23.1.12

Sobre Claridad de Saltimbanqui, por Mariano Massone






Claridad de Saltimbanqui
, Hugo Savino (Ediciones Cada tanto, 2010)

Mientras pasaban las manifestaciones en España, Hugo Savino, desde su departamento de Madrid, le decía a Laura Estrin con una breve sonrisa irónica: “Esto ya lo viví”.

La ausencia de odio en su poética es lo que lo hace brillar. El saltimbanqui se caracteriza por mostrar todas las deformidades sociales desde una mirada aparentemente ingenua y jocosa. Esa es la treta. Como dice Hugo Savino en su primer poema: “memoria extralúcida” para recordar todas las tensiones del pasado que vuelven a resurgir como parodia.

huyen del ritmo

de la línea voceada

se refugian

en el rencor

El libro es un juego burlesco donde varios payasos intentan crear sistemas y estrategias. Obviamente, siempre llegando al fracaso. El horror es “la filigrana del odio el borracho”.

Hugo Savino se aburre de su queja, se duerme viendo pasar la caravana de jóvenes que protestan y puede ver con acertada claridad de saltimbanqui esos sistemitas ausentes que, según ciertos poetas, son verdades inamovibles. “En mi mano está mi voz”. Con esas simples palabras nos damos cuenta que sabe.

El desfile de las Bovarys y las preciosas populistas, los esmerados kierkegaardianos, los retóricos, los poetas delatores y los coloquiales conforman una “tribu escritora”. Es mejor mirar esa tribu de costado. Volviendo a Libertella: toda tribu se define por estar arriba o abajo del árbol del ghetto.

El saltimbanqui da cabriolas entre un esquema y otro. Sólo mantiene dos cosas: el ritmo y “la línea invisible de lo que florece”. Ninguna vía esquizo, ninguna ilusión ni mentira. El saltimbanqui no tiene una estrategia ni un programa, tiene una voz.

el cochero

de Bernard Malamud leía a Spinoza

y no daba gritos de mea culpa por todas las revistas

no

sólo leía a Spinoza y comía nueces

quemadas

Mejor no encontrarse en el lugar donde todos creen que uno está. Mejor sacarse el pijama, ponerse los zapatos, salir a la calle, sentir el viento que pega en la cara y el sol radiante sobre nuestras cabezas.

del lado de los

saltimbanquis que se ponen trajes gastados

entran por la puerta del vacío del tiempo

juegan a caballo mancado

complotan contra el parasitismo de la

anécdota

y buscan una sintaxis

14.1.12

Fuera de acá: Kafka con Copi, por Gustavo Calandra






Introducción


Si el sujeto en cuestión está “ante la ley” y, si esa ley es una identidad orgánica del sentido, no le quedará otra alternativa de poner en marcha el recurso de huida: huir del sentido.

Sabemos que para alcanzar la libertad creadora es necesario trazar una línea de fuga hacia el caos. Es a la sombra del edificio institucional –cuyo imaginario busca asegurar la continuidad de la sociedad, la reproducción, en fin, solidificar las formas– hacia donde vamos, allí, al costado, nace un monstruo. Son muchos. Comunidades de monstruos. Levantan su estandarte de monstruo contra el Estado y las Iglesias, contra toda fantasía normalizadora. (Daniel Link, Clases). Estos monstruos corroen los anaqueles de la taxonomía, con sus filosas prácticas aniquilantes cortan –instante de peligro– el lazo ideológico del Otro. Encima son reacios a la disciplina. Seguro que la belleza es nunca vivir seguro. Por eso, los monstruos pierden el juicio y rompen la cadena de significantes despojándose de la etiqueta.

Esta es una fiesta de locos… una nave que naufraga en la modernidad buscando a un narrador que ya ahogado, se extravía. Una vía no institucionalizable es la invención de un camino errante cuyo destino –o principio– es la destrucción (Alan Badiou, El Siglo). ¿Y acaso no es acercarse a la Revolución –dice Bakunin–cuando se desarrolla esa pasión destructiva y fecunda en la conciencia? Nada desmoraliza, ni la propiedad, a la insurrección popular, pues posee nada, “lo que la convierte en una fuerza brutal y salvaje capaz de realizar gestos heroicos y de realizar objetivos en apariencia imposibles. Capaz de exterminar su propia aldea o ciudad. Una destrucción saludable, puesto que es de ella, y solamente por ella, de donde surgen y nacen mundos nuevos.” (Mijail Bakunin, Estatismo y Anarquía)

Ha sucedido una catástrofe y nosotros somos consecuencia de ello. No es fantasía, “la moderna realidad histórica ha contribuido en gran medida a extender la imaginación de la catástrofe.” (Susan Sontag, “La imaginación del desastre”). Es inminente la extinción colectiva y sabemos que la expectativa del apocalipsis puede ser ocasión de cortar las amarras de la sociedad.

No hay salida. Destrucción. Habrá que trabajar con ruinas, partir de cero. Las huellas se han borrado liberándonos de la experiencia pasada –y sobre todo pobre. Como un sol en el cenit es el grito del recién nacido, el comienzo de una nueva barbarie. (Benjamin, “Experiencia y pobreza“)

Un campo fértil preñado por la imaginación supone también un registro consciente de la nada que libera al acto y supera lo real. En la propuesta de lo que aún no es, ese acto imaginativo, no solo aísla y aniquila, constituye un universo. (Sartre, Lo imaginario)

Considerando que la fuga frente a la inminencia del desastre puede convertirse en un viaje a la nada, intentaré leer la serie Copi–Kafka como la invención de un camino errante y su posibilidad de fundar una comunidad de monstruos, con el anhelo de siempre: la Revolución.


- I -


El siglo XX es una bestia cuya vida es incierta. A ese gran sacrificio que ha producido, le sigue una sangrienta ola capaz de borrarlo todo. Guerras, devastaciones, genocidios. La organicidad peligra ante la máquina y es tarea de la flauta unir “las rodillas de los días nudosos” (me apoyo en el poema de Osip Mandelstam, “El siglo”) para así comenzar un mundo nuevo. ¿Será mano y alma del último inventor quien se encargue de la creación cuando ya no quede sino tela arpillera de las bolsas de una barricada? Así sucede en 9, la película producida en 2008 por Tim Burton, y la Bestia es una máquina de destrucción que se multiplica “(y me permito decir que los humanos no son la única especie fallida, toda creación es riesgosa)”, aclara el Dios de los Hombres de La Ciudad de las Ratas.

No tenemos tiempo. Acechan el imperialismo económico, el deseo fascista, revoluciones y burocracias, dictaduras. Ante una revolución que solo cambia engranajes queda precipitar y rebasar las potencias diabólicas (Deleuze –Guattari, Kafka. Por una literatura menor). El espacio se miniaturiza –somos ratas o coleópteros– y su consecuencia es la aceleración del tiempo. “El universo de un artista es efímero” (Copi, La internacional argentina): cuando querés acordar, la catástrofe.

Salgamos por la imaginación. Un viaje-rapto es el modelo de fuga. La razón se escapa en Montevideo (Copi, El uruguayo).

Es el exilio: hurtar el cuerpo a bombardeos y torturas, soslayar los Espantapájaros, y una familia como un Paraíso o Infierno perdido. La urgencia del arte y la política. (Copi, Río de la Plata).

Es el viaje a América, a un mundo que es una nada y donde para un europeo podría compararse a un nacimiento. (Kafka, América) Será el lugar donde se pueda fabricar la ficción, tanto se miente como se roban maletas.

Kafka, en su diario, 18 de noviembre de 1911: “Uno acepta las ciudades desconocidas como un hecho, los habitantes viven en ella sin penetrar en nuestra manera de vivir, del mismo modo que nosotros tampoco podemos penetrar en las suyas”.

Volver a empezar que aún no termina el cuento, dice una canción vulgar de otra época. Si “la época de la imaginación es una deformación de la memoria”, (Tcherkaski, Habla Copi, Homosexualidad y creación), el olvido nos da la posibilidad de cambiar de espacios, decorados, actores, trajes, haciendo mutis en teatros sucesivos o mundos incluidos. El olvido hace que recomience El baile de las locas, pero la Bic asesina lo viviente del recuerdo. La escritura todo lo contamina en este teatro del mundo que es el universo de las locas.

Entonces Uruguay, “un país que no para de encogerse” (El uruguayo) será un objeto artístico a priori, patria de la representación de una Argentina en escala reducida. Aunque también Argentina, visto desde Europa, es un país sin nada ni nadie que da la posibilidad de partir de cero a un movimiento revolucionario internacional. Un baldío propicio para abonar con imaginación, “el más precioso de los potenciales” (La internacional argentina). Y para Silvano (La vida es un tango) “todo Buenos Aires pertenece al reino de la fantasía”, dice ya no ser él mismo, luego que sale desnudo hacia el diario Crítica, una vez bautizado sexualmente por Yoli de Parma mujer-madre-puta-actriz, donde será absorbido en ese escenario de “ritmo endiablado”. Allí los barrios son etiquetas que pueden llevarse bajo el brazo y su simple denominación confina, a quien lo posee, a una cárcel de lenguaje. Tener es igual a morir. La propiedad, dice Proudhon y le creo, es un robo que en este caso significa la muerte.

Mediante un “juego idiota”, y a través de un uso profano de la lengua, se exorciza la duplicidad de la representación. Los habitantes se liberan de la esfera “sagrada” y desactivan los dispositivos de poder, considerando que:

El hábito, como segunda naturaleza, tiene el poder de sugerir al entendimiento nuevas formas categóricas, fundadas en las apariencias de lo que percibimos, y por eso mismo, desprovistas, en la mayor parte de los casos, de realidad objetiva.
(Proudhon, ¿Qué es la propiedad?)


El juego hubiera sido la solución perfecta pero el tiempo se reduce de manera vertiginosa. (El uruguayo). La narración no frena y el proceso de aniquilación se precipita:

Si el hombre no es un pescado,
la mujer no es una sirena.
Si el agua del océano a hervir se pusiera,
cambiaríamos del todo
nuestra concepción del mundo.
(La guerra de las mariquitas)


Cuando la imaginación desbordante no sigue el cauce de la creatividad, “se orienta instintivamente hacia la destrucción, peor aún, hacia el aniquilamiento de la especie humana.” (La Internacional Argentina)

Que una tormenta de arena en Montevideo. "Una novela es como un médano: hay que sacudirlo cada tanto”, vale esta afirmación de Copi para su primer experimento narrativo. Catástrofe. Bombardeo. “La tierra prácticamente ha estallado”, es la guerra de las mariquitas. Que un tornado. ¡Canibalismo del Amazonas! “E l´ora de l´apocalypse”, según Pierre y ya no habrá baile de las locas. ¿Un ciclón? La muerte es un tiburón gigante que asoma su aleta. Que un atentado en los Baños Continental, hierve el Place de l´Opera. Explosión y chau Saint–Chapelle. El ejército humano es destruido. Se viene el diluvio. LAVA. Parece el fin, “el eje sobre el cual gira el mundo se volvió loco.” (La ciudad de las ratas)

Pero como se viaja para escribir y se viaja para vivir, la fuga. “Uno se escapa donde puede”, reflexiona el centenario Silvano antes de ingresar a la gruta de sus propios símbolos. Habrá tormenta y saldrá el arco iris. (La vida es un tango)

Se viaja a la luna amazónica o a un París revolucionado. La isla de la Cité avanza errante por el mar. Imposible discernir ficción de realidad. La causa: ¿falta de curiosidad? ¿Disneylandia? La existencia como una sucesión de viñetas de comics. Cartas. La amnesia. Tache. Lea y tache, maestro. Nada quedará en la memoria (El uruguayo)

Carlos Correas lee este curioso procedimiento en Kafka: “Felice, te lo advierto. Te lo dije ya el otro día: ésta es una de esas cartas que debes dejar de leer a la tercera o cuarta frase. Ya Felice, ¡rompe esa carta! ¡Ahora, rómpela!”.

En ciertos casos, el olvido puede ser liberación. A Josefine le espera la disolución en la incontable muchedumbre de héroes, donde “se perderá alegremente”, ya que no existe registro histórico en su pueblo.

Un “deseo de ver las cosas tal como son antes de que se me muestren” es la excusa del orante ante el olvido de los nombres. (Conversación con el orante)

Kafka se propone desmontar los dispositivos maquínicos y los dispositivos de enunciación, provocando “fugas en el mundo y en su representación” (Deleuze) cuando se trate de los cuentos. La desterritorialización es diferente en las novelas, la línea de fuga arrastrará todo el dispositivo social.

Sorteada la cárcel de su negocio, “el comerciante” surfea olas de excitación que lo llevan sin rumbo. Está solo, es de noche y en la altura del ascensor amonesta a los otros (los que no dan fiestas ni huyen a América): Retrocedan, vuelen, crucen el arroyo, persigan al hombre insignificante. (El comerciante)

Para cambiar es preciso huir de la familia –romper el triángulo– y la seguridad doméstica, dar “El paseo repentino”, tomar “Resoluciones”, “terminar con todo”, en fin, una experiencia radical de ascesis que permita habitar un no-lugar: fluir. Porque “El pasajero” siente una inseguridad completa respecto de su mundo.

“El rechazo” solo deja una salida: la soledad. Y, sobre todo, cuando uno no es un fornido indio americano aunque desee convertirse en indio lanzado a la carrera a través del aire. Sin espuelas, sin riendas, sin caballo, la búsqueda de la diferencia mínima por la cual salir de la dialéctica.

Ante la ley paranoica del déspota, el recurso de abandonar el sentido. Desde ese lugar de enunciación vacío, de pura negatividad, una literatura menor debe producir enunciados nuevos, armar otras series textuales de bloques discontinuos, plantear otros problemas. Contra todo pronóstico de fuerza y corrientes sociales nace un arte con potencia revolucionaria.

“No bromees”
“¿Y quieres que yo te enseñe el camino?” pregunta el representante del orden.

No, la meta es “La partida”, irse lejos de aquí, fuera de acá. Como una barca mortuoria sin timón. Y tal vez llegar al umbral y extraviarse –en un vuelo– en los hielos de la cordillera, “hasta nunca más ver”. (“Jinete en un cubo”)


- II -


La comunicación es imposible con el otro cuando uno –cualsea –está fuera de juego, mirándolo “con mirada animal” y sin ponerse en órbita (“Resoluciones”). Para quien adhiere a la impropiedad como tal, a una singularización sin identidad, no determinada respecto a un concepto, sino solo a través de su relación con una idea (Agamben, La comunidad que viene), no es posible la comunidad burguesa. Gracias al anonimato parisino, el apolítico y apátrida exiliado evade la desdicha general: “no soy feliz ni desgraciado, no soy nadie.” (Copi, La Internacional Argentina) El médico de campo no cura al cristo agusanado y sale desnudo hacia la tormenta, en caballos de otro mundo, para perderse en el desierto de nieve. (“Un médico de campo”)

La nada. De allí sacar la fuerza para la transformación radical. Ése el proyecto político de Kafka. Fondo blanco. Ojos en blanco y una botella de Schnap. ¡Hola! El salto al grupo humano, una salida que no significa libertad para el ex simio (tan solo imitación). Por eso, “una excursión a la montaña” con nadie. Y si hay que viajar para casarse, se envía el “cuerpo insignificante” o se toma el tren equivocado. “Y mientras tanto digas uno en vez de yo no pasa nada, puedes contar esta historia”. (“Preparativos de la boda de campo”). ¿Cómo luchar contra los Aparatos Ideológicos de Estado (religión, familia, cultura, ley, política) que aseguran producción de las condiciones de producción? (Althuser, Las ideologías y los aparatos ideológicos de estado). Sin presupuestos y sin sujeto.

Surge la pregunta: ¿Cómo y para qué reproducirse si esa reproducción incluye las condiciones materiales de existencia? (Link, Clases, “Ley”)

¿Vivir en un trapecio, aislado? Con el riesgo de asomarse a “La ventana que da a la calle” y ser arrastrado por caballos hacia la comunidad de los hombres.

El deseo es parte de la máquina; su fantasma, un engranaje que repite y propaga. Limemos los dientes de la pieza, desviemos el eje de rotación.

Con Copi irrumpe el desastre. Guerra entre mariquitas y la tierra ya no existe. No hay dios y el nuevo reino de las amazonas muta darwinianamente al revés. Solo cabe un intento monstruoso de maternidad en Conceiçao.

Las uniones son imposibles: travestis, homosexuales, emasculaciones.

El ombligo de Pierre es territorializado como órgano sexual y forma par con el muñón–pene. Renuncia a la multiplicación el Dios de dioses en la ciudad de las ratas. Diluvio y no procreación. “Tenemos un hijo de nosotros dos”, y los amigos lo bautizan Goräkareine.

En ese pueblo infantil y viejo de los ratones, cuya vida es intranquila y acelerada –pues es necesaria en tiempos de lucha– Josefine es la “excepción”. Ella pelea por dejar de yugarla y tararea imponente su tenue chillido en la asamblea popular, una voz que es una nada y se abra camino y “hace bien pensar en eso”.

La comunidad brinda seguridad: “Desde luego la diferencia de fuerzas entre el pueblo y el individuo aislado es tan enorme… basta con que traiga al protegido al calor de su cercanía y con eso aquél está ya suficientemente protegido.” Pero “Josefine está casi más allá de las leyes”, lo que pone en peligro al grupo. Claridad diáfana: la “o” del título marca la disyuntiva. ("Josefine o el pueblo de los ratones")

Ni siquiera en la amazonia lunar René Copi evita enrolarse en ideología, ejército o religión. Sabe que no es el único loco por “sentir fobia por cualquier tipo de agrupación”, aunque la brigada homosexual sea el único grupo en el universo. (La guerra de las mariquitas, p. 77) Argentino en París: imaginario irrealizable.

Tanto el chillido liberador y espontáneo como el graznido de Gregorio o de los nómades sin lengua, se transforman en gritos que escapan a la composición, al canto, al habla. "Ser infeliz” y gritar solamente por oír el grito, al que nada responde y al que tampoco nada le sustrae la fuerza”. Lo único que cuenta es la intensidad, una línea de fuga que desorganiza el sentido (Deleuze). Ser extranjero en la propia lengua. Esta desterritorialización de la cultura opone su carácter de oprimido y conduce la lengua al desierto. Porque en el desierto no hay patria y los nómades del norte rechazan las instituciones, intervienen de otra manera, toman lo que les hace falta. (Kafka, “Un viejo papel”)

Sin embargo, no será monótona la vida solitaria del uruguayo en el desierto (el acto amoroso queda relegado a una relación con la negra muerta), puede estimularse la creatividad hasta límites surrealistas y pequeños milagros. Un mundo no autónomo que se re-construye con el reciclaje de desechos y de elementos.

La fuga del mundo, sea por viaje o imaginación no permite formar comunidad y, en caso de establecerse, sobreviene el desastre o una nueva huida. El monstruo reafirma su subjetividad singular y solo es capaz de una reproducción aún más monstruosa, que atente contra la vida burguesa. “Es posible amar a un monstruo; no amamos más que a monstruos.” (Copi, La guerra de las mariquitas)

“Queda mucho por hacer”, diría Pappo: edificar el limbo a partir de una orgullosa nulidad que recupere la alegría natural, para siempre y sin destinación. (Agamben, “Del limbo”, Las comunidades que vienen). Percibe Copi al Río de la Plata como purgatorio de persecuciones desde donde pudo escapar. (Río de la Plata)

Fracasa la realización física de la comunidad, ya que sabemos que proviene de la imaginación de los intelectuales que, a través de la expresión de una conciencia alterada, definen el nacionalismo, elemento de cohesión e igualdad –abstracta– entre los ciudadanos. (Benedic Anderson, Comunidades imaginadas)

Fisuras en la aldea global del capitalismo por donde se cuela el elemento desestabilizador revolucionario.


- III -


La literatura menor –en Copi y Kafka se lee– arma su programa político revolucionario. El viaje/fuga nos puede conducir a América, dejando atrás padres y descendencia y comprometernos, hasta el llanto, con la mano de un trabajador, inicio de lucha por una causa justa. Pero la velocidad adquiere ritmo de alienación mecanógrafa –un Chaplin en Tiempos Modernos– hasta el punto de ensoñar una vida de oficina y entrega al negocio (¿para qué derrochar energía en estudios?), hasta el desdén frente a una huelga obrera. La huida no se detiene, atrás quedará la comunidad de ascensoristas, hoteles, casas, asilos. Huyamos de los discursos del poder que escarnecen al pobre. Aunque la máquina funcione a la perfección, desconfiar de esas trompetas que tal vez anuncian el apocalipsis. Desposeerse, desequiparse, abandonar también el nombre, ser Negro (y lo que eso significa en EEUU), seguir transitando ese gran teatro de la vida y, desde dentro, instaurar dispositivos colectivos de enunciación como una potencia diabólica del futuro. Es el momento de la manada.

Emerge desprendido/despreciado un fragmento de tierra cuyo impulso proviene de una fuerza maligna que lo guía y protege. Se escuchan viejas canciones revolucionarias al ritmo de la destrucción. Recuperan la libertad prisioneros humanos. ¿Cómo es ser un salvaje en la utopía del circo homosexual espacial? ¿Ser extranjero, o travesti o lesbiana?

“Se las puede comparar con cualquier cosa, son nuestra imaginación”, motor de la acción política. Un manifiesto que es declaración de guerra: El sol rojo de las pampas. En un trip de ácido la velocidad se vuelve vertiginosa y la Revolución es teatral. Ser un santo y quebrar el verosímil de forma violenta como recurso extremo contra la envoltura de la explicación. Maldición va a ser un día hermoso. El cielo está cerca y se puede tocar el sol con la punta de los dedos profanos.

-¡Vengan!
-¡Juntémonos todos!

Hay que saltar del puente, zambullirse en el atardecer –no hay razón para no hacerlo– y volver a levantar el copete solo para caer en una zanja más honda. Hay que seguir aunque estemos locos. ¿Cómo van a cansarse los locos?


Epílogo como si lo hubiese escrito Mijail Bakunin


La insurrección popular, por su carácter mismo, es instintiva, caótica y despiadada; supone siempre un sacrificio y un gasto enorme de su propiedad y de la ajena. Las masas del Pueblo están siempre dispuestas a sacrificarse; y lo que las convierte en una fuerza brutal y salvaje capaz de realizar gestos heroicos y de realizar objetivos en apariencia imposibles es que poseen muy poco o con frecuencia nada, y por consiguiente, la propiedad no las desmoraliza. Si la victoria o la defensa lo exige, no se detendrán ante el exterminio de sus propias aldeas y ciudades, y como la propiedad es generalmente ajena, desarrollan positivamente una pasión destructiva. Esa pasión negativa, sin embargo, está lejos de ser suficiente para elevarse a la altura de la causa revolucionaria, pero sin ella esta última sería imposible, porque no puede haber revolución sin una destrucción saludable y fecunda, puesto que es de ella, y solamente por ella, de donde surgen y nacen mundos nuevos. (Mijail Bakunin, Estatismo y anarquía)

6.1.12

La niñez robada, por Pablo Moreno






Hace años mi hijo se me acercó y me dijo:
Papá, los caballos no tiene cuernos.
De esta manera un niño descubre la vida.

Viktor Sklovski. Maiakovski


A lo largo de The Big Red One (1980, Fuller) hay testigos que significan lo absurdo de toda contienda bélica: los niños. Una niña ve comer al sargento en una playa de Túnez, ante la incomodidad que ésta le provoca el sargento le cederá su lata de ración. Al mismo tiempo otro niño comercia intercambio de bebidas o mujeres por cigarrillos. En otra escena otra niña juega con el casco del sargento, luego decorará con flores el casco a cambio de un beso. Ese gesto de ternura lo pagará con su vida: el casco es muy llamativo para el enemigo. Otra escena: un niño lleva en un carruaje el cadáver en descomposición de su madre, dará información de dónde se halla el cañón enemigo a cambio de un entierro digno para su madre. Niños que buscan padres, huérfanos que son empujados a la adultez sin ningún paso previo. La infancia en Fuller es ese testigo molesto que no se desea ver, pero que siempre está ahí, vitalidades incómodas que surgen de las ruinas de la guerra. No se puede señalar una sola escena, son varias porque lo primero que mata la guerra es la inocencia.

Fuller aparece en el film con su cámara de 16 mm filmando niños alemanes, fanáticos y aún así, inocentes. Otro niño nazi es francotirador, cuando el sargento le ofrece a cada uno de su grupo que lo ejecute, nadie puede hacerlo, unos cachetazos correctivos transmutarán el grito de Hitler de parte del niño por el llanto pidiendo por su padre, una manera de hacerlo volver a su infancia, donde los padres son los que señalan los límites de aquello que es incorrecto.

El Iván de Tarkovski tiene una profesión de adulto: es espía, prefigura la acción de otro personaje futuro del realizador ruso: “stalkear” (tomo el concepto de Serge Daney empleado en su artículo sobre Stalker en Cine, arte del presente), cruza el umbral para adentrarse en el bosque, es decir, deja de ser niño porque se adentra en el miedo al deambular por la filas enemigas para recoger información. Iván ya no es niño (el título del film no deja de ser paradójico porque la imagen lo desmiente), es un soldado consumado al cual se le encomiendan misiones peligrosas. Sólo puede acceder a la infancia a través de la materia onírica, que la vez constituye la memoria de aquello que le fue arrebatado (su madre, su familia ¿cómo era?, no lo sabemos). A la memoria le gusta escudriñar las tinieblas dice el poeta Ossip Mandelshtam y la vigía del sueño siempre será rota por el presente de la guerra.

Así como la crítica italiana le reprochaba a Tarkovski cuestiones formales respecto a las representaciones oníricas porque de esa manera ya no se filmaba en Europa, en la URSS Tarkovski siempre fue criticado por “formalista”. Pero como bien señala Sartre, la cultura de Tarkovski es “necesaria y esencialmente soviética” y en La infancia de Iván (1961) lo onírico es la vía formal posible para señalar que el personaje principal ha perdido su niñez. Al respecto dice Deleuze: Ello explica que el cine europeo haya recogido muy tempranamente un conjunto de fenómenos: amnesia, hipnosis, alucinación, delirio, visión de los moribundos y sobre todo pesadilla y sueño. Este fue un aspecto importante del cine soviético y de sus variables alianzas con el futurismo, el constructivismo, el formalismo, el expresionismo alemán y sus variables alianzas con la psiquiatría yo el psicoanálisis… el cine europeo encontraba así un medio para romper con los límites “americanos” de la imagen-acción, y también para alcanzar un misterio del tiempo… “Del recuerdo a los sueños” en La imagen-tiempo.

El niño no tiene pequeñas virtudes ni pequeñas debilidades: es radicalmente lo que la historia ha hecho de él. Proyectado a su pesar en la guerra, la guerra no lo ha hecho enteramente. Pero si asusta a los soldados que lo rodean, es porque no podrá vivir nunca en paz, señala Sartre (“Discusión sobre La infancia de Iván” en Revista de Occidente Nº 175, diciembre de 1995). Es por eso que los oficiales lo abrazan, le dan afecto y lo quieren enviar a la escuela. Pero no pueden ver que la imagen del niño no es precisamente lo que florece de su interior. El odio y la venganza es el motor que mantiene vivo a Iván porque su niñez ha sido extirpada. A fuerza de ver tanto horror lo único que le queda es su causa. Y es por eso que ya no quiere mantener ningún lazo afectivo con los adultos y decide volver con los partisanos.

Luego que Iván va a su última misión, volviendo al territorio inhóspito del bosque, al film se le insertan partes documentales que dan cuenta de la liberación de Berlín por parte de las tropas soviéticas. Nuevamente la infancia hace su aparición de modo perturbador: los hijos envenenados de Goebbels puestos en fila en el piso, otros niños asesinados en otra habitación, la violenta capitulación de los nazis empezó con la ejecución de sus hijos. Posteriormente, cuando las tropas soviéticas revisan las salas de ejecuciones y los archivos (con sus respectivas fotos) de los prisioneros ejecutados la foto de uno de esos expedientes devolverá la última imagen con vida de Iván: un rostro que estremece no sólo por ser aquel que había sido enviado a esa misión suicida, sino porque también devuelve una mirada de odio. Una mirada que no parece de niño.

Fuller también culmina su film con una liberación: la del campo de concentración de Falkenau. Nuevamente, lo que la imagen nos devuelve en primera instancia son miradas, ojos asustados. El sargento intentará alimentar y apartar del horror a un niño que ya ni come y que luego morirá en sus hombros. Habría sido sentimental si la escena hubiera estado aislada de la totalidad del film, pero anteriormente habíamos señalado la presencia opresiva de los niños como testigos del desastre. En esto quizás reside la diferencia con el film de Tarkovski. Iván resigna su infancia en el mundo “real” (no en el mundo onírico), ha perdido todos sus afectos y por ende se ha convertido en un “hombre” de acción, consciente de su destino trágico. Los niños en el film de Fuller aún conservan una mirada inocente (no dejan de ser miradas de niños) a pesar del horror.

Tanto Fuller como Tarkovski coinciden en una misma idea: el espacio trágico de la guerra es el de la niñez robada.

1.1.12

Macedonio Fernández: la poética del pensar, por Jorge Quiroga





El tema de la muerte es una constante macedoniana y está ligado a una preocupación que lo acompañará siempre, un dato radical (No todo es vigilia la de los ojos abiertos) que conmocionará su forma de acercarse a las preguntas que fundamentan su poética.

Macedonio se interroga acerca del porqué de la poesía, tal como él la entiende, puede justificar hechos tales como la muerte, la involuntariedad de la voluntad, el porqué hay imágenes, memoria, ensueño, la invención del Pasado. La crítica de lo Dado (“Poema de poesía del pensar”). Y encuentra en la conciencia de lo contingente, es decir en el mundo, la oportunidad misma de que la poesía pueda existir. Esta poemática del pensar es en verdad una forma seria y desmedida de tratar esa “invención libre”, que hace que las cosas sean contenidas en el impulso que las necesidades estéticas de la conciencia estructuran.

La anulación de la posibilidad de la muerte en Macedonio está asociada a esa maniobra que realiza, al mismo tiempo que piensa el cuerpo, logra convertir la idea misma de lo corporal en un absoluto, que como resultado lee al mundo como un vacío o una ausencia reiterada.

Macedonio dice que crear un instante sin mundo en una duración de lo no sentido, de no sentir es creer en la Duración del tiempo y ese enigma que consiste en la anulación ilusoria en la que suspendemos la relación con lo sensible y pueda ser el nacimiento de lo pensado, que aquí entonces empezaría como una interrupción. Inexistencia que surge abruptamente, pero como una desvinculación que paradójicamente cierra para que pueda ser pensado el mundo.

Lo que ocurre es que esa insistencia macedoniana de pensar la nada, es decir la no-existencia, la muerte, se le presenta como una intriga que inevitablemente es una pregunta que ya sabe que no tiene
posibilidad.

Negar “la realidad del tiempo”, errar hacia una especulación incesante que esta refutación deja abierta pensando “estas supuestas interrupciones” que Macedonio cree que son pensables nada más que para enfrentarse a la muerte.

Sabemos que amor y muerte forman para Macedonio una vinculación tan poderosa que una reciprocidad constituyente relaciona y unifica ambos órdenes, “no se muere para sí ni hay muerte para quien no ama, ni hay belleza que no proceda de la muerte, ni muerte que no proceda del amor” (Museo de la novela de la eterna). Esta seguridad recorrerá los textos macedonianos, abriéndose a la bifrontalidad del amor/muerte, su escritura es ella misma especulación. El impulso irrealizador de Macedonio Fernández lo lleva a descreer de todo intento de develar ese, enigma mediante una acción que nos saque del ensueño, esa zona de transición que está prefigurada en el pensamiento. Escribir/pensar, esa es otra forma de acercarse a un núcleo que se les escapa, y que únicamente puede rodearse con un pensamiento ensimismado. Es decir algo volcado y centrado en los restos de una experiencia que se encuentra siempre al borde. La muerte está siempre presente en ese vacío que no puede ser pensado y que por eso mismo cobija en su seno los riesgos de la no-existencia.

La muerte explica en su enigma, los caminos para llegar a una novelística de interrupciones. El ensueño para Macedonio es visualidad, entrada en el ser: Todo el misterio Ensueño-Realidad está dominado por la suposición de lo real frente a la realidad inmediata de lo soñado. El ser es siempre, además de pleno, inmediato. Lo mediato es la nada, nada es. Despertarse es volver a soñar, continuar siendo, caer siempre en el ser, siempre inmediato, incesable y pleno” (No todo es vigilia la de los ojos abiertos). En ese momento del pensamiento macedoniano (1928), la preocupación está centrada en ese umbral entre dos situaciones vitales que se entrelazan, pero que el decide que es el estado de ensueño que todo lo abarca, y es allí donde es necesario ir a buscar el sentido. El ensueño con sus imágenes refiere sensaciones y sentencias, para Macedonio el verdadero receptáculo de aquello que se acumula en el movimiento de la propia imaginación. La pasión es en Macedonio el encuentro del ser con el ser, y la muerte el horror de esa dicha, pero está vinculada interiormente con ella a través de lazos que no pueden destruirse en el polo de la muerte…

La asimilación de los cuerpos, el traspaso de un yo en el otro, se separan con la muerte, pero en Macedonio es como si lograran un nuevo espacio, donde el vivo perdura en la vida del otro. Ese enigma de pareceres de ojos abiertos que viven en el ensueño, redoblan y ahuyentan el enloquecimiento de morir un poco en el otro. Esa unión entre amor y muerte hace que la música, otra pasión macedoniana, visite continuamente a aquellos que partieron y dejaron señas para ese aproximación. Macedonio nos dice que aunque hay algo que nunca fue presente para el ensañamiento, sin embargo podemos pensarlo: “Tal seria la intriga del pensamiento de la nada, la muerte nunca tuvo actualidad en el pensamiento de la nada; la muerte nunca tuvo actualidad en el pensamiento pues pensar es existir y por otra parte para que algo pueda ser pensado especulativamente es preciso que alguna vez ese algo y el pensamiento hayan sido simultáneos” (“El dato radical de la muerte). Es decir que pensar supone una adecuación, una actualidad puesta en juego para poder hacerlo, pero la relación existencia/ no existencia rige la vida de los hombres, Macedonio parece plantear esto que no es lógico habla de una simultaneidad hipotética, que está en la raíz de todo proceso de pensamiento. Como si pensar fuera el vehículo de una comunicación posible con la existencia del otro, y de la otra. Acertijos que Macedonio no resuelve de ninguna manera, porque lo que le interesa es tomar ese Pensamiento inicial en su nacimiento. Pensar es tomar aliento y únicamente cuando se cumple ese paso es que vigilamos atentamente esa simultaneidad, que implica siempre tomar “contacto” con la muerte.

De alguna forma también es disolver un contrasentido que está implícito en la falta de lógica, y hace desaparecer nuestra propia presencia. Macedonio procede pensando una metafísica, que aminore el aislamiento que inevitablemente lleva el estudiar con visión de niño, al preguntar interminablemente sobre los sentidos de este planteamiento, y este cruce que significa pensar.

La estética que va urdiendo Macedonio se desarrolla en el mismo proceso que significa pensar, mientras va pensando, en el movimiento en si, incluyéndose y separándose del lenguaje y sus efectos. La técnica literaria busca sorprender al, lector, confundirlo “en su sólido sentimiento de certeza de realidad del ser”, (Teorías de MF, OC). Por lo tanto el intento consiste en anular las seguridades, lo que pasa es que en esa anulación implícitamente el autor también pierde sus seguridades de existencia, desaparece para desubicarse en otro plano del discurso. No se trata de una existencia material sino de sentido.

“Al escuchar las palabras “pensar” “lo pensado” “pensamiento”, asociamos con ellas un sentido” (Heidegger, ¿Qué significa pensar?). La literatura “técnica indirecta” de suscitación de estados según Macedonio, montaría no solo una relación con el sentido, sino que al ser palabra instauraría el sentido mismo Al confundirse el sujeto iniciaría un extravío, una deriva en la que tanto autor como lector dudarían de sus mutuas existencias e incidentalmente se encontrarían salteadamente en la novelística. La perplejidad, la sorpresa, constituirían una dominante de ataque y fuga, de acercamiento entre dos lógicas complementarias. El pensar unificaría, tan solo de manera ilusoria el uno y el otro camino…

Hay en Macedonio un cierto núcleo musical que es el que está en juego en las confusiones de sentido. Existencias a las que la literatura estaría poniendo en entredicho. Hay un dialogo expresado en toques y rechazos en los que el pensamiento aparece como aquello que vincula y deshace las significaciones dejando todo en suspenso. Si el pensamiento, actuando “contra su propia esencia según Heidegger (“pensamiento de algo”), para pensar la nada entraría en el contrasentido, cumpliría, obrando así, el paso que lleva la pregunta. El enfrentamiento con esa cualidad de interrogar, lo hunde al sujeto en el llamado del que no puede salir, sino es mintiéndose a si mismo, a través o mediante el lenguaje, que lo cerca inadecuadamente. Para Macedonio pensar siempre significa que la constatación de la nada es una alternativa. Nuestro pensamiento debe quedar en el vacío, porque con el somos nosotros mismos. Si las cosas van desapareciendo, aunque fijemos el dominio, quiere decir que pertenecen a otro sentido que se escapa, y está más allá de cualquier pregunta. De lector a personaje, del vacío de la conciencia, o de la percepción de la nada al camino del ser conciencia, hay entradas y salidas, interrupciones que son el verdadero sentido. Porque lo que se busca es retrotraer todo a un momento musical en el que nace el lenguaje. Al pensar se agrega un elemento que no estaba previsto, por añadidura establecemos una relación por el que el sentido es posible. Macedonio piensa su poética, esa es su metafísica, mientras tanto se va preguntando así mismo, el hecho de los limites entre la vigilia y el sueno, quiere que ese umbral pueda ser pensado y a la vez confundido. Porque entrevé que allí se encuentra una dirección que es consustancial con el existir, Dice Macedonio que lo “único posible y artístico es la suscitación de emociones” (Teorías de MF, OC), negando que ellas puedan causarse a través de lo artístico cayendo en el realismo o la culinaria. Si el arte suscita, quiere decir que provoca, interfiere en la cadena de sentido, consciente y artificialmente, como el ejercicio de una estética, levantando promoviendo nuevos sentidos, de alguna manera interrumpiendo. Este movimiento incorpora el suplemento, que es lo que le importa a Macedonio, a lo que el defiende que es un itinerario de la reflexión.

El arte se propone no el periodismo, “sino la socavación de la certeza de vida en el lector”, (Teorías) esto es colocarlo en la encrucijada donde él dude de la evidencia y pase a ser vida que no está, en principio porque no puede desconocerse, y entra y sale del relato ahuyentado por su propia imagen y por su extravío en el texto… Salirse del camino, encontrar un lugar provisorio, es también no poder recuperar aquello por lo que es interpelado, y entonces es una forma de estar suspendido.

Porque Macedonio identifica como “mareo del yo”, esto que puede ocurrirle al lector cuando se rinde a la posibilidad de negar la vida. Hay un acorralamiento, un acoso, que el autor, además inexistente, suscita en el desprevenido, y ambos trasponen un espacio de tiempo común en el que piensan y se anulan. Marearse, después desmayarse, es salir al mundo de lo cotidiano, y en la visión macedoniana es acceder a un mundo estético, provocado literariamente por otra conciencia. El lector al hacerse el mismo personaje, o mejor dicho al poder creerlo se transforma en alguien que entra a la Novela con la espontaneidad de lo que niega su propia vida, se convierte nada mas que en un remedo. Si se consigue por un momento esto, en esta metafísica el lector sentirá “la liberación de la muerte”, el saber que se ha de morir será relativizado, puesto que participa en una alucinación, por la que no puede morir por que ha pasado a ser personaje. Por lo que la literatura, si se toma así y no crédulamente como lo hace el realismo, seria una manera de pensar la muerte hasta conseguir pasajes, que tuvieran que ver con la Vida/Muerte.

Macedonio descree del mundo visible, es como si dijera que lo único que hay que pensar en forma insistente es la posibilidad y la interferencia que pueden darse con la muerte, la literatura, lo que el llama su novelística, tiene intima relación con esta circunstancia de los pasajes. Todo esto es pensado, sometido al raciocinio pero también al absurdo, ya que la humorística será una forma de pensar y actuar esta condición. El pensamiento especulativo nos permitirá ir acompañando estas interrupciones de sentido, estas tergiversaciones macedonianas que el quiere pensar y transformar en escritura. Tal vez porque desconfía de la materialidad, y se propone pensar esos motivos sin transformarlos en asuntos o temas.

Y ellos le irán apareciendo a medida que piensa su metafísica en senderos, donde es necesario volver una y otra vez. Macedonio formula una “poética del pensar” que descarta tanto una poesía rellena de pensamiento como un pensar que se oculta detrás de una poesía o, para el caso, de una novela, del mismo modo que una forma razonante y sistemática del “pensar” así como lo conocemos por tradición”. (Noé Jitrik, “La novela futura de Macedonio Fernández”, en El fuego de la especie.)

Se trata en verdad de “experiencia de la escritura” lo que se da en ese interjuego entre el pensar/escribir que como dice Jitrik exige formas nuevas. Ese pensar sobre el origen del pensar, estaría ligado en Macedonio a una tensión improbable, la de acceder al lenguaje, como si un débil hilo que precipita las situaciones, hiciera que la palabra abriera un campo de sentido, que ese acompañamiento lograra desatar.

Gracias al pensar (ese particular modo que propone Macedonio), se ingresa a un conocimiento que dejara entrever los enigmas que lo obsesionan: los limites entre diferentes estados de conciencia, y la lucidez que de manera “sistemática” es necesario guardar para no perderse en ese laberinto confuso de sensaciones disímiles.

Es que al pensar de esa forma, buscando por así decirlo las cualidades estéticas de los acontecimientos, se va estrechando un espacio de reflexión que puede o no convertirse en Literatura, pero indudablemente encierra el ejercicio de una experiencia.

Las imágenes aparecen y desaparecen, dejando vestigios, que son los recogidos por el pensamiento para que en su captura, y en el ocultar/develar, se puedan recomponer las que quedaron sepultadas. Ese intento macedoniano de desmenuzar todo, tiene inevitablemente puntos de contacto con lo real que es negado por ser una construcción, y porque clausura la posibilidad de que puedan incluirse nuevos modos de problematizar y de interrogar.

Lo que él llama belarte se caracteriza por ser consciente, y por transformarse en versión, siendo “el idilio tragedia del Amor, su cesación por el Olvido, sin muerte, por imperfección, agotamiento de la facultad de simpatía “el único “asunto” (Teorías). Y debe poseer un modo artístico propio. La negación de la muerte, y por lo tanto del tiempo lleva implícita la idea de que ese misterio se conjura por un acto voluntarioso del amor que impide toda forma de olvido.

El pensar se ubica aquí como la delimitación de un espacio, donde en el mismo instante poético de la gestación del pensamiento, se produce ese efecto de sentido, que hace singular el instante. Que se convierta en poética significa que existe la perduración de esos procedimientos, en un pensar que se acompaña de todos los pasos de la meditación, formando nuevas interrogaciones que se suceden de manera interminable. El pensamiento se encuentra encaminado no a construir un sistema, sino a deambular en torno de ideas y palabras, objetos que resuenan en la escritura como un lenguaje interior.

La humorística “puramente sorpresa intelectual” forma parte de la estrategia de Macedonio de producir en el lector ciertos tropiezos de conciencia que van incorporados a su estética, entremezclándose en su novelística. Como se sabe los géneros van juntos en Macedonio, a pesar de se los separa residualmente ya que estamos ante una estética de lo inacabado, de lo incloncluso y seguramente de lo que se interrumpe. Nuevas uniones, lo conceptual como inherente a la percepción del absurdo: ¿No es acaso también una forma de pensar y de acercarse a ese proceso que es un recomenzar constante, un modo de disponer ciertos pensamientos?

Macedonio quería pensar, ese era su cometido metafísico, el enfrentarse continuamente con el pensamiento del vacío de la nada, que lo acechaba como posibilidad de olvido, desmemoria que él se empecinaba en ahuyentar, pero que estaba ahí rodeándolo con su silencio. Sus costumbres ambulatorias lo llevaban a repetir en los sitios diseminados por la ciudad, los mismos ritos para acceder en el entresueño (entre el despertar y la vigilia) el ejercicio de reflexionar en torno a la literatura. En Macedonio la “poética del pensar” se inscribe en el mecanismo intermitente de interpelar a los hipotéticos interlocutores , sobre la necesidad de que la vida deba suspender sus seguridades, para entrar en el asombro intelectual de interrogar los enigmas.

En “Poema de Poesía del Pensar” Macedonio plantea el intento de su Poemática como él la llama: “la metafísica del poeta es la naturaleza de la conciencia en su aptitud de recepción activa del acontecer o contingencia”, vive en ese acto de aceptación, de consentimiento. Lo que permite preguntarse sobre la justificación poética (que es lo mismo que la justificación por el pensamiento) de la Muerte que es un motivo principal y dilemático de la existencia de la voluntad, de las imágenes de la memoria y del ensueño. Transcribir aquello que ocurre en la conciencia, en esa aceptación de “un mundo doloroso del darse real” remarca el carácter estético como cualidad de la conciencia, por lo que el pensar se convierte en un acto estético, y entre Realidad y Ensueño, hechos difíciles de explicar pero que son la forma transicional y macedoniana de estar en el mundo, se procesa ese camino en el que esa cualidad estética es pensada.

Hemos inventado quizás el Cosmos ¿afirma o se pregunta Macedonio? Desde esa incredulidad inicial la ficción se encargara de disponer el propio recurso de la novelística para seguir reflexionando sobre las entradas y despedidas, las presencias y desapariciones, que están en el inicio de este procedimiento único de sorprender y sorprenderse del surgimiento del lenguaje. Macedonio piensa la eternidad desde la localización de ese movimiento mismo del pensar. Su “literatura” es el ocultamiento y el develar constante de preguntas que solo tienen sentido preguntando.

Publicado inicialmente en la revista de Literatura Rizoma, año II, nº II.