22.2.11

La mañana sol de limón (I), por Hugo Savino






Cuando nací encontré mis rencores. Estaban ahí, esperándome. Al lado de la cuna.

En la terraza de ese aire toco la mañana sol de limón apaciguada lenta es mía estoy solo de soledad ganada casi no me enloquezco casi es mía me animo olor de limón verde que pongo en el agua no quiero volver a la jaula estoy lejos no extraño nada nadie me extraña el sol de la mañana ya pone la pata en la terraza va despacio casi no hay ruidos los árboles del patio de abajo me hacen seña están como consagrados desvalijan al realismo de su pathos es primavera no hay caranchos.

madre/padre: pan de dios.

infancia: feliz. Episodios infelices muy pocos.

patrimonio: relativa pobreza. La miseria, nunca. A los doce años casa propia. Baño cocina en casa.

por qué: entonces, ese espíritu rencoroso, si todo venía bien, las cosas estaban claras, agua de manantial, yo no quería ser hombre, quería ser obra como dice el único poeta alemán, obra: leer, escribir. ¿Cuándo esa locura de ser hombre? Pretensión desmedida si se toma en cuenta el lugar donde nací. Cuándo lleva el hilo en estas notas. Es mi novela sobre nada aunque hay mucha familia y amigos y conocidos. Es para gente que quiere leer algo que suene en otra velocidad.

no ir: invitaciones: abstenerse. No dejarse invitar. No sé por qué, pero no ir a ningún lado.

respeto social: un idiota con algo de plata, recibido en salones, dar charlas, querer ser respetado. Manía del respeto. Progresar socialmente con este don. Es una posibilidad.

olvidar: no puedo, rencor de ciudad. Está el rencor de provincia, no me interesa, es para ubicarse, se codean, empujan, se matan, se hacen los malditos, quieren lugares: resultó una mentira. Sus cultores buscaban aprobación del centro. Mi memoria se va a reproche. Mis reproches sociales. No los suelto, los cultivo.

proyecto: retirarse del mundo. Milton Rodriguez tiene esta frase sublime: no te preocupes te enseño algunos trucos para vivir con poca plata. Ahora está por sacar un libro. Ocultarse del mundo. Una casa inaccesible, un bunker es lo mejor.

cita: “Ésa será mi película sobre la familia americana. Tal vez la proyecten en algún festival. No lo sé y tampoco me importa. Siempre hay gente dispuesta a ir a ver algo nuevo y diferente”.

telegráfico: le escribe a Delo: “Vos rico, y yo vengo de clase baja. Te lo pongo en clave tuya, en lengua de chatarra. Esa diferencia: insalvable. Yo llevo secretos incontables. Y no voy adonde no me aceptan. Amistad imposible, la nuestra”.

madre, una y otra vez: humor feroz.

padre: jugador empedernido. Murió triste. Cambió por trabajo honorable.

vivienda: eran dos piezas –dos salas a la calle– en un patio de inquilinato. Cocina de chapa acartonada en el patio. Cocinaban a kerosene.

la salvación: una radio.

bustos: Chopin en bronce amarillo. Beethoven tenía la cabeza suelta y lo puso a mirar la pared.

lecturas: novelas, lo que le caía en las manos: Huck Finn–Tom Sawyer–Cabaña tío Tom–Bomba–Salgari–Verne. Revistas de historietas, seis por semana. El Gráfico.

cine: westerns exclusivamente. De ahí su pro-americanismo nunca renegado. Que lo separó de amigos y autores.

error: dejar ese viejo mundo para hacer algo de cultura, el mundo de la cultura, más error: juntarse con pequeños burgueses intelectuales vociferantes ricos consentidos que escriben oh escriben exigen son respetables pero honestidad un poco lo asustaron todo a pérdida para él traducir para esa gente que lo estafaba. Escribió un libro de retratos para salir de esa insípida escena. Ahora definitivamente solo. Parece melodramático. No puedo decirlo de otra manera. Lo dice contra el viento, va con Elías que fuma como un escuerzo, y fuma y las cenizas caen en el viento, murmura en diapasón Elías, se aburre, y le aumenta la lucidez, murmullo Rufino y no abre más la boca.

amigos a nube: ausencia, sólo eso, ausencia. Dolor apenadísimo.

estrategia: armar un bloque defensivo que evite hacer: confesiones, quejas, explicaciones, no contar nada a nadie. Probó amargamente qué es contar algo íntimo. Lo pasan por el colador de la interpretación y del chimento. Evitar el pisoteo analítico. Sólo poner los reproches por escrito. Publicarlo. El reproche contra la propaganda de la felicidad. La felicidad es algo íntimo y secreto.

palabras: monocorde, patio angosto, mishiadura, al trotecito, mazo, cucha, pieza.

descubrimiento recientísimo: capacidad para aislarse.

trabajo: una conspiración tramada por ex-falsos-amigos para hambrearlo le cerró las puertas de la traducción de casi todas las editoriales –un editor de los llamados independientes de vieja tradición le propone trabajar gratis como manera de emparchar el desprestigio, otro le pide un informe con obras posibles. Le mandaron a decir que no iba por un librero.

empleos posibles: difícil. Después de la experiencia con escritor cubano que escribió libros memorables de los que la crítica estudiosa nunca se repondrá, la universidad americana, guardiana y rector y decano de la autoridad literaria hizo un acuerdo con las empresas privadas que van de Miami a Tierra del Fuego para que ningún escritor de esa calaña sea empleado.

invitaciones: doy pasitos por el charco lo salto el viento me lleva, no, no me dejo invitar, menos por millonarios amantes de lo cultural. Lección aprendida del argentino más salvaje, del alemán más salvaje. Que le dijo al gordo envuelto en el papel de naranja adorniano que se tome la sopa de cangrejos a lengüetazos como los gatos y no lo joda. Cuelgo las hojas en piolín de la cocina y espero que se seque la tinta.

viejo amor: se va por Peña, Canning hacia Las Heras. Es la peor caminata de alejamiento que vio en su vida. Ella se va a patitas, despacio, rencor que los une puro melodrama que los aleja. Él es un ganapán oficinesco que tiene la cabeza llena de libros. Ya no lo miraba, nunca más lo miraría, tarde de primavera a las siete el cielo no llevaba ni una nube, azul como ese vestido de la primera vez, un viento del noroeste que nadie esperaba y le veía el caminar litoral hacia otros rincones, la mira con ojos perdidos, ese pelo negro hacia fue, esos ojos Sívori, sí, a fue, una vez o alguna vez, fue. Ni la esperanza de los secretos, sólo se queda con esa frase, dicha una vez, solo con sus chifladuras literarias pobre boludo que escribe libros ni la luz podrá pagar. Ella se va aleja huye camina a futuro sólido por abajo ronca el baldoserío de Peña, él se queda a paria en ese rincón de la esquina, de ensoñación en la luz ahora gris del atardecer ¿ella llora? ¿se libera? ¿qué deja atrás? ¿qué toco de pasado irá a olvido? ¿pasó a olvido? ¿todo? ¿se transformó en olvido?

tercera persona: horrible cielo de cal de las seis de las cinco de la mañana. Calle dormida. Insomnio. Traqueteo de los cascos, diría ruidos apagados. Son ruidos que casi no escucha ningún oído, es la noche sin rumores, otra vez sesión del club donde ése habló mucho ayer, el maldito estigma de la manía cotorra que le incentiva su mujercita, que ya no lo escucha. Ella lo pone en marcha y después mira por la ventana, aburrida del zángano filósofo, de esa lata pedagógica. El pobre padece a mujeres que lo ponen en marcha. El otro habló y él lo escuchó y ahora tiene insomnio. Disertó en aforismos. Malditos aforismos. Odia a los tipos aforísticos. Nietzsche les quemó el coco. No quiere ser un tipo furioso. Pero hay noches sin rumores. Era el único que podía escuchar esa ausencia de rumores. Siempre se creyó un pionero de algo. Por eso lo aburren los tipos que hablan mucho. Por eso ama los mamotretos. Seiscientas páginas son su refugio. Ahí una soledad inalcanzable. ¿Cuántos leen mamotreto? Se ve ayer a la noche pidiendo disculpas y abandonando la conferencia. Ese conferenciante esposo de su amiga que pone hombres en marcha. Liberación. Pero se ve unos días antes cediendo a la invitación. Eso lo hiere. Ceder. Evitar la furia. No aceptar invitaciones.

la mañana: de esa medialuna seca, dura, cascada como una pared. Ayer las luces de la calle se apagaron antes de las doce. Los carros empezaron la cola a las 11 de la noche.

gallo de Francisco: gallo desolado: no canta: nunca podría poner canta el gallo desolado de la mañana, no sé por qué. Este maldito es mudo, nació mudo en Sarandí. Se crió en un rincón. Y sólo sabe morder los dedos callosos. Es una pasión. De gallo, obvio. Desolado pero no un pobre gallo. Arrogante y paseandero. Lo soltaban en el patio del fondo, del otro lado de la reja, para que no se coma los tomates, y ahí daba vueltas y vueltas. Lo miré mucho. Gallo en libertad condicional.

el pipa e moco: siempre, con esa bolsa de lona beige –¿arpillera?– camina por Lavalle a Mitre, sombrero campirano campesino italiano –de dónde lo sacó– . Aparición repentina solitaria de terror ¿otro niño asustado? Maldita marca del miedo.

cita: “Contar historias, es contar mentiras”.

ella, su ponzoña clásica: ¿qué cuenta?, no cuenta nada, ¿dónde mete la Historia?: él: nada. Nunca cuenta nada. Odia contar. Hace literatura pura contra literatura aplicada.

ella, con malicia aplicada, a víbora en respuesta; poco sólido, no corta la Historia en dos –relato, sentido– por acá, acontecimientos por allá, él: no le gustan las referencias, no chapotea en lo imitable. Se soltó desde la cuna.

la casa de Rita: puertas cerradas, persianas bajas. Elías miraba el zaguán de hace unos días, pintado de amarillo clarito, ahí, justo ahí fue el encuentro desesperado, ahí ese amor loco y barrial empezó al claro de luna, le felicidad por favor eso es ahí en ese encuentro, ella tiene las patitas de tero camina sobre la calle no la pisa dejó lejos sus catorce años arrinconada por el mecánico del Hollywood Park historia de Viento del Noroeste, ahora ahí lo mira a Elías, tanto tiempo sin verla se va a lánguido por ella tiene miedo de perderla de ser un pasaje de vida Rita, un pobre pasillo de conventillo que ella evocará, el miedo del presente es el miedo del pasado pero ahora lo mira a Elías con esos ojos almendra que están a punto de llorar flaquita hace muecas de asco cuando come esa cosa de polenta y jamón chuequita él se la come se come toda esa gracia de pollera azul de maricastaña, te faltan las guillerminas Rita y ella mira las gotas en las hojas el zaguán llegará. Ahora contra el azul del cielo Rita respira en traqueteo piernas apenas separadas en la mañana de la lentitud.

El puto miedo. Es viejo, del viejo mundo, es maldito, y por favor, no lo quiero, lo detesto, puto putísimo miedo, puto putísimo fracaso y mierda a sus apólogos.

Que está ahí, es casi una esencia y ponerse las esposas solito tu alma, mandarse a gayola de bueno, de pedir permiso, entregarse a la autoridad por culpa casi esencial, por fidelidad a lo previsible.

Sentado, mira por la ventana, la calle o al vacío o a la ventana de enfrente a la vecina que va a barrido.

ambiciones: fluctuantes, desprolijas, cosas de changuitas, el trabajo alpargata, medio himno protestante, rellenar chamuyo a chamuyo para que no te miren de soslayo lista infinita al alcance de la mano.

cita: “me vuelvo cada vez más duro con los parásitos”.

me pongo la sotana de calle dejo el bunker la cueva el bulín salgo un poco dejo los postigos abiertos pienso en Enriqueta cómo era la olvidamos todos por qué no la evocábamos le daba patadas al gallo y no lo hizo sopa ni puchero alguna que otra patada sobre todo cuando el gallo la iba de chico de trajecito con pantalones cortos casi un niño de piqué como los nietos detestables abejorros del paraíso.

14.2.11

Religión a destiempo, por Mariano Massone






y soy feliz, tanto
como hace tiempo lo era, destituido por norma.

Pier Paolo Pasolini, La religión de mi tiempo


Encuentro una nueva forma de divinidad en cada una de las obras que me interesan. No es por insistir, o quizás si. Pero quizás sea un deseo contenido dentro de mí que se expresa en todos mis escritos: se necesita una nueva forma de creer. Y el problema de la fe es hoy uno de los temas centrales aunque todos quieran mirar para otro lado.

En el documental Jesus Camp. Soldados de Dios se muestra una tarea de aleccionamiento por parte de unos evangelistas hacia unos niños que, vestidos como militares, danzan, gritan, lloran y bailan. Todo de una manera desastrosamente extática. Estos evangelistas relacionan directamente, sin ninguna mediación lógica, la idea de amor a Dios con la guerra de Irak y rechazan un libro por difundir la brujería, ese libro es Harry Potter. Locos hay en todos lados, pero parece que más en Estados Unidos. O quizás los locos norteamericanos tienen un andamiaje simbólico que los locos de nuestro país no tienen. Los de acá se quedan en una simple mueca de oposición a… sin que se les caiga una idea de la cabeza, aunque sea alocada (esto se puede ver en la oposición frígida que tuvieron como posicionamiento ciertos diputados frente al matrimonio gay).

Pero más allá de estos bordes de alocamiento de las religiones creo que es necesario creer en algo. Esas creencias tiñen nuestras opciones, también estéticas, y quizás yo pueda, algún día, trabajar tranquilamente, sin replantearme tanto de qué manera se construye ese mundo simbólico que cada uno puede vivenciar en su cuerpo y que, si tiene las armas suficientes, lo puede traducir en obras de arte.

Pasolini, quizás, puede ser la clave para dar una salida de lo religioso, tal como lo entiende el Vaticano. En el libro Divina Mímesis presenta el ascenso trunco hacia una mímesis con lo real, ya no como real sino como espacio divino. En ese ascenso se irá encontrando con diversos personajes. La rememoración del título a dos libros que trabajan el problema de la divinidad es demasiado obvia. Recordemos el capítulo “La cicatriz de Ulises” de Mímesis de Auerbach donde se contrapone, por un lado, el trabajo con el lenguaje en la épica griega, donde se produce un recorrido de superficie, es decir, la trama se desarrolla a partir de los objetos y los personajes y de su estar y transitar en el mundo (mucho más parecido a lo que, en la poesía argentina de los ochentas, se llamaba objetivismo pero con el dinamismo que esta poesía no tenía, siempre tan fiel al objeto fijo y estático) y, por otro lado, el trabajo con el lenguaje en la épica judía, donde se produce un recorrido en profundidad, donde ya no importa tanto el accionar de los personajes sino cuán hondo cala la palabra de Dios (como un cuchillo que produce un tajo en el cuerpo) en los hombres que son perseguidos por otros hombres. En este sentido, la Biblia tiene una conciencia de la multiplicidad y de la opacidad de la palabra que La Ilíada y La Odisea no tienen. En el siglo XIX, Gustave Flaubert le escribía a Louis Colet una de sus tantas cartas de amor:

"¡No, no soy un hombre antiguo! ¡Los hombres antiguos no tenían enfermedades nerviosas, como yo! Tampoco tú eres la griega, ni la latina; estás más allá: el romanticismo ha pasado por ahí. El cristianismo, aunque queramos negarlo, ha venido a engrandecer todo esto, pero estropeándolo, introduciendo el dolor. El corazón humano no se ensancha sino con una hoja que lo desgarre."
La idea del amor, ya no platónico, sino unido al dolor, según este autor, es causa del cristianismo (podríamos decir que también es causa del barroco, que vio en el momento de la comunión un acto de antropofagia: ahora nos comemos un dedito de Cristo o uno de sus intestinos… y que se renovará cuando Perlongher explique en uno de sus reportajes que se recopilaron en Papeles insumisos que el neobarroco es un tajo textual-sexual en el cuerpo).

Después de todas estas marcas históricas, ¿podemos ser tan ingenuos de pasar la hoja y decir “Dios ha muerto”, lobotomizarnos de esa manera? Es necesario creer sino nos suicidaríamos. La creencia tiene más que ver con un suelo desde donde orientar nuestra vida que con un paradigma bien establecido dictado por el Vaticano. Quizás, podríamos llamarle prejuicios, creencias, plano simbólico o como quiera llamárselo, da lo mismo. Eso es.

Para finalizar, quiero agregar que una sola persona, en una ficción, se dedicó a escribir ese mundo donde Dios realmente había muerto. Ese fue Héctor Libertella en El árbol de Saussure: Mundo utópico pero escalofriante, donde el presente se comía todos los tiempos y sólo quedaban sujetos sin historia, sonámbulos, que sólo se definen por un estar abajo o arriba de un árbol, el de Saussure.

8.2.11

Sobre La piel de Caballo de Ricardo Zelarayán, por Gabriel Cortiñas






A pesar de que Ricardo Zelarayán diga que La piel de Caballo “narra la incursión fugaz en Buenos Aires de un provinciano pequeño burgués, marginal y resentido” (La piel de caballo, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 1999), nosotros nos aventuramos a decir que es mucho más, que esa frase no es más que el esqueleto del personaje, ya que la novela es una muestra fidedigna de un realismo que explota su objeto y no por eso abandona su contexto, no por eso lo encapsula. La piel de Caballo es un trabajo minucioso con el lenguaje y a la vez un rodeo, un intento de definición de la idiosincrasia de una ciudad, intento que se cristaliza en el peronismo, en el tango y en la violencia de una época. Escrita poco tiempo después de la muerte de Perón, es el presagio de algo negro: 1975, el fracaso de la vanguardia política, y todo lo que vino después.

Según Martín Prieto (Breve historia de la literatura argentina, Buenos Aires, Taurus, 2006, cap. XV), la vida nacional para los realistas (y aquí une a Zelarayán con el grupo Literal) no pasa por la representación, por la figura o la idea que sustituye a la realidad, sino que pasa exclusivamente por el lenguaje. De ahí que Zelarayán trabaje con restos de lenguaje, con retazos, que a su vez traen su huella, su marca geográfica, según Laura Estrin: “esa voz que es la geografía que la literatura puede acercarnos” (Prólogo a Lata peinada y otros escritos, Buenos Aires, Argonauta, 2008). Así como Juanito Laguna estaba compuesto por restos de basura, de materiales, Chuck tiene un lenguaje por momentos heterogéneo con fuertes marcas regionales combinadas con un habla más formal y menos colorida: “¿Cómo que no viá salir? (…) Yo estaba medio confundido: ¿A este correntino no me lo habían puesto adrede para tirarle la lengua?” (…) “¡Salí paragua policillón! ¡No te me llevés la putita, no te me la llevés, taquero matero, cachaco tripa verde!” (…) “Y bueno, allí en la misma oficina de atrás del mostrador donde una semana antes el principal me dio aquel golpecito duro de callo como bloque de mármol, me esperaba el mismo Cardoso en mangas de camisa y un cabito idem que se encargó de escribir a máquina mi última declaración…” (La piel de caballo)

Zelarayán compone su personaje de diferentes discursos porque entiende que no existe la propiedad privada del lenguaje y por lo tanto que a un sujeto lo atraviesan infinitos discursos al mismo tiempo. El narrador adapta un habla más regional, emparentada a su origen, a su juventud, para hablar de igual a igual con los policías, para poder “entrar” en el mundo circunstancial que le toca vivir (la comisaría) y pasarla lo mejor posible, sabe que sacando a relucir su provincianismo obtendrá un mejor trato. Pero no deja de demostrar que posee una lengua más “pulida” a la hora de narrar.

Esto es sólo un comienzo, la lengua regional, la voz geográfica, se vuelve (con el transcurso de la novela) en un verdadero monumento vocal (Estrin, ob.cit.). Entra en juego aquello que el mismo autor dijo en el Posfacio con deudas de La obsesión del espacio: “Si la realidad está en alguna parte, está en el lenguaje.” (La obsesión del espacio, Buenos Aires, Atuel, 1997). El realismo de Zelarayán conoce su objeto pero no se queda ahí, va más allá, busca una torsión del mismo, eso, es lo que nos quiere devolver. Francis Ponge decía que la escritura tiene la indefectible pretensión del proverbio, que tiende hacia el objeto, hacia las cosas, que uno escribe para una futura repetición, para una futura utilización de ese objeto: la escritura proverbial. “Creo que cuando se escribe, aún cuando no se haga sino un artículo periodístico, se tiende hacia el proverbio (en el límite, por supuesto). Se pretende que eso sirva varias veces, y en el límite, para todos los públicos, en toda circunstancia, que gane el lance cuando sea bien colocado en una discusión. Incluso en un mercado, quien saca a relucir un proverbio (cuando dos personas discuten), quien emite un proverbio en el momento justo, ha ganado. En eso consiste el juego. Cuando uno escribe parece que en el fondo fuera para eso, ya sea que uno se dé cuenta de ello o no. Así se tiende a una especia de cualidad oracular. Pero entonces ¿cuáles son los verdaderos oráculos? ¿No serían acaso justamente algo distinto de los enigmas, por perfectos que fueran? ¿Acaso no serían los objetos? Las cosas, ¿qué se puede interpretar siempre de cualquier manera? Entonces, desear crear algo que tenga las cualidades del objeto, nada me parece más normal. Se me ha reprochado que tienda hacia el objeto (…) me parece que es en el fondo a lo que tienden (…) todos los que escriben, quienesquiera que sean.” (Francis Ponge, Tentativa Oral, trad. Silvio Mattoni, Córdoba, Alción, 1995). Escritura objeto, escritura utilizable que al igual que el proverbio puede ganar una partida si es utilizada en el momento justo. La máxima de Ponge en su conferencia de 1947 era que “se trata de no pretender más que lo que se encuentra objetivamente realizado.”

Zelarayán dobla la apuesta cuando va más allá de ese objeto. Por momentos toma prestada una voz y construye, como cuando escucha una conversación de borrachos, festeja el acontecimiento porque de ahí saca su materia prima. Pero decíamos que no se queda en ese primer paso de recolector-constructor (como el ejemplo que dimos en el párrafo anterior) sino que iba más allá, y ese más allá es cuando toma un objeto-proverbio y lo rompe, lo transforma, para fabricar otro. Tomando al lenguaje como si fuese vidrio, se sirve de éste en todas sus formas, construye literatura con pequeños restos que encuentra por ahí, en la ciudad, en el campo, en los barrios bajos (la avenida Caseros y el sur, Sarandí), un bar, una oficina; pero además de servirse de estos deshechos toma los objetos más definidos (los dichos, los refranes) y los tritura como al vidrio de una botella para formar otra, rompe el objeto y fabrica otro. Al parecer, algo del orden de lo real no es lo que parece. De lejos un caballo regalado pero de cerca un caballo desbocado, algo ha cambiado. Si el contexto había que buscarlo en el propio texto, en sus huellas lingüísticas, La piel de caballo es la piel rota de un habla: “A caballo desbocado no se le miden los trotes”, “¡Más porteña será tu madre! ¡La boca se te haga a un lado…”, “¡No hay peor mudo que el que no quiere hablar!”, “Abro y se mete nomás como Pedro por su casa.”, “¡Cuando hay hambre no hay pan duro, ni blando!” (La obsesión del espacio)

La prosa de Ricardo Zelarayán es poesía que pide ser leída en voz alta, y este mismo trabajo que veíamos con los refranes (con los objetos-proverbios bien definidos) también lo vemos de forma más solapada con el tango. Por momentos pareciera que en la novela se filtra la voz de Julio Sosa (“la milonga entre magnates con sus locas tentaciones”) cantando un fragmento de Mano a mano (1918): “¡La milonga entre bacanes y la pelota entre grandotes!”. Y aún más visible es con el tango Tiempos Viejos de Manuel Romero y Francisco Canaro (1926) que dice “dónde están los muchachos de entonces/ barra vieja de ayer/ dónde está/ yo y vos solo quedamos hermano/ yo y vos solos/ para recordar/ te acordás las mujeres aquellas/ minas fieles de gran corazón/ en los bailes del aura peleaban/ cada cual defendiendo su amor”: “¿Dónde estarán los amantes de entonces, dónde el amor al raso, dónde el amor campiriño, ahuyentado del barrio? Y mis amigos frescos de entonces… La barra del remolcador… ¿Dónde el Jeta´e Bagre? ¿Dónde la Chirusita Alcira? ¿Y el Reynaldo y el Carmelo?” (La piel de caballo)

La novela –si es que se la puede llamar así– se abre y se cierra con un episodio de violencia desmedida e injustificada, al menos desde el punto de vista de la narración. Esto no es un dato menor, ya que como habíamos adelantado al principio, se escribe entre el mes de diciembre de 1974 y enero de 1975, pocos meses después de la muerte de Peron. Momento de la historia argentina donde se cruzan el ápice de la lucha armada y la antesala de la dictadura más sangrienta de la historia. Recordemos que durante ese año (1975) se llevará a cabo el llamado “Operativo Independencia” en la Provincia de Tucumán donde se enfrentarán la compañía de monte “Ramón Rosa Jiménez” del E. R. P y las FF. AA cuyo comandante en jefe ya era Jorge Rafael Videla.

La escena final del colectivo representa una paródica lucha de clases (entre el tuerca y el colectivero) que no sólo no es apoyada por el protagonista sino que ni siquiera es comprendida: el combate desopilante se lo presenta como una farsa. Nancy Fernández dijo que Zelarayán: “evoca la primera y la tercera presidencia peronista” (Fernández, Nancy, Cucurto y Zelarayán, En Rev. El interpretador Nº29, Diciembre, 2006), en La piel de Caballo decimos que más que la primera y tercera presidencia peronista (sin negar las referencias textuales que existen en la novela) lo que está presente es la coyuntura política donde los actores han cambiado. Por eso el protagonista dirá: “¡Cómo se me han desteñido los cabecitas del 17!”. Y Chuck, no comprenderá a la juventud (viendo a ésta como suicida y utópica) que lejos de una reforma, va por el todo y osa pedir la revolución: “¡Una manifestación ingresaba rumorosa por el costado del prado irlandés! (…) ¡Y giraron disciplinadamente! (…) Las hormiguitas humanas seguían dócilmente su senda por el verde campito hacia allá, a lo lejos, donde ondeaba una bandera roja y se divisaba una mesa sobre el pasto con tres hombrecitos, uno de ellos vociferando megáfono en mano.”

La crisis ideológica, personal y nacional de la que hablaba en el prólogo de la novela se hace presente continuamente. El personaje no comprende a los actores políticos que a su vez no comprenden al sujeto social. Tanto Pilar Calveiro en Política y/o violencia (2005) como Eduardo Weisz en El PRT-ERP (2006) sostienen que algunas de las claves para entender la derrota de la vanguardia política en los años 70 son: exceso de militarismo, falta de política e imposibilidad de comprender al sujeto social. Esto sumado al reflujo de masas del año 75 y a la cruenta ofensiva de las FF. AA. Algo de esto, de lo que será la antesala del genocidio posterior, brota inocentemente en la novela de Zelarayán: “De pronto la Chirucita llora. “¡Vamos a buscarlo al Jeta entre los dos, flaco, prometeme!” “Ya te he dicho que sí”, le contesto. “Mirá flaco, si ahora apareciera el Jeta, ¡te juro que me daría miedo como si fuera un aparecido!” La piel de caballo

Lukacs dijo que “Una poesía de las cosas, independiente de los individuos, de los destinos individuales, no existe en literatura.” Cuando hablamos del trabajo que Zelarayán hace con el objeto, tomamos por éste al proverbio-objeto, a los refranes, a los dichos y en menor grado a las letras de tango como aquello que es creado para su utilización y re-utilización futura, de la misma manera en que se crea un vaso (Ponge). Si para Zelarayán no habría mediación u idea de representación más que el lenguaje en tanto que realidad, lo histórico en La piel de caballo ingresa –está inscripto– en esa rotura de la lengua, de esos objetos de lenguaje.