15.4.10

Del sistema literario y del campo cultural, por Juan Dos






A fines de la década del 20, Mariátegui publica en Perú los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Tomemos El proceso de la literatura (ensayo séptimo). Mariátegui cumple 34 años y lleva leído y razonado lo suficiente para procesar la esfera literaria de su tierra natal. Las atentas lecturas marxistas, a diferencia de Borges lo conducen a organizar y ejecutar un proceso debidamente articulado, nexado a otros seis ensayos de realidad interpretada que vinculen la totalidad contextual de la producción peruana. El proyecto político y el proyecto cultural convergen en la fundación de dos revistas que interaccionan a modo de barricada. Una obrera, barricada activista. La otra cultural, barricada crítica. Durante los veintes, en lo fundamental, la ensayística de Borges pertenece a otro corte. Borges es un poeta y un teórico. Pero desde distintos márgenes, los dos cumplen el objetivo como francotiradores del sistema literario y del campo cultural. Borges a comienzos del decenio y Mariátegui al final.

La década 1920-1930 no responde a la introspección de un tiempo quieto, normal, burocrático, sensible a las torres de marfil. De pronto San Pablo, Lima y Buenos Aires instigan el debate intelectual y la torre asemeja una cosa solitaria y aristocrática. Tan distante de Girondo, la lucha por la hegemonía del campo cultural librada por Mariátegui es motorizada con genuino afán de justicia, no de escándalo. “La cuestión indígena arranca de nuestra economía, tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra” (Siete ensayos de…). Entonces si para Borges (ni hablar de Girondo) el paisaje proyecta sólo la condecoración verbal que otorgamos a la visualidad que nos rodea (o bien es un diseño más o menos constante, a lo Burroughs –Expreso Nova, 1964-, ese Macedonio de la beat generation), para Mariátegui sobreviene un problema grave y urgente a resolver, por lo que aparta a Girondo del coro revolucionario de Maiakovski: “Hace bien en no tomarse las cosas en serio” (Oliverio Girondo, Crítica literaria). Y por lo que luego, explicando el modo en que el artista antes de apoyar la pugna clasista repudia y reacciona contra el presente en nombre de su nostalgia del pasado, entiende: no hay liberación del arte sin liberación del trabajo (ob.cit.).

En las antípodas del órgano de la central surrealista, al abrir de entrada sus brazos al pueblo, Amauta no conforma cenáculo. “Cenáculo” entendido a lo Pezzoni, como guardia, guarida, defensa empecinada del territorio conquistado (ob.cit.). Pobre, triste malversación típica del operador vanguardista, evitada por Borges y Vallejo con ese otro vanguardismo (vanguardia de un solo hombre), extremo, depurador del residuo pueril que termina burocratizando las rupturas. Ni al censor solitario ni tampoco al militante le interesa usufructuar el centro del sistema. La honda ruptura formal de la investigación verbal plasmada por Borges y Vallejo elude la institucionalización porque no se detiene ni en dos o tres recursos experimentales ni en la afanosa explotación comercial de una pericia. Son escrituras blindadas imposibles de cooptar. Por la dura resistencia ofrecida a los canones estándar de la lengua y su indiferencia al confort intelectual, neutralizan, ofuscan el proceso de normalización que suele asediarlas.

Además, argumenta César Vallejo en Autopsia del superrealismo (febrero de 1930, París), nunca el pensamiento de la esfera social se fraccionó en tantas y fugaces fórmulas (naturalismo, simbolismo, expresionismo, futurismo, cubismo, dadaísmo, surrealismo, imaginismo, al punto que Ulrich exclamaría: “había empezado un tiempo nuevo (a cada instante)”), por lo que lógicamente, Vallejo, vincula esta disgregación modernista al ocaso (infatigable) del capitalismo, o identifica el vicio del cenáculo, los estereotipos y los juegos cerebrales producto de la inteligencia de salón, como síntomas de la decadencia crepuscular de las financieras occidentales. ¿Por qué cambiar la reclusión académica por el carnet de la capilla o la contraseña de un grupo metodológico? Cuatro años antes que Cesar Vallejo Artaud denunciaba los vicios cenaculares de la mascarada del bleuff surrealista. Demasiado poco despreciaba la vida Artaud para creer que cualquier transformación desarrollada en el marco apariencial de lo “visible” pudiese alterar la detestable condición humana. Demasiado bien sabía que las mejores conspiraciones suelen ser las más improbables. Artaud condena el ingreso de sus “amigos” al PC. Vallejo repite la condena, la aplicación de un marxismo duro lo induce a pronunciarse en contra. Y sin embargo, mientras Artaud desestima las bases materialistas de la ideología proletaria, Vallejo parte justo de ella.