11.12.12

La vigilia de las estatuas, por Mirta Nicolás


Sobre No vienen avispas, de Luis Thonis 

Luis Thonis/ escribe poemas/ que no son poemas de la poesía
Hugo Savino. Claridad de saltimbanqui

No vienen avispas (Leviatán, 2012) es la historia explícitamente narrada y vedada de una tribu lo bastante tonta como para esperar como salvación a un insecto que tarda dos días en morir. Como si día y noche trabajaran para ser sonámbulos. Son las voces de una tribu en la que florecen ninfos, seres indeterminados que esperan encontrar en las avispas –ese insecto tan torpe– su salvación. La avispa, según el poema de Francis Ponge, es un bicho que tarda dos días en morir. El poema de Luis Thonis no tiene una semántica fija, esboza y conjura efectos de catástrofe de algo que pasa desde la fábula de esa tribu bíblica. El mundo zombie hizo de este insecto un mesías, igual de zombie. Algo tan actual y atemporal como el negocio del terrorismo. Ya en su ensayo, “La disgregación de las lenguas y el sueño de un imperio, sobre Austria Hungria de Néstor Perlongher”, Thonis apunta: “La Historia es un cadáver hambriento, insaciable, que envía a los cuerpos a las fosas.”

¿Pero qué vigilia, qué vida, verdad o utopía puede inscribirse en un poema cuando tiene una alegoría? Lo que significan las cosas puede cambiar como varía el lazo arbitrario que une un significado con un color. No hay nada en el rojo que signifique peligro además de una convención. “El verde ya no calma/ inquieta más que el rojo”. Así arranca el poema que mantiene su ritmo y tono hasta la última página. No hay una semántica fija sino contrastes. Tampoco hay interpretaciones mecanicistas de ningún problema social. El poema es una necesidad y un acto de libertad. En definitiva, ¿qué verdades históricas o poéticas puede esconder el Popol Vuh o la Biblia? “Un niño sin mar no es un niño” se lee, como avisando que la moral pertenece al universo del signo y se convirtió en la banalidad del Bien. Es escandaloso. Thonis es un alborotador, los ninfos de la tribu de su poema esperan la salvación de parte de unas avispas que parece que no vienen: “Cualquier torturado sabe/ que el silencio es oración.” Hay una ética interna en el lenguaje de Luis Thonis. Hay que descifrarla.

Héctor Viel Temperley anota en su poema “Cataratas” de la serie Plaza Batallón 40 (1971): “tenemos que luchar con nuestro ángel/ para que él nos venza”. Esa lucha no está ausente en los poemas de Luis Thonis, que parece dejarse vencer por una poesía matricida. Platón, el pensador político, dice que el poeta se hace peligroso para el buen orden de la sociedad. Pero no tiene sentido que los poetas sean examinados por el tribunal de la filosofía ni por el de la sintaxis. En el primer verso de su primer libro de poemas, Siglo de manos y la criatura (1987), ya se lee: “No la emprendas con la circularidad del círculo/ una flauta te llama de tu nombre”. En No vienen avispas se lee, en un verso de la página 33, “cada cosa nos confirma”. En otro: “amar/ es curar al otro/ de las heridas que nunca tuvo/ prepararla para las que vendrán.” Y en otro: “es para traicionar que se inventaron los amigos”. Thonis escribe libros peligrosos. Encuentra una sintaxis ascendente y pluriforme. Hay algo narrativo en sus poemas, se trata de una inventiva grave y despejada.

6.12.12

Conversación con León Ferrari


(María Laura Blanca y Jorge Quiroga)
Diciembre, 2000


JQ: ¿Cómo te iniciaste en el arte?

LF: Mi padre era artista. Era arquitecto y estudió arquitectura porque el padre lo obligó, pero cuando terminó se puso a estudiar pintura. Después me pasó lo mismo a mí. A pesar que él decía de que a causa de los gastos de mantener a la familia había tenido que dejar la pintura y volver a la arquitectura inicial. Entonces, nos decía que no convenía hacer arte por el problema de orden económico, la vida que lleva el artista, y es difícil mantenerse con el arte y mantener una familia. Entonces yo estudié ingeniería. Trabajé como ingeniero durante treinta o cuarenta años, pero en determinado momento, cuando tenía treinta y cinco años empecé a hacer alguna cosa de arte con cerámica. Empecé a tomar lecciones de cerámica y me gustó tanto ese asunto de la arcilla que hice todo lo posible para abandonar la ingeniería y hacer arte nada más. Pero no pude, seguí trabajando como ingeniero y eso me vino bien porque creo que es una alternativa. Si uno trabaja en algo y se gana la vida, tiene absoluta libertad para hacer lo que quiera en arte. Si no estás dependiendo, cosa que a mí me parece razonable, que si pretendés vivir del arte y vender tus cuadros, no pretendo hacer una crítica, pero me parece que si tenés otros ingresos te liberás de este asunto de hacer tus cosas, venderlas y en cierto modo, sujetarte a la venta. Aunque no te des cuenta, es muy humano, si tenés que pagar el alquiler a fin de mes que trates de vender tus dibujos. Bueno, así empecé.

JQ: ¿Cuál es la relación entre el arte y la política en la Argentina?

LF: Yo creo que el arte es una cosa muy amplia y difícil de definir. Es muy difícil bajar reglamentos. Es decir, no estoy de acuerdo con, por ejemplo con mucha gente que dice hoy que cualquier preocupación social que el artista ponga en su obra perturba, contamina la obra. Eso salió publicado, y hace poco otro amigo mío también habló contra el arte de las ideas. Las ideas en el arte, en una especie de combate contra el conceptualismo, que puede no ser político y contra el arte político. A mí me parece que esa posición la podríamos llamar de arte restringido. Restringen el arte a un corralito donde están sus ideas y lo que está afuera no. Mi idea es completamente distinta. Yo creo que no se puede juzgar el arte antes de ver el cuadro. Vos no podés decir “no podés pintar de colorado, no podés meter el comunismo, no podés meter la religión”, no. Vos cuando ves el cuadro, colorado, religioso, o anti religioso, lo que fuera, entonces lo podés juzgar, pero a priori no podés determinar cuáles son las materias primas. Las materias primas para el arte son todas, absolutamente todo lo que rodea, lo que tenés en la cabeza, las luces, la caca. Yo trabajo mucho con caca de paloma. De modo que no podés decir “no, colorado no”. Esa era una idea de Romero Brest. Hace treinta o cuarenta años. Ahora lo repiten y lo repien: arte por el arte. En fin, yo creo que lo que ellos hacen puede ser, hay algunas cosas lindas, pero lo que está mal es encerrarte en un corralito.

MLB: Estamos en un momento en donde las luchas de resistencia avanzan. ¿Tiene impacto eso en el arte?

LF: ¿La lucha popular hoy?

MLB: El avance de las luchas, cuando las luchas avanzan. Si eso se refleja en el arte hoy, ¿cómo se da?

LF: Yo creo que por lo menos en alguna parte, ¿no? Lo que se ve ahora en el campo cultural es que hay una actividad muy fuerte. Es decir, mientras la actividad económica se va a la mierda, la actividad cultural es fuertísima: teatro, cine, festivales, exposiciones. Está más ajustada en presupuesto pero la gente sigue trabajando.
Una parte de esa gente refleja lo que está pasando en el país y lo que está pasando afuera que es gravísimo, lo que pasa con Bush, que está ahí de gran jefe de la mafia internacional. Y hay gente, yo no estoy yendo ahora pero fui al principio, que está yendo a algunas manifestaciones frente a Tribunales. Conozco gente que en San Telmo, Magdalena Jitrik por ejemplo, la hija de Noé,  que participó de en eso. Hicieron una suerte de monumento ahí en el Atlético, en el chupadero. El Atlético que están excavando, ahí en Paseo Colón y la autopista. Voltearon en el chupadero, la casa, e hicieron una osa pero dejaron el sótano. Entonces ahora está sacando, es impresionante de ver, son cuatro o cinco pisos ahí abajo. Es impresionante el recuerdo.

JQ: ¿El arte anticipa las luchas o va junto a ellas?

LF: Yo creo que las puede anticipar, pueden andar juntas y pueden andar en contra. Es decir, una buena parte del arte occidental está en contra de las luchas populares. El arte occidental más admirado, que es todo el arte religioso, Miguel Ángel, el Renacimiento, estaba en contra, a mi criterio, de la lucha popular, desde el momento que ellos están publicitando o apoyando una religión del castigo, de la crueldad, del infierno, de la tortura, y eso es en contra.
Es decir, a veces se dice que el arte combate el poder. No es cierto. A veces lo combate pero la mayor parte del arte occidental lo apoya.

MLB: La ruptura estética, ¿hace avanzar al arte?

LF: Explicame qué significa esto de ruptura estética. Si por ruptura estética entendés que se rompe con cierta forma de hacer arte. Por ejemplo, la figuración y después viene la abstracción que rompe. Yo creo que sí, cualquier renovación en el arte se puede decir que hace avanzar, por lo menos lo hace más amplio, le da otro territorio. Avanza sobre nuevas formas de expresar. El arte es una forma de expresar lo que estás contando en la obra o es una forma de comunicación. Y bueno, estas distintas escuelas que van naciendo son nuevas formas de comunicar y es interesante porque cuando uno dice una cosa en forma tradicional, por ejemplo: la gente tiene hambre. Vos decís “la gente tiene hambre” y nadie te da bola, ya es algo común aunque sea terrible. Ahora, si vos encontrás la forma en un cuadro, una escultura, en una música, de hacerle entender a la gente lo que significa tener hambre, bueno, eso puede ser una nueva forma de arte. Una nueva forma de expresión.

JQ: ¿Vos trabajaste mucho con materiales no convencionales, no?

LF: Es lo que te decía, pienso que los materiales para el arte son todos. Que con todo podés hacer arte. A veces te sale, a veces no. No sólo yo, actualmente hay mucha gente que no es nueva que usa otras cosas: las luces, el movimiento. Además tenés el entrecruzamiento entre las distintas formas de arte, como el teatro, la música, y ya no se sabe, y no hay por qué saberlo, dónde están los límites. Yo trabajé con algunas cosas no convencionales, por ejemplo la caca de pájaro, como te decía. A mí me impresiona mucho que esta cultura nuestra, occidental, que se cree el máximo, marche de una cosa. La cultura occidental se apoya en la amenaza de los que no comparten sus ideas, el cristianismo, ¿no? El cristianismo tiene por una parte algunos versículos de ideas comunistas, comunitarias o como quieras llamarlas. Y al mismo tiempo tiene ideas estanilistas. Es decir, cuando Jesús dice: “Bueno, repartamos entre todos los pobres”, pero después dice: “El que no está conmigo se va al infierno”, eso es estalinismo. Lo mismo que dice San Pablo. San Pablo hizo una suerte de comunidad. La gente vendió sus propiedades y las ponía en la comunidad. Me parece positivo. Ahora, hubo una pareja que se llamaban Heremías y Sátira, que vendieron su propiedad pero en vez de decir: “saquemos cien”, dijeron: “saquemos ochenta”.  Entonces fueron y le dieron ochenta, ahí nomás cayeron muertos, los mató, che. Eso cuenta la Biblia. Alguien me preguntó: Pero ¿quién los mató? No sé, pero fue cuando le dijeron eso a San Pablo.
Me parece que cuando se dice esto del cristianismo, a mí me parece bien que los curas del tercer mundo usen la religión para hacer política, y que además tomen sólo un pedacito y se olviden de lo demás. Se olvidan de que gran parte de la humanidad ellos creen que merece ser torturada. Eso es la religión católica. Algunos dicen: “Bueno, León, este es el evangelio”. Ahora si querés cambiar el evangelio cambiale el nombre, sacalo.

JQ: ¿Vos estás siempre con esa historia?

LF: Esa historia, no es que yo sea un antirreligión. Yo estoy en contra de la tortura, es sencillo, como lo estamos todos, ¿no? La única diferencia es que a mí me preocupa que gran parte de la humanidad piense que la tortura, en la tierra no pero…
Yo tengo una carta que le hicimos al Papa. Porque hicimos un club. El club se llamaba Club de herejes, infieles, ateos, agnósticos, blasfemos. Firmaron muchos, todos los amigos. Hicimos dos, la primera fue para que se suspendiera el Juicio Final. Nosotros le decíamos que no era justo que después de haber sufrido toda la vida los castigos del padre, porque el padre castiga en vida, ¿no? Dios padre te castiga en vida, te morís y la muerte es parte del castigo. Después viene el hijo y te resucita, y te vuelve a juzgar. Entonces le pedimos que anule el juicio final, porque es inconstitucional. Se la mandamos pero no le contestó.

JQ: ¿Le habrá llegado?

LF: La anuló. Después, le mandamos otra del infierno.

MLB: ¿Lo que hiciste fue reproducir cuadros del Medioevo?

LF: No, después le agregaba algunas cosas.

JQ: Empezaste con cerámica a trabajar. ¿Y después cómo seguiste?

LF: Entonces después hice escultura en cerámica, algunas formas. Tenía la necesidad de ir cambiando, entonces hice cosas en cemento, en madera, y después empecé a hacer cosas con alambre. Este fue el 55 y la primera muestra la hice en el 60.

MLB: ¿Cómo se te ocurrió lo del Cristo?

LF: Yo estaba haciendo cosas en alambre y de repente aparecieron las cosas en los diarios sobre la guerra de Vietnam. [Abre la computadora] Estas son las cerámicas, este es el taller que yo tenía en Roma en un viaje que hice por Italia. Estas son las cosas de cemento, de madera.

JQ: Fuiste probando materiales.

LF: Claro, digamos, desde el 59. Después, los alambres. Éste [señala la pantalla] lo tenía Peralta, ¿lo conocías?

JQ: Es un humorista, ¿no?

LF: Sí, acá están los alambres.

JQ: Con Peralta, ¿qué hacías?

LF: Nada. Se los regalé. Éste [señala la pantalla] está en el Museo de Arte Moderno. Después, hice estas botellas en el 64.

JQ: ¿Las rellenaste?

LF: Estaban llenas de cosas. Pero eran cosas sin ninguna intención. En cambio, cuando empezó la guerra, cuando estaban peleando, la hija de Johnson, que era el presidente que estaba haciendo invasión, primero fue Kennedy. La hija de Johnson, que era protestante, se convirtió al catolicismo. Entonces la bautizaron y yo hice esto que era el regalo para Lucy Johnson. Pero no se lo mandé.
Bueno, después hice estos manuscritos.

JQ: ¿Cuándo los empezaste a hacer?

LF: En el sesenta y cuatro.

JQ: Todavía estaba el Di Tella.

LF: Con palabras. Escribía con palabras que sacaba del diccionario, un vocabulario del diccionario. Con palabras que no entendía, después las usaba de acuerdo al sonido. Así que hay una cantidad de cosas escritas que no sé qué significan, pero están todas bien claritas. Al contrario de otras cosas que hacía.

MLB: ¿Las escribías en tinta china?

LF: Sí, estaba escrito con pluma y tinta.
Después hice estos dibujos que no tenían nada. Eran nada más que dibujitos. Después entonces hicimos el bombardeo, se llamaba “La civilización occidental y cristiana bombardea las escuelas de…” y había como cinco o seis nombres de pueblos.
Bueno, después hice el avión, ¿no? Entonces dejé de hacer todo lo otro.

MLB: El avión de atrás es de plástico, ¿no?

LF: Lo hice con un carpintero amigo. En realidad lo hicimos en el taller de él.

MLB: ¿El Cristo es de yeso?

LF: Es parte cartón. Las alas son de cartón grueso, esto es parte poliéster, en fin, tiene de todo un poco. Y el Cristo lo compré en una santería. Ojos de vidrio me dijeron que tiene.
Bueno, después de eso, entonces, yo dejé de hacer todo lo que fuera arte así. Hicimos la muestra de Vietnam en el sesenta y seis, participaron como más de doscientos cincuenta artistas. Después hicimos la muestra de Rokefeller en el sesenta y nueve. En el sesenta y ocho “Tucumán arde”. Después publiqué un libro, Palabras ajenas, que es un collage literario, era un paralelo entre Dios, Johnson y Hitler. Porque estaba Johnson invadiendo Vietnam, Hitler invadía Europa y la Unión Soviética y Dios invadiendo Palestina. Lo que cuenta el Antiguo Testamento de la invasión a Palestina es horrible. Entonces, hablan entre ellos, noticias de los diarios y recortes de la Biblia, tiene como ochenta páginas. Me hizo unas líneas muy lindas Juan Gelman.
Bueno, hice la presentación del libro y esa obra la puso Aschini en el teatro. Entonces leían, la obra tiene una cantidad de personajes.

JQ: ¿Vos transcribías y modificabas?

LF: No, yo no escribía nada. Lo único que hacía era pegar los recortes. Bueno y después resulta que pasó todo lo que pasó y en el setenta y seis me tuve que ir a Brasil. Nos fuimos con la familia, sin ninguna posibilidad de trabajar, entonces me puse a hacer el mismo arte que hacía antes, es decir, las cosas de alambre. Me puse a hacer cosas de alambre y trabajaba mucho, tenía un lindo taller.
Después retomé el asunto de la Iglesia, entonces empecé a hacer collages y cosas sobre la religión.

MLB: Estaba mirando recién la figura que tenés allá arriba con estampitas.

LF: Se llama “Devoción”.

MLB: Las palomitas también son de I.C.C.

LF: Algunas, esas no. Eran como si cagaran arriba de imágenes religiosas. En vez de hacer la paloma viva que tenía que darle de comer, dije, vamos a hacer una cosa menos trabajosa. Imaginate tener todas esas palomas ahí.

JQ: En Brasil, ¿te las rebuscaste con las esculturas?

LF: Sí, bueno, vendí una casa que me había dejado mi viejo y bastante bien. Les fue muy bien a mis hijos, los dos que fueron conmigo. Ellos ya se habían recibido acá, una era Licenciada en Psicología. Y en Brasil nos trataron muy bien, les dieron becas a los chicos, los dos se doctoraron. El chico se quedó allá, es profesor en la Facultad y le va muy bien.

MLB: ¿No volviste a trabajar más como ingeniero?

LF: No, me olvidé completamente, no me acuerdo de nada. (Risas.)
Los alambrecitos eran buenos porque eran una especie de terapia. Tenés que estar soldando con el soplete, alambrecito y soldadura. Después dejé de hacerlo, prefiero hacer otras cosas. Después hice unas cosas para una muestra lúdica. Era una cosa de madera fuerte abajo y unos fierros que se movían. Entonces después hice una música con estas cosas porque hacen un ruido de puta madre. Y ves los chicos cómo juegan, es muy divertido.

MLB: Pasaste por todos los materiales.

LF: Sí, me gusta experimentar. Buenos, son cosas sobre la religión. Este es un collage grande que hice, es un collage con Miguel Angel y Durero. Tiene como tres metros. Acá lo puse en la imprenta de Andrada.

MLB: Pero eso lo mandaste a hacer.

LF: Claro, yo hice el collage chiquito y después lo ampliaron.
Éste es Cristo predicando desde la muerte. [señala la pantalla] Es un Cristo del 1100, del Museo de Arte de Cataluña.
Esta es la Atómica [señala la pantalla]. Porque las amenazas apocalípticas de Jesús se parecen a la Atómica, ¿no?, que yo creo que en cualquier momento cae.

JQ: ¿Eso es un collage?

LF: Collage.

JQ: ¿El tema de Cristo y la Iglesia desde siempre te interesó?

LF: Yo fui a una escuela religiosa, gracias a Dios, porque por eso sé lo que es. Mirá qué material atractivo es la religión, si no la conocés no te das cuenta, es casi mejor que la caca de paloma.
Bueno, acá está el asunto de la caca de paloma que hice en el Museo de Arte Moderno de San Pablo. Se llamaba “Jucio Final”. Está el “Juicio Final” de Miguel Angel y la chapa tiene calada una cruz. Después hice otras, varias.
Ahí están los canarios y acá a medida que los canarios cagaban el “Juicio Final” yo los ponía en la pared. Era una colección maravillosa, la caca te da unas formas abstractas.
Después lo hice con la gallina, se llamaba “La Justicia”. Después, como me putearon mucho los ecologistas, que me decían que cómo tenía una gallina encerrada, entonces al año siguiente la hice embalsamar a la pobre gallina. Entonces expuse la gallina embalsamada con todas las puteadas que me habían dejado y además una carta de la Sociedad Protectora de Animales. Una carta donde pedían al Museo que sacara la gallina. Yo me preguntaba si estaba prohibido tener gallinas en los museos.

JQ: ¿Qué museo era?

LF: El Sívori de Recoleta. Y entonces la llemé para que no se enojaran los ecologistas “Autocensura”. La misma obra pero con la gallina embalsamada, si no se embalsama se la comen, ¿no?

MLB: ¿Eso es una planta de una iglesia?

LF: Es San Pedro. Esta es una propuesta también contra el Infierno. Una propuesta de hacer una especia de recinto, una torre muy alta con la forma de San Pedro y que fuera como un recinto blindado contra el tiempo y el Juicio Final. Lo hice en Brasil. Después hice estos Cristos que se llamaban “Mímesis”.

MLB: ¿Cómo los hiciste?

LF: Tiene un fondo de flores, una tela que compré. Después, una amiga pintó las florcitas en el Cristo. Le puse el Cristo encima.

MLB: Continuaste el dibujo.

LF: Este está revestido con cosas. [señala la pantalla] Porque yo creo que el antisemitismo es originado en el Evangelio. El odio de Jesús por los judíos que no creían en él. Toda la sangre derramada en la tierra caería sobre la cabeza de los judíos. Entonces está todo forrado con fotos de los campos de concentración. Tendría que haberlo hecho en el fondo también, pero no lo hice.
Este es de una campaña contra Cuarrachino. Este es el mal en un preservativo. Acá son todos preservativos.

JQ: Esta estética, ¿de dónde proviene?

LF: Son posturas que se fueron acumulando con los años.

JQ: Pero, ¿no podés contar su procedencia?

LF: Claro, esto viene de las erxperiencia del movimiento surrealista.

JQ: ¿Vos te planteás una cosa ética?

LF: Sí, yo lo que te digo es que no es necesario, no condiciona. No es una condición necesaria. Unos están en contra del poder y otros están a favor. Claro, el arte puede ser maravilloso aún siendo… Por ejemplo: el uso de la crueldad. Picasso usa la crueldad, pero la condena. En Guernica la condena. Miguel Angel usa la crueldad pero la apoya y la aplaude. Giotto, Bosco, que te muestran esas cosas terribles de gente torturada, pero ellos qué. Y Dante Alighieri, ¿no? Dante escribió esa cosa que dicen que es la maravilla de la poesía occidental, como arma evangelizadora. Y bueno, puede ser tan buena una cosa como la otra, o no, no tiene que ver. La gente piensa que porque es un buen cuadro es un buen tipo. No tiene nada que ver.



Publicado inicialmente en la revista LA BICICLETA, diciembre del 2000.

1.12.12

Otras tristezas del orfebre, por Roberto Escaleno






Anoche tuve unos sueños en paralelo que no tenían conexión aparente. En uno, caminaba perdido por la Quinta Avenida de Nueva York, en 1878, mapa en mano, en busca de no sé qué. En el otro, la esposa de alguien tenía cáncer y yo luchaba contra el cáncer con ella y en algún momento me miraba y me decía: Che, qué pálido estás, como si tuvieras cáncer, ¿no será que te contagiaste de mi cáncer? Me pregunté si el tiempo de los asesinos debiera excluir cortesía. Es un sueño que tuve la certeza de haberlo soñado ya otras veces y que de alguna manera, en este último tiempo, creo que el sueño va a terminar cumpliéndose. Es una pena inquirir al tiempo, pero es cierto lo que digo. Lucho con un cáncer desde hace meses. Yo también. Anoche tuve esa revelación y por suerte puedo escribirla, antes de que la olvide. Los sueños y las pesadillas van armando mi vida. En simultáneo y en paralelo. Cosas que soñamos se vuelven recortes con escenas de un largometraje murmurado a nuestras mentes. Siempre en continuado. Siempre viene de antes. Nosotros siempre detrás. Vemos esas diapositivas, esos destellos últimos fogonazos de vida, como si estuviéramos en un cuarto oscuro y de repente nos prendiera la luz un tercero, alguien desde ya impertinente –como un cáncer– para arruinarlo todo, haciéndonos olvidar lo que ya vimos.

Ahora, unas mujeres de más de treinta y cinco y menos de cuarenta y nueve mantienen una charla animada y entonada sobre el tema de los cambios del metabolismo. Las señoras comparten un lema muy triste: parir o abortar. Suficiente. Es demasiado. Tristeza, pasá a cobrar por ventanilla, le dice el orfebre, que como una especie de abuela barrial de las de antiguas escucha casi todo, en una lamentable vigilia perpetua. Oído no absoluto, pero bien atento. Ojos bien abiertos pero entrecerrados. Camina como quien camina mientras cambia el viento y piensa que los casi siempre, los todavía, los hasta cuándo hacen la diferencia.

Se empañan unos anteojos de vapor caliente. Los árboles se van pelando, se tiñen de amarillo las hojas como el pelaje de los perros de la calle. Las viejas barren y las hojas bailan con el viento. El viento lo hace a propósito. El viento sin bozal de la mañana gris las hace bailar alrededor de las escobas y las viejitas con sus pantuflas matutinas. Las viejas barren y barren, pobres viejitas. El humo que empuja el café no se lo limpia de los anteojos empañados. Anteojos empañados para ver peor. ¿Por qué la tercera persona? No tiene dignidad. La tercera persona no tiene la culpa. Nosotros tampoco. Uno escupe al hablar. Los otros ni cuentan. En dónde estábamos. Ah, sí… el orfebre. Las tristezas. El universo del orfebre, siempre tan acotado. Pero inabarcable a la vez. El humo del café. Los anteojos empañados. La resignación de no limpiarlos. Hay siglos de historia ahí. Y de una mesa le llega el ruido de una conversación en la que sólo se escucha una voz de hombre, nunca de mujer. El hombre habla, en vozarrón, ella escucha, una conversación entera llevándose a cabo: no porque se escuchen las argumentaciones de ella ni las refutaciones o los asentimientos en tono de respuestas de él, sino porque sólo se escucha la diatriba masculina. El orfebre de espaldas a la conversación cada tanto se da vuelta y espía para corroborar que no está imaginando todo. ¿Por qué la tercera persona? De verdad está pasando. No está alucinando con un tipo que habla solo. Una conversación inexistente con una mujer inexistente. Efectivamente al espiar y darse vuelta, anteojitos empañados, la presencia de una mujer que refuta discute argumenta elucubra asiente brinda responde. La tercera persona no tiene la culpa. Entonces todo tiene más sentido pero no deja de ser triste, porque piensa en la pobre voz de la mujer, un hilito de voz, una baba sucia de voz, invisible y que finalmente alcanza para sostener una conversación. Esas cacofonías en el aire. Nosotros no tenemos la culpa.

La escena: una pareja decide emprender el lento camino de la separación en un bar. Casi ni se miran. Ellos casi ni se palpan. ¿Entonces qué? ¿Qué nos queda? Eso: qué nos queda. Mirar. Sólo soy un imperceptible orfebre. Esto no es ninguna declamación. Acá importa quién habla. Es otra cosa. Acá el escenario y la maqueta no están del todo dichos. Importa quién habla. Porque es lo único que importa. Quién habla. Y qué habla a través de qué y de quién. Lo demás es basura, se diría, basura astral. El teatro está montado. Él tiene cara de perro, la cara de uno de esos perros del tedio. Insiste en ese gesto. Gesticula. Con su cara de haber agotado hasta los últimos recursos. De haberla peleado hasta el final. Ella tiene lágrimas de cocodrilos y ojos con dientes. En las pupilas casi dilatadas. ¿Por qué la gente será tan estúpida de creer que las separaciones que se consumen en los bares son más fáciles? Siempre andan buscando cómo amortiguar el dolor. Pobres los convalecientes. Si las palabras tienen que doler más y mejor entre el silencio. Quizás por eso elijan como escenario el bullicio de fondo de un bar, su música funcional de ruidos y platitos y cucharas tintineantes y rugidos de máquinas de café y risas y vociferaciones interrumpidas. Y en el medio de todo eso pretenden los muy imbéciles consumar una ruptura a ver si pasa mejor inadvertido eso que nunca pasa o nunca debería pasar inadvertido porque generalmente nada del telón de fondo es suficiente, nada puede hacer de soporte, ni soportar eso que pasa cuando no pasa nada. Y la maqueta se desmantela lento. Las no palabras. Los no silencios. La primera reflexión que me produjo la posibilidad de una tristeza artística. Siempre ando atento a estas cosas porque hurgo en la mitología. En la vida de un día está todo. Y eso tan vulgar de querer terminar con alguien en un bar es nada más que un mito urbano en el que no hay que hurgar. ¿Conocen algo más triste que eso? Ella elige no mirarlo nunca más a los ojos. Él espía la televisión muda que está arriba de la cabeza de ella, espía en un partido de tenis.

El orfebre se aburre con las películas de Tarcovsky, Bergman, Godard o Fassbinder. Con las conversaciones en los bares le pasa lo mismo. Le resultan soporíferas. Tedios filmados, como los intentos de ruptura en los bares. Los intentos de ruptura en los bares son bien cinematográficos. Y el orfebre pasaba a través de ese decorado de bajos presupuestos. Tristemente, rumbo a sus quehaceres.  Y eso que nadie sabe guardar un secreto, eso es bien sabido. Nadie es nadie. Una estupidez. Pero es así. Que se sepa que nadie sabe y que se sigan diciendo, conjurando, murmurando. Es triste pero esperanzador, ver cómo hay todavía gente que anda por ahí diciendo cosas como “prometeme que no se lo vas a decir a nadie” o “tengo algo que contarte, pero por favor...”. No hay que negociar con esos giles. Son muy bravos. Por lo general, el secreto se mendiga. El receptor potencial de un secreto, a la postre pide por favor ante un amague delante de la punta del secreto saliente. Se necesita un tercero que arbitre o administre y que cargue con el secreto. La ecuación del secreto sólo empieza a funcionar cuando hay un tercero. Sin el tercero el secreto queda invalidado. Un secreto no es un secreto si muere en uno, en ese caso es una anécdota perdida  y nada más. Es la nulidad del acontecimiento, es la no palabra que nunca se dijo. Generalmente los que son portadores de secretos, a su vez fueron receptores en algún momento. Recibieron secretos bajo juramento de “no decirlo jamás” pero algo los llevó a traicionar ese juramento. Eso algo debe tener algo que ver con los secretos que suelen ser turbios, o esconden algún aspecto malévolo o indeseable de alguien. En este preciso momento miles de personas se dicen al oído cosas, conspiran, susurran en la noche, en bares, en galerías o en oficinas, mirándose a los ojos, prometiéndose lo que es sabido que tendrá que ser traicionado por una fuerza  mayor que supera a todas las partes, a todos los intercesores involucrados. Es sabido también que en invierno tienden a romperse exponencialmente más secretos que en verano. En verano es más fácil guardarlos, llevarlos es más ligero. Pero en invierno hay que romper el hielo de la cotidianeidad con algo indiscreto. Muchos se reclutan en sus casas. Siempre hay un secretito a mano para levantar el tubo y contárselo a alguien que estará deseoso de traicionarnos la próxima temporada.

No hay que dejarse doblegar por los espejismos que se sirven en la bandeja de los ojos. Cuando los ojos engañen, los sonidos siempre estarán ahí para retumbar, junto con las palabras. Los poetas que escuchan con los ojos pisan la paranoia y escriben para ser leídos por sus amigos poetas, ponen el oído donde no hay, donde no lo tienen. Sin otro amuleto de la buena suerte que la mala memoria, que es como un baño sucio inhabilitado donde se arrumba lo que estorba. Un aburrimiento en los ojos de los ojos de los demás. Por eso, el orfebre no susurra los secretos, no murmura por lo bajo, no cuenta lo que no es suyo, no se apropia de los chismes ajenos. Trabaja desde la prehistoria con el martillo frío de la venganza, pero sin rencores. Fusiona el metal bruto de lo que no existe durante las noches de insomnio. Una vez tuvo un secreto. Y se lo contó a alguien. Y ese alguien le dio un beso con lengua en la boca como retribución, y al día siguiente lo traicionó. Desde ahí escarmentó. Lo suyo es otra cosa. Un horror por la gramática. ¿Qué rasgo? Zaguán no es hall. Lo aristocrático es hablar bien. Los vestíbulos son siempre lugares fantasmales. Desde ahí se ve el mejor ángulo para cazar fantasmas que van y vienen, caras que se pierden en el agujero negro del tiempo para siempre. Los botones son espías. Fisgones entrenados. Canutos. Informantes. Llevan y traen. Llevan y traen más que valijas. Mucho más. También comercian secretos y merca. Uno no espera casi nada de ellos. Y ellos esperan todo de uno. Porque son como presos que viven de los cuervos del afuera. Nosotros somos los cuervos del afuera. Los portavoces que venimos con graznidos nuevos como pasajeros efímeros pero siempre renovados. Con los oídos rapaces bien abiertos. Y los ojos taimados, achinados, chiquitos, arteros. La tristeza maquillada sin rimel. La tristeza maquillada de los botones que esquilaron sus sueños y ahí están: llevando y trayendo lo de otros. Carontes de hotel, putitas de valijas pasajeras. Hotel de pasajeros. Vestíbulos. Qué rasgo ni qué rasgo. Rasgar el tiempo. Perderlo. Días de enojo. Ellos acumulan el enojo de todos los días. Resentimientos. El orfebre ve esta escena desde la ventana de algún bar de por ahí. Ve la escena con orgullo y tristeza bipolar. Aprende a amar su cuartito de orfebre. Porque prefiere lo suyo al llevar y traer de los botones. Triste como el mar.

El orfebre encontraba motivos de inspiración en los victorianos. Los filósofos de última generación se equivocaban fiero en sus locas arqueologías cuando analizaban la sexualidad victoriana, escribiendo sus textos mientras iban para los prostíbulos de Marruecos. Había menos victorianos de los que sueñan las arqueologías, eran más sutiles en sus perversiones de lo que se creía, sabían que el sexo no tenía nada de natural y hacían de eso una estrategia del dominio del mundo. Al orfebre a propósito de un corto del que hizo el argumento se le reclamaba a gritos actos sexuales entre los yuyos, sin tener en cuenta varios motivos: que estaba en una etapa pregenital –no en todo se evoluciona–  y como tal investigaba en los victorianos que los reprimidos llevaban ventaja a los liberados del mismo modo que los masoquistas a los ingenuos sádicos. A su vez le reclamaban el final del final, como si existiera, de la historia de amor que se contaba. No tenían en cuenta que el corto lo dice todo por su nombre tanto para el sexo como para la historia. Quizás el orfebre los veía como a miserables pequeño burgueses que no tienen unos centavos para pagarse un telo y se escondían en los yuyos cerca del río. Serás onda o corpúsculo pero nunca sabrás donde estás, rezaba su oración cuántica, es decir, que no importaba demasiado la identidad, en este juego ni los victorianos tienen asegurada la victoria ni el tanguero que grita araca victoria se fue mi mujer. La época le tenía reservada al orfebre la espectacular demostración que la clase más estúpida de hereje es el típico hereje práctico.

El orfebre buscaba a alguien que dijera alguna frase de derecha porque todo el día se escuchaban proclamas izquierdistas y un país que odia a la gente que tiene dinero termina mendigando. Todas las revo pop terminan heideggerianizando el dólar. Algunos parecían retacear su atención y ponerla en el fútbol, homosexualidad encubierta, empantallando de televisores sus pupilas. Demasiados débiles que matan por nada. El autoritarismo de la fobia es lo peor. Le hablé de mi cáncer al orfebre pero pareció no escucharme.

29.11.12

Plan de operaciones, por Vicente Luy





No hace una hora, intervine un recital de Aristimuño.
Vieja Usina. Entradas agotadas.
Igual, insistí, diciendo que venía a ver a Lisandro
que le traía un libro, que le preguntaran a él.
Vicente Luy; soy el poeta Vicente Luy le dije al sujeto a cargo.
Mi plan era otro.
Yo quería entrar antes; fui una hora antes
para curtir camarines y pedirle que me invite a subir a leer.
Estaba, estoy, muy para adelante.
El tipo no me conoce. Le mandé un libro con Marce
pero no sé si ya lo recibió.
Confío ciegamente en mi poesía
y fui a saludarlo, pero, también, a audicionar.
En síntesis: no me dieron paso hasta empezado el concierto.
Y mientras sonaban las canciones, la ocurrencia fue tomando cuerpo
SE HIZO CARNE EN MI
Esperé a que terminaran los bises y me trepé al escenario.
La gente iniciaba la retirada.
Corrí al micrófono y grité:
Soy el pez
Soy el pez
Soy el pez
el que por la boca muere
pero también/el que nada contra la corriente
Me cortaron el sonido.
Seguí con Venderle el alma al diablo, y vinieron a sacarme
los de la producción.
No me querían dejar terminar el poema del scrabble
me lo quisieron cortar a la mitad.
Ni los miré.
Seguí gritando.
La gente se iba, y todos pasaban en frente mío.
Algunos prestaron atención a este lapso
Pero sólo respondieron cuando dije “usá tu odio para el bien común”.
Como en un ensayo de orquesta, emitieron un sonido.
Igual, se siguieron yendo.
Los productores volvieron a por mí.
Los ignoré.
Dije 4 poemas más y me llevó la policía
Un adicional.
Por suerte, me dejaron ir; me expulsaron.
Llevaba flores empapeladas en la etiqueta.
En un mundo lleno de amor, Lisandro hubiera venido a rescatarme.
En una de esas, con la adrenalina post show, no me oyeron .-


6 de mayo de 2010


Vicente habla con su discípulo

D – ¿A qué aspirás; porque vos vas por todas?
V – A que este libro sea material de estudio en el último año del secundario. Aunque a veces pongo ejemplos de una realidad que no vivieron, con los chicos contacto inmediatamente.
D – ¿Y a qué ardid u ocurrencia recurrirías? Porque eso no se logra sólo con habilidad… ni con contactos.
V – Yo no tengo contactos.
D – Quiero decir, eso va a ser difícil.
V – Lo sé, lo sé. Y me angustia .-


Sigue la caminata

D – ¿Qué busca el libro?
V – Trata de blanquear la guerra.
No estamos de acuerdo con esto, y vamos a hacer nuestra movida .-



En: Plan de operaciones. La única manera de vivir a gusto es estando poseído. Buenos aires, Crack-Up, 2012.

21.11.12

FÉRULA, por Manuel Losada





1.

Resquebrajados los rostros
de polvo.
El árbol caído sobre
la casa.
Labio de filo rojo
cortando la postal descolorida.
Las sillas quemadas
los sentados
detrás de pantallas
blancas.


2.

Acta de muerte
el desnudo colgante
la puerta enmohecida
el humo.
Los que pulen sus dientes
se aferran a las tablas calcinadas
señalando la nieve
del cielo.

3.

A Lezama Lima

Agonía
de la luz
en su
sombra.


4. Djuna Barnes

A victim is a state of decline
La reina
el mendigo
el traidor
el ajusticiado
todos declinando.
Sólo uno
llorado.


5. Elegía a Raúl Gómez Jattin

Un disparo
la dulce caída
mariposa en esplendor
dispersando sus colores en el asfalto
esa muerte
sin luces.
La tela violácea
en tu desnuda cabeza
la burla
el grito
el gemido.


6. Bàrtok

El barco brilla
sepultado por la bruma.
Mandarín de oscuros
violines.


7. Klagende Lied

La vidente percibe
a la princesa sepultada
pudriéndose bajo las ortigas.
Los narcotizados en su vana
espera.
Los huesos diminutos
acusando.


8.

Este es nuestro miedo.
Devorar heces
soliloquio con las moscas
escribiendo pequeñas muertes.
Siguiendo
con la vista
el vacío fulgor de los espejos colgantes
y dibujando en la piel
transparente
qué ser
qué no ser.


9. Tango

La bruma devora
los faroles de la calle
quien busca su luz en ella
muere.
Animales de la noche
extraviados
cantos.
Ese dolor
desnudo
y ennegrecido
clavado
en la vereda.


10. Madame Butterfly

Kimono.
Peluca de muerta.
Suicidada en los lamentos
de seda
aves de la
llovizna.
Flor de nieve quemando
la lengua.

15.11.12

Heidegger y la decapitación, por Luis Thonis


  


¿Qué es el Dasein? Dasein combina las palabras «ser» (sein) y «ahí» (da), significando «existencia» (por ejemplo, en la frase “Ich bin mit meinem Dasein zufrieden” «Estoy contento con mi existencia»). Para Heidegger designa el modo de existencia del ser humano. Pero hay otra pregunta: ¿puede el Dasein socializarse, volverse comunitario y designar el destino de un pueblo? En el famoso discurso de rectorado Heidegger él no deja dudas: “Saber decidirse por la esencia del ser, de acuerdo con el tono de origen, eso es el espíritu y el mundo espiritual de un pueblo que no es una superestructura cultural como tampoco un arsenal de conocimientos y valores utilizables. Sino que, al contrario, es el poder para poner a prueba las fuerzas que unen a un pueblo con su tierra y su sangre como poder del despertar más íntimo y del estremecimiento más extremo del Dasein.”
Estamos en 1933, con los nazis en el poder y con la constitución de Weimar abolida por Carl Schmitt, que cita a Hegel: "Al pasar del feudalismo al absolutismo la humanidad necesitaba la pólvora del cañón y estaba ahí". No quiero ser un fiscal de Heidegger en cuanto a sus intenciones pero este estremecimiento acerca de la sangre y la tierra cabalga directamente en el contexto que la escribe hacia la celebración del Führerprinzip del nacional socialismo. La Universidad alemana debe afirmarse en la “esencia”, sinonimia de la verdad ante un mundo que padece una ausencia de patria. Retórica de lo sublime y abuso del superlativo absoluto. El pensamiento de Heidegger habla de una impotencia absoluta respecto del origen que sólo puede restituirse a sí mismo como simplicidad bajo la forma de lo sagrado germánico. El Dasein se extiende al pueblo pensado bajo las categorías de lo auténtico y lo inauténtico. Estados Unidos sería el colmo de la inautenticidad como lo es la misma democracia. El "origen" de Estados Unidos, lo que lo constituye como pueblo, no hay que buscarlo en los pasajeros del Virgina sino en su constitución. La Revolución de Hannah Arendt examina detenidamente este proceso.  La entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial  es interpretada como “decadencia” no se sabe respecto de qué origen, supongo que el verdadero de lo sagrado germánico ante lo cual todo es herejía. Deshistorización: el mundo sería un jardín de infantes del Ser si no fuera por el bruto yanqui y la maldición de la técnica. La guerra de agresión de Alemania queda del lado de lo auténtico. De ahí la importancia que tiene Heidegger para la intifada “pacifista” de los pensadores deconstruccionistas posmos, esmerados en constituir al zombie planetario: para Alain Badiou, por ejemplo, el nombre judío es en sí mismo “nazi” y Hitler fue quien mejor lo interpretó, superando a Nabucodonosor. El que ha ido más lejos de todos es Shlomo Sand, profesor judío de la universidad de Tel Aviv –éxito en las librerías–  que lleva la intifada deconstruccionista posmoderna a su punto más sublime: el pueblo judío no existe, es según él una invención de historiadores sionistas, carece de origen, son conversiones de conversiones. Se trata de borrar de un trazo todas las líneas de transmisión confundiendo una religión con una raza, al mejor estilo de D’Elía, a la esencia judía con el nombre judío. No existe la "esencia" judía como tampoco la alemana y de ningún pueblo. Y menos del palestino creado tras la derrota de ese intento de genocidio de los estados árabes luego del la guerra de los Seis Días. Aunque se pretende un nuevo Foucault, lo que dice está en las antípodas de las Lecciones para defender la sociedad, donde Foucault considera el relato hebreo como una "objeción" a todas las babilonias del mundo. Pero precisamente para devenir Babilonia –y Bobilonia– el mundo tiene que suprimir esta "objeción". Si Sand, simpatizante de la cultura de cinturones con bombas, enseñara en Palestina o en cualquier estado arabomusulmán y dijera que Mahoma es una ilusión del desierto sería inmediatamente ejecutado. Lo único que le falta es decir que el Profeta fue anterior a Abraham.
Heidegger opone una buena muerte –heroica, garantía de autenticidad– a una mala muerte, al “se muere” anónimo, inauténtico. La muerte estúpida en la cama que sin embargo garantiza la libertad para los otros. Da cuenta también del antisemitismo, aun bajo una forma no voluntaria. El motivo nunca examinado es que el nombre judío ha ganado la guerra del origen, del origen como multiplicidad y transfinito en acto como lo muestra ese conjunto de transmisiones que se llama “la Biblia”. Por eso la Biblia no tiene ningún lugar en el pensamiento de Heidegger como tampoco la novela que tiene una relación de continuo con ella. Thomas Mann prematuramente captó mucho mejor que Heidegger dónde podía llevar ese estremecimiento donde se piensa al origen como algo puro, ario, y no como algo que puede ser constituido retroactivamente por la literatura: “Los travestismos más indignos de su sueño de una germanidad alta y pura con ese mismo sueño que, en el más inmundo espantapájaros que la historia universal haya engendrado jamás, ven al ‘Salvador’ que un poeta anunció (Stefan George), nadan en un exceso pueril de paralelos místicos e históricos, creen ver en él el regreso de Lucero, el hombre demoníaco impulsado por las oscuras fuerzas populares alemanas y rodean con un aura carismática a un impostor histérico, una lamentable nulidad que supo utilizar el desamparo y los problemas de una época ávida de fe con la astuta obstinación de un demente para elevarse a sí mismo.”
El olfato del novelista es más lúcido que el saber del Dasein del filósofo. Interrumpe la retórica de lo sublime. El Hitler de Thomas Mann está en las antípodas del que exaltan Heidegger y Carl Schmitt con la retórica de lo sublime. Es el Hitler que se negará a escapar cuando la batalla de Berlín porque no quiere “morir como un perro” en las calles mientras que la juventud alemana, niños psicotizados por la Kultur, caen como moscas jurando por él ante el Ejército Rojo. Se dará una muerte auténtica a tono con el origen en su búnker.
Heidegger se quedará sólo con poetas como Hölderlin y Rilke de los que hace lecturas en extremo simplificadas, casi cómicas donde los poemas son aplastados por la fetichización de la lengua alemana: lee siempre la Lengua y no el poema aboliendo el sujeto de enunciación. También hay una esencialización de la guerra que en su caso es un combate contra lo empírico.  En Contribuciones a la cuestión del ser, 1955, escribe: "Esto no es una guerra, sino el polemos, que hace aparecer a los Dioses y a los Hombres, los Libres y los Esclavos, en su esencia respectiva, y que conducen a una dis-putación del Ser (tachado). En comparación con eso, las dos guerras mundiales permanecen superficiales". Lo superlativo produce la esencialización... que acusa que la guerra fue perdida.


La literatura abunda en heroínas y sirenas heideggerianas como Matilde de la Mole en Sthendal, joven aristócrata parisina, que rompe todas las convenciones sociales y no para hasta tener la cabeza de su amante  para repetir un mito de origen. No se entrega al primero que viene porque no quiere un amor sin gloria que no repita la historia de la reina Margarita a la que le entregan la cabeza de un familiar lejano.
Ama bajo la forma sublime del superlativo absoluto. Parece apasionada, romántica, despreciativa del qué dirán de la ley de los salones pero su deseo, a veces lo contrario de la pasión, está en otra parte. Estar entre dos mujeres, como sabía Casanova, siempre supone la cabeza en juego. Estar entre el hacha de Matilde y los arrullos de Madame de Renal y sobreactuarlas como autenticidad es una tácita condena a muerte. El deseo de Matilde no es Julián, no el primero que viene sino el advenedizo que encaja a la perfección en su guión, la farsa que él debe representar para que su estremecimiento sea total ante su cabeza decapitada “de acuerdo con el tono del origen” que pavimenta el camino de los futuros demonios.

9.11.12

BUSCARSE LA VIDA EN TIEMPO REAL, por Milita Molina




El cine no es ni fácil ni difícil, es.


Me gustaría poder contar de mi amor por Favio (y digo amor bien adrede porque “yo no admiro, amo”, como dice él), pero me gustaría contarlo “despacito” porque así cree Favio que es el tiempo real: despacito y  al detalle, focal. “Me gusta contar la vida como sucede –ha dicho– lentamente.” Y si por algún motivo me viera llevada a querer gritar –como me pasó de querer gritar la primera vez que vi El Dependiente porque ese tiempo de flotación entre Fernández y la Srta. Plasini no se llenaba con nada, y alguien tenía que llenarlo para dejar de sentir la angustia del silencio más ruidoso y más pesado y mas corpóreo y denso que pueda soportar un espectador, un silencio a los gritos, digamos. Si sintiera la necesidad de pegar el grito de Polín, que es el de la señorita Plasini y también el nuestro, “gritaría despacito”, como siguiendo el ritmo lento y espeso y angustiante del tiempo del Patronato de Menores que, en ese sentido y sólo en ése, tal vez no sea tan distinto del tiempo de cualquier infancia pueblerina (o al menos local, focalizada, delimitada duramente, como si vivir fuera vivir en un cuadrito o en un “cuadrado”, como los chicos de Crónica de un niño solo), vigilada y laxa a la vez y austera, con poquitas cosas para entretener el tiempo (dos o tres juguetes que se recuerdan para siempre) porque las muchas cosas y los juguetes sofisticados y la televisión no formaban parte de la infancia allá en Santa Fe, donde el río estaba tan cerca, donde las siestas y los patios son dilatados y  los juegos se los inventaba uno. Borges decía “la infancia es tímida”  y parece un anacronismo y hasta un disparate recordarlo en un mundo que aprecia el desenfado de los niños. Borges, en verdad, hablaba de un modo del tiempo y de la eternidad y también de la perplejidad: una niñez abandonada a sus propios medios, reconcentrada, imaginativa y desde luego solitaria, diferente de esas infancias satisfechas  de niños glotones que no saben digerir, y van saltando de un juguete sofisticado a otro  tal como yo imagino que hacían los chicos con plata acá en Buenos Aires. No, el tiempo de Favio es de digestión lenta, de quien no confunde el movimiento con el agitar de los brazos, con el estoy tan ocupado mirá, propio de las cosmópolis y tan poco criollo, tan poco vago y mal entretenido, tan poco dichoso en su despilfarro. Porque nos guste o no, gastar el tiempo es una condición del tiempo y por lo mismo alguien puede desear abrir segundos en el tiempo como si lo pudiera estirar y estirar hasta que reviente. En el cine de Favio, el cuerpito de un bicho canasto puede dilatarse como si se abriera paso para crear más tiempo en el tiempo y terminar siendo el Universo, o el tiempo puede espesarse y hacerse eterno en un gota de saliva de quien juega a escupir, o quedar capturado en el demoradísimo cruce de miradas entre La Santita y Lucía o, como le gusta a Favio, puede: “atrapar los tiempos como cuando Gatica tiene el monólogo final en la cantina yendo y viniendo. Amo esa secuencia. Me duele el vértigo del sapito de la televisión”.  Todo el universo podría converger en un rostro (“por allí pasa la vida”), pero también en el repiqueteo de la pelota de cuero que golpea la pared y vuelve a la zapatilla sucia y regastada que más que volverla a patear la está esperando precisa para el rebote, automática, o en la bolita que soplamos tirados en el piso, ahora vos, ahora yo, y la bolita incansable gracias al aliento que le imprime un movimiento perfecto como el ritmo de un reloj; hasta que en un instante el universo ya se concentra sólo en el pie o en la bolita y el resto :la pelota, su trayectoria , la pared, el aliento, los cuerpos incluso, “sobran” , son mucha cosa para digerir. Favio, que ha corrido mucho, que ha escapado, que se ha fugado, no sólo sabe que se corre con la cara como comentó Soriano, sino que sabe que se corre repiqueteando y rebotando, como si correr fuera una pura repetición, la insistencia de un ritmo, no un traslado sino un machacar que nos va llevando lejos a fuerza de insistir. Como esas frases dichas mil veces para lidiar con la suerte a fuerza de darle y darle, como el “Mañana lo mato” o “Para el fin de semana compro coche”, pequeñas consignas que se repiten casi automáticas hasta que la bravuconada se gaste o se cumpla. Que en otro plano es como decir “Siempre hago la misma película” o siempre tengo la fiebre de mirar por los barrotes de la ventana chiquita y preguntarme “¡Puta madre! ¿Cómo estoy acá?”  
Favio recuerda el silbato –ese llamado al orden, esa señal de vigilancia y sometimiento, esa manera de arrearnos al redil–, como una imagen  privilegiada del Patronato de Menores y es de veras atemorizante en Crónica de un niño solo, la secuencia del profesor de gimnasia pegando silbatos a lo loco, con furia, con autoritarismo, mecánico y mortífero y fascista como esos micrófonos pesados y muy grandes que recuerdo de la escenografía del Gatica.  Creo que ese fascismo a pequeña escala que produce el ser “sargenteados” debe ser terrible en el Hogar el Alba, pero no lo es menos en cualquier colegio donde te “verduguean”, porque interrumpir con un llamado al orden es siempre un sobresalto feroz para quien vive en esa temporalidad desparramada de las infancias vagas y mal entretenidas, en las que “sentarse a escuchar el ronroneo de los coleópteros, los moscardones y los cascarudos que van cruzando el polen de flor en flor”, puede hacernos expertos en dejarnos llevar por el espesor del tiempo hasta confundirnos con el tiempo, hasta olvidarnos del tiempo. La infancia es tímida cuando el tiempo se hace sentir y cada uno se reconcentra sobre sí como formando una escenografía propia esculpida sobre un tiempo que sobra, pero también es tímida, me parece, porque aunque Favio dice que hasta los dieciocho años nos creemos inmortales porque no tenemos conciencia de la muerte, el diablo se cuela por la cerradura precisamente cuando más inmortales somos, como si nuestra eternidad supiera más de la eternidad porque está más cerca del Misterio, del Enigma y no sabemos de la Caída. Y es tímida, tal vez, porque como alguna vez dijo Pasolini –que como Favio no dejaba de subrayar su timidez– “quizá soy tímido porque desde niño, detrás de cada adulto siempre veía a un padre o a una madre”. El sentido de lo sagrado es un privilegio,  y me gusta asociar la timidez de Favio con esta reflexión sobre el temor y el temblor del hombre de una fe que, como él ha dicho “nos salva de la autosuficiencia”. En Santa Fe, cuando mi madre me presentaba a alguna de sus amigas yo bajaba la cabeza con ganas de salir corriendo, y todavía recuerdo su “No seas chúcara” y casi no he podido superar esa actitud arisca de bajar la mirada en una suerte de temor reverencial que, por caminos raros, ahora sé que me conectaban con algo “superior”, digamos, al tiempo que mi vida era un estar en vilo,  pendiente del silbato y la burocracia que tiene tantas formas en esta vida que mejor ni hablar y que incluso puede ser más siniestra si es silenciosa, como una monja de mi colegio que para llamar al orden aplaudía en silencio. Agazapada, la muy beata hacía chocar sus manos una sobre otra sin producir sonido hasta que  advertíamos  su presencia, todavía no sé cómo. Lo hacía  para que nuestra culpa por todo fuera mayor y sonreía con sorna cretina, allí parada golpeando sin golpear, esperando para que formáramos fila y nos arrodilláramos para poder controlar el largo del guardapolvo y meternos una amonestación si éramos medio putitas y el largo no llegaba a rozar el piso. Y el llamado a correr y correr y el “¿Nunca vas a parar?” dicho a un Polín agotado de dar vueltas pero que sigue y sigue como un boxeador que no quiere que se pare la pelea.
Así la vida. Nos damos mañas para entretener el tiempo: la maravillosa secuencia de Crónica de un niño solo en la que se muestra a los chicos en estado de ocio (los brazos colgando, la baba cayendo, un pucho que se pasa) se mezcla con el recuerdo de mi padre cuando me llevaba a pescar mojarritas a la laguna, la vista fija en el corchito que cuidado no dejes de mirarlo, los ojos clavados ahí en ese pedacito de mundo que se iba haciendo el mundo entero con su propio espesor de tiempo, y  la mirada amplificada que no quiere dejar pasar el momento exacto en que el corchito se hunde. Hay muchos modos de ser un caballero de la fe, pero esa extrema concentración que nos pone en contacto con algo de otra intensidad, como la casi sagrada concentración de Polín  intentando embocar el cerrojo con la hebilla del cinturón, es una escuela excelente para aprender para siempre que no importa qué cosa se haga sino que se haga bien. Chorro de alma o zapatero o dueño del fabuloso y mítico quiosquito del que no cesan de salir tesoros, pero de alma, de alma, sin quedarse llorando por algún otro destino, sin querer siquiera encontrarle una forma al destino. “Si corrés, no te morís”, como creía el niño allá en Luján de Cuyo, simplemente.
Alguna vez Favio comentó que en el Patronato, en esos tiempos muertos de la nadería, la infancia se desperdiciaba. Yo creo que se derrochaba y que así es la vida también; y pienso que si Favio se diferencia todo el tiempo de los “agazapados” es porque los agazapados no pueden derrochar ni desperdiciar y pertenecen a esa calaña de ávidos y glotones, incapaces de desentenderse de la manía de aprovechar, de capitalizar, de guardar, de reservar. Gente que “compra los muebles antes de casarse” ignorantes de que no se puede pedirle una cita a la muerte ni la muerte nos pide un día libre.      
Tal vez la broma no acaba nunca y los agazapados de hoy se ingeniaban desde chiquitos para no desperdiciar el tiempo, para llenarse los bolsillos y aprovecharlo como si fuera un bien que se puede acumular para cuando no haya y así, de a poquito, se les hizo el hábito de sentir que el mundo está en deuda con ellos y tiene que proveerlos. Hay gente que se inventa su vida y hay otros que le piden al mundo su galas para poder tener una. En cambio, creo que las vidas nunca satisfechas, las vidas de los que “no se la creen”, provienen de una niñez que va haciendo de la timidez su castillo y transcurren en un tiempo hecho de ignorancias y creencias que ojalá no se muriera a manos del hombre de la astucia práctica, el “agazapado”, el que cree que la vida es una cuestión de cálculo y no de instinto y fiebre: de mucha fiebre. ¡Qué asco le tiene Favio a los agazapados, a lo agazapado, a lo que se reserva y pega el salto con oportunismo! No sé si la palabra es asco, porque Favio no juzga y eso es fundamental en su manera de vivir. Favio ama, ama hasta al último extra, por ejemplo, y no les gusta la palabra “extra” porque cada vida es demasiado importante para considerarla “extra” y, para el caso, ama sin lugar a dudas a ese agazapado torpe y vacilante que es el Sr. Fernández, un agazapado indeciso y culposo que a falta de un credo quiere ser rotario, es decir “propietario”. No sé si la palabra es “asco”, pero su sentimiento por los agazapados tiene el gusto de la muerte aunque el veneno no tenga olor. Algunos se buscan la vida del lado de la oportunidad y otros son oportunistas. No es un juego de palabras: son dos actitudes opuestas, dos maneras diferentes de concebir las cosas. Un modo está atento al milagro y al “a cada hora su afán”, y disfruta la felicidad del instante; el otro está sujeto a la aridez de la premeditación y al ansia de dominio y excluye el milagro, el azar, lo eventual. Y no importa si como dice Favio “suelto la paloma pero no me voy con ella”, importa que la soltemos, simplemente.
El  tiempo de los agazapados es lamentablemente lineal y cronológico, un tiempo que no se siente (así de emboscado viene) como el tiempo encubiertamente mortuorio de los relojes de ahora.
“Hace poco me compré un despertador antiguo para oír por las noche el sonido que recuerdo de los relojes de mi infancia: cli-clac, clic-clac, porque los despertadores de ahora son mudos, te traen la hora silenciosos, agazapados, como sabiendo que te llevan a la muerte. En cambio éstos no. ¿Ves? Clic-clac, clic-clac: es como si te anunciaran la vida, como si te dijeran que tenés que estar contento, que estás vivo.”

Favio preserva el espesor del tiempo –después de todo es la materia de la que estamos hechos– en una época acelerada en la que la gente no sólo no se toma tiempo para agradecer y afirmar la vida en detalle, sino que ni se toma tiempo para sufrir, ni para compartir, al borde de la ensoñación, las ganas de “tener tiempo para tomar mate con el abuelito en el cementerio allá en Mendoza”, que dicho así ya es toda una película de Favio que transcurre en una escenografía en la que lo local ya es universal y hasta los vivos y los muertos pueden convivir con el cielo al alcance de la mano.

FOTOS ART

Favio cuenta –“pillado” desde la cuna (un “chico con gracia”), bromista, también– que su primera obra es una foto artística que él mismo pergeñó como autorretrato,  allá en su infancia, en la casa de fotografías del pueblo. La casa se llamaba Foto Art y ahí se disparó la imaginación. Enganchado con eso de “art”, que ligó rápida y obviamente a “artística”, se presentó a averiguar y dijo que quería una foto, artística, de su persona. Como el fotógrafo objetó su idea primitiva de aparecer recitando, alegando que  la foto iba a salir movida, Favio decidió componer una distinta, en la que él aparecía con una vela que iluminaba un libro y  posaba con un dedo en la sien como pensando.
¡Hay qué llegar a tener ese recuerdo!
Si, de veras que hay que ser un extraordinario transformista y creador de la propia vida para tener ese recuerdo. Y no porque el recuerdo no haya sido verdadero y menos por esa banalidad estilo “Favio mejora sus recuerdos”. No se trata ni de verdad ni de falsedad, ni de retoques a la vida que nos tocó: menos. Se trata, en verdad, de no pensar que “nos tocó” una vida, sino de crear y elegir los recuerdos que van a ir haciendo de nuestra vida algo único, singular. Todos los recuerdos de Favio son verdaderos porque son creaciones, elecciones de estilo, digamos. Favio lo hace explícito cuando cuenta que en el Hogar El Alba había dos hermanas que eran celadoras. Una muy hermosa y alegre y otra “que le pegaba con una regla en el culo”. “Yo elegí recordar a la que era hermosa”, comenta. Y agrega: “Me gusta la gente que se crea un estilo de vida”. “Una cosa es el recuerdo y otra el archivo”, piensa, sin confundir los recuerdos estilo ropa colgada en el tendedero con ese poder creador que llamamos recuerdo y que no está en el pasado sino en el presente.
Favio ha dicho que no considera demasiado importante la entrada a esta película que es la vida, es decir que no la considera importante en sí misma sino en cuanto a la singularidad que esa vida pueda manifestar. No importa si se es cineasta, zapatero o panadero o se tiene un quiosquito, lo que importa es que hagamos lo mejor posible eso que va a hacernos excepcionales.  Y sin trampas, sin ser unos “agazapados”, sabiendo “si dimos el caramelo más chico o el más grande”. 
Para tener esos recuerdos hay que saber darle a la propia vida un caramelo tan grande como para recordar el día que volvió a su casa furioso, a los gritos y en llanto, porque a través de un amigo se había enterado de que las madres no eran vírgenes. Y entonces se largó a reprocharle a la suya con  frases desesperadas (se trataba de una revelación) “Usted se acostó con mi papá”... “Usted se acostó con mi papá”. Todo Favio,  con su amor por la Virgen pero también por la redimida esposa de Cristo María Magdalena (sus “putitas” de Mendoza) parecen ya contenido y casi destilado en esa perfomance alucinada. Como si ese niño hubiera podido decir ya entonces  ¿Por qué no me morí?”, como el Aniceto traicionado por Lucia que no es putita (como su recordada Boliviana)  ni Santa como la Virgen, sino una mujer que puede hacer mal, una yegua, en su idioma.

Pero Favio no es sólo creador de recuerdos  sino que dispone de una habilidad más enigmática, más cercana al arte según mi entender, más afortunada, menos electiva, dispone de una inmensa libertad para tratar con la creencia, el malentendido, el equívoco, el  error, el mito, cosa mucho más difícil que llegar a saber algo, porque la ignorancia, el desconocimiento, la perplejidad no parecen cosas que se puedan elegir ni aprender. Sin embargo, Favio ha dicho “es mejor no conocer tanto”, lo que me hace pensar que tal vez hasta nuestra ignorancia y nuestras pifiadas tienen algo  de elegido, como si también nos fugáramos de los rostros arteros, mezquinos y retorcidos de los Doctos que miran a Jesús en el cuadro de Durero, con falsía. “Favio, por suerte no es un intelectual” ha dicho de sí, y tal vez ése es el carozo de su genio: recordarnos que siempre estamos al borde de esa ignorancia de la infancia, de esa torpeza, de ese salvajismo, de esa profunda libertad que todavía no sabe de sí demasiado.
Cuando yo estaba en la escuela primaria la maestra preguntó cómo se le decía a la persona a quien se le había muerto el papá y la mamá. Yo, levanté la mano contenta de saberlo y dije : guacho. El silencio fue mortal, al menos para mí, porque todo se había hecho negro, había quedado al descubierto no sólo mi ignorancia sino algo más: mi manera de escuchar, de creer, de torcer lo que era, de distorsionar, de trasponer. Recibí el consabido “Guachos son los animales” y mi vergüenza fue enorme.
Pero hasta el día de hoy bendigo esa ignorancia, porque a mí me parecía que “guacho” era más correcto aunque estuviera “equivocado”, pero como el manto bochornoso del error cayó sobre mí –la infancia es tímida–  no pude decir que “huérfano” era una palabra tan elegante, tan inadecuada y sosa para referirse a alguien sin padre ni madre, para nombrar un dolor que ni podía imaginar, pero que reservaba para la gente terriblemente desdichada, para la gente “guacha”.
No sé si cuando Favio le dijo a un médico que le dolían “los ovarios”, para no decir “los huevos” (porque le parecía feo) y “testículos tienen los animales”, estaba en mi exacta situación, pero sí estoy segura que no hay nada mas saludable que un buen error, una buena pifiada, un descuido, una ignorancia disparatada que nos hace conocer las cosas por otras vías. Si Favio hubiera dicho testículos o huevos, o si yo hubiera dicho huérfano, se hubiera acabado la gracia, no hubiera pasado nada, estrictamente. Es en la eventualidad perfecta de esas torpezas, de esas distracciones, de esos desvíos, donde el malentendido feliz tiene más chances.     

PASARSE LA POSTA DE ALGO QUE NOS HACE BIEN AL ALMA.

Favio dice “siempre me inhibió lo puro”,  al tiempo que se refiere con inmenso amor y alegría a sus recuerdos de las “putitas” allá en Mendoza, especialmente, donde el aire es tan puro, tan puro, que devuelve los olores, no como Buenos Aires, acá, que huele a nada.  Allá donde los olores y los ruidos son un don que el aire puro no espesa ni oculta en la asquerosa humedad portuaria. Tal vez lo puro nos inhiba, sencillamente porque no es humano y tiene el rostro liso, llano, sin ninguna herida. Y, aunque no tengo brújula en estos temas, creo que un católico ama lo impuro porque en ese bodrio que es el hombre se pone a prueba la virtud cristiana por excelencia: el amor. Cuando un hombre del genio de Favio, que puede ir de lo más concreto a lo mas abstracto casi con brutalidad,  manifiesta: “Uno tiene que hacer su obra sin pudor, sin medir cada paso que da. Uno podría decir que cambiarle la letra a Rigoletto (en Nazareno) es una irreverencia  total, pero pienso que todo es válido... Tenés que apelar a todo... tenés que ser impudoroso... Si lo hacés bien podes hacer todo. Como dice San Agustín “Ama y haz lo que quieras” y el cine es un acto de amor”; deberíamos tomar el amor impudoroso como libertad pura y entender que para la fantástica libertad del gusto, no hay jerarquías ni valores previos al momento de cazar al vuelo la oportunidad de afirmar que eso nos gusta, y no importa de dónde proviene, ni si es propio o ajeno, o culto o popular o bueno o malo. “No soy tímido en el cine”, ha aclarado, “soy tímido en la vida” y la aclaración refuerza que si el cine de Favio y sus canciones son pura libertad es porque hay un hombre tímido que se toma muy en serio los privilegios de esa libertad. Ser libre no es cagarse en todo: al contrario. Favio es un hombre que no le hace asco a nada y que se preocupa por el amor que es siempre concreto aunque aspire a lo universal, lo que suena o muy moderno o muy antiguo según cómo se vea, pero que no goza de prestigio entre los intelectuales que  son más dados al juicio, a la responsabilidad, a la opción, a las causas generales donde el hombre queda perdido y chiquitito, pero no por su propia conciencia de finitud y de eventualidad, sino perdido como si su singularidad  importara un carajo. “Pasar la posta de algo que nos hace bien al Alma” dice Favio, como las mujeres de la casa allá en Mendoza pasaban los dedos por las cuentas del rosario y el murmullo de las voces creaba un espacio y un tiempo propio, una red de intercambio de cosas buenas para el alma.
Entre los estudiosos actuales,  lo “impuro” (pongamos Vivaldi y la cumbia, por ejemplo) no asusta a nadie, está de moda incluso,  y los más avezados se llenan la boca con sus elogios a las estéticas de la mezcla, de lo diverso, de lo múltiple, por lo cual Leonardo Favio puede ser un objeto de culto y presidir con algunos de sus films y con su vida entera el panteón de la libertad de la mezcla. Pero estas especulaciones teóricas no tienen importancia ya que no están confrontadas en ninguna experiencia de vida, no están sostenidas en una vida a la altura de esa libertad y, según parece que van las cosas, dentro de poco habrá muchos libros o muchos cuadros o muchas películas, pero ninguna existencia para vivir esa impureza brutal que es la vida y, no juzgarla, afirmarla y, aún, crearla, como ha hecho Leonardo Favio. 

Una vez un madrileño me dijo que había estado en Méjico y que todo le había resultado medio fuerte. “Méjico es mucho Méjico”, agregó. Me dio mucha risa esa frase y cuando me puse a escribir sobre Favio la frase volvía, insistía: “Favio es mucho Favio”, mientras recordaba que él había inspirado algunas de mis modestas fotos art, ésas que constituyen mi vida y no figuran acá. Me animo a confesar una. En el año 70 y pico me casé en Santa Fe siendo muy joven, por Iglesia, de largo,  todo muy formal aunque no habíamos comprado los muebles antes. Se me ocurrió –no tengo idea cómo llegué hasta ahí pero sé que amaba esa música– pedirle a un grupo de integrantes del coro polifónico y a un amigo pianista que, en vez de la clásica marcha nupcial, ejecutaran  la música del Moreira, pese a los reparos que ya había puesto el padre de la Iglesia del Carmen cuando le pedí autorización. Los músicos se lanzaron como locos y fue maravilloso. El casamiento ése terminó mal, pero como los recuerdos se eligen, recuerdo la música del Moreira que para mí era  sinónimo de Favio  y vuelven  esa libertad y esa alegría que hacen bien al Alma.

Nota: Los dichos y anécdotas de Leonardo Favio recordados en este trabajo están tomados de distintos reportajes al autor y tramados con  parlamentos de sus películas. Especialmente agradezco el extenso reportaje de Adriana Schettini publicado como libro por editorial Sudamericana con el título Pasen y vean. En cuanto a sus películas me he concentrado especialmente en Crónica, El Aniceto y El dependiente sin dejar de recordar muchas cosas de Nazareno, Moreira, Soñar-soñar y el Gatica.                                   



Este texto fue publicado inicialmente en Favio. Sinfonía de un sentimiento. Malba, 2007.