1.5.11

Tres canciones, por Mariano Massone





Horacio Guarany vive en Luján, como yo. Y tuve la suerte o la desgracia de conocerlo cuando era muy chico. Mi viejo le fue a hacer unos trabajos de herrería en Plumas Verdes y se hicieron muy amigos. Tanto que Horacio le regalaba los discos a mi papá y mi viejo le decía “tengo que soportar la voz de mierda que tenés todos los días, querés que encima te escuche en mi casa” y se los devolvía. Lo único que aceptó mi viejo de Horacio son tres entradas para ir a verlo en el Gran Rex. Yo tenía entre nueve o diez años. Me acuerdo que fuimos a saludarlo al camarín y el cantante nos invitó a comer asado a una de esas parrillas que hay cerca de la calle Corrientes. Mi viejo, obviamente, se negó y fuimos los tres (mi mamá, mi viejo y yo) a comer un asado a una parrilla pero solos. Esa relación que tenían mi viejo y Horacio donde mi papá se negaba al arte del cantante mientras él se desvivía en invitaciones me enseñó algo de los artistas. Nunca hay que darles mucha bola a los artistas, es la forma de tenerlos siempre cerca.

A mí, ahora, me gusta mucho un tema de Horacio, pero no me gusta cantado por él sino por su archienemiga (que fue amiga en algún momento) la queridísima Mercedes Sosa. El tema es La villerita y ya desde el principio me alucina por su parecido con el devenir Marta perlongheriano:

La villerita
rancho de chapa, cartón y lata
pinta sus labios
peina su pelo, rubio dorado
recién teñido, que ayer fue negro
tacos de engaño
escasos años, los diecisiete recién cumplidos

Si el esmalte Revlon se vuelve ícono cuando Perlongher quiere pasar por el pasillo a las ocho de la noche, la villerita utiliza los últimos productos de belleza para dorar su testa. Máscaras que, de alguna manera, muestran un cadáver con colores vivos, como si ese cadáver quisiera escaparse de la triste realidad, de la chapa, del cartón y de la lata, colores oscuros, fríos. Que el tema sea un chamamé también muestra este arte travestido: la letra es tremenda y, sin embargo, el ritmo que se utiliza es el de la alegría y del baile, el ritmo del sapucay, grito animoso de guerra. Pero claro, los tacos son de engaño y es imposible que la villerita pueda volver atrás, lo único que le queda es volar…

Otro chamamé que canta Mercedes Sosa y que, creo, cantaron todos los provincianos argentinos en el colegio primario es El cosechero. Quizás con un final no tan angustiante como el de la villerita, el cosechero pasa todos los días juntando algodón y pide “un ranchito borracho de sueños y amor”. Las imágenes impresionistas de esta canción crea un friso precioso de una situación dolorosa: el trabajo en medio del Chaco. El algodón se va, quizás para llenar los silos de algún señor adinerado, y lo único que le queda al cosechero es “plata blanda mojada de luna y sudor”. La canción comienza con un recorrido por un río y el personaje de la canción que parece decirse a sí mismo “rumbo a la cosecha, cosechero yo seré”, como produciendo una marca en sí mismo: desde hoy no tengo más nombre, simplemente seré el cosechero. En esta canción el sapucay se vuelve ronco y el chamamé se ralentiza.

Para terminar con esta ralentización del ritmo, me gustaría terminar con una zamba, mi zamba preferida: La zamba del carnaval. Es del Cuchi Leguizamón y la versión que me gusta es la del Dúo Coplanacu, aunque Pedro Aznar tiene una versión muy buena con Liliana Herrero. A diferencia de las otras, si esta tiene un ritmo ralentizzimo tiene una potencia de fe que las otras dos canciones no tienen. El yo viene “desde el olvido” y quiere matar penas carnavaleando, no tiene un mango en el bolsillo, no tiene nada de alcohol para tomar pero, sin embargo, todo ocurre en esta vida. Siempre hay empujones del diablo que dan vuelta la tortilla y de esta manera el yo trampea el alma de la enamorada con su gualicho. Podríamos decir que es una canción bruja, una canción de carnaval, donde todo se da vuelta: “los caballos atados vuelven a la luna al galope tendido”. La felicidad, a veces, se encuentra en un simple carnaval… que no existe porque estamos en Polonia, agregaría Perlongher.