28.3.11

Los libros perdidos, por Pablo Moreno






No debería escandalizar afirmar que la tragedia de la teoría literaria es que no lee libros. Sólo busca accidentes topográficos en la forma. La teoría es producida por eyaculadores precoces que necesitan dar status científico a una obra en una hojeada.

Leo a Hugo Savino: Yo, por ejemplo, no quiero que nadie me enseñe a leer. Eso se aprende en el primario. Leo solo. Muchos amigos a los que respeto leen solo.

Sigo leyendo: Para decir que se oye primero hay que ser capaz de escuchar, hay que dejar de pensar que uno es fascinante a los que todos tenemos que escuchar, para escribir, hay que saber que un poema no es algo de la poesía, que la novela no es algo de un género, tendrían que aceptar que son chantres de la comunicación, santones de la divulgación. (Salto de mata, Buenos Aires, Letranómada, 2010)

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Una experiencia análoga a un formalista ruso tuve con libros. Yo no los quemaba para soportar el invierno. Los vendía para poder seguir leyendo otros. Mi inestabilidad económica siempre me llevo a cometer este acto. Perdí todo Henry Miller (el gran ausente entre mis libros). Recuerdo de esos libros la ubicación de cada párrafo que me conmovía o las manchas de café que había en algunas páginas. Hoy, al no tenerlos, no puedo reconstruir la historia de mi sensibilidad, lo que queda afuera de esas marcas, es decir, la vida. No puedo repetir el mantra de Shlokvski: éramos jóvenes.

Estaba leyendo Ciudades de la noche roja de Burroughs y mi padre me lo pide porque no tenía ningún libro que leer. Días después me dice que olvidó el libro en el subte. Entonces me llevo de su biblioteca Asesinato en el Prado del Rey de Vázquez Montalbán. Pepe Carvalho era su personaje favorito. Copiaba y adaptaba las recetas culinarias que pululaban en esos policiales. Me acuerdo que por esas lecturas utilizaba las alcaparras y el coriandro.

El sueño europeo de mi padre era conocer la rambla barcelonesa y llevarle a Vázquez Montalbán una caja de vinos. Alguna cosecha premiada. Así de íntima era su relación con la literatura.

El libro que me prestó lo perdí en alguna línea de colectivo. Una serie se relaciona con otra dice el estructuralismo. El olvido de un libro se relaciona con la pérdida de otro. Cuando se lo conté a mi viejo me dijo: “parece una venganza”. Y nos reímos. No me atreví a explicarle el estructuralismo porque no me lamenté de mi torpeza. La teoría literaria muere en el afecto de aquellos que leemos y que vivimos cuando leemos. Cuando emergemos de la lectura asoma el mundo, que a veces parece irreal o vulgar.

La novela de Burroughs jamás la pude recuperar.

En cuestiones de libros perdidos a veces prefiero aplicar la ley del Talión.