11.11.10

Parranda, por Hugo Savino






Sobre Parranda, de Gabriela Goldberg (Vox, 2010)


En la guerra de la poesía, en la celebración de la poesía, tan organizada, con sus poetas oficiales, con sus poetas rebeldes subvencionados, con sus líricos transidos, con sus directores, sus malditos, cada tanto cae un libro escrito. Que no entra en esas categorías. Un libro que no le habla a la poesía, un libro que hace poemas. Un libro solo, que “en el embrollo” sorprende porque no viene del estilo, no, y no se sabe bien de dónde viene. No sabemos el origen. ¿Y para qué? Los libros que no vienen del estilo tardan un tiempo en ser leídos. No están en el código. Parranda viene con sus líneas de “flecos flores”. Gabriela Goldberg pone el poema en la línea, enrosca las frases en canto, trae “los encantos más queridos”, a veces rotos, a veces vienen en preguntas, hilachas /a/ la luz”, pequeñas bellezas de la línea. El hallazgo de una línea que lleva a otra línea y que uno se lee en voz alta: “en chuzas / la despeinaron / al fondo de las hojas / el cuerpo la vira / mancha”. Parranda tiene una violencia de escenas, de detalles: “envidia torva”, la rozadura del “rencor que se anilla”, es también una evocación del tiempo perdido: “acaso vuelquen las frases apiladas / o granice / sobre la mesa puesta una charla sosa / de pobre”. Es un libro de la acrobacia de la vida. Acá todos “empilchamos con lo puesto”. Del humor de la retrospectiva: “¡clo clo! traición!”. Ninguna teoría del humor, ni de la evocación ni de la violencia. Es un transitar en las líneas. Por eso es un libro anti-celebratorio de la poesía. Muchos creen romper todo y no hacen más que servirle al filósofo un poema de la poesía. Hay mucho kitsch poético envasado en forma de ruptura. Parranda no viene de ningún lugar no va a ningún lugar, es un poema refractario porque no imita nada. Leo estos poemas como anotaciones de sueños, o viñetas del paisaje. Momentos desparramados que se juntan en la lectura. Se hilan. Y me cuento una fábula. Los poemas no me cuentan nada, me sugieren una narración desflecada. Son poemas escritos con la realidad, poemas que sugieren el presente de lo vivido y que rascan en la “flaca memoria”. Me traen una visión. Veo y escucho lo que leo. El mundo Parranda se pone a potrear, en un perder el tiempo de “cazar mariposas”, de sombreos y mediodías: “potrear la tarde / al sol / hacer paisaje”, destino de vagabundeo por el sólo hecho de una vida privada. Parranda tiene algo de asocial, de incitación a apartarse. De movimiento para no dejarse atrapar. No predica lo amuchado, no predica nada. Son “dedos que repasan las batallas”, pequeñas incrustaciones de rabia crujida, sonoridades. Batahola que hace poema.