11.9.07

Los ecos de la movilidad, por Juan Leotta




En su artículo “Traducción: literatura y literalidad”, Octavio Paz retoma varias de las ideas más difundidas del corpus canónico (Benjamín inclusive) de la teoría de la traducción contemporánea. Glosadas sin citas, escamoteadas en una apariencia de argumentación ex nihilo, a partir de ellas despliega Paz –objeto y productor de traducciones, valga aclarar- una abierta defensa de la posibilidad de traducir poesía.

A efectos de una presentación del tema –funcional al público amplio que se halla dirigido el artículo-, Paz presenta una historización de las concepciones de traducción. Esquematización y simplismo, según podemos comprobar, son dos características importantes de dicha operación inicial.

En la Antigüedad, primer momento considerado, la traducción supone a juicio de Paz una confianza última en la unidad del espíritu humano. Así como para Pascal la diversidad de religiones contribuye al cristianismo aportando una prueba de la verdad de la existencia de Dios, de igual modo la diversidad de lenguas encuentra en la traducción el señalamiento de una esencia humana sin fronteras lingüísticas. En palabras del texto: “la universalidad del espíritu era la respuesta a la confusión babélica”. Los cambios de la Modernidad, a su tiempo, conllevan una reformulación de la concepción de la traducción. El descubrimiento de la multiplicidad de lenguas y culturas convierte a la traducción en una instancia de mostración de la singularidad de cada lengua, de cada cultura. A la par que el sujeto deja de reconocerse en la naturaleza, también deja de reconocerse en sus semejantes. Nace así una suerte de conciencia de la alteridad que tienen a la traducción como uno de los momentos de mayor evidenciación.

Los avances de la antropología y sobre todo de la lingüística no cierran, de modo alguno, las perspectivas de la empresa de la traducción. Si bien la superstición en una traducción exacta se vuelve a todas luces invisible, surge otro modo de conceptuar y relacionar los elementos en juego. Anclado en la lingüística estructural, Paz propone –esta vez con nombre- concebir el vínculo entre el original y la traducción bajo la esfera de los procedimientos metonímicos-metafóricos trabajados por Roman Jakobson. “El texto original”, leemos en el artículo, “jamás reaparece (sería imposible) en la otra lengua; no obstante, está presente siempre porque la traducción, sin decirlo, lo menciona constantemente o lo convierte en un objeto verbal que, aunque distinto, lo reproduce: metonimia o metáfora”.
En este punto, para reafirmar específicamente la traducibilidad de la poesía, parte de la lógica argumentativa delineada por Paz se sustenta en la construcción de una teoría tradicional de la traducción: entelequia a la cual él, previsiblemente, va a oponerse. Dicha teoría, encarnada principalmente en Georges Mounin, autor de Problèmes thèoriques de la traduction, postula como es sabido la imposibilidad de traducir más que el sentido denotativo de la poesía. Nada del orden del sentido connotativo –ecos, reflejos, correspondencias- parecería poder ser siquiera abordado por la traducción. Ahora bien, Paz, haciéndose eco de la deontología benjaminiana de “La tarea del traductor”, acepta la escisión de Mounin pero al mismo tiempo afirma que “los significados connotativos pueden preservarse si el poeta-traductor logra reproducir la situación verbal, el contexto poético, en que se engastan”. En este sentido, como otrora en Benjamín, se vuelve clave la iniciativa del traductor.

Así planteadas las cosas, la figura del traductor –como, en menor medida, la del crítico- resulta equiparable a la del poeta. Creación poética y traducción poética son operaciones de una misma naturaleza, pero de dirección diversa. Así como el poeta provoca una detención de los signos lingüísticos (inmovilidad que desata, paradójicamente, la movilidad de los significados), el traductor se ve obligado a recurrir otra vez al lenguaje vivo para reproducir, esta vez ya en la lengua de llegada, un eco o resonancia del original. La traducción quedaría definida así como una recreación cuyo único límite es el poema original. Y la crítica, por su parte, constituiría una especie de versión libre de la obra literaria.