27.11.10

La música de Hugo Savino, por Javier Fernández Paupy



Y uno habla con gente que no tiene ni idea de estas cosas: tener ganas de escribir: y boyar de un café al otro, con una libreta en la mano: pescando lo que se puede. La libreta como un carromato: meto todo ahí.

Hugo Savino. Salto de mata.


La lengua es algo del orden de la experiencia. Hugo Savino lo sabe y arremete contra todos esos representantes del cansancio bibliográfico en Salto de mata (Letranómada, 2010). 160 páginas de pura música. Porque la lengua es algo del orden de los sentidos. No una jerga de periodistas culturales, ni el andamiaje policial de educadores a sueldo, burócratas de las humanidades o legisladores universitarios. Tampoco pedantes y aburridos trabalenguas hegelianos-estructuralistas-semióticos-lacanianos-marxistas. Las teorías son esos conocimientos inútiles a toda aplicación. Porque un autor es un autor. Y un teórico, en cambio, es ese que repite ideas inertes y se esfuerza y consuela por aplicarlas a tal o cual obra. Un trabajo forzado, el de éste; empedernido labor de libertad, pasión y asombro, el de aquel. Hay que leer Salto de mata: estilos de traducción y traducción de estilos. Savino, amante de las palabras, hace de los retratos poema. Hace el poema en el retrato. Un libro de una libertad inaudita, tristemente desacostumbrada, que escandaliza el prolijo aburrimiento y el amparo de la cita de autoridad, ese lugar privilegiado del narcisismo onanista intelectual. Más que para reseñadores matriculados, para lectores voraces capaces de cruzar obras y estéticas, “sin pedirle permiso” a nadie. Ritmo y oído. Ni “autoridades sugeridoras” ni “representantes institucionales”. Tonos y música. Elogio de la lectura y del lector ingobernable cuya única guisa es el gusto. Sus páginas reivindican –vindican, se vengan y se burlan de, toman por asalto– el placer de la lectura, actividad que al leer sus páginas no nos parece en vías de extinción. Voz de un autor que se llama Hugo Savino. Porque un autor vale por sus obras. Por la cadencia de su fraseo. Lo que escribe y publica es su diario personal, su más cara libreta de notas, su cuaderno de guerra. Nos van a ver reír en este réquiem, leyendo Salto de mata, conmovidos por el elogio –inusual, agradecido, potentísimo– de un lector: porque no sólo el lenguaje sino también la lectura es algo del orden de la experiencia. En Salto de mata la lectura es una experiencia de los sentidos. Un libro para escuchar. La sintaxis de Savino es desprejuiciada. Si como traductor evita “las trampas de la exactitud”, como autor combate los espejismos de una domesticación lectora. Para los que todavía creen en la capacidad de los libros –cuando verdaderos, objetos peligrosos– de cambiar vidas y delinear destinos. Nada del culturalismo que nos impide sentir y pensar libremente. En Salto de mata hay humor, desenfado, sabor, pasión, placer de lectura. Hay también del enojo hacia una sordera imperante y de moda. Allá las modas. Un clásico es otra cosa. Una huída constante hacia el gusto. Hugo Savino recupera un tono que parecía perdido de la causerie argentina. Nos van a ver leer Salto de mata en este réquiem, entre risas.