14.1.12

Fuera de acá: Kafka con Copi, por Gustavo Calandra






Introducción


Si el sujeto en cuestión está “ante la ley” y, si esa ley es una identidad orgánica del sentido, no le quedará otra alternativa de poner en marcha el recurso de huida: huir del sentido.

Sabemos que para alcanzar la libertad creadora es necesario trazar una línea de fuga hacia el caos. Es a la sombra del edificio institucional –cuyo imaginario busca asegurar la continuidad de la sociedad, la reproducción, en fin, solidificar las formas– hacia donde vamos, allí, al costado, nace un monstruo. Son muchos. Comunidades de monstruos. Levantan su estandarte de monstruo contra el Estado y las Iglesias, contra toda fantasía normalizadora. (Daniel Link, Clases). Estos monstruos corroen los anaqueles de la taxonomía, con sus filosas prácticas aniquilantes cortan –instante de peligro– el lazo ideológico del Otro. Encima son reacios a la disciplina. Seguro que la belleza es nunca vivir seguro. Por eso, los monstruos pierden el juicio y rompen la cadena de significantes despojándose de la etiqueta.

Esta es una fiesta de locos… una nave que naufraga en la modernidad buscando a un narrador que ya ahogado, se extravía. Una vía no institucionalizable es la invención de un camino errante cuyo destino –o principio– es la destrucción (Alan Badiou, El Siglo). ¿Y acaso no es acercarse a la Revolución –dice Bakunin–cuando se desarrolla esa pasión destructiva y fecunda en la conciencia? Nada desmoraliza, ni la propiedad, a la insurrección popular, pues posee nada, “lo que la convierte en una fuerza brutal y salvaje capaz de realizar gestos heroicos y de realizar objetivos en apariencia imposibles. Capaz de exterminar su propia aldea o ciudad. Una destrucción saludable, puesto que es de ella, y solamente por ella, de donde surgen y nacen mundos nuevos.” (Mijail Bakunin, Estatismo y Anarquía)

Ha sucedido una catástrofe y nosotros somos consecuencia de ello. No es fantasía, “la moderna realidad histórica ha contribuido en gran medida a extender la imaginación de la catástrofe.” (Susan Sontag, “La imaginación del desastre”). Es inminente la extinción colectiva y sabemos que la expectativa del apocalipsis puede ser ocasión de cortar las amarras de la sociedad.

No hay salida. Destrucción. Habrá que trabajar con ruinas, partir de cero. Las huellas se han borrado liberándonos de la experiencia pasada –y sobre todo pobre. Como un sol en el cenit es el grito del recién nacido, el comienzo de una nueva barbarie. (Benjamin, “Experiencia y pobreza“)

Un campo fértil preñado por la imaginación supone también un registro consciente de la nada que libera al acto y supera lo real. En la propuesta de lo que aún no es, ese acto imaginativo, no solo aísla y aniquila, constituye un universo. (Sartre, Lo imaginario)

Considerando que la fuga frente a la inminencia del desastre puede convertirse en un viaje a la nada, intentaré leer la serie Copi–Kafka como la invención de un camino errante y su posibilidad de fundar una comunidad de monstruos, con el anhelo de siempre: la Revolución.


- I -


El siglo XX es una bestia cuya vida es incierta. A ese gran sacrificio que ha producido, le sigue una sangrienta ola capaz de borrarlo todo. Guerras, devastaciones, genocidios. La organicidad peligra ante la máquina y es tarea de la flauta unir “las rodillas de los días nudosos” (me apoyo en el poema de Osip Mandelstam, “El siglo”) para así comenzar un mundo nuevo. ¿Será mano y alma del último inventor quien se encargue de la creación cuando ya no quede sino tela arpillera de las bolsas de una barricada? Así sucede en 9, la película producida en 2008 por Tim Burton, y la Bestia es una máquina de destrucción que se multiplica “(y me permito decir que los humanos no son la única especie fallida, toda creación es riesgosa)”, aclara el Dios de los Hombres de La Ciudad de las Ratas.

No tenemos tiempo. Acechan el imperialismo económico, el deseo fascista, revoluciones y burocracias, dictaduras. Ante una revolución que solo cambia engranajes queda precipitar y rebasar las potencias diabólicas (Deleuze –Guattari, Kafka. Por una literatura menor). El espacio se miniaturiza –somos ratas o coleópteros– y su consecuencia es la aceleración del tiempo. “El universo de un artista es efímero” (Copi, La internacional argentina): cuando querés acordar, la catástrofe.

Salgamos por la imaginación. Un viaje-rapto es el modelo de fuga. La razón se escapa en Montevideo (Copi, El uruguayo).

Es el exilio: hurtar el cuerpo a bombardeos y torturas, soslayar los Espantapájaros, y una familia como un Paraíso o Infierno perdido. La urgencia del arte y la política. (Copi, Río de la Plata).

Es el viaje a América, a un mundo que es una nada y donde para un europeo podría compararse a un nacimiento. (Kafka, América) Será el lugar donde se pueda fabricar la ficción, tanto se miente como se roban maletas.

Kafka, en su diario, 18 de noviembre de 1911: “Uno acepta las ciudades desconocidas como un hecho, los habitantes viven en ella sin penetrar en nuestra manera de vivir, del mismo modo que nosotros tampoco podemos penetrar en las suyas”.

Volver a empezar que aún no termina el cuento, dice una canción vulgar de otra época. Si “la época de la imaginación es una deformación de la memoria”, (Tcherkaski, Habla Copi, Homosexualidad y creación), el olvido nos da la posibilidad de cambiar de espacios, decorados, actores, trajes, haciendo mutis en teatros sucesivos o mundos incluidos. El olvido hace que recomience El baile de las locas, pero la Bic asesina lo viviente del recuerdo. La escritura todo lo contamina en este teatro del mundo que es el universo de las locas.

Entonces Uruguay, “un país que no para de encogerse” (El uruguayo) será un objeto artístico a priori, patria de la representación de una Argentina en escala reducida. Aunque también Argentina, visto desde Europa, es un país sin nada ni nadie que da la posibilidad de partir de cero a un movimiento revolucionario internacional. Un baldío propicio para abonar con imaginación, “el más precioso de los potenciales” (La internacional argentina). Y para Silvano (La vida es un tango) “todo Buenos Aires pertenece al reino de la fantasía”, dice ya no ser él mismo, luego que sale desnudo hacia el diario Crítica, una vez bautizado sexualmente por Yoli de Parma mujer-madre-puta-actriz, donde será absorbido en ese escenario de “ritmo endiablado”. Allí los barrios son etiquetas que pueden llevarse bajo el brazo y su simple denominación confina, a quien lo posee, a una cárcel de lenguaje. Tener es igual a morir. La propiedad, dice Proudhon y le creo, es un robo que en este caso significa la muerte.

Mediante un “juego idiota”, y a través de un uso profano de la lengua, se exorciza la duplicidad de la representación. Los habitantes se liberan de la esfera “sagrada” y desactivan los dispositivos de poder, considerando que:

El hábito, como segunda naturaleza, tiene el poder de sugerir al entendimiento nuevas formas categóricas, fundadas en las apariencias de lo que percibimos, y por eso mismo, desprovistas, en la mayor parte de los casos, de realidad objetiva.
(Proudhon, ¿Qué es la propiedad?)


El juego hubiera sido la solución perfecta pero el tiempo se reduce de manera vertiginosa. (El uruguayo). La narración no frena y el proceso de aniquilación se precipita:

Si el hombre no es un pescado,
la mujer no es una sirena.
Si el agua del océano a hervir se pusiera,
cambiaríamos del todo
nuestra concepción del mundo.
(La guerra de las mariquitas)


Cuando la imaginación desbordante no sigue el cauce de la creatividad, “se orienta instintivamente hacia la destrucción, peor aún, hacia el aniquilamiento de la especie humana.” (La Internacional Argentina)

Que una tormenta de arena en Montevideo. "Una novela es como un médano: hay que sacudirlo cada tanto”, vale esta afirmación de Copi para su primer experimento narrativo. Catástrofe. Bombardeo. “La tierra prácticamente ha estallado”, es la guerra de las mariquitas. Que un tornado. ¡Canibalismo del Amazonas! “E l´ora de l´apocalypse”, según Pierre y ya no habrá baile de las locas. ¿Un ciclón? La muerte es un tiburón gigante que asoma su aleta. Que un atentado en los Baños Continental, hierve el Place de l´Opera. Explosión y chau Saint–Chapelle. El ejército humano es destruido. Se viene el diluvio. LAVA. Parece el fin, “el eje sobre el cual gira el mundo se volvió loco.” (La ciudad de las ratas)

Pero como se viaja para escribir y se viaja para vivir, la fuga. “Uno se escapa donde puede”, reflexiona el centenario Silvano antes de ingresar a la gruta de sus propios símbolos. Habrá tormenta y saldrá el arco iris. (La vida es un tango)

Se viaja a la luna amazónica o a un París revolucionado. La isla de la Cité avanza errante por el mar. Imposible discernir ficción de realidad. La causa: ¿falta de curiosidad? ¿Disneylandia? La existencia como una sucesión de viñetas de comics. Cartas. La amnesia. Tache. Lea y tache, maestro. Nada quedará en la memoria (El uruguayo)

Carlos Correas lee este curioso procedimiento en Kafka: “Felice, te lo advierto. Te lo dije ya el otro día: ésta es una de esas cartas que debes dejar de leer a la tercera o cuarta frase. Ya Felice, ¡rompe esa carta! ¡Ahora, rómpela!”.

En ciertos casos, el olvido puede ser liberación. A Josefine le espera la disolución en la incontable muchedumbre de héroes, donde “se perderá alegremente”, ya que no existe registro histórico en su pueblo.

Un “deseo de ver las cosas tal como son antes de que se me muestren” es la excusa del orante ante el olvido de los nombres. (Conversación con el orante)

Kafka se propone desmontar los dispositivos maquínicos y los dispositivos de enunciación, provocando “fugas en el mundo y en su representación” (Deleuze) cuando se trate de los cuentos. La desterritorialización es diferente en las novelas, la línea de fuga arrastrará todo el dispositivo social.

Sorteada la cárcel de su negocio, “el comerciante” surfea olas de excitación que lo llevan sin rumbo. Está solo, es de noche y en la altura del ascensor amonesta a los otros (los que no dan fiestas ni huyen a América): Retrocedan, vuelen, crucen el arroyo, persigan al hombre insignificante. (El comerciante)

Para cambiar es preciso huir de la familia –romper el triángulo– y la seguridad doméstica, dar “El paseo repentino”, tomar “Resoluciones”, “terminar con todo”, en fin, una experiencia radical de ascesis que permita habitar un no-lugar: fluir. Porque “El pasajero” siente una inseguridad completa respecto de su mundo.

“El rechazo” solo deja una salida: la soledad. Y, sobre todo, cuando uno no es un fornido indio americano aunque desee convertirse en indio lanzado a la carrera a través del aire. Sin espuelas, sin riendas, sin caballo, la búsqueda de la diferencia mínima por la cual salir de la dialéctica.

Ante la ley paranoica del déspota, el recurso de abandonar el sentido. Desde ese lugar de enunciación vacío, de pura negatividad, una literatura menor debe producir enunciados nuevos, armar otras series textuales de bloques discontinuos, plantear otros problemas. Contra todo pronóstico de fuerza y corrientes sociales nace un arte con potencia revolucionaria.

“No bromees”
“¿Y quieres que yo te enseñe el camino?” pregunta el representante del orden.

No, la meta es “La partida”, irse lejos de aquí, fuera de acá. Como una barca mortuoria sin timón. Y tal vez llegar al umbral y extraviarse –en un vuelo– en los hielos de la cordillera, “hasta nunca más ver”. (“Jinete en un cubo”)


- II -


La comunicación es imposible con el otro cuando uno –cualsea –está fuera de juego, mirándolo “con mirada animal” y sin ponerse en órbita (“Resoluciones”). Para quien adhiere a la impropiedad como tal, a una singularización sin identidad, no determinada respecto a un concepto, sino solo a través de su relación con una idea (Agamben, La comunidad que viene), no es posible la comunidad burguesa. Gracias al anonimato parisino, el apolítico y apátrida exiliado evade la desdicha general: “no soy feliz ni desgraciado, no soy nadie.” (Copi, La Internacional Argentina) El médico de campo no cura al cristo agusanado y sale desnudo hacia la tormenta, en caballos de otro mundo, para perderse en el desierto de nieve. (“Un médico de campo”)

La nada. De allí sacar la fuerza para la transformación radical. Ése el proyecto político de Kafka. Fondo blanco. Ojos en blanco y una botella de Schnap. ¡Hola! El salto al grupo humano, una salida que no significa libertad para el ex simio (tan solo imitación). Por eso, “una excursión a la montaña” con nadie. Y si hay que viajar para casarse, se envía el “cuerpo insignificante” o se toma el tren equivocado. “Y mientras tanto digas uno en vez de yo no pasa nada, puedes contar esta historia”. (“Preparativos de la boda de campo”). ¿Cómo luchar contra los Aparatos Ideológicos de Estado (religión, familia, cultura, ley, política) que aseguran producción de las condiciones de producción? (Althuser, Las ideologías y los aparatos ideológicos de estado). Sin presupuestos y sin sujeto.

Surge la pregunta: ¿Cómo y para qué reproducirse si esa reproducción incluye las condiciones materiales de existencia? (Link, Clases, “Ley”)

¿Vivir en un trapecio, aislado? Con el riesgo de asomarse a “La ventana que da a la calle” y ser arrastrado por caballos hacia la comunidad de los hombres.

El deseo es parte de la máquina; su fantasma, un engranaje que repite y propaga. Limemos los dientes de la pieza, desviemos el eje de rotación.

Con Copi irrumpe el desastre. Guerra entre mariquitas y la tierra ya no existe. No hay dios y el nuevo reino de las amazonas muta darwinianamente al revés. Solo cabe un intento monstruoso de maternidad en Conceiçao.

Las uniones son imposibles: travestis, homosexuales, emasculaciones.

El ombligo de Pierre es territorializado como órgano sexual y forma par con el muñón–pene. Renuncia a la multiplicación el Dios de dioses en la ciudad de las ratas. Diluvio y no procreación. “Tenemos un hijo de nosotros dos”, y los amigos lo bautizan Goräkareine.

En ese pueblo infantil y viejo de los ratones, cuya vida es intranquila y acelerada –pues es necesaria en tiempos de lucha– Josefine es la “excepción”. Ella pelea por dejar de yugarla y tararea imponente su tenue chillido en la asamblea popular, una voz que es una nada y se abra camino y “hace bien pensar en eso”.

La comunidad brinda seguridad: “Desde luego la diferencia de fuerzas entre el pueblo y el individuo aislado es tan enorme… basta con que traiga al protegido al calor de su cercanía y con eso aquél está ya suficientemente protegido.” Pero “Josefine está casi más allá de las leyes”, lo que pone en peligro al grupo. Claridad diáfana: la “o” del título marca la disyuntiva. ("Josefine o el pueblo de los ratones")

Ni siquiera en la amazonia lunar René Copi evita enrolarse en ideología, ejército o religión. Sabe que no es el único loco por “sentir fobia por cualquier tipo de agrupación”, aunque la brigada homosexual sea el único grupo en el universo. (La guerra de las mariquitas, p. 77) Argentino en París: imaginario irrealizable.

Tanto el chillido liberador y espontáneo como el graznido de Gregorio o de los nómades sin lengua, se transforman en gritos que escapan a la composición, al canto, al habla. "Ser infeliz” y gritar solamente por oír el grito, al que nada responde y al que tampoco nada le sustrae la fuerza”. Lo único que cuenta es la intensidad, una línea de fuga que desorganiza el sentido (Deleuze). Ser extranjero en la propia lengua. Esta desterritorialización de la cultura opone su carácter de oprimido y conduce la lengua al desierto. Porque en el desierto no hay patria y los nómades del norte rechazan las instituciones, intervienen de otra manera, toman lo que les hace falta. (Kafka, “Un viejo papel”)

Sin embargo, no será monótona la vida solitaria del uruguayo en el desierto (el acto amoroso queda relegado a una relación con la negra muerta), puede estimularse la creatividad hasta límites surrealistas y pequeños milagros. Un mundo no autónomo que se re-construye con el reciclaje de desechos y de elementos.

La fuga del mundo, sea por viaje o imaginación no permite formar comunidad y, en caso de establecerse, sobreviene el desastre o una nueva huida. El monstruo reafirma su subjetividad singular y solo es capaz de una reproducción aún más monstruosa, que atente contra la vida burguesa. “Es posible amar a un monstruo; no amamos más que a monstruos.” (Copi, La guerra de las mariquitas)

“Queda mucho por hacer”, diría Pappo: edificar el limbo a partir de una orgullosa nulidad que recupere la alegría natural, para siempre y sin destinación. (Agamben, “Del limbo”, Las comunidades que vienen). Percibe Copi al Río de la Plata como purgatorio de persecuciones desde donde pudo escapar. (Río de la Plata)

Fracasa la realización física de la comunidad, ya que sabemos que proviene de la imaginación de los intelectuales que, a través de la expresión de una conciencia alterada, definen el nacionalismo, elemento de cohesión e igualdad –abstracta– entre los ciudadanos. (Benedic Anderson, Comunidades imaginadas)

Fisuras en la aldea global del capitalismo por donde se cuela el elemento desestabilizador revolucionario.


- III -


La literatura menor –en Copi y Kafka se lee– arma su programa político revolucionario. El viaje/fuga nos puede conducir a América, dejando atrás padres y descendencia y comprometernos, hasta el llanto, con la mano de un trabajador, inicio de lucha por una causa justa. Pero la velocidad adquiere ritmo de alienación mecanógrafa –un Chaplin en Tiempos Modernos– hasta el punto de ensoñar una vida de oficina y entrega al negocio (¿para qué derrochar energía en estudios?), hasta el desdén frente a una huelga obrera. La huida no se detiene, atrás quedará la comunidad de ascensoristas, hoteles, casas, asilos. Huyamos de los discursos del poder que escarnecen al pobre. Aunque la máquina funcione a la perfección, desconfiar de esas trompetas que tal vez anuncian el apocalipsis. Desposeerse, desequiparse, abandonar también el nombre, ser Negro (y lo que eso significa en EEUU), seguir transitando ese gran teatro de la vida y, desde dentro, instaurar dispositivos colectivos de enunciación como una potencia diabólica del futuro. Es el momento de la manada.

Emerge desprendido/despreciado un fragmento de tierra cuyo impulso proviene de una fuerza maligna que lo guía y protege. Se escuchan viejas canciones revolucionarias al ritmo de la destrucción. Recuperan la libertad prisioneros humanos. ¿Cómo es ser un salvaje en la utopía del circo homosexual espacial? ¿Ser extranjero, o travesti o lesbiana?

“Se las puede comparar con cualquier cosa, son nuestra imaginación”, motor de la acción política. Un manifiesto que es declaración de guerra: El sol rojo de las pampas. En un trip de ácido la velocidad se vuelve vertiginosa y la Revolución es teatral. Ser un santo y quebrar el verosímil de forma violenta como recurso extremo contra la envoltura de la explicación. Maldición va a ser un día hermoso. El cielo está cerca y se puede tocar el sol con la punta de los dedos profanos.

-¡Vengan!
-¡Juntémonos todos!

Hay que saltar del puente, zambullirse en el atardecer –no hay razón para no hacerlo– y volver a levantar el copete solo para caer en una zanja más honda. Hay que seguir aunque estemos locos. ¿Cómo van a cansarse los locos?


Epílogo como si lo hubiese escrito Mijail Bakunin


La insurrección popular, por su carácter mismo, es instintiva, caótica y despiadada; supone siempre un sacrificio y un gasto enorme de su propiedad y de la ajena. Las masas del Pueblo están siempre dispuestas a sacrificarse; y lo que las convierte en una fuerza brutal y salvaje capaz de realizar gestos heroicos y de realizar objetivos en apariencia imposibles es que poseen muy poco o con frecuencia nada, y por consiguiente, la propiedad no las desmoraliza. Si la victoria o la defensa lo exige, no se detendrán ante el exterminio de sus propias aldeas y ciudades, y como la propiedad es generalmente ajena, desarrollan positivamente una pasión destructiva. Esa pasión negativa, sin embargo, está lejos de ser suficiente para elevarse a la altura de la causa revolucionaria, pero sin ella esta última sería imposible, porque no puede haber revolución sin una destrucción saludable y fecunda, puesto que es de ella, y solamente por ella, de donde surgen y nacen mundos nuevos. (Mijail Bakunin, Estatismo y anarquía)