, en mi poesía, en mi visión, en mi ideología, en mi manera de ver la realidad. Soy un gran cultor de la letra de tango y un especialista inclusive. Yo sé que está en los libros míos. No todo es vigilia la de los ojos abiertos, los libros de Macedonio siempre me cautivaron.

JFP: ¿Qué leés ahora?

JQ: Ahora estoy leyendo las cartas de Kafka a Milena y a Felice. Después releí Nanina porque salió en la edición de Piglia. Acabo de leer Los jóvenes de Correas. Leí también el libro de poemas La bondadosa crueldad de León Ferrari para leer en la radio, en Litertango. Me interesa su actitud; me gustaría hacer eso, como alguien le objetó a él: ¿pero esto es política? Y sí, es política. Me gustaría hacer un panfleto, directamente, y que dijeran: es política. Me interesaría hacer algo… no siempre, porque llega un momento que el populismo de la política abruma. Es un paternalismo, ¿no?

13.8.12

Cuestionario Marcel Proust … a Rudie Martínez





¿Cuál es el colmo de la miseria?
La envidia.

¿Dónde querría usted vivir?
Londres.


¿Cuál es su ideal de la felicidad terrestre?
Los días de lluvia.


¿Con qué errores tiene la mayor indulgencia?
Con la impuntualidad.


¿Cuáles son los héroes de novela que prefiere?

 Mowgli de El Libro De La Selva. Karim de El Buda De Los Suburbios. Tom Ripley.

¿Cuál es su personaje favorito de ficción?

Batman.


¿Cuáles son sus heroínas favoritas de la vida real?


 Doña Petrona.

¿Su pintor favorito?
Piet Mondrian.



¿Su músico favorito?
Todos.

¿Su cualidad preferida de los hombres?

Ser callados.

¿Su cualidad preferida de las mujeres?
El look.

¿Su virtud preferida?


 Sibarita.

¿Cuál es su ocupación preferida?


 El ocio.

¿Quién habría amado ser?


 Alain Delon.

¿El rasgo principal de su carácter?


 Perseverancia.

¿Su sueño de felicidad?


 Caminar por Londres en un día de lluvia con un corte punk.

¿Cuál sería su mayor desgracia?
Morir.



¿Eso que querría ser?
Millonario.



¿El color que prefiere?


 El anaranjado.

¿La flor que más le gusta?
Margaritas.



¿El ave que prefiere?
El cuervo.



¿Sus héroes en la vida real?
Casi los deportistas.

¿Sus heroínas en la historia?


 Juana Azurduy.

¿Sus nombres favoritos?


 Romeo. Corneleo. Rufus.

¿Qué cosas detesta por encima de todo?
La comida hecha con amor pero sin sabor.



¿Personajes históricos que más desprecia?
Colón.

¿El hecho militar que más admira?


 Esta es difícil.

¿La reforma que más admira?
La luterana. Me gusta como suena.



¿El don de la naturaleza que quisiera tener?
Llover.



¿Cómo le gustaría morir?
Aplastado por un piano.



¿Estado presente de su espíritu?
Latente.



¿Cuál es su lema?
Estos son mis principios, si no te van tengo otros.

9.8.12

Tres movimientos, por Gabriel Cortiñas







a Solange G.



el día comienza con números
y ella duerme
a un costado de la boca

la noche no puede advertirle
la cosquilla
el incienso de lo último

el día comienza
y ella duerme
en el instante en que una nube
deposita en sus ojos
la imagen redonda
el sueño

la última fisonomía



un sueño de la lata le roba el andar
ese otro sueño de pasos
blandos
inaudibles

en el segundo antes de la fuga
no sabe que alguien
le dibuja una lenta
sonrisa de horror

su pupila no cree
en el peso de otros ojos
la otra figura del juego

ya no podrá
ver dormir a la noche en la mañana

siente
las cosquillas que provoca
la hoja al entrar

cosquillas en lo hondo
debajo de los párpados
más profundo
en el sueño

un mosquito
volando sobre el cuello
desnudo
de la madrugada



la noche la sorprende
con el cuerpo estirado
en una cama roja

el grito de la espuma

la noche, una cama de agua
en juego propio
de números negros
para el latido que pasa
con la luna sobre el paño




Brazadas, Buenos Aires, Huesos de Jibia, 2007.

6.8.12

Arroz con monstruos, por Walter Romero

(Sobre Señora grande, de José Fraguas. Buenos Aires, Casa Nova Editores, 2011.)



Animales, tejidos, iglesias, jardines (y estatuas de jardín): son formas todas –en lo autotélico de sus intenciones– de una realidad que se resiste a ser embalsamada por los regímenes de la literatura, para perdurar, por el contrario –nuevas y frescas– en lo anodino del gesto, en el cuadro que no llega a cristalizar ningún folklore. Señora grande es una antología de cuentos indefinibles, de un realismo indirecto o no eufórico que no apela a ninguna representación “con molde”, a ningún “efecto de realidad”: El mundo, “como lo conocemos”, no es, en verdad, ni supernumerario ni “en mosaico”, sino, más bien, infinitamente sencillo; los textos verdaderos son sólo aquellos que no está sobrecodificados; la más actual de las operaciones literarias consistiría en destonalizar el tono y su mensaje; para contar una historia no es necesario ninguna historia segunda, paralela o en filigrana que doble la acción principal. Es éste el modo en que su autor, José Fraguas, elige para revelar, con parsimoniosa constatación, la verdad que, sin ambages, postula: una “literatura sin atributos” es posible.

La forma en que hace germinar estas “historias” tiene algo de arborescente (“mientras tanto, los árboles seguían creciendo vigorosos”) pero sin copa o remate, casi como si cada una de estas “historias” fueran ramas infinitas que, como el lenguaje, tienden sólo a la proliferación, no importa hacia dónde o hasta dónde.

Como en una imposible “espiral plana”, el texto crece y se imbrica a modo de realidades “sumadas”, que se van agregando, como si se tratase de una operación que le suma realidad a la realidad, para dejarnos atónitos o acaso improcedentes, sin avalar ni esperar ningún avance narrativo, ningún “cierre” o clausura de estos relatos: una literatura de superficie, sin relieves, con una ingenuidad que asombra: desde la guerra total que le presenta a cualquier peripecia, desde los títulos blancos (Manuela, Susana, Árbol, Zoo) o desde las dos ilustraciones de Santiago Erausquin, que abren y cierran el bello volumen, donde un personaje –siempre muy curioso, orejón, y de ojos enormes– se parapeta detrás de una Señora, a quien nunca le vemos la cara, y que bien podría ser la realidad en su mismidad toda, en su contundente y decapitada presencia.

El marco de esta serie de secuencias narrativas se desprende de los epígrafes de Marosa Di Giorgio y de Hebe Uhart que son el incipit ceremonial del libro: una suerte de gótico –acaso costumbrista– que anidaría en toda realidad, y que campea en todos los textos. Ya no “arroz con leche”, sino “arroz con monstruos”, dirá la cita que Fraguas extrae de la poeta (y sibila) uruguaya: es decir, realidad que desprende –sin quererlo– sus enrevesadas y pasmosas quimeras no siempre aladas, casi nunca con garras, más bien quietas o hieráticas, deformes como si de una “realidad fija” se tratase, de un punto de inmovilidad que no se atreve a activar ni el más mínimo de los desplazamientos: Acaso, junto a Jacques Rancière, agregaríamos: “Ninguna singularidad heroica recubre lo que la banalidad misma contiene de potencia poética escondida (…) Es necesario que la vida supuestamente ´muda´ sea dotada de una palabra propia, que no se expresa por las vías del discurso articulado y la retórica sino que se encuentra inscripta sobre el cuerpo mismo de las cosas.


Tomado de la revista BOCA DE SAPO, de octubre de 2011.

1.8.12

Tristezas del orfebre, por Roberto Escaleno





La primera reflexión que me produjo la posibilidad de una tristeza artística fue: es inútil hablar con una mujer cuando se está pintando las uñas ¿Conocen algo más triste que esto? La intuición que hay en una imagen como esa. El orgasmo verdadero y el sobreactuado.

La tristeza del orfebre es saber que ningún dique puede soportar las embestidas del agua para siempre. Como acueductos de tiempo. Para toda la cosecha de agua. Hasta los más resistentes se rompen. Es triste las uñas pintadas, pero el olor a quitaesmaltes días después barre un poco esa tristeza, como una marea que baja. Babor o estribor. Azúcar o edulcorante. De grasa o de manteca. El código binario es tan triste. Y ningún Orfebre puede hacer nada al respecto. No se puede quebrar. Se vislumbran boquetes aislados, pequeñas grietas, entre sueños y pesadillas, especialmente en la hora de la madrugada, la hora más triste para despertarte a evacuar. La luz de la madrugada es la más triste, porque ni siquiera puede ser nostálgica. Es espesa. Una luz mezclada, turbia, agua-tierra.

El único que hoy podría escribir una encíclica es el orfebre. Trampas de la devoción mediante. Pagar los impuestos, claro, si fueran opcionales nadie los pagaría. Pero son impuestos. Cerrar la llave de paso, abrirla, apuntar con la linterna en plena noche ahí donde el pistón del regulador de gas indica estar cerrado, esa L de bronce, y dejarla perpendicular para volverla a abrir horas más tarde. El orfebre nunca fue víctima de su propia literatura. Pero su entusiasmo para hablar de los clásicos siempre me llamó la atención. No era un frenesí adolescente. Se refería a Shakespeare o a Dante como si fueran viejos amigos de la escuela primaria. No estaba metido en ese pijama ridículo de las nuevas tendencias o en los necios mandatos de los articulistas a sueldo que figuran en los pasquines dominicales. Pero el orfebre tenía sus deudas. No con la Señorita Cultura. Claro que de haber pagado sus impuestos, habría podido gozar de beneficios industriales, me refiero a los establecidos por la Ley 22021. Pero como no registra impuestos activos (y eso que no existe nada como el orfebre, nadie con ese poder de lenguaje) deberá aceptar el escarnio de pertenecer a una lista de infractores.

Hay pocas cosas más tristes que pagar impuestos. Que tener que hacer esas colas, donde el tiempo se licua. El orfebre tenía sus deudas. Las deudas son incurables, y por más llaves de paso que se cierren o se abran, las deudas siempre estarán ahí, día a día. Y si esto no es triste entonces no se puede saber lo que es triste. ¿Acaso hay algo peor que hablarle a una mujer mientras se corta las uñas de los pies?

Desde luego hay cosas peores. Llegar al baño en la mañana semi sonámbulo y ver los pliegues. No los matinales o de madrugada. Los pliegues. El orfebre trabaja para fines un poco más altos. Pero cuando se encuentra los pliegues ve cómo todo su prolijo trabajo no alcanza para cambiar el curso del mundo. Los buenos modales. Cuántas veces tuvo ganas de dejar ese cuartito, o dejarla a la mitad, para no tener que plegarla. Cuántos pliegues puede tolerar una pasta dental: una, dos, quizás tres. Pero pocas cosas le remiten a algo triste como levantarse a la mañana y ver la pasta toda doblegada, replegada sobre si misma hasta más no poder. Y todo para extraerle la última gota, herencia materna, cálculo.