5.6.25

Sobre literatura argentina, por Néstor Sánchez

 

 

¿Qué opina del llamado “boom” de la literatura argentina?

El llamado “boom” ha representado, en alguna medida, un buen negocio algo parcial y bastante contradictorio, para unos pocos sellos editores. Asistidos por el azar –o por esa espantosa necesidad de “inventar la noticia”– ciertas revistas redactadas por poetas y escritores un poco desalentados de la actividad estética no remunerada, iniciaron el fenómeno sumando inflación a la retórica de la contemporaneidad absoluta. Reaparecieron, con mayor desenfado y menos autenticidad, los lugares comunes de todas las revistas literarias de “vanguardia” editadas en el país. De esta manera, me parece, la masa que va de odontólogos a psicoanalistas –con sus numerosos estratos en crecimiento de avidez– tuvo una vaga impresión de inteligencia propia, de gusto, de entusiasmo literario. De ahí que los libros más vendidos en los últimos años difieran tanto entre sí. Recuerdo, por ejemplo, cierta lista de best sellers de unos pocos meses atrás: en ella figuraba un libro de Arlt, otro de Marcuse y otro de Huxley.

Creo que las ventas bajan y bajarán porque el aluvión de papel escrito por cualquiera sobrepasó toda esperanza de cultura propia. Por otra parte: la poesía no se ha vendido más, y ahí están los verdaderos lectores. Tal vez tengan que crearse nuevas revistas con nuevos escribas desalentados y entonces volverá a entenderse que la literatura no es ni ha sido nunca una actividad ni un tema privilegiado, que no existe razón para que despierte un interés mayor que una sonata para piano. Lo contrario sería recaer en los dominios de Sartre proponiendo un destino mesiánico a un hombre que sólo puede pretender descifrar (con un instrumento tan limitado como es la respiración de una lengua) esa cosa un poco extraña que es su relación con la diversidad del mundo durante una vida tan cortita.

¿Existe crítica literaria en la Argentina?

La crítica literaria, tal cual aparece habilitada por nuestra precarísima noción de cultura heredada de la vejez europea, existe de por sí cuando un señor se sienta frente a una máquina de escribir a explicar por qué él no escribe un libro mejor que el comentado. Después existen sociólogos sin empleo –absolutamente convencidos de la comunicación- y que se dedican a escribir más largo, con más bibliografía, con muchas esperanzas de imponerle una preceptiva a ese pobre tipo dedicado a los reinos de la imaginación en prosa, o en verso. En nuestro país no puede haber crítica porque hasta hace muy poco el noventa y ocho por ciento de lo escrito en libros se podía, a su vez, contar por teléfono. Un crítico sería antes que nada un mediador, un adelantado; desde este punto de vista es casi inimaginable porque tiene que tratarse de una persona con humildad casi patológica, con disponibilidad real para reavivar en él la experiencia. Morirá solo y pobre, en un país como el nuestro.

¿Cuáles son sus proyectos inmediatos? 

Mis proyectos son: terminar un libro de “monólogos” sobre mi experiencia de escritura sobre la base de notas que he ido acumulando en cuadernos con espiral de alambre, durante cada uno de mis tres libros. Al mismo tiempo escribo algo que podrían llamarse relatos pero que en realidad no lo son aunque integrarán, alguna vez, un volumen.

¿Cuál es para usted el mejor libro de ficción narrativa publicado en la Argentina en 1969? ¿Por qué?

El amhor, los orsinis y la muerte, Sudamericana, 1969. Porque se parece mucho al libro que quería leer hasta antes de escribirlo.

 

Tomado de: Los libros, ENERO/1970

22.5.25

Entrecruzados, por Cecilia Bainotto

 

 

¿Quién dirá que entiende lo que ocultaban y disfrazaban los dedos en las flores?

Delmore Schwartz

 

 

 

De Colonia a Barracas

 

 

Una compañera de trabajo bastante cercana me invitó a su casa para celebrar su cumpleaños. Vivía en Barracas.

   La reunión era amena, con cosas ricas, en un patio con plantas en macetas y baldosas negras y blancas relucientes.

   Llegó la hora del ritual, y Virginia, así se llamaba, traía en sus manos una bandeja con una torta adornada con firuletes de crema chantilly, moka y chocolate. Una torta de cumpleaños. Lo cierto que estaba muy rica y preguntamos cómo había sido el “work baker”.

   “Les puedo contar cómo la hice, pero nunca el resultado será igual a este” un poco misteriosa y en tono risueño.

   ¡Epa! Hasta un margen de posible ínfula se le podía dar. Después de todo era su cumpleaños.

   “La epopeya de la torta” podría llamarse aquella anécdota.

   Ella, Virginia, nos contó que pocas horas antes, en el traspaso de una bandeja a otra, esa torta impecable en la forma se había caído al piso. Desesperada y decidida juntó los pedazos de bizcochuelo y con una cuchara parte del relleno. Rearmó esa preparación informe de crema y nueces. La torta original era redonda decorada con merengue italiano y la rearmada era cuadrada decorada con cremas hechas a último momento que por razones de temperatura no lograban el punto justo.

   El bizcochuelo estaba exquisito, Virginia era una hábil repostera y sabía improvisar con variados o pocos ingredientes. Han pasado 40 años de esa accidentada e improvisada torta de cumpleaños de Virginia. Por un tiempo el episodio fue recordado “La razón de mi esmero fue por ustedes” nos decía.

 

Diez años antes –invierno de 1975– un evento musical, marcado por la improvisación y accidentada organización, fue uno de los espectáculos mayores de jazz de los que “la cultura de masas” tenga recuerdo. La magia que sintieron más de 1400 personas en el Opera House de Colonia, Alemania occidental, se recrea al escuchar grabaciones de ese concierto, la reproducción técnica de la música que disfrutamos sin haber estado en el lugar con más de 4 millones de copias.

   No obstante, en el concierto de Keith Jarret la contingencia pasó a ser anécdota –que dio para película y ríos de tinta– y la improvisación del músico con mezcla de jazz, góspel, blues y bebop lo consagró como uno de los pianistas más notables del género.

   El piano no era el adecuado. Era un piano para ensayos y requería horas de afinación.

   Keith Jarret daba su concierto con las contorsiones y gemidos que son parte de la prolongación de su cuerpo en el piano o a la inversa, más allá que ese piano en particular no lo merecía: No era el Bôsendorfer Imperial que se había pactado y Jarret, extenuado, estuvo a punto de retirarse.

   Apareció Vera Brandes, la joven organizadora del espectáculo y suplicante le rogó al pianista que no lo hiciera. Keith Jarret bajó el vidrio de la ventanilla del automóvil, la miró, y le dijo “Bien, lo hago por vos”.

   Después lo hizo por todos y la interpretación virtuosa del pianista parió un espectáculo que conectó con las emociones de los oyentes aún con teclas viejas y metálicas de ese piano inapropiado.

   ¿Qué pasó realmente para que todos fueran malentendidos en la acción o todo fuera una pre música desafinada? Jarret pudo desarticular esos enredos que atentaban contra sus nervios y la creatividad se impuso.

   Quizá la celebración del Día del Jazz el pasado 2 de mayo, y por ser amante de este género en el que la improvisación y la libertad son su “alma”, sea el impulso de hacer una libre asociación desde la accidentada torta de cumpleaños de Virginia hacia un punto físico de imposible encuentro pero si  posible en la imaginación.

   Creatividad y resolución bajo condiciones adversas.

   Con las últimas notas armoniosas del piano de Jarret me pregunto si la falta de planificación de aquel espectáculo no fue la réplica sin música de la improvisación misma que es el jazz.

 

Colonia, Alemania , enero 1975 / Buenos Aires, enero 1985.

 

 

Por el ojo de la cerradura

 

En mi casa, la de chica, se pronunciaban muchas palabras con erre; mamarracho, mamá es el rancho, rimbombante, en cinta ribonet, pachorra no era chorra, apenas cleptómana de chocolates, rutilante, los ojos de Dante, será por eso que nos gustaba la paella de arroz que hacía tía Rendú. Otra tía inefable hacía bordados en rococó. Las erres con el tiempo pasaron a eres y la vibrancia se fue apagando en el renacer de otras sutilezas. En todos despertó un impulso vital por la limpieza. Los vidrios eran transparentes, en los pisos se podía comer, y las sábanas perfumadas invitaban no solo al descanso, sino a imaginarlas como telones de juegos de a dos. ¡Uno por vez! apuntaban las tías cómplices y mamá asentía, pero quedaba descolgada cuando papá salía. La disposición de las cosas había cambiado lo que implicaba una intención de movimiento y entre los nuevos espacios que aquellas dejaban nos espiábamos, nos espiábamos cuando nos vestíamos, el perfume que usábamos, las risitas entre las amigas de las que alguna de mis hermanas o yo, o mamá, o algunas de las tías quedábamos excluidas. A mayor exclusión, mayor protagonismo en el motivo de las risas. La abuela estaba en otra. Sentada en el banco de la vereda veía pasar la vida con olor a jabón, vestido floreado y los pies entalcados. Un primor de limpia y perfumada. Papá salía muchas veces por las noches y mamá jugaba a la canasta con amigas y con mis hermanas. Por mi parte, planeando alguna fuga mayor. Tía Rendú ya no vivía en la casa y en su contacto con médicos, era enfermera de la Cruz Roja, pasaba las últimas novedades medicinales para que la abuela siguiera firme en el banco. Beba, la otra tía, entre el rococó y sus novios, era la encargada de organizar fiestas en clubes y en la propia casa. Fiestas inmejorables que por años los invitados recordaron y sobre todo una en la que dos matrimonios amigos se fueron con ropas equivocadas. Ese fue el punto de inflexión y las fiestas se hicieron menos frecuentes. La abuela se fue para siempre, la tía que organizaba fiestas se casó, papá emigró a otros pueblos al igual que yo, que dejé la casa materna para siempre. En la migración frecuente que planteaba la ciudad, grande y desconocida, veía que las cosas se movían, guardaba los zapatos en el fondo de placar, o en un botinero de un pasillo, los bolsos y valijas podían estar arriba o debajo de estanterías, la cama apuntaba hacia el norte o hacia el sur y todo era así, un reacomodo al espacio físico en el que vivía. Y descubrí cierta magia en el cambio que se producía al girar el picaporte de cada puerta. En apariencia, puertas parecidas de madera oscura como son las puertas de departamentos en los edificios. Pero el cambio estaba en el interior de esas viviendas, en la luz del día quebrada por singular arquitectura, en los espejos de cada casa a la que me mudaba y que reflejaban mi inmersión en algo nuevo. Algunas veces, un detalle de la casa materna reverberaba en aquellos.

   

 

 

21.5.25

Viel Temperley: Estado de Comunión, por Sergio Bizzio.

 

 

Viel Temperley nació en Buenos Aires en 1933. Con su primer libro, a los 23 años, obtuvo la Faja de Honor de la SADE. Entre ese libro y el último volaron 30 años. Sus lectores, pocos, hablan de Viel como uno de los mejores actuales. Ahora –el presente vale– llega de una sesión de rayos y está en la cama, una frazada prolijamente doblada a la altura del pecho.

–Ojoó– hace, sonriendo, y en el piso suena el teléfono.

Por todas partes hay pequeños cuadros pintados por él o por Luisa, su mujer. Hay una biblioteca fina y alta rodeada de fotografías y un Cristo azul acosado por un bosquecillo de plantas sin flores. Viel no es un poeta de cuchicheo mallarmeano. No dice “un texto por fin real que será la explicación órfica de la tierra”, ni “un Cosmos organizado bajo el signo de la belleza”. Él dice: “lo mío tenía que ser todo un mundo”. (Tiempo atrás, hojeando la novela de un sabio, rozado yo por el eco de su éxito, se me ocurrió que la percepción de la belleza tiene que ver más con las sensaciones que con el juicio –lábil ocurrencia, pero me gusta esa antigüedad. ¿No hay un dios que desaparece automáticamente si se lo toca demasiado?). Y si habla de sus libros –en este caso Legión Extranjera (1978), Crawl (1982) y Hospital Británico (1986)–, hace justamente lo contrario de las gentes que, diría Arreola, caen unas en brazos de otras sin detallar la aventura.

–Desenchufá –pide–. No quiero que me interrumpan.

Le digo que parece que hubiera entrado en escena de golpe, en este último año, cuando tiene nueve libros editados.

–Creo que eso es culpa mía. No hice ningún movimiento para acercarme. No estuve en ningún grupo. Siempre rehuí las presentaciones. Y hasta Carta de Marear, que apareció en 1978, había publicado cinco libros... pero yo tenía la intención de romper mi poesía; la notaba demasiado rígida, como atada a un molde, un principio, un medio, un fin: sabía qué iba a decir. Después pasé a decir, a ver, empezó a interesarme la poesía que me permitía no solamente esconderme sino evadirme y hacer un mundo, tener un mundo.

–¿Evadirte de qué?

–De lo excesivamente claro. Yo me destrozo en cada imagen para esconderme, pero dejo (por ejemplo en Legión Extranjera) citas y personajes que hacen de distintos poemas un solo poema. Así que después de esto, cuando tuve oportunidad de mandar todo al diablo, me encierro con un título, Crawl, y la intención de dar un testimonio de mi fe en Cristo, al que nunca había nombrado: decía “Dios”; un dios panteísta, no el hijo, el hombre. Y el hecho es que me encuentro con mi poesía al no saber cómo hacerla. Termino explicando cómo se nada, cómo poner una mano al nadar... Pero descubro que para escribir Crawl tengo que aprender a rezar, y empiezo a tener una relación distinta con la oración y con el aliento. Y al fin de todo consigo mencionarlo como “éste” o “ése”, con minúscula, porque en aquel momento de mi vida espiritual hubiera sido una mentira poner reiteradamente “Jesucristo”. A lo largo del libro lo nombro una sola vez. Yo no era dueño de ese nombre.

–Más que la búsqueda de El Nombre parece la búsqueda de un nombre. ¿O pensás que sos un poeta religioso?

–¿Un poeta religioso? No. De ninguna manera. Seré un místico, un poeta surrealista, cualquier cosa, pero no religioso. Hablo de marineros y de nadadores. Jesucristo aparece a través de un rufián, de un vago, de un bañero. Pongo “Besarme el rostro en Jesucristo” queriendo decir que Cristo me había llevado a besarme a mí mismo en él. En él, pero a mí mismo, eso es lo que me interesa. No me dirijo a él dejando de lado mi amor por esa chica al lado de la lámpara: lo busco ahí. Me bastó con haberlo puesto una vez. Di testimonio. Macanudo. Ya después me copo con la tapa, con el marinero de la caja de cigarros John Player... Yo creía que existía. Me lo había presentado un tío en una pieza empapelada con flores. Y recuerdo que lo quise. Pero ahí dejé de verlo y no volví a encontrarlo hasta mucho tiempo después en un atado de cigarrillos. Había soñado con él, y lo tomé como la cara de Cristo. Dios es idéntico a un marinero, tal vez un marinero judío, por la mandíbula tan fuerte, cuadrada. En lugar de un salvavidas, entonces, le pedí a un amigo que dibujara una corona de espinas. Finalmente, se me ocurrió acompañarlo con la diagramación. Si mirás Crawl arriba es como un cuerpo que va nadando. Yo desplegaba el poema en el suelo y me paraba en una silla para ver dónde había algo que se saliera del dibujo. Me pasaba horas arriba de la silla fumando y mirando, y corrigiendo para que tuviera esa forma. Incluso trato de que las estrofas no tengan puntos hasta la tercera parte, porque quería que fuera un respirar, quería que cada brazada fuera una respiración. Solamente al final, cuando habla con otros hombres, hay puntos y cortes. Pero donde es pura natación, son estrofas.

–¿Y en cuanto al leit motiv “Vengo de comulgar y estoy en éxtasis”?

–Eso sucedió un día en que estaba terriblemente angustiado y me metí en el Santísimo, la iglesia que está acá atrás del Kavanagh. Sin embargo no soporté estar ahí adentro. Salí, me senté en el pasto, en la plaza, y tuve de pronto una sensación de éxtasis extraordinaria... Y me dije que ese era el motivo para empezar cada parte. Y en la primera sigue “aunque comulgué como un ahogado”. Eso, como un ahogado... Otra vez, yo venía caminando por el puerto, y entre una fila de plátanos sentí un ataque de Dios, el golpe de Dios, y me puse a llorar. Hay un plátano en Crawl. También recuerdo que cuando yo era muy chico vivía en Vicente López, y todas las mañanas mamá me llevaba al río, cargado en la espalda. Yo todavía no sabía caminar. Y un día me caí al agua. Recuerdo que estaba sentado debajo del agua en paz, sin extrañar absolutamente la vida, la respiración, el mundo. Lo único que sentía era el éxtasis de ver una pared color tierra cruzada por el sol: era un manto anaranjado que yo tenía ante los ojos. Y era feliz.

–En El Nadador escribís “...agua tan azul que el hombre / entraba en ella y respiraba”.

–Respira el cielo. Por eso en Crawl me quedo tranquilo hasta que un día nublado estoy en una playa y al cerrar los ojos sale el sol y veo dos figuras blanquísimas, y me dije que iba a escribir acerca de esos dos tipos haciendo guardia en la arena. Ese libro sería Hospital Británico. Yo estuve en el Británico. Caí enfermo cuando vi a mamá que quería morirse, y murió cuatro días después de que a mí me trepanaran. Habíamos pasado tres meses los dos tirados en la cama. Bueno, me operan del mate y a los dos o tres días salgo al jardín. Iba del brazo de mi mujer. Nos sentamos delante de un pabellón, al que llamo Pabellón Rosetto. Volaban unas mariposas y había unos eucaliptus muy hermosos, nada más que esto, y fui rodeado y traspasado por una sensación de amor tan intensa que me arruinó la vida en el mundo.

–¿Cómo?

–Sí, la sensación de estar rodeado por cielo, y de que ese cielo me tocara como carne, y que podía ser la carne de Cristo y que al mismo tiempo lo tenía a Cristo adentro... Yo era amado con una intensidad que estaba en el límite de lo soportable. Eso duró una semana. Cuando volví a casa me tiré en el living y abrí la ventana para que el viento moviera la enredadera y estuve hasta el amanecer tratando de recuperar ese estado de comunión, pero no apareció nada.

–Bueno, apareció Hospital Británico.

–El libro de un trepanado. El que escribió ese poema no existe más. Yo, en aquel entonces (no sabía que iban a darme rayos) salí volando con la cabeza abierta: iba a escribir. Se me ocurrió la solución de las esquirlas, lo ordené, escribí lo que habla de la muerte de mamá... y el resto en el estado de un tipo que se había salido de la realidad porque tenía un huevo en la cabeza. Después, sí, después tienen que darme rayos. ¿Quién carajo armó todo eso? No tengo idea. Llega gente, vienen a visitarme, caen cartas, pero lo que yo tengo que ver con el efecto de ese libro es muy poco. No soy el autor de eso como de Crawl. Hospital Británico es algo que estaba en el aire. Yo no hice más que encontrarlo. “Hospital Británico” me permite creer que me salí del mundo y no sé para qué. El cielo estaba en la enfermera que pasaba...

 

Publicado en la revista Vuelta Sudamericana, AÑO I, julio 1987; p. 58.

 

15.5.25

Manifiesto (Hablo por mi diferencia), por Pedro Lemebel

 

No soy Pasolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la justicia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como en el barco del general Ibáñez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿Y usted?
¿Qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeándonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral
sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odio
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En esas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es un buen amigo
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso en el poto
Y que al primer parrillazo de la CNI
Lo iba a soltar todo
No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseñó la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y ya va a caer, y ya va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y ésa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subversivo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese huevo
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alita rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.

Nota: El presente texto fue leído como intervención en un acto político de la izquierda en septiembre de 1986, en Santiago de Chile.

 

 

Tomado de: Loco afán. Crónicas de Sidario, Santiago de Chile, LOM ediciones, 1997.-

10.5.25

Salmones, por Santiago Armando

  

3:30 am. Me despierto, hago mate, agarro una pila de galletitas de agua.

Echaron a Gago.

Bajo la frazada leyendo Cuatro años de cautiverio en Cochons-Sur-Marne.

El centro de logística de Andreani no para. Ladridos lejanos. La ruta, la vieja ruta 9 empalidece el horizonte.

Se me rompió el monitor de la compu, también puede ser la pc. No me animo a preguntar por el arreglo.

Omar quiere venir a operarse el aneurisma a Buenos Aires. Única persona que me escribe. Ni mis viejos me hablan. Solo gente que contesta lacónicamente.

Ladran perritos encerrados a dos casas. Abro la ventana, es un grupo de chicos gritando. Pasan unos en monopatín eléctrico.

No quiero escribir esto.

Murmullos del pibito de al lado con los amigos. Se van. Pasan autos.

Bloy labura de manguero porque te manda al frente en sus diarios.

El mendigo ingrato diez lucas.

Se me cayó una brasa de cigarrillo en el reverso de la colcha. Me paro a extenderla. Encuentro dos agujeritos.

Hoy vi reels de Pity Álvarez, fragmentos de guitarreada vigente. Calamaro también mató a un fisura.

Estos Lucky de dos lucas son horrendos.

 

***

 

Coger me da alucinaciones, o visiones. Al parecer esto no es frecuente. Pueden ser arrobadoras o demoníacas. Tuve que dejar relaciones con personas que me han cocinado, cuidado, recibido en su casa con mucho afecto, por llevar una vida sexual de cerdos y contraer unas visiones espantosas de jabalíes con cabezas de demonios culeando.

María Elena arriba mío con un plasma negro de tentáculos como aura. Un ciervo enfilando hacia mi de costado se deshizo en serpientes rabiosas.

Solo Belén era pura y beatífica como una pastorcilla blanca en un lago azul de luna.

Mujer alcohólica, bruta y depresiva, que no daría por un rato más con ella.

Hace tres años y cinco meses que no la pongo, y no eyaculo.

Escribir y fumar porro. Solo un poco para los dolores. La visión de escribir el género como tela que sale del tercer ojo, a veces desborda metacódigos del color de los ojos de la amada.

Busquen ojos de Michelangelo.

Los ojos achinados muestran gigantescas arpas y las pulsaciones son como lejanos bólidos plateados en la ruta.

Pamela, compañera de Cataratas, quedó inválida por un intento de suicidio con pastillas.

 

2/5

Mi olor a meo concentrado parece de snack picante.

Pamela tan hermosa y vital, ahora postrada sin movimientos ni habla, y el Chupacabra muerto.

 

5/7

Trámites en la ANSES para que no me saquen la pensión.

 

7/5

Interinato de Herrón hasta fin de campeonato. Se disimula con jugadores caros no aparecer en zona de descenso. Pero técnicos buenos no hay, salvo Gaby Milito, pero sin noticias. No lo llamó nadie de Boca.

Escribo en el teléfono sin ganas. Si no me entono no existo. Querría escribir el poema de  La ruta de la seda -que recuperó China con gran pompa, lo vi en el Canal 26-, El camino de seda, ¡El camino de los cisnes!

En verdad si no fumo porro escribo lento, de a imágenes, sin personajes, enumerativo, comparativo. Y nada puedo agregar a lo de Boca salvo una cosa: que la peor derrota del año fue contra Newell’s Old Boys de Rosario.

Mamá me compró mal el cinturón. También me llevó la máquina a arreglar, pero después de preguntarle por la suerte del cinturón y contestar levantando la voz, se queda veinte minutos hablándole mal de mí a papá en el ambiente contiguo y yo escucho todo y se me parte la cabeza.

Luis Thonis me dijo que tenía que hacerme más el poeta maldito. Lo que puedo decir es que la esquizofrenia es una enfermedad muy cara y desgraciada, aunque hermosa, como una rara lámpara azul.

2.5.25

Prosas apátridas, Julio Ramón Ribeyro

 

 

 

46

 

El mundo no está hecho para los niños. Por ello su contacto con él es siempre doloroso, muchas veces catastrófico. Si coge un cuchillo se corta, si sube a una silla se cae, si sale a la calle lo arrolla un automóvil. Es curioso que en tantos miles de años de civilización no se haya hecho prácticamente nada para aliviar o solucionar este conflicto. Se han inventado los juguetes, es cierto, que es un mundo miniaturizado, al uso y medida de los niños. Pero éstos se aburren de sus juguetes y, por imitación, quieren constantemente disponer de las cosas de los adultos. Con qué decisión y espontaneidad se precipitan hacia su adultez, qué obstinación la suya en mimar a sus mayores. y a costa del dolor, aprenden. Su condición para progresar es justamente estar en contacto permanente con el mundo adulto, con lo grande, lo pesado, lo desconocido, lo hiriente. Sería lo ideal, claro, que vivieran en un mundo aparte, acolchado, sin cuchillos que cortan ni puertas que chancan los dedos, entre niños. Pero entonces no evolucionarían. Los niños no aprenden nada de los niños.

 

 

51

 

Lectura del tomo quinto de la Historia de Francia de Michelet. Así como yo olvido los detalles de esto que leo y no guardo más que una impresión general de malestar y de horror, aparte de tres o cuatro anécdotas, el mundo olvida su propia historia, no la interroga y no saca de ella ninguna enseñanza. Diríase que la historia se ha hecho para olvidarse. ¿Qué humano, a no ser un especialista, reflexiona ahora sobre las exacciones que sufrieron los judíos bajo Felipe el Hermoso o sobre la confiscación y destrucción de los templarios? Por ello mismo, en la historia que se escriba en el año tres mil, la segunda guerra mundial que tanto costó a la humanidad ocupará tan sólo un párrafo y la guerra de Vietnam, una nota al fin del volumen que muy pocos se darán el trabajo de leer. La explicación reside en que el hombre no puede al mismo tiempo enterarse de la historia y hacerla, pues la vida se edifica sobre la destrucción de la memoria.

 

 

79

 

El alcohol produce en nuestros sentidos una vibración que nos permite distorsionar nuestra percepción de la realidad y emprender de ella una nueva lectura. Aquello que debía ser recibido como una totalidad llega a nosotros descompuesto y podemos así tomar nota de sus elementos y establecer entre ellos un nuevo orden de prioridades. Al beber cambiamos sencillamente de lente y recibimos del mundo una imagen que tiene en todo caso la ventaja de ser distinta de la natural. En este sentido la embriaguez es un método de conocimiento. La embriaguez moderada, es decir, aquella que nos aleja de nosotros mismos sin abandonarnos, no la borrachera, en la cual nuestra conciencia le dice adiós a nuestro comportamiento.

 

 

89

 

Durante diez años viví emancipado del sentido de la propiedad, de la profesión, de la familia, del domicilio y viajé por el mundo con una maleta llena de libros, una máquina de escribir y un tocadiscos portátil. Pero era vulnerable y cedí a sortilegios tan antiguos como la mujer, el hogar, el trabajo, los bienes. Es así como eché raíces, elegí un lugar, lo ocupé y empecé a poblarlo de objetos y de presencias. Primero alguien a quien querer, luego algo que este ser quisiera, después la utilería del caso: una cama, una silla, un cuadro, un hijo. Pero era sólo el comienzo, pues todos fuimos recolectores, nos volvemos coleccionistas y acabamos siendo un eslabón más en la cadena infinita de los consumidores. De modo que, estando ya usado, gastado para el disfrute, uno se ve circunscrito por las cosas. Libros que no se quiere leer, discos que no se tiene el tiempo de escuchar, cuadros que no apetece mirar, vinos que hace daño beber, cigarros que tenemos prohibido fumar, mujeres a las que se carece de la fuerza de amar, recuerdos sin ánimo de consultar, amigos a quienes no hay nada que preguntar y experiencias que no hay forma de aprovechar. Lo tardío, lo superfluo, lo antiguamente codiciado, se amontona en torno nuestro, se organiza en lo que podría llamarse una casa, pero cuando ya estamos despidiéndonos de todo, pues esta vida acumulativa termina por edificarse en el umbral de nuestra muerte.

 

 

135

 

Los conquistadores de América encontraron lo que buscaban: oro en cantidades nunca vistas, tierras feraces y extensísimas, siervos que trabajaron para ellos durante siglos. Encontraron también muchas cosas que no buscaban y que modificaron el régimen alimenticio de la humanidad: la papa, el maíz, el tomate. Pero de contrabando, los vencidos les pasaron otro producto que fue su venganza: el tabaco. Y los fueron envenenando para el resto de su historia.

 

 

151

 

Bebiendo vino en este soleado pero fresco atardecer estival. Sin ganas ni contento, sólo para neutralizar una nueva onda de melancolía vesperal. Traté de limpiar la alfombra del dormitorio, pero a los diez minutos tiré el arpa, mejor dicho, la escobilla, la lengua afuera y el ánimo por los suelos. Puse mis discos de música barroca, pero ni Teleman, Purcell, Tartini, Marcello, Couperin, me devolvieron el soplo vital. Reproduje una partida de ajedrez Karpov-Kortchnoi, descubriendo imperdonables errores en este último, que naturalmente perdió. Empecé a leer un artículo sobre informática, pero me di cuenta de que no entendía nada y maldije a su autor en lugar de reconocer mi ignorancia. Di un salto a la cocina para ver qué había que hacer por allí y froté con una esponja, desesperadamente, un pedazo de muro sucio, sin resultados apreciables. Tiré la esponja, esta vez sí literalmente. Le di una patada a mi gato y luego su comida, como justa compensación. Releí una carta y me apresté a contestarla, a lo que renuncié, pues no me sentía en forma epistolar. Miré por el balcón y vi en la Place Falguiere al eminente orientalista doctor Fernando Tola, pero evidentemente se trataba de cualquier huevón francés con anteojos y aire intelectual. Finalmente descorché un burdeos y gusté una copa que me supo bien. Me paseé fumando por mi bufete , sin saber qué hacer, me serví otra copa y recalé en mi escritorio para escribir esta página.

 

 

155

 

La biblioteca personal es un anacronismo. Ocupa demasiado lugar en casas cada vez más chicas, es oneroso formarlas, nunca realmente se las aprovecha en proporción a su costo o volumen. Un libro leído, además, ¿no está ya en nuestro espíritu, sin ocupar espacio? ¿Para qué conservarlo, entonces? ¿Y no abundan ahora acaso las bibliotecas públicas, en las que podemos encontrar no sólo lo que queremos, sino más de lo que queremos? La biblioteca personal responde a circunstancias de tiempos idos: cuando se habitaba el castillo o la casa solariega, en los que por estar aislado del mundo era necesario tener el mundo a la mano, encuadernado; cuando los libros eran raros y a menudo únicos y era imperioso poseer el codiciado incunable; cuando las ciencias y las artes evolucionaban con menos prontitud y lo que contenían los libros podía conservarse vigente durante varias generaciones; cuando la familia era más estable y sedentaria y una biblioteca podía transmitirse en la misma morada y habitación y armarios sin peligro de dispersión. Estas circunstancias ya no se dan. Y sin embargo hay locos que quisieran tener todos los libros del mundo. Porque son demasiado perezosos para ir a las bibliotecas públicas; porque se cree que basta mirar el lomo de una colección para pensar que ya se la ha leído; porque uno tiene vocación de sepulturero y le gusta estar rodeado de muertos; porque nos atrae el objeto en sí, al margen de su contenido, olerlo, acariciarlo. Porque uno cree, contra toda evidencia, que el libro es una garantía de inmortalidad y formar una biblioteca es como edificar un panteón en el cual le gustaría tener reservado su nicho.

 

 

 

De: Julio Ramón Ribeyro, Prosas apátridas, Barcelona, Seix Barral, 2007.

 

22.4.25

Rugby lento y malintencionado, por Santiago Armando

 

 

15/4

No tengo aire para dormir, son las cinco menos veinte am. Prendo un pucho.

Desde que salí del psiquiátrico no hago nada. Nos es que antes hiciera mucho, pero. Pichicateado ruedo por la cama y pasan tres días. No puedo leer. Quise leer lo de Dupont pero cuando arranca dice que hizo un viaje en auto por la costa oeste de Estados Unidos y sigue con que desembarcó en Los Angeles, me confundí, pensé que decía que desembarcaba de un auto, pero no, era del avión en la ciudad monstruo, las autopistas y su neurosis. Llegó a la roca gigante con la catarata, reflexiones filosóficas. Lo tengo ahí. Al final de Dharma Bums Kerouac flota por arriba del bosque y escribe todo. Eso es sublime.

En la O’Gorman me vi Ford vs. Ferrari con Matt Damon y Christian Bale, los ejecutivos de Henry Ford II le decían que el personaje de Christian Bale era un beatnik para que no lo contrate como piloto. Peliculón.

¿Quién recuerda la Trilogía de Millita Molina, quién se tragó esa poción hedionda?

Últimos pájaros de la tarde, lloverá mañana y pasado. ¿Leer Oblomov? No puedo leer nada. Solo dormir.

Portazo de papá. Chillidos de garcetas.

Los carpinchos matan a los perros.

Papá me dijo que ahora estacionan con la trompa para adelante porque en el Pacheco Golf salió un auto de atrás sin mirar y mató a una chiquita. Mamá ve las pelis de Suar, me las cuenta enteras en un viaje a la farmacia donde me dan la Risperdal Consta.

Grillos, rastrilla el viento, ah viento, siempre me barre la página. Tenía que ponerme bajo el cielo plomizo y mirar con la luz de la ruta el recorte de los árboles, escuchar la máquina.

Mamá compró dos pavas eléctricas nuevas y no me gusta ninguna, después de cuatro meses de Mate Listo Taragüí no me acostumbro de nuevo al mate de toda la vida, lo tengo desde el 2003 y ahora lo desconozco. Tomo tazones enormes de café, siempre están a mano para el te y la sopa.

En la clínica estaba Santos Roberto Puzzo, el terapista retirado de la Asociación Argentina de Tenis, con Alzheimer y sordo, ochenta y siete años, fue masajista de Vilas y Clerc hasta Nalbandian. Hicimos ejercicios para el hombro, me hizo masajes. Por lo demás está nuevo. Pero si me iba de la habitación cambiaba todas las cosas de lugar y al final terminé pidiendo el cambio.

Ventilo el cuarto que mamá lentamente aireó y limpió este tiempo de ausencia mía.

Fumé los puchos de sandía con mentol y los de frutos rojos, los de uva, carísimos, me encantan. Seis lucas los tienen acá. Papá habla abajo, los chicos en la calle gritan. De tanto escribir sobre lo que escucho me enfermo. Le decía a los viejos que necesito unos headphones. Pero si me metieron en esa casa de locos de mierda (me refiero a los enfermeros y a los operadores de Narcóticos Anónimos) no creo que me den mucha bola, por eso tengo que escribir todo bien rapidito antes de que se corte la cuerda. No quiero pensar donde acabaré.

Para no caer en la abulia como Boca me tendría que fumar un porrito, me están enfrascando la Malawi Gold, estará para fin de mes. Las veinticuatro plantas que tenía en la terraza son historia y algunas cepas son historia para siempre, por lo menos en Argentina. El contacto suizo se hizo humo. Me pasé de rosca con tantas semillas y salí a buscar tachos por las obras y a robar tierra, llené todo con plantas y venía fumando la Destroyer, lo que sería un Gomsterfi (alcohol 96%). Al final me cansé de la tele de mis viejos y empecé a insultar a gritos a Patricia Bullrich, eché a la mucama y no sé qué más, por eso me internaron.

Me dicen que es normal que hayan rispideces con los padres a mi edad.

Borges vivió con la madre y la hermana hasta los 60 que se casó.

Poco que contar de la internación, una larga temporada encerrado al pedo, no se hace nada, solo se huevea y se esperan las siguientes comidas.


16/4

Con las internaciones me retiré del fútbol, no se pueden levantar las piernas con la medicación.

Mamá me despertó esta mañana con las pastillas y el agua y ya no pude volver a dormir. Salí a caminar una vuelta corta y me desvié al kiosco para comprar unos alfajores Águila de coco. También compré Lucky de mentol y un encendedor. Unos chorros.

El obeso solo puede lavarse el orto con bidet, si la mano con el papel no llega al agujero, lo tienen que ayudar. Durante dos meses hice ayunos para llegar, no inflarme la panza con mate y pan, pero cuando mi familia venía con un combo super de McDonald's tenía problemas y me picaba. Estoy en el límite. Me duele la cadera, la rodilla izquierda tiene el menisco roto y tengo el hombro chamuscado. Bañarme es una tortura. Encima tengo que usar el de los viejos porque el mío no tiene agua.

Me crecieron los huevos y no eyaculo hace mucho tiempo. Pensé que era la andropausia pero podría ser hidroceles, tengo que ir al urólogo. Voy a ver si está el que voy desde los trece años por la varicoceles. El que me dijo “Lubricá, cabezón” cuando me corté el prepucio cogiendo en el bañito de adelante de la casa de Carola a los dieciocho años. Me acuerdo que me cosieron el prepucio en vez de cortármelo y me dieron la anestesia inyectada en el glande.